domingo, 14 de septiembre de 2008

Historia - La Primera Guerra Mundial

Antecedentes remotos de la I Guerra Mundial.

Como ocurre con otros eventos históricos del Siglo XX, el punto de partida de los antecedentes remotos de la I Guerra Mundial puede situarse en 1815, en la batalla de Waterloo que puso fin a la era napoleónica y estableció los rasgos y componentes principales de Europa del siglo XIX.

Sin duda, varias circunstancias - algunas de ellas iniciadas antes de Waterloo - establecieron condiciones históricas que se proyectaron sobre factores trascendentes como antecedentes remotos de esa guerra. Entre ellos deben mencionarse sin duda:

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Los conflictos de nacionalidades.
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La revolución industrial — que aparejó, inicialmente en Inglaterra luego en el resto de Europa,
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el proceso de mecanización de la producción.
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el desarrollo de la metalurgia y la expansión de los ferrocarriles.
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La unificación de los Estados de Alemania e Italia.
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El proceso de expansión colonial de las principales potencias europeas, especialmente Inglaterra y Francia.

Indudablemente, los arreglos territoriales emergentes del Congreso de Viena de 1815, prescindieron en gran medida de tomar en consideración los factores de nacionalidad que, a partir del proceso iniciado en el Renacimiento, habían sentado raíces en Europa. El nacionalismo significaba en esencia que los pueblos que consideraban poseer una identidad nacional - por su origen (tales como los eslavos), por su religión (como los musulmanes abundantes en los Balcanes), y muy especialmente por su idioma, cuya importancia se vió enormemente potenciada por la difusión de la imprenta - gozaban del derecho a constituirse en un Estado y ser gobernados por sus propias autoridades políticas.

Entretanto, el Congreso de Viena había colocado arbitrariamente a numerosas colectividades nacionales bajo la autoridad de Estados y gobiernos que consideraban ilegítimos; y especialmente bajo dinastías monárquicas que no aceptaban. En otros casos - como ocurría especialmente en los Balcanes - las poblaciones no eran homogéneas, y en un mismo territorio coexistían una población predominante por sus rasgos nacionales, con una o más minorías religiosa, idiomática e históricamente distintas; sin que se hubiera establecer los medios para su coexistencia e integración.

La revolución industrial no solamente tuvo una incidencia importante como condicionante de los desequilibrios entre los Estados que fueron partícipes de la I Guerra Mundial; sino que algunas de sus derivaciones, como el desarrollo de la industria metalúrgica y el consiguiente despliegue del ferrocarril así como la aparición de armamentos mucho más poderosos, incidieron tanto sobre la evolución política de algunos de esos Estados como sobre el propio desempeño de las acciones militares.

Después de Waterloo, la situación política y militar en Europa - que todavía era el foco central de la actividad mundial - se caracterizó por la existencia de un período de gran estabilidad, que prácticamente se prolongó a lo largo de un siglo (1815-1914), en función no de un equilibrio de poderes sino del franco predominio de Inglaterra en todos los órdenes. A pesar de que no estuvieron ausentes algunos conflictos bélicos, ese período - que puede identificarse a los efectos históricos con el siglo XIX - ha sido designado por ese motivo como la pax britannica.

Inglaterra, habiendo sido el país en que comenzó la revolución industrial, contó en consecuencia con una inicial ventaja cronológica; que la llevó a anticiparse sobre los demás países europeos en cuanto a disponer de las ventajas del desarrollo de la industria y el comercio.

Ello fue resultado de varias condiciones favorables para la intensificación del proceso de industrialización capitalista; como la estabilidad política y monetaria; la posesión de hierro, carbón y lana; lo compacto de su territorio; la abundancia de alimentos, que posibilitó el crecimiento de su población; el desarrollo de una gran capacidad naval; el desarrollo de la educación superior, unido a una actitud cultural de inclinación hacia las innovaciones mediante la aplicación práctica de los recientes conocimientos científicos a nuevas invenciones y al desarrollo de tecnologías; así como el desarrollo de una estructura bancaria y financiera que permitió obtener los capitales necesarios.

De tal manera, como potencia vencedora del Imperio Napoleónico en Waterloo, Inglaterra se encontró a partir de entonces en una posición de amplio predominio sobre el resto de los Estados europeos.

Francia, que por entonces era la única potencia capaz de competir con Inglaterra, no solamente había sido derrotada militarmente; sino que había transcurrido un extenso período de inestabilidad política desde la Revolución de 1789, y todavía estaba lejos de alcanzar un sistema de gobierno sólido y estable. Todavía atravesaría importantes convulsiones políticas; como las revoluciones de 1830 y 1848, la restauración del Segundo Imperio y la 3ª República.

Si bien había avanzado bastante en el proceso de industrialización, enfrentaba las dificultades resultantes de su carencia de carbón y de la capacidad técnica de utilizar el tipo de mineral de hierro con que contaba. Por otra parte, su sistema agrícola conservaba muchos de los rasgos del feudalismo, y las condiciones económicas y culturales no facilitaban un importante crecimiento de la productividad agropecuaria. Las dificultades que enfrentó con la producción de alimentos y el consiguiente encarecimiento del trigo y otros productos agrícolas tuvieron importante incidencia en su inestabilidad política de mediados del siglo XIX.

Su red de ferrocarriles era totalmente incipiente; y solamente comenzó a extenderse algunos lustros después de Waterloo. Pero las inestabilidades monetarias y financieras conspiraron contra el desarrollo rápido de sus industrias pesadas y su infraestructura económica y de comunicaciones. Por añadidura, debió afrontar el pago de cuantiosas indemnizaciones de guerra, especialmente en favor de Prusia.

Las intensas divisiones ideológicas provenientes del período revolucionario y sus secuelas, incidieron en una gran inestabilidad política e institucional; derivando en un estado de permanente agitación y en la frecuente alternación de gobiernos de tendencias extremadamente opuestas.

Tras la derrota inicial de Napoléon luego de la desastrosa campaña de Rusia, su abdicación y confinamiento en la isla de Elba; en el Tratado de Paz de París, de mayo de 1814, las potencias vencedoras - Inglaterra, Austria y Rusia - acordaron mantener en Francia un sistema monárquico y reconocer la legitimidad de la dinastía de los Borbones, designando Rey de Francia a Luis XVIII.

En esas condiciones, Francia volvió a ser admitida entre las grandes potencias europeas, participando del Congreso de Viena de setiembre de 1814, junto a Inglaterra, Rusia, Austria y Prusia, en el que fue establecido el nuevo orden político en Europa; aunque para algunas cuestiones también participaron España, Portugal y Suecia.

El Congreso de Viena se vio interrumpido por el retorno de Napoléon y el establecimiento del “Imperio de los 100 días”, hasta la derrota final de Waterloo. De todos modos, produjo una nueva distribución del mapa europeo. Gran parte de Polonia fue entregada a Rusia, y el resto a Prusia y Austria; que recibió además importantes territorios en la Lombardía italiana comprendiendo las ciudades de Milán, Venecia y Verona, y los antiguos ducados de Módena, Toscana y Parma.

Prusia recibió en el este los territorios de Sajonia, que le dieron una frontera con Francia; de la cual también le fue transferido el rico territorio del Sarre, sumamente importante por sus minas de carbón, con lo cual resultó ser una de las potencias más beneficiadas por el nuevo reparto territorial de Europa.

Inglaterra no pretendía territorios en el continente, pero obtuvo importantes ventajas que consolidaron su total dominio de los mares; ocupando en el Mediterráneo las islas de Malta y las Jónicas del mar Egeo, así como el peñón de Gibraltar, que se agregaron a sus posesiones de El Cabo en el sur de África y la isla de Ceylán sobre el Océano Índico.

Rusia, además de buena parte de Polonia, incorporó a Finlandia.

Dos grandes alianzas surgieron en Europa tras la derrota de la Francia napoléonica y el Congreso de Viena:

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Por una parte, la Santa Alianza firmada el 26 de setiembre de 1815 entre el Zar de Rusia y el Rey de Prusia, dirigida a salvaguardar el principio monárquico - movimiento político designado como “La restauración” - que contiene, por primera vez en el orden jurídico internacional, el compromiso diplomático de renunciar al recurso a la guerra; y que Inglaterra no quiso suscribir debido a sus aprensiones acerca del reconocimiento de Rusia como gran potencia europea.
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Por otra parte, la Cuádruple Alianza que unía a Inglaterra, Austria, Prusia y Rusia con finalidades defensivas frente a Francia; que claramente liderada por Inglaterra comprometía a las potencias signatarias, durante 20 años, a sostener a Luis XVIII en el trono francés.

Principales desarrollos históricos durante la Pax Britannica.

