martes, 2 de octubre de 2012

Macbeth - Acto I - Escenas 1, 2, 3, 5

ACTO I

ESCENA PRIMERA

Tarde tempestuosa
TRES BRUJAS
BRUJA 1.ª. - ¿Cuándo volvemos a juntarnos, cuando relampaguee, cuando truene o cuando llueva?
BRUJA 2.ª. - Cuando acabe el estruendo de la batalla, y unos la pierdan y otros la ganen.
BRUJA 3.ª. - Entonces será antes de ponerse el sol.
BRUJA 1.ª. - ¿Dónde hemos de encontrarnos?
BRUJA 2.ª. - En el yermo.
BRUJA 3.ª. - Allí toparemos con Macbeth.
BRUJA 1.ª. - Me llama Morrongo.
BRUJA 2.ª. - Y a mí el Sapo.
Las tres juntas. - El mal es bien, y el bien es mal: cortemos los aires y la niebla.

ESCENA II

Campamento
DUNCAN, MALCOLM, UN ESCUDERO, UN SARGENTO, LÉNNOX Y ROSS
DUNCAN. - ¿Quién es aquel herido? Quizá nos traiga nuevas del campamento.
MALCOLM. - Es el escudero que puso en peligro su vida por salvar la mía. ¡Buenas tardes, amigo! Cuenta tú al Rey el estado del combate.
ESCUDERO. - Sigue indeciso, semejante a una lucha entre dos nadadores que quieren mutuamente sofocarse. Con el traidor Macdonwald, en quien se juntan todas las infamias, van unidos muchos caballeros y gente plebeya de las islas de Occidente. La fortuna, como ramera, les otorga sus favores, pero en vano, porque el fuerte Macbecth, hijo predilecto de la victoria, penetra entre las filas hasta encontrarle, y le taja la cabeza, y la clava sobre nuestras empalizadas.
DUNCAN. - ¡Bravo caballero, ornamento de mi linaje!
ESCUDERO. - Así como el sol de la mañana produce a veces tempestad y torbellinos, así de esta victoria resultaron nuevos peligros. Óyeme, Rey. Cuando el valor, brazo de la justicia, había logrado ahuyentar a aquella muchedumbre allegadiza, he aquí que se rehace el de Noruega, y arroja nuevos campeones a la lid.
DUNCAN . - ¿Y entonces no se desalentaron Macbeth y Banquo?
SARGENTO. - ¡Desalentarse! Bueno es eso! Como el águila viendo gorriones, o el león liebres. Son cañones de doble carga. Con tal ímpetu menudearon sus golpes sobre los contrarios, que pensé que querían reproducir el sacrificio del Calvario. Pero estoy perdiendo sangre, y necesito curar mis heridas.
DUNCAN. - Tan nobles son como tus palabras. Buscad un cirujano. ¿Pero quién viene?
MALCOLM. - El señor de Ross.
LENNOX. - Grande es la ansiedad que su rostro manifiesta. Debe ser portador de grandes nuevas.
(Entra Ross)
ROSS. - ¡Salud al Rey!
DUNCAN. - ¿De dónde vienes, noble señor?
ROSS. - Poderoso monarca, vengo de Fife, donde el aire agita en mengua nuestra los estandartes noruegos. Su Rey, con lucida hueste y con ayuda del traidor señor de Cáudor, renovó la lucha, pero el terrible esposo de Belona, cubierto de espesa malla, les resistió brazo a brazo, y hierro a hierro, y logré domeñar su altivez y postrarla por tierra. Al fin, logramos la victoria.
DUNCAN. - ¡Felicidad suprema!
ROSS. - El rey Suenon de Noruega quería capitular, pero no le permitimos ni aun enterrar sus muertos, sin que pagara antes en la isla de Colme la contribución de guerra.
DUNCAN. - Nunca volverá el de Cáudor a poner en peligro la seguridad de mis Estados. Manda tú poner a precio su cabeza, y saluda a Macbeth con el título que el otro tenía.
ROSS. - Cumpliré tu voluntad.
DUNCAN. - Macbeth goce desde hoy lo que Cáudor perdió.