En el transcurso del siglo siguiente a Waterloo, la evolución de los acontecimientos históricos llevó a consolidar los factores que condujeron a la I Guerra Mundial:

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Inglaterra consolidó en forma sostenida su absoluto predominio industrial, económico, comercial, financiero, militar y sobre todo marítimo, no solamente en el contexto europeo sino en prácticamente todo el mundo.

Londres - y en particular su distrito bancario, la “City” - se convirtió en el centro financiero mundial; lugar a donde fluían los capitales de todo el mundo y donde se organizaban las grandes inversiones, sobre todo en líneas de ferrocarriles, importantes obras públicas como el abastecimiento de agua potable a las ciudades y su saneamiento, los servicios de gas por cañería principalmente utilizados para la iluminación de las ciudades y abastecidos con las exportaciones inglesas de hulla o carbón mineral. Además, era el centro de gestión y de obtención de los empréstitos para todos los Gobiernos, incluso los de América.

Las grandes inversiones inglesas, a su vez, impulsaban la gran industria inglesa metalúrgica y de la construcción, cuyas exportaciones eran transportadas por su enorme marina mercante de barcos construídos de metal y propulsados a vapor (los que pasaron a ser universalmente conocidos con las letras “SS” - steam ship - precediendo a su nombre). Los mismos barcos que, de retorno, transportaban a la Gran Bretaña numerosos productos primarios, como el algodón primero norteamericano, luego egipcio e indio, cultivado por ingleses, y los cereales y carnes del Río de la Plata.

La producción se desarrolló enormemente, pasando Inglaterra, a mediados del siglo XIX, a producir el 50% del hierro y el 60% del carbón mundial. Con nuevos aportes tecnológicos, ingresó a la industria del acero; mientras poseía el 75% del tonelaje naval del mundo.

A partir de sus bases mediterráneas de las islas de Malta y Corfú y del estratégico peñón de Gibraltar, más sus posesiones en las principales rutas marítimas como las de El Cabo, Ceilán, Singapur y Hong Kong, de los establecimientos africanos anteriormente dedicados al tráfico de esclavos y de las plantaciones americanas en la Guyana y las Antillas; Inglaterra fue desarrollando importantes colonias en Australia y Nueva Zelanda, Canadá, África del Sur y, sobre todo, en la India que en el último cuarto del siglo XIX pasó a ser el centro principal del Imperio Británico.

De tal manera, hacia 1900 el Imperio Británico comprendía 450 millones de habitantes con 33 millones de kilómetros cuadrados de territorio; sin contar con los numerosos intereses ingleses en inversiones de todo tipo de países independientes, como ocurría en América del Sur. La abundancia de capital de que disponía Inglaterra, le permitía desarrollar en todas partes grandes inversiones en obras públicas, plantaciones e industrias; aportando importantes avances en la modernización de esos territorios, que recibieron el impulso de esas obras, a la vez que sus economías crecían y se diversificaban con la producción de las mercaderías que Inglaterra importaba o cuyo comercio entre ellas centralizaba, y que de ese modo llegaban a todas partes.
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Alemania conformada desde 1815 bajo la “Confederación germánica” en que predominando Prusia y Austria confluían 39 Estados y reinos entre los que se destacaban Baviera, Hannover, Sajonia y Würtenberg, dio origen en 1834 al Zollverein, liderado por Prusia; una unión aduanera de los Estados del norte con la anterior liga de las ciudades portuarias de la Hansa Teutónica.

A partir de allí, se inició un intenso crecimiento industrial y económico, sobre todo con el afianzamiento de la industria metalúrgica en la zona del Ruhr donde se concentraban las riquezas minerales y carboníferas del Sarre, y de las ex-provincias francesas de Alsacia y Lorena. Las cuantiosas reparaciones de guerra que Francia debía pagar a Prusia a consecuencia de la derrota napoleónica, financiaron una acelerada extensión de la red de ferrocarriles, que a su vez alimentó a la industria metalúrgica del Ruhr.

En las Universidades, se fortaleció una corriente intelectual nacionalista, que apuntaba a la unificación política de los estados germanos. En Prusia surgió la figura del Canciller Bismarck, que se convirtió en uno de los políticos más importantes de la Europa décimonónica, y que estableció como objetivo fundamental obtener la unificación de la nación alemana y convertirla en gran potencia europea.

A partir de su unificación, Alemania se convirtió en una gran potencia industrial. La población, que al término de las guerras napoleónicas era de menos de 25 millones, pasó a 40 millones en 1870, alcanzó a 50 millones hacia 1890, y al inicio de la guerra en 1914 era de más de 70 millones. En tiempos de intensa emigración europea, desde Alemania casi no salieron emigrantes. Eso permitió un enorme desarrollo industrial de las industrias metalúrgica, de minería y química. Alemania pasó a ser la tercera en extracción de carbón y la segunda en la producción de acero. Alemania se abocó a construir una gran flota mercante y de guerra con el objetivo de participar en el reparto colonial de los territorios de ultramar, especialmente los africanos.
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Los Estados Unidos, a partir de su independencia en 1764, comenzaron una extensa etapa de consolidación nacional, crecimiento económico y expansión territorial.

Durante el siglo XIX recibieron una sostenida inmigración de origen principalmente europeo, constituída en alto grado por irlandeses, escandinavos, ingleses, alemanes, absorbiendo los excedentes de población europea especialmente compuesta de campesinos pobres, bien dispuestos a radicarse en tierras inhóspitas cada vez más hacia el Oeste y a aplicarse a las duras labores del campo.

El enorme aporte de población inmigrante no sólo permitió ocupar y colonizar los territorios del centro y el oeste norteamericano; también las ciudades del este tuvieron un enorme crecimiento en sus habitantes. Luego del intermedio ocasionado por la Guerra de Secesión, la inmigracion europea se reanudó y persistió durante décadas, a un ritmo promedial de un millón por año. A fines del Siglo XIX, estaba colonizado todo el territorio entre el Atlántico y el Pacífico, y se habían incorporado al territorio originario Texas, Nuevo Méjico, California, Louisiana y la Florida.

El desarrollo industrial, sobre todo después de la Guerra de Secesión, se extendió sobre todo en los Estados del nor-este, mientras los del sur-centro se convirtieron en grandes proveedores de productos agrícolas. A la expansión de la industria textil del algodón, siguieron la metalurgia y la metalmecánica. Los ferrocarriles se fueron extendiendo a todo el territorio; sobre todo en las líneas de grandes distancias hacia California, los Grandes Lagos, y el golfo de México.

Especialmente en los últimos 20 años del siglo XIX, los Estados Unidos alcanzaron un ritmo sostenido de crecimiento económico; pasaron a ser el primer productor agrícola mundial gracias a la mecanización de la agricultura, se acercaron y a principios del siglo superaron a Inglaterra en las industrias pesadas metalúrgicas y metalmecánicas. El advenimiento de la electricidad y el petróleo como nuevas formas de energía, permitieron el surgimiento de nuevas industrias como la fabricación de automóviles en la que se aplicaron los conceptos de ensamblaje de partes, originalmente empleados en la fabricación de armas.
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Rusia, que había sido incluida entre las grandes potencias europeas, sobre todo luego de la campaña napoleónica, quedó en gran parte fuera del desarrollo industrial del mundo europeo durante el siglo XIX.

Su sistema de producción agrícola continuó siendo casi feudal y fue prácticamente incapaz de generar alimentos para sustentar un fuerte incremento de su población y para generar excedentes capaces de formar capitales que invertir en la industria. El desarrollo del ferrocarril como elemento de interconexión territorial quedó limitado a los fines estratégicos y al objetivo centralizador de Moscú.

Las necesidades de importar productos de la industria metalúrgica, a falta de una propia, absorbieron grandes cantidades de productos agrarios, cuya disponibilidad para la población fue retaceada. Solo hacia finales del Siglo XIX, los descubrimientos de yacimientos de hierro y carbón, y de petróleo, en la zona sur (Crimea, Bakú) permitieron que se iniciaran inversiones industriales, gracias a los capitales extranjeros, principalmente de origen francés; que convirtieron a Rusia en el primer exportador mundial de petróleo a fines del siglo XIX.
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En Japón tradicionalmente aislacionista, la llegada en 1853 de la expedición norteamericana al mando del Comodoro Perry inició un proceso de apertura al comercio con los países de cultura europea. En 1858, se vieron forzados a abrir sus puertos y admitir la penetración comercial de Inglaterra, Rusia, Holanda y Francia. La reacción de los señores feudales nipones a la penetración extranjera terminó en una estrepitosa derrota naval que obligó a los japoneses a entregar sus aduanas.

Un grupo de los principales señores feudales se apoderó entonces del palacio imperial, y nombraron emperador a Mutsú Hitó, dándose así comienzo, hacia 1868, a lo que se denomina el período Meiji (gobierno iluminado) que emprendió una decidida política de modernización y apertura del Japón hacia el mundo, conforme al estilo de los países industrializados de Europa y Norteamérica.

El período Meiji produjo en el Japón una modernización acelerada, impulsada en forma autoritaria por el Estado, que transformó en muchos aspectos la estructura social, política y cultural; pero que principalmente significó un gran desarrollo de las industrias básicas, y de los sistemas de transporte por ferrocarril y por mar.

Otra reforma fundamental fue realizada en el plano educativo, dirigida a preparar excelentes técnicos en todas las disciplinas aplicables a la industria y a la tecnología. La modernización japonesa realizada en el período Meiji tuvo como objetivo dar al Japón un papel de gran potencia industrial del Oriente, por lo cual también dedicó importantes esfuerzos al área militar.



Antecedentes próximos de la I Guerra Mundial.

Hacia 1890, los equilibrios europeos, más o menos mantenidos desde 1815, comenzaron a alterarse de una forma importante.

El extenso período de la pax britannica no había estado exento de conflictos bélicos y de severos enfrentamientos diplomáticos; en buena medida resultantes de los arreglos territoriales arbitrariamente establecidos en el Congreso de Viena.

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Las agitaciones revolucionarias de 1830 habían provocado el levantamiento de Bélgica contra su inclusión en los Países Bajos delineados en el Congreso de Viena, comprometiendo en el conflicto a Francia - que apoyaba a los belgas - con Rusia, que procuraba garantizar el estatuto de Viena. La situación se resolvió en el campo diplomático mediante un acuerdo de neutralización de Bélgica que ulteriormente sería decisivo para la intervención de Inglaterra en la I Guerra Mundial.
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Una buena parte de las tensiones resultantes de los arreglos territoriales del Congreso de Viena quedaron centradas en la situación de Austria; debido a la heterogeneidad de las poblaciones que quedaron insertas en un Estado cuya existencia unificada se asentaba fundamentalmente en el antecedente dinástico del Imperio Austro-Húngaro de los Habsburgo.

Correlativamente, la expansión colonial del Imperio Británico, que incorporó fundamentalmente la India y originó diversas expediciones inglesas en África - como las de Kitchener en el Nilo y las de Stanley en el río Congo - generó la emulación de otras potencias, tales como las aspiraciones francesas y ulteriormente italianas en África del Norte, de belgas y portugueses en el África centro-ecuatorial, de rusos y japoneses en el Extremo Oriente.

La enunciación de la “Doctrina Monroe” por parte de los EE.UU. dejó al continente americano fuera de la carrera colonialista europea. Se conoce con ese nombre, la declaración formulada por el Presidente Monroe de los EE.UU., por la cual determinó que se considerarían actos de hostilidad la intervención de las potencias europeas en el continente americano, con el lema “América para los americanos”; y que consolidó la independencia política de las ex-colonias en América.

A partir de su derrota en la guerra franco-prusiana de 1870, Francia se embarcó en una política dirigida a superar las dificultades económicas - entre ellas el pago de las cuantiosas reparaciones al novel Imperio Alemán - mediante el desarrollo colonial.

A la colonización de Argelia y Túnez en el norte africano, se añadió la penetración en la que pronto pasó a llamarse Indochina Francesa (actuales Laos y Viet-nam) a lo largo del río Mekong, buscando una vía alternativa de acceso a la China. En esos territorios, se desarrolló la producción de arroz y la minería de carbón y otros metales.

La isla de Madagascar, al este de la península africana, se constituyó en otra rica colonia francesa, ocupada en 1883.

El continente africano aparecía, en el último cuarto del siglo XIX, como la zona más atractiva para las ambiciones de las potencias colonizadoras.

Casi desconocido en su interior, y ocupado en gran medida por pueblos primitivos y hasta salvajes - salvo la zona de Egipto y las remanentes de los Califatos musulmanes, principalmente costeros del Mediterráneo - el territorio africano aparecía como la presa más codiciada del reparto colonial, en gran medida agotado en el resto del planeta.

Especialmente las potencias nacionales de reciente surgimiento en Europa, encabezadas por Alemania e Italia, se agregaron a Inglaterra y Francia como aspirantes a participar en el reparto colonial africano; pretendiendo - como dijera el emperador alemán, Guillermo II - tener “un lugar al sol”.



Antecedentes bélicos y políticos inmediatos de la I Guerra Mundial.

Sin lugar a dudas, el punto de partida de la cadena de desarrollos políticos y militares que culminaron en el desencadenamiento de la I Guerra Mundial, lo constituyó el cambio que en el equilibrio europeo se produjo a consecuencia de la unificación de Alemania, de que fuera artífice principal Bismarck, el “Canciller de Hierro”. El objetivo de Bismarck de unificar políticamente a la nación alemana, chocaba con la dificultad de que significaba alterar la distribución territorial establecida en el Congreso de Viena. Por lo tanto, lo llevó a cabo explotando hábilmente las situaciones que afectaban a las demás potencias.

Su primer jugada consistió en incorporar a Prusia los ducados del sur de Dinamarca, de población predominantemente alemana. Aprovechó para ello la falta de sucesión masculina del rey Federico II de Dinamarca para invocar la ley sálica (que no admite la sucesión del Trono por vía femenina) e invadir a su muerte en 1863, los ducados de Schleswig y Lauenburg. Pero, al mismo tiempo, chocó con la resistencia de Austria, que se apoderó del ducado de Hoslstein.

Las tensiones surgidas entre Prusia y Austria a raíz de los recelos de esta última por el afianzamiento del poderío prusiano, llevaron a que - apoyándose hábilmente Bismarck en la rivalidad de Rusia con Austria respecto de los territorios balcánicos - se desatara en 1866 la guerra Austro-Prusiana. Prusia fue apoyada igualmente por Francia, que deseaba desplazar a Austria de las posesiones en el norte de Italia para facilitar la unificación italiana. Las ventajas militares prusianas derivadas de su red de ferrocarriles y de la posesión de modelos más avanzados de armas, llevaron prontamente a la derrota de Austria, en la batalla de Sadowa.



La guerra franco-prusiana de 1870.

Luego de haber incorporado los ducados dinamarqueses, y de haber vencido a Austria ante la pasividad de la Francia de Napoléon III y de Rusia, el objetivo unificador eran las provincias francesas de Alsacia y Lorena, sumamente ricas en hierro y carbón; lo que tuvo lugar como resultado de guerra Franco-Prusiana de 1870.

A raíz de la vacancia del trono español, el Emperador Napoléon III de Francia se opuso firmemente a que el príncipe alemán de Hohenzollern llegara a ocuparlo. Cuando el príncipe decidió renunciar a ocuparlo, el gobierno francés agregó la exigencia de que el Rey de Prusia se comprometiera a que nunca un príncipe Hohenzollern volvería a pretender el trono español.

Bismarck utilizó las presiones francesas, haciendo aparecer como un ultimátum el “telegrama de Ems” - así llamado por la localidad balnearia donde estaba el Rey al recibirlo; lo que desencadenó la declaración francesa de guerra, el 19 de julio de 1870.

La guerra se desarrolló rápidamente. Los prusianos movilizaron habilmente su ejército y derrotaron a los franceses en las batallas de Sedan y Metz en setiembre de 1870. El Emperador Napoléon III fue hecho prisionero; el gobierno francés huyó a Versailles, y en París asediado por el ejército prusiano, se instaló el regimen de la Comuna, finalmente derribado por el ejército al mando del Gral. Mac-Mahon que había sido derrotado en Sedan. Por el Tratado de Frankfürt, las provincias de Alsacia y Lorena quedaron en poder de Prusia, y Francia debió aceptar el pago de cuantiosas reparaciones de guerra; además de haber tenido 175.000 muertos y 400.000 prisioneros.

La guerra franco-prusiana de 1870 fue el primer gran conflicto en que Alemania apareció en el escenario europeo como una potencia militar en expansión; a la vez que dejó establecida la rivalidad nacional franco-alemana.



Establecimiento del Imperio Alemán.

En 1871, se formalizó la unificación de Alemania. Mientras el ejército prusiano sitiaba París ya al final de la guerra franco-prusiana, en el Salón de los Espejos del Palacio de Versailles - como simbolizando la preeminencia alemana sobre Francia - fue proclamado el nacimiento del Imperio Alemán, siendo su Emperador, el hasta entonces Rey de Prusia, Guillermo I.