ESCENA III

Un páramo
TRES BRUJAS, MACBETH Y BANQUO
BRUJA 1.ª. - ¿Qué has hecho, hermana?
BRUJA 2.ª. - Matar puercos.
BRUJA 3.ª. - ¿Dónde has estado, hermana?
BRUJA 1.ª. - La mujer del marinero tenía castañas en su falda, y estaba mordiéndolas. Yo le dije: «Dame alguna», y la asquerosa, harta de bazofia, me contestó: «Vade retro, condenada bruja». Su marido se fue a Alepo, mandando el Tigre. Yo, como rata sin cola, navegaré en una tela de cedazo, donde cabe bien mi cuerpo. Así lo haré, así lo haré.
BRUJA 2.ª. - Yo te ayudaré con un viento desfavorable.
BRUJA 1.ª. - Gracias.
BRUJA 3.ª. - Yo con otro.
BRUJA 1.ª. - De los demás yo soy señora. ¿Qué puerta quedará segura, cuando de todos los puntos de la rosa soplen los vientos? Ni una vez podrá conciliar el sueño. Su vida será la del precito, y las tormentas agitarán sin cesar su nave. ¡Ved!
BRUJA 2.ª. - ¿Qué es eso?
BRUJA 1.ª. - El dedo de un marinero, que se ahogó al volver de su viaje.
BRUJA 3.ª. - ¡Tambor, tambor! Ya llega Macbeth.
Las tres brujas. - Juatemos las manos, hagamos una rueda, como hermanas enviadas del cielo y de la tierra. Tres vueltas por ti, tres por ti, tres por mi: son nueve, cuenta justa. ¡Silencio! Ya ha llegado el término del conjuro.
(Llega. Macbeth y Banquo)
MACBETH. - ¡Día de sangre, pero hermoso más que cuantos he visto!
BANQUO. - ¿Está lejos el castillo de Forres? ¿Quiénes serán aquellas mujeres arrugadas y de tan extraño aspecto? No parecen seres humanos. ¿Sois vivientes? ¿Puedo haceros una pregunta? Debéis de entenderme, porque las tres, al mismo tiempo, ponéis en los labios vuestros dedos, que semejan los de un cadáver. No me atrevo a llamaros mujeres, por las barbas.
MACBETH. - Si tenéis lengua, decidnos quiénes sois.
BRUJA 1.ª. - ¡Salud, Macbeth, señor de Glamis!
BRUJA 2.ª. - ¡Salud, Macbeth, señor de Cáudor!
BRUJA 3.ª. - ¡Salud, Macbeth, tú serás rey!
BANQUO. - ¿De qué nace ese terror, amigo Macbeth? ¿Por qué te asustan tan gratas nuevas? Decidme: ¿sois fantasmas o seres reales? Habéis saludado a mi amigo con títulos de gloria y anuncio de grandezas futuras y pampas reales. Decidme algo a mí, si es que sabéis qué granos han de germinar o morir en la serie de los tiempos. No temo de vosotras ni odio ni favor.
Brujas. - ¡Salud!
BRUJA 1.ª. - Serás más grande que Macbeth y menos.
BRUJA 2.ª. - Más feliz y menos feliz.
BRUJA 3.ª. - No rey, pero padre de reyes. ¡Salud, Macbeth y Banquo!
BRUJA 1.ª y 2.ª. - ¡Salud!
MACBETH. - No os vayáis, oscuras mensajeras. Ya sé que soy señor de Glamis por muerte de Sinel, pero ¿cómo he de serlo de Cáudor, si el señor vive próspera y felizmente? Tan absurdo es llamarme señor de Cáudor como rey. ¿Quién os dio esas noticias? ¿Por qué me habéis venido a sorprender en este desierto con tales presagios ?
BANQUO. - Son sin duda espíritus vaporosos que engendra la tierra, como los produce también el agua. ¿Por dónde habrán desaparecido?
MACBETH. - Los cuerpos se han disuelto en el aire, como se pierde en el aire la respiración. ¡Ojalá se hubieran quedado!
BANQUO. - ¿Será verdad lo que hemos visto? ¿o habremos probado algona yerba de las que trastornan el juicio?
MACBETH. - Tus hijos han de ser reyes.
BANQUO. - Lo serás tú mismo.
MACBETH. - ¡Y también señor de Cáudor! ¿No lo dijeron así?
BANQUO. - ¿Quién llega?
ROSS. - Macbeth, el Rey ha oido tus hazañas. Incierto entre la admiración y el aplauso, no sabe cómo elogiarte, por el valor con que has lidiado contra los noruegos, sin percatarte tú mismo del estrago que en ellos hacías. Van llegando tan densos como el granizo los mensajeros de la victoria, y todos se hacen lenguas de tu heroismo.
ANGUS. - El Rey nos envía a darte las gracias y a llevarte a su presencia.
ROSS. - Él me encarga que te salude con el título de señor de Cáudor.
BANQUO. - ¡Conque también el diablo dice verdad!
MACBETH. - Si vive el de Cáudor ¿por qué me atavían con ropas ajenas?
ANGUS. - Vive el que llevaba ese título, pero debe perder la vida, y se ha fulminado contra él dura sentencia. No afirmo que se uniera con los noruegos contra su patria, pero está convicto y confeso de traidor.
MACBETH. - (Aparte). ¡Ya soy señor de Glamis, y señor de Cáudor! Falta lo demás. (A Ross y Angus). Gracias. (A Banquo). ¿Crees que tus hijos serán reyes, conforme a la promesa de los que me han hecho señor de Cáudor?
BANQUO. - Esa promesa quizá te haga ambicionar el solio. Pero mira que a veces el demonio nos engaña con la verdad, y nos trae la perdición envuelta en dones que parecen inocentes. Oídme dos palabras, amigos míos.
MACBETH. - ¡Con dos verdades se abre la escena de este drama, que ha de terminar con una corona regia! ¿Es un bien o un mal este pensamiento? Si es un mal, ¿por qué empieza a cumplirse, y soy ya señor de Cáudor? Si es un bien, ¿por qué me aterran horribles imágenes, y palpita mi corazón de un modo inusitado? El pensamiento del homicidio, más horroroso que la realidad misma, comienza a dominarme y a oscurecer mi albedrio. Sólo tiene vida en mí lo que aún no existe.
BANQUO. - ¡Qué absorto y embebecido está nuestro compañero!
MACBETH. - Si los hades quieren hacerme rey, lo harán sin que yo busque la corona.
BANQUO. - El nuevo honor le viene como vestido nuevo: no se le ajusta bien, por falta de costumbre!
MACBETH. - Corra el tiempo, y suceda lo que quiera.
BANQUO. - A tus órdenes, generoso Macbeth.
MACBETH. - Perdón, amigos. Estaba distraído con antiguas memorias. Agradezco y recordaré siempre vuestros favores. Cabalguemos a ver al Rey. (A Banquo). Medita tú lo que nos ha sucedido. Luego hablaremos con toda libertad.
BANQUO. - Así lo deseo.
MACBETH. - Hasta después. Ni una palabra más. Vamos, caballeros.