En el período que transcurrió hasta 1890, Alemania se convirtió en una gran potencia industrial; disponiendo por una parte de las indemnizaciones pagadas por Francia luego de la guerra, de las ventajas comerciales provenientes de la unión aduanera o zollverein y en base a la política de mecanización agrícola unida al uso intensivo de fertilizantes, y de promoción de las grandes empresas integradas - los kartels - especialmente para la explotación de los importantes yacimientos de hierro y carbón de la Lorena conquistada a Francia. Así surgieron grandes industrias metalúrgicas, desarrollándose especialmente una industria química que pronto llegó a ser la más grande del mundo.

La organización alemana se completó con importantes inversiones gubernamentales de infraestructura, en ferrocarriles, puentes y canales interiores navegables; y con un sistema financiero que permitió disponer de abundantes capitales y créditos. Todo lo cual pronto convirtió a Alemania en una gran potencia económica e industrial.



El nuevo sistema de alianzas de Bismarck.

A impulsos de Bismarck, un nuevo sistema de alianzas surgió en Europa a partir del último cuarto del siglo XIX.

A partir de la derrota de Francia y obtenido el objetivo unificador de Alemania, la política de Bismarck se orientó a consolidar al nuevo Estado alemán, con una acción diplomática dirigida a evitar enfrentamientos con las otras potencias europeas, especialmente Inglaterra y Rusia.

Desde 1871, Bismarck se convirtió en un pacifista. Su principal objetivo de política internacional, pasó a ser el aislamiento diplomático y militar de Francia, para impedirle posibles alianzas con otras potencias, que le permitieran recuperar los territorios perdidos en la guerra de 1870.

Procuró el rápido pago de las indemnizaciones de guerra por parte de Francia, para estar en condiciones de devolverle los otros territorios que el ejército alemán seguía ocupando en garantía de ello.

Pero la inestabilidad política que en Francia, sucediera a la caída de Napoleón III, había determinado el ascenso del partido monárquico; lo que hacía recelar a Alemania de una restauración que les permitiera aliarse con otras potencias monárquicas, especialmente Austria y Rusia.

Entonces, variando radicalmente sus posiciones anteriores, Bismarck procuró una acercamiento con Austria y Rusia. Hecho primeramente un pacto con el emperador de Austria en 1872, Bismarck propició una reunión del Emperador Alemán Guillermo I con el austríaco Francisco José y el Zar de Rusia Alejandro II, en lo que se llamó el pacto de los tres Emperadores. Pero este acuerdo tuvo corta vida.

A los naturales recelos que suscitaba en Rusia la política unificadora de Alemania, se agregaban las ambiciones austríacas sobre diversos territorios de los Balcanes (Serbia, Bosnia-Herzegovina) y otras áreas de la península griega, pertenecientes al declinante Imperio Otomano (Turco).

Eso suscitaba preocupaciones en Rusia, permanentemente atenta a su objetivo de obtener acceso a puertos de aguas calientes de la zona del Mediterráneo y muy atenta en consecuencia a la llamada “cuestión de los estrechos” entre el Mediterráneo y el Mar Negro.

Las pretensiones de Austria-Hungría sobre el territorio de los Balcanes, competían con las similares de Rusia. En 1878, Bismarck convocó un Congreso en Berlín para afrontar la cuestión balcánica; del cual resultó favorecida Austria-Hungría, al anularse el Tratado de San Stefano que despojó a Rusia de los frutos de su victoria en la reciente guerra con Turquía, y asignó a Austria-Hungría los territorios de Bosnia y Herzegovina, permitiéndole expandirse hasta Salónica. Eso produjo el consiguiente enfriamiento de las relaciones entre Rusia y Alemania, ya claramente inclinada en favor del Emperador Francisco José.

De tal manera, cuando en 1881 Francia - sutilmente alentada por Bismarck - se apoderó del territorio africano de Túnez, en el norte de África, sobre la que Italia tenía ambiciones coloniales; Bismarck negoció la incorporación del Rey de Italia al “pacto de los Emperadores”.



El Congreso de Berlín de 1885.

En 1885 se realizó en Berlín - ciudad a la cual Bismarck insistía en colocar en la posición de centro de la actividad diplomática europea - una conferencia cuyo objetivo fue establecer las reglas a ser aplicadas para determinar la legitimidad de la adquisición de colonias; y proceder a repartirse los territorios susceptibles de ser colonizados, entre las potencias europeas. Allí se estableció el principio de que no bastaba con la ocupación de algunas bases en las costas sino que se requería la efectiva ocupación de los territorios. A partir de ella, la pugna por colonizar los territorios de África, Oceanía, el Sur y el Sudeste asiático, se intensificó.

Inglaterra - que se había opuesto en el Congreso de Berlín a validar el Tratado de San Stefano - mantenía con Rusia importantes diferencias fronterizas respecto de la India, y también chocaba en sus intereses coloniales con Francia. Aunque oficialmente mantenía la política denominada de “espléndido aislamiento”, teniendo en consideración la orientación pacifista y moderada asumida por Bismarck, se inclinaba a apoyar a Alemania.

Por su parte, tras la derrota de 1870, Francia había establecido su 3ª República; y a pesar de la importante inestabilidad política logró una sustancial recuperación. No obstante haber atravesado una grave crisis económica a partir de 1882, y el escándalo resultante del fracaso en el intento de construir el Canal de Panamá, en 1892; a partir de 1899 Francia logró una relativa estabilidad política bajo los gobiernos “radicales” en que intervenían principalmente Waldeck Rousseau y Georges Clemenceau. El primero de ellos propició una importante reforma militar, que hacia 1914 había colocado a Francia en posesión de un ejército bastante fuerte, de acuerdo a las condiciones de su época.

Rusia - frustradas sus espectativas en cuanto al Estrecho de los Dardanelos - orientó sus ambiciones coloniales hacia el Océano Pacífico por el Este, y hacia el siempre buscado puerto de aguas calientes, en la dirección de Port Arthur. Sus objetivos parecieron ser la explotación de las riquezas de Siberia. Así fue se que empeñó en la Guerra Ruso-Japonesa de la que saldría ignominiosamente derrotada en Mukden, en territorio chino.



Ascenso del Káiser Guillermo II como Emperador de Alemania.

En 1890 el trono del Imperio Alemán pasó a manos del “Káiser”, Guillermo II de Prusia. A pesar de la obra realizada bajo el gobierno de Bismarck, que había colocado a Alemania entre las grandes potencias industriales modernas, una de las primeras decisiones del Káiser fue destituirlo.

Se le reprochó haber mantenido a Alemania fuera del reparto colonial, haber tolerado la supremacía naval de Inglaterra y la permanente expansión de sus dominios coloniales. Para Guillermo II, Inglaterra era claramente el obstáculo a que Alemania alcanzara “su lugar en el sol”, como reiteradamente expresaba. En modo especial, Inglaterra se preparaba a conquistar las Repúblicas de los Boers en el sur africano, y había apoyado las acciones de los norteamericanos en las Filipinas; territorios ambos sobre los que Alemania había puesto la mirada como posibles zonas de su propia expansión colonial.

El Káiser sintetizó su política en una frase: “Nuestro porvenir está en el mar”; significando claramente que el objetivo era retar el dominio naval inglés. Lo cual, necesariamente, llevó a que Inglaterra se uniera a la alianza franco-rusa.



La “Entente Cordiale” franco-británica de 1904.

En cierto momento, el Káiser pudo suponer que podría entenderse con Francia y Rusia, en contra de Inglaterra. En 1898, pareció que Francia e Inglaterra podrían llegar a la guerra, a causa de sus rivalidades territoriales en África; luego de las expediciones de Kitchener y Marchand. Al parecer los franceses, enfrentados a optar entre Inglaterra y Alemania, revivieron su fidelidad hacia “la cuestión de Alsacia-Lorena”. A su vez Inglaterra percibía ya la necesidad de lograr apoyos para afrontar el reto naval alemán.

El ascenso al trono británico del rey Eduardo VII, firme simpatizante de Francia, condujo al establecimiento de lo que se llamó la “entente cordiale”; política de abierto entendimiento entre Francia e Inglaterra mediante la cual ambos países emprendieron fuctíferas negociaciones para zajar sus diferencias. Ello culminó en el acuerdo anglo-francés de 1904, por el cual Francia reconoció la supremacía inglesa en Egipto, e Inglaterra depuso toda oposición a la expansión francesa en Marruecos. Francia e Inglaterra, distanciadas políticamente desde la Guerra de los Cien Años, iniciaron así una alianza que habría de perdurar a través de todos los conflictos bélicos siguientes.

Para el Emperador Guillermo II, el acuerdo franco-británico de 1904 - que se consideró obra fundamental del Rey Eduardo VII más que del propio gobierno “tory” - fue indicación clara de que Inglaterra volvía a su antigua política del “equilibrio continental”; dirigida a evitar el surgimiento de un poder predominante en el continente europeo mediante la táctica de apoyar siempre al más débil de los bloques. No se dudaba en Alemania de que prontamente habría de surgir un pacto similar entre Inglaterra y Rusia, la “Triple Entente”.

Berlín dejaba de ser el centro diplomático de Europa, como en los tiempos en que Bismarck presidía el Concilio de las Naciones; por primera vez, desde entonces, un Tratado importante se celebraba sin que Alemania participara. Desde entonces, Alemania se consideró encerrada en un “círculo de hierro” dirigido a impedirle su expansión colonial y mercantil; y a provocar la revocación del Tratado de Frankfürt y la devolución a Francia de Alsacia-Lorena y las enormes riquezas que representaba ahora la llamada “Cuenca del Rhur”.

Puede decirse que con el acuerdo franco-británico de 1904, se inició el período de lo que se llamó posteriormente “La paz armada” en Europa.



La Conferencia de Algeciras.

Aumentaron crecientemente las tensiones políticas y diplomáticas en Europa. Alemania desembarcó en Tánger, proclamando la divisibilidad de Marruecos; y de inmediato reclamó que la cuestión de Marruecos fuera sometida al veredicto de un Consejo de Naciones. El primer Ministro francés Delcassé se opuso, pero tuvo que renunciar. La Conferencia de Naciones que debía resolver el asunto de Marruecos fue convocada a reunirse el Algeciras. El Káiser felicitó al Canciller alemán von Bülow por lo que consideró un brillante triunfo.

Sin embargo, en la Conferencia de Algeciras, Alemania salió derrotada. Inglaterra apoyó firmemente a Francia, al igual que Rusia. Italia no acompañó a Alemania, lo que prácticamente inició el fin a su participación en la Triple Alianza. Solamente Austria-Hungría apoyó a Alemania; de modo que la influencia de Francia en Marruecos quedó consolidada. Lejos de lograrse la aspiración alemana de separar a Francia e Inglaterra, su alianza resultó fortalecida. Al mismo tiempo, se sentaron las bases para que Italia se alejara de sus antiguos aliados, y se acercara a Francia e Inglaterra.

A partir de Algeciras, en Francia se percibió claramente la amenaza alemana. La “paz armada” constituyó, a partir de allí, un período en el cual Francia se aplicó a preparar sus ejércitos; y si bien su potencial en 1914 fué inferior al de Alemania, llegaba a ser muy superior al que existía en 1905.

También fue general en el público europeo la apreciación del incidente de Tánger, como claro signo de una guerra próxima e inevitable. Hasta la Conferencia de Algeciras, perduraba en Europa la concepción del Concierto Europeo nacido del Congreso de Viena; pero a partir de ella se vio claramente que había fenecido. Ahora había en Europa dos grupos de grandes potencias industriales y militares, claramente enfrentados.

No ocurrió lo mismo en Inglaterra. El gobierno “tory” (del Partido Conservador) fue sustituído por otro del Partido Liberal, que se dedicó fundamentalmente a atender las cuestiones de política interna y la situación en Irlanda. Solamente de tanto en tanto, se levantaba en el Parlamento la voz de Lord Roberts recordando el peligro alemán y reclamando una mayor preparación militar; pero sin alcanzar eco. De todos modos, Inglaterra no descuidó su política de construcciones navales.


La revolución de los “Jóvenes turcos” y el incidente de Bosnia.

Como se había previsto, Rusia ingresó en 1907 a la “entente cordiale”. Inglaterra había sido varias veces la que había impedido que Rusia dominara Constantinopla y el Estrecho de los Dardanelos que le daría acceso al Mar Mediterráneo, por entonces un lago inglés. También habían surgido incidencias fronterizas entre el territorio ruso y los de la colonia inglesa en la India.

En ese año, se suscribió un acuerdo entre Inglaterra y Rusia totalmente similar al realizado con Francia; por el cual ambos países alcanzaban términos de arreglo de sus diversas fricciones. En especial, Inglaterra y Rusia delimitaban sus respectivas zonas de influencia en Persia, y tácitamente Inglaterra dejaba de lado su oposición a que Rusia pudiera dominar Constantinopla.

La reacción del Emperador Alemán fue expresada en este caso por Austria-Hungría. En Constantinopla había llegado al poder un nuevo partido, denominado “Los Jóvenes Turcos”. Al principio, pareció que ello aliviaría la situación de los pueblos sometidos a los otomanos - especialmente griegos, búlgaros y armenios - pero prontamente se hizo patente que sus designios, por el contrario, apuntaban a restaurar el viejo Imperio Otomano, sometiendo nuevamente a los territorios balcánicos de Bulgaria, Serbia, Bosnia y Herzegovina, que el Congreso de Berlín de 1878 había colocado bajo el protectorado del trono de los Habsburgo.

De tal manera que, en 1908, Austria-Hungría proclamó la anexión de Bosnia. En realidad, si bien el protectorado de Austria-Hungría había aportado grandes progresos a Bosnia - construyendo ferrocarriles y carreteras y favoreciendo el desarrollo industrial - nunca había efectuado una ocupación importante de su territorio.

Aunque Turquía no tenía medios de impedir el designio austríaco; en cambio Serbia - que había ambicionado siempre incluir en su territorio los varios millones de eslavos cristianos que habitaban en Bosnia y Herzegovina y que de hecho era un protegido de Rusia - movió a que el Zar protestara firmemente, acusando a los austríacos de considerar los acuerdos del Congreso de Berlín como meros trozos de papel. Francia e Inglaterra apoyaron la posición rusa.

Alemania se alineó firmemente con Austria-Hungría, lo que colocó a las potencias de la Entente en la alternativa de aceptar los hechos, o ir a la guerra. Pero la situación no habilitaba esa opción; Rusia acababa de ser derrotada por Japón, Francia estaba militarmente débil, e Inglaterra no tenía demasiado entusiasmo como para llegar a la guerra por tal causa. De todos modos, a partir de ese momento, la política rusa orientó sus intereses futuros hacia los Balcanes.



El incidente de Agadir.

Luego de la Conferencia de Algeciras, la situación de Marruecos se deterioró; produciéndose una verdadera anarquía interna. Francia envió tropas para salvaguardar la propiedad de los franceses en Casablanca y la frontera. Ello resultó en una nueva controversia con Alemania, que adujo que los franceses incumplían un acuerdo que regulaba los intercambios comerciales entre el Congo francés y el Camerún alemán; de modo que en 1911 Alemania se consideró libre de volver a intervenir en Marruecos, a pesar de lo resuelto en Algeciras.

Al mismo tiempo, también en 1911, estalló en Fez una revuelva de los moros, lo que hizo que Francia enviara una expedición a sofocarla; que los alemanes consideraron demasiado prolongada. El Káiser envió a la ciudad puerto de Agadir el crucero alemán Panther; al tiempo que en la prensa alemana se proclamaba que Marruecos del Oeste era alemán.

La tensión diplomática consiguiente fue enorme; y la guerra entre Alemania y Francia pareció inminente. Alemania requería, para dejar Marruecos a Francia, que se le compensara con la mayor parte de las posesiones francesas del África central. Inglaterra, apoyaba firmemente a Francia.

La reacción política en Francia fue inusual. El publico francés se manifestó totalmente contrario a aceptar el desafío alemán. El gabinete de Caillaux, inclinado a aceptar las pretensiones alemanas, fue derrocado y sustituído por otro encabezado por Raimond Poincaré e integrado por el otrora ministro antialemán Delcassé.

Por su parte, el primer Ministro inglés Lloyd George, aseguró en un discurso público que el gobierno británico no iba a permitir que se ignorase la posición inglesa.

Alemania, ante eso, cambió totalmente de posición; y se avino a negociar con Francia un acuerdo reconociendo plenamente los derechos franceses en Marruecos, a cambio de una pequeña porción de territorio africano, practicamente inservible, en el Congo.

La humillación alemana de Agadir fue atribuída al Káiser; aunque éste parece haber optado por la paz luego de considerar que Alemania no estaba suficientemente preparada para la guerra. Su impopularidad fue enorme; y reveló el estado belicista de la opinión alemana.

Luego del incidente de Agadir, ya nadie dudaba en Europa de la inminencia de la guerra. Francia estableció de inmediato un programa de servicio militar obligatorio de tres años; Alemania impuso un plan de recaudación de fondos para el presupuesto de guerra.



La ocupación de Tripolitana por Italia.

El incidente de Agadir convenció a los italianos de que podrían repetir el episodio. Italia pretendió, en consecuencia, recibir una compensación a cambio de la anexión de Bosnia por parte de Austria-Hungría e inició operaciones navales en el Adriático, en vista de atacar a Tripolitania, posesión turca en el norte de África.