ESCENA V

Habitación en el castillo de Macbeth, en Inverness
LADY MACBETH, UN CRIADO Y MACBETH
LADY MACBETH. - (Leyendo una carta de su marido). «Las brujas me salieron al encuentro el día de la victoria. Su ciencia es superior a la de los mortales. Quise preguntarlas más, pero se deshicieron en niebla. Aún no había salido yo de mi asombro, cuando llegan anuncios del Rey saludándome como a señor de Glamis y de Cáudor, lo mismo que las hechiceras, pero éstas dijeron además: «Salve, Macbeth: tu serás rey». He querido, esposa amada, confiarte este secreto, para que no dejes por ignorancia, ni un solo momento, de gozar la dicha que nos está profetizada. Piénsalo bien. Adiós». ¡Ya eres señor de Glamis y de Cáudor! Lo demás se cumplirá también, pero desconfío de tu carácter criado con la leche de la clemencia. No sabes ir por atajos sino por el camino recto. Tienes ambición de gloria, pero temes el mal. Quisieras conseguir por medios lícitos un fin injusto, y coger el fruto de la traición sin ser traidor. Te espanta lo que vas a hacer, pero después de hecho, no quisieras que se deshiciese. ¡Ven pronto! Infundiré mi alma en tus oídos, y mi lengua será azote que espante y disipe las nieblas que te impiden llegar a esa corona, que el hado y el influjo de las estrellas aparejan para tus sienes.
CRIADO. - Esta noche llega el Rey.
LADY MACBETH. - ¿Estás en ti? ¿No ves que tu señor no está en el castillo, ni nos ha avisado?
CRIADO. - También él se acerca. Un compañero mío vino casi sin aliento a traer la noticia.
LADY MACBETH. - Cuidad bien al mensajero. Es portador de grandes nuevas. (Aparte). El cuervo se enronquece de tanto graznar, anunciando que el rey Duncan llega al castillo. ¡Espíritus agitadores del pensamiento, despojadme de mi sexo, haced más espesa mi sangre, henchidme de crueldad de pies a cabeza, ahogad los remordimientos, y ni la compasión ni el escrúpulo sean parte a detenerme ni a colocarse entre el propósito y el golpe! ¡Espíritus del mal, inspiradores de todo crimen, incorpóreos, invisibles, convertid en hiel la leche de mis pechos! Baja, hórrida noche: tiende tu manto, roba al infierno sus densas humaredas, para que no vea mi puñal el golpe que va a dar, ni el cielo pueda apartar el velo de la niebla, y contemplarme y decirme a voces: «Detente». (Llega Macbeth). ¡Noble señor de Glamis y de Cáudor, aún más ilustre que uno y otro por la profética salutación de las hechiceras! tu carta me ha hecho salir de lo presente, y columbrar lo futuro, y extasiarme con él.
MACBETH. - Esposa mía, esta noche llega Duncan.
LADY MACBETH. - ¿Y cuándo se va?
MACBETH. - Dice que mañana.
LADY MACBETH. - ¡Nunca verá el sol de mañana! En tu rostro, esposo mío, leo como en un libro abierto lo que esta noche va a pasar. Disimula prudente; oculte tu semblante lo que tu alma medita. Den tu lengua, tus manos y tus ojos la bienvenida al rey Duncan; debes esconder el áspid entre las flores. Yo me encargo de lo demás. El trono es nuestro.
MACBETH. - Ya hablaremos despacio.
LADY MACBETH. - Muéstrate alegre.

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