La guerra se desarrolló con cierta lentitud, sin mucho éxito para las armas italianas; pero inesperadamente los turcos se rindieron, entregando Trípoli a Italia en el Tratado de Lausanne.

El episodio mostró las fisuras de la Triple Alianza. Tanto Austria-Hungría como Alemania reprocharon a Italia por su deslealtad de atacar a una potencia que, como Turquía, se consideraba integrante de la alianza de las llamadas Potencias Centrales; pero en definitiva no pasaron de esas declaraciones. Italia quedó así, definitivamente fuera de la Triple Alianza.



Primer guerra de los Balcanes. Conferencia de Londres.

La rápida rendición turca ante Italia, había obedecido a la situación que Turquía enfrentaba en sus dominios de los Balcanes.

Los pueblos balcánicos de raíz cristiana, griegos, búlgaros y serbios - dejando de lado odios ancestrales - se unieron para luchar contra el programa restaurador de los Jóvenes Turcos musulmanes. Tal intento hubiera sido imposible bajo el Concierto Europeo integrado por Turquía; pero en el equilibrio bipolar entre la Triple Alianza y la Triple Entente, Rusia pudo fomentar una alianza favorable a sus afinidades, entre los eslavos de los Balcanes.

La guerra de los Balcanes se resolvió en una pronta derrota de los turcos. Los búlgaron los derrotaron en la batalla de Lule Burgas, sitiaron Andrinópolis y llegaron hasta las puertas de Constantinopla. Los serbios ocuparon Kumanova y Uskup, y descendiendo por el valle de Vardar llegaron a Salónica donde se unieron a los griegos y búlgaros. Los griegos ocuparon Salónica, y conquistaron todo el norte del Epiro.

La rápida victoria de los integrantes de la Liga Balcánica, agitó a las potencias europeas. En cierto modo, el Concierto Europeo se reactivó. Los balcánicos fueron notificados de que no se les permitiría ocupar Constantinopla, y convocados a una conferencia en Londres para examinar la situación.

La rápida e inesperada acción de la Liga Balcánica significaba un grave obstáculo a los propósitos de los Imperios Centrales. Un Estado serbio al este de Austria, claramente pro-ruso y protegido por Rusia, inclinado a liberar a millones de eslavos bajo el Imperio de los Habsburgo, no les resultaba concebible. Aún Italia no veía con buenos ojos la presencia griega al norte de la antigua Macedonia, ni la expansión de los eslavos hacia el sur y sobre el Adriático.

Austria-Hungría propuso erigir un Estado albanés, en la costa del Adriático. Los albaneses deseaban por cierto ser libres y no estar sometidos a un gobierno griego o eslavo; pero el objetivo austríaco era romper la Liga Balcánica, e impedir que Serbia tuviera acceso al mar. Serbia requeriría seguramente una compensación territorial a expensas de Bulgaria; ya que, aunque antes de iniciarse la guerra ambos países habían acordado repartirse Macedonia, era Serbia la que la había ocupado efectivamente.

Mientras se realizaban aparatosas negociaciones entre Austria y Rusia para delimitar la frontera de las futuras Albania y Serbia, Bulgaria se retiró abruptamente de la Conferencia, retomó el combate ocupando Andrinópolis, y retornó luego a la Conferencia. Los miembros de la Liga lograron un complejo acuerdo para dividir el territorio conquistado a los turcos; pero finalmente Bulgaria, influida por Austria-Hungría, rechazó lo acordado y reclamó el cumplimiento de su pacto de pre-guerra con Serbia, manteniendo sus tropas en Salónica.



Segunda guerra de los Balcanes. Tratado de Bucarest.

A fines de julio de 1913, un poderoso ejército búlgaro atacó a los Serbios en el Bregalnitza; pero fueron finalmente batidos por los griegos que avanzaron desde Salónica y los búlgaros debieron retirarse de toda Macedonia. Los rumanos entraron a Bulgaria por el norte, dirigiéndose a Transilvania y Bukovina; al tiempo que los turcos aprovecharon para recuperar Tracia y Andrinópolis.

La situación fue resuelta en el Tratado de Bucarest, que si bien consolidó la derrota búlgara, erigió en los Balcanes una Serbia muy fortalecida y una aumentada influencia rusa. Serbia conservó toda Macedonia, y surgió como un Estado de relativa importancia territorial, especialmente para el enredado panorama de los Balcanes. Grecia retuvo la costa hasta Salónica; los turcos conservaron Tracia; Bulgaria apenas pudo obtener un corredor junto a la costa, entre Rodas y el Egeo.



Consecuencias: el polvorín de los Balcanes.

La situación emergente de las guerras de los Balcanes, fue terriblemente peligrosa para la perduración de la paz. La rivalidad entre Austria-Hungría y Serbia, originada en la anexión de Bosnia por el Imperio, se agravaba enormemente. Serbia había incrementado mucho su dominio territorial; pero lo peor era que los serbios, enardecidos por sus victorias recientes contra turcos y búlgaros, creían ahora que constituían una potencia militar. Además, varios millones de serbios y croatas vivían fuera de sus fronteras, bajo el dominio de alemanes y húngaros, dentro de los dominios de los Habsburgos.

Asimismo, ahora Rusia consideraba a Serbia como un Estado eslavo amparado bajo su protección, al que nunca permitiría que Austria-Hungría llegara a atacar. En la Conferencia de Londres, Rusia se había tomado revancha de haber tenido que tolerar la ocupación austríaca de Bosnia, apoyando firmemente las pretensiones serbias. Asimismo, luego de la segunda fase de la guerra Balcánica, en el Tratado de Bucarest, Rusia había vetado terminantemente toda posibilidad de acceso austríaco al mar Egeo; y propiciado el dominio eslavo hasta Trieste, sobre el Adriático, contrario a los intereses de alemanes y húngaros de tener una salida al mar, y nada grato a los italianos.

Inmediatamente de firmado el Tratado de Bucarest, Austria-Hungría quiso obtener la anuencia italiana para atacar a Serbia; pero no lo logró, de modo que debieron aguardar a 1914.

Al cabo de diez años de la decisión inicial del Káiser Guillermo II de desafiar el poderío naval inglés, una firme alianza de Inglaterra con Francia y Rusia había impedido el logro de los objetivos alemanes en Tánger y Agadir, y habían frustrado los propósitos austríacos en los Balcanes. La influencia de Alemania en Europa estaba cuestionada; la seguridad de Austria-Hungría seriamente comprometida.

Sin embargo, en ese período, Alemania había fortalecido su infraestructura logística e industrial y su poderío militar, muy por encima de Francia, que era la que más se le aproximaba.

Entretanto, el Tratado de Bucarest que supuestamente restauraba la paz en el ambiente étnica y religiosamente complicado de los Balcanes, en realidad había convertido la zona en un verdadero polvorín; que al estallar envolvería a toda Europa y a gran parte del resto del mundo en la guerra más terrible hasta entonces ocurrida.



Estallido de la I Guerra Mundial.

El 10 de agosto de 1913 fue firmado el Tratado de Bucarest. El Káiser desestimó los intentos de introducirle modificaciones por parte de Austria-Hungría, Rusia e Italia, e hizo saber al Rey de Grecia, su cuñado, que lo reconocía como definitivo. Europa recuperó la tranquilidad después de los dos últimos años de enormes tensiones bélicas y políticas.



El atentado de Sarajevo.

Diez meses después, el 28 de junio de 1914, el heredero del trono de los Habsburgo, el Archiduque Francisco Fernando, paseaba por las calles de Sarajevo, capital de Bosnia-Herzegovina, cuando fue asesinado mediante una bomba arrojada a su paso por Gavrilo Princip, un joven de nacionalidad serbia.

El atentado se consideró consecuencia de la creciente agitación propagandística que tenía lugar en Bosnia, con aquiescencia del gobierno de Belgrado y la simpatía de Rusia, en favor de la incorporación de Bosnia a Serbia.

Durante casi un mes, el episodio no tuvo otra consecuencias que las de una cada vez menor atención en la prensa. Pero el 23 de julio, Austria-Hungría presentó a Serbia un terminante ultimátum.

El ultimátum austríaco exigía que, en un plazo de 48 horas, el gobierno serbio condenara la propaganda dirigida contra Austria-Hungría, y “... el conjunto de tendencias que se dirigen, en definitiva, a separar de la monarquía austro-húngara determinados territorios que forman parte de ella”; y además que se comprometiera:

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A suprimir todas las publicaciones que incitaran al odio y al desprecio de la monarquía austríaca, y cuya tendencia general se dirigiera contra la integridad territorial de Austria-Hungría;
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A disolver inmediatamente todas las asociaciones patrióticas serbias contrarias a Austria, y se detuviera a todos sus dirigentes;
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A aceptar la colaboración de los órganos del gobierno austríaco para la eliminación dentro de su territorio de los movimientos subversivos cuyo objetivo fuera atentar contra la integridad territorial de la monarquía austro-húngara;
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A iniciar de inmediato una investigación judicial para identificar a los participantes en “el complot del 28 de junio” que se encontraran en el territorio serbio, dando participación directa a órganos delegados del gobierno imperial.

El ultimátum austríaco creaba una situación prácticamente insoluble.

Era evidente que los austríacos, al enviarlo, sabían perfectamente los riesgos de guerra que implicaba. Toda Europa comprendió que el ultimátum era directamente un reto a Rusia, y que de ninguna manera el gobierno austro-húngaro lo hubiera enviado si no contrara con un compromiso alemán de darle apoyo.

Rusia, como protector explícito de Serbia y de todos los pueblos eslavos de los Balcanes, se veía colocada en la disyuntiva de admitir que Austria-Hungría de hecho sojuzgara a los serbios luego de haberse apoderado de Bosnia; y así perder todo ascendiente político sobre los pueblos eslavos de los Balcanes y del resto de Europa. Si Rusia ponía su peso del lado de los serbios, ello implicaba hacer palpable la extensión de su influencia hasta las fronteras mismas del Imperio de los Habsburgos; y era impulsar a Austria-Hungría a la guerra.

En los hechos, la agitación paneslavista había alcanzado enorme incidencia en un Estado en el que, como ocurría en Austria-Hungría, vivían 10 millones de alemanes y otros 10 millones de húngaros, gobernando excluyentemente sobre una población eslava de 25 millones. La explotación propagandística de esa situación por parte de la Serbia recién establecida, era manifiesta. La complacencia rusa con tal situación, era una manifestación más de la antigua rivalidad entre los Romanoff y los Habsburgo en los Balcanes, ambientada en la explosiva situación étnica y religiosa que aún ahora los caracteriza.

El día 24 de julio, Austria-Hungría notificó a Rusia que no tenía ninguna intención de anexar territorio Serbio. Rusia solicitó se prorrogara el plazo del ultimátum. El día 25, al tiempo que Rusia anunciaba publicamente su respuesta de apoyo al pedido de protección recibido del príncipe heredero de Serbia, Austria-Hungría se negó a otorgar esa prórroga. El mismo día, Serbia comunicó a Austria-Hungría la aceptación de casi todos los planteos del ultimátum proponiendo que los restantes fueran sometidos a un arbitraje. Austria-Hungría repuso de inmediato que ésa no era una respuesta satisfactoria.

El 25 de julio, que era domingo, Sir Edward Grey el Canciller inglés - que en la Conferencia de Londres tanto había bregado por alcanzar acuerdos entre las potencias allí enfrentadas - inició una misión negociadora. Propuso que tanto Austria-Hungría como Serbia aceptaran someterse a una mediación a cargo de las potencias que no estaban directamente interesadas en la cuestión: Gran Bretaña, Francia, Italia y Alemania. Rusia apoyó esa propuesta; pero Alemania - que posiblemente había aprobado previamente el ultimátum austríaco - aunque hubiera podido inducir a su aliada a aceptarla, condicionó su apoyo a que Inglaterra obtuviera que Rusia abandonara sus pretensiones de influencia en los Balcanes.

Ante la negativa alemana, Sir Edward Grey invitó al gobierno alemán a proponer otra fórmula de mediación. Pero el mismo día 25, Alemania se había dirigido a Francia y a Inglaterra proponiendo “localizar” el conflicto, para lo cual debían presionar a Rusia a mantenerse neutral, lo que significaba permitir que Austria-Hungría se impusiera sobre Serbia. Tanto Francia como Inglaterra desecharon esa propuesta.

El miércoles 28 de julio de 1914, Austria-Hungría declaró la guerra a Serbia.

El Káiser, que estaba viajando por Noruega al emitirse el ultimátum austríaco y había regresado a Berlín el domingo 25, dirigió al Zar de Rusia un mensaje proponiéndole dejara a Austria en libertad para aplicar un correctivo a Serbia. El Zar propuso someter el caso a un arbitraje; a lo que el Káiser nunca respondió.

Habían comenzado ya las movilizaciones militares. Austria había movilizado sus fuerzas hacia Serbia de inmediato. El 25 de julio Rusia notificó a Alemania que comenzaba una movilización contra Austria, pero que ello no encerraba ninguna intención agresiva hacia Alemania. El 29 Alemania planteó al gobierno inglés la posibilidad de que la Gran Bretaña se mantuviera la margen en caso de guerra; la respuesta fue terminantemente negativa.

Sir Edward Grey hizo un último esfuerzo, proponiendo que Austria se limitara a una expedición punitiva contra Serbia, comprometiéndose a detener su avance en un punto convenido para luego someter la cuestión a una conferencia de las potencias. Austria y Rusia aceptaron; pero el día 30 Alemania envió a Rusia un ultimátum, concediendo 12 horas para que cesara su movilización; lo que fue ignorado por Rusia.

El 31 de julio de 1914, Alemania declaró la guerra a Rusia.

Se ponía en práctica - una vez más - el concepto enunciado por Clausewitz, de que “la guerra es la continuación de la diplomacia por otros medios”.



El “plan Schlieffen“. La situación en cuanto a la neutralidad de Bélgica. Aprestos bélicos en vía diplomática.

Desde 1905, el Estado Mayor alemán había desarrollado un plan para la hipótesis de guerra de Alemania contra Francia, conocido como el Plan Schlieffen:

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La apreciación de situación - en función de la alianza franco-rusa - consideraba que Rusia no disponía de una estructura logística adecuada para movilizar rapidamente sus ejércitos contra Alemania; en tanto que Inglaterra no tenía un ejército numeroso.
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La idea de maniobra, consistía en atacar rapidamente a Francia, considerando que su inferior capacidad industrial y su menor población la hacía poco defendible; además de que disponía de un armamento menos moderno que el alemán.
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El movimiento estratégico, determinaba avanzar hacia Francia a través del territorio de Bélgica, que protegida por su status de neutralidad, se consideraba inadecuadamente defendida.

No puede caber duda de que el Plan Schlieffen era conocido de las demás potencias en conflicto. Las gestiones diplomáticas acerca de la situación de Bélgica, fueron febriles.

El 25 de julio, Rusia había solicitado al Embajador inglés que Inglaterra se comprometiera a la par de Rusia y Francia; convencida de que sólo eso podría disuadir a Alemania. Pero el gobierno inglés, incluído el propio Rey Jorge, no consideró posible comprometer ese apoyo atendiendo al estado de la opinión pública. Aún luego de que Alemania hubo declarado la guerra a Rusia, el Presidente francés solicitó directamente al Rey Jorge el compromiso de apoyo británico, sin obtener respuesta favorable. Sin embargo, el Canciller inglés también hizo saber al gobierno alemán que no debía interpretar los esfuerzos de paz de Inglaterra como indicación de que, de haber un conflicto armado, no participaría en él.

El 29 de julio, el gobierno alemán había indicado al gobierno inglés, que si Inglaterra se mantenía neutral, se respetaría la neutralidad de Holanda y se garantizaría la independencia de Bélgica siempre que no se declarara contra Alemania. Además, prometía no anexarse territorio francés. Todo lo cual fue correctamente entendido en el sentido de que Alemania no se comprometía a respetar la neutralidad belga, ni a no anexarse colonias francesas. El 30 de julio, el gobierno inglés rechazó esas proposiciones, calificándolas de “vergonzosas”.

El mismo 30 de julio, Francia recordó a Inglaterra el compromiso diplomático asumido entre ambas en 1912, luego del incidente de Agadir, de consultarse mutuamente en caso de verse amenazada la paz europea. Esto implicaba establecer operaciones conjuntas; pero los ingleses dieron respuestas vagas al respecto.

De todos modos, el 31 de julio Inglaterra planteó tanto a Francia como a Alemania, la interrogante de sus intenciones respecto de la neutralidad belga, que tanto Gran Bretaña como Rusia, Prusia y Austria se habían comprometido a garantizar por los Tratados de 1839 y 1870. Francia asintió de inmediato; pero el embajador alemán en Londres consultó si una promesa alemana de respetar la neutralidad belga significaría el compromiso inglés de neutralidad; lo que fué terminante rehusado.

El 2 de agosto, Inglaterra se comprometió ante Francia - en base a un acuerdo naval que habían establecido antes por el cual Francia protegía la flota inglesa del Mediterráneo e Inglaterra las costas del Mar del Norte y el Atlántico - a defender la costa atlántica de Francia si fuera atacada por la armada alemana.

Ante ello, Alemania notificó a Inglaterra, el 3 de agosto, que se abstendría de atacar a Francia por mar, a condición de que Inglaterra se mantuviera neutral; pero no asumió un compromiso similar respecto a Bélgica.

En realidad, el 2 de agosto Alemania había enviado un ultimátum, notificando a Bélgica sus intenciones de penetrar en territorio belga, aduciendo similares preparativos de Francia, para avanzar hasta el valle del río Mosa. En consecuencia, Bélgica solicitó el apoyo inglés, recibiendo del gobierno británico la respuesta de que una invasión alemana de Bélgica significaría la guerra con Alemania. Similar comunicación cursó Francia, ofreciendo varios cuerpos de ejército.

El 3 de agosto Bélgica rechazó el ultimátum alemán, afirmando que estaba dispuesta a defenderse tanto de una invasión alemana como francesa. El Rey Alberto de Bélgica, apeló a Inglaterra, Francia y Rusia, para ayudarle a defenderse. Inglaterra cursó a Alemania un ultimátum para que respetase la neutralidad belga, con plazo hasta la medianoche del 4 de agosto. Pero las tropas alemanas ya habían penetrado en Bélgica en la madrugada del 4 de agosto. Ese día, el Canciller alemán pronunció un discurso anunciando que Alemania había invadido Bélgica ante un “estado de necesidad” que le habilitaba para no respetar su neutralidad, pero que repararía los daños no bien se hubieran alcanzado sus fines militares.

El mismo 4 de agosto, el embajador británico en Berlín cumplió la cortesía diplomática de despedirse del canciller alemán; el cual le preguntó qué propósito tenía Inglaterra de declararse en guerra “por un pedazo de papel”, que era el Tratado de garantía de la neutralidad belga.

Al llegar la medianoche del 4 de agosto de 1914, habiéndose efectuado ya la invasión alemana a Bélgica que, el canciller alemán declaró al embajador inglés, era un hecho consumado e irreversible, Inglaterra transmitió a Alemania su declaración de guerra.

De inmediato, Italia declaró que la Triple Alianza era un compromiso de fines puramente defensivos, por lo que no se consideraba obligada a entrar en una guerra agresiva como la comenzada por Alemania y Austria. De tal manera, asumió una posición de neutralidad que favoreció a Francia, al permitirle retirar las tropas que guarnecían la frontera franco-italiana.


El planteo de la guerra.

La función de un Estado Mayor militar, es anticiparse a las hipótesis posibles de conflicto armado, y formular planes estratégicos y tácticos para cada una de ellas; así como organizar todos los elementos que serían necesarios para ponerlos en práctica.

De tal manera, no bien finalizó la guerra franco-prusiana de 1870, la hipótesis de una nueva guerra entre Alemania y Francia entró en el temario de los Estados Mayores de ambos países; y su análisis fue siendo adaptado para adecuarlo a la forma en que sobre ella incidían las variables resultantes de las nuevas alianzas políticas, las nuevas condiciones económicas y demográficas, o las nuevas aplicaciones de la tecnología al equipamiento bélico.

Casi todas las hipótesis consideraban como la situación más probable la de un ataque inicial por parte de Alemania. Las grandes alianzas políticas entre los Estados, se concebían como defensivas; pero era evidente que Alemania estaba en la posición del retador, frente a la situación de superioridad naval, industrial o colonial de su más visible rival, que indudablemente era Inglaterra.

En la situación inmediatamente anterior al estallido de la I Guerra Mundial, la cuestión para Alemania era si atacar solamente a Francia, procurando que Austria-Hungría con alguna asistencia militar menor por parte de Alemania tratara de contener a Rusia hasta que Francia fuera derrotada; o dirigir primero el golpe contra Rusia, tratando de mantener contenida a Francia en la frontera de Alsacia-Lorena.

Por otra parte, podía aceptarse como un axioma que la estrategia rusa se basaba en la misma concepción aplicada durante la invasión napoleónica; contando con las enormes extensiones de sus estepas, y practicando básicamente una guerra de evasivas, eludiendo combates frontales y retirándose lentamente hacia el interior para obligar al invasor a estirar sus líneas de abastecimiento sobre un territorio donde el “General Invierno” en algún momento habría de llegar. Esto era seguro, para una guerra comenzada en el mes de agosto.

La doctrina militar alemana, por otra parte, había sido la de la guerra relámpago. Napoléon había sido derrotado en Waterloo en una semana de haber entrado en operaciones. La guerra con Austria de 1866 se había definido en seis semanas, y las batallas decisivas de la guerra franco-prusiana, también habían sido próximas a su iniciación.

La estrategia alemana, por lo tanto, era la de llevar a cabo una campaña relámpago; lo que en la II Guerra Mundial se denominó la blitzkrieg. En realidad, no estaba en condiciones de proceder de otra manera: su estructura económica, militar y financiera no le habilitaba a emprender guerras de larga duración. Su posición central, además, le dificultaba aprovisionarse en el exterior, las vías marítimas estaban esencialmente dominadas por Inglaterra, y no le sería fácil mantener en funcionamiento por mucho tiempo líneas de abastecimiento de sus ejércitos, que fueran demasiado extendidas.

Un rápido triunfo alemán en Francia, quizá pudiera mantener a Inglaterra fuera de la guerra; y en cuanto a Rusia, lo más probable sería que finalmente se apartara de ella. Los planificadores militares alemanes no desconocían la inestabilidad política interior de Rusia - que finalmente explotaron durante la guerra - y contaban con que terminaría por imponerle una prioridad sobre su esfuerzo bélico. Además, el antecedente de las reparaciones de guerra percibidas luego de la guerra de 1870, les llevaba a contar con que finalmente sería una Francia derrotada la que pagaría la factura.

Seis semanas eran, por lo tanto, el tiempo que los Generales alemanes estimaban suficiente para derrotar a Francia; de modo que para ese entonces, Rusia recién estaría en condiciones de comenzar a presentar combate.

Desde el punto de vista tecnológico, Alemania contaba con una visible superioridad. Su artillería era mucho más nueva, y por tanto más moderna que la francesa. El submarino torpedero, era una nueva arma desarrollada ampliamente por Alemania, para compensar la superioridad naval inglesa y aún francesa.

Casi todos los ejércitos de tierra europeos, seguían centrados en la infantería de a pié, o en la caballería. Buena parte de su armamento de fuego no era automático, o era de diseño todavía muy primitivo. Entretanto, Alemania había motorizado más su ejército, empleando camiones y hasta motocicletas, que le daban una mucho mayor movilidad.

Francia había fortificado considerablemente su frontera con Alemania. Se habían construído grandes fortalezas en Verdún, Toul, Épinal y Belfort, vinculadas entre sí por otras importantes defensas. Por lo tanto, las opciones para eludir esa “muralla de acero”, eran atravesar por Suiza o por Bélgica.

El montañoso territorio suizo, y la eficiencia de su ejército, no favorecían ese propósito. Por lo tanto, ya desde 1909 algunos observadores habían señalado la construcción por parte de Alemania de excelentes líneas de ferrocarril de doble vía sobre la zona casi desértica de las Ardenas, hasta la frontera belga, sin aparente utilidad comercial y pacífica; que llegado el momento serían utilizadas para movilizar rápidamente grandes fuerzas militares. Por ese camino, en los valles de los ríos Mosa y Sambre no había otras fortificaciones que las anticuadas y desprovistas fortalezas belgas en Lieja y Namur.

La estrategia francesa, básicamente defensiva, se basó en las enseñanzas recogidas en la guerra de 1870. Aunque considerara la posibilidad de ser atacada a través de Bélgica, no podía desatender la defensa de su propia frontera con Alemania. Contaban con que Rusia atacaría en Prusia oriental en tres semanas de iniciado el ataque alemán en el oeste, según se había comprometido y en definitiva así lo hizo.

El supuesto francés era que, aunque los alemanes atacaran desde Bélgica, un contraataque en Alsacia-Lorena y en las Ardenas, los obligaría a replegarse para defender su propia frontera.

Por otra parte, la experiencia de 1870 llevó a los franceses a considerar que debían evitar una batalla en que empeñaran todas sus fuerzas, mientras no se encontraran en condiciones de ganarla. Si sus ejércitos eran derrotados en batallas colaterales, debían seguir en condiciones de reagruparse y volver al ataque.



EL DESARROLLO DE LA GUERRA - I
La guerra de movimientos en el frente occidental.

El ejército alemán comandado por el Gral. Moltke, siguiendo el Plan Schlieffen, invadió Bélgica el 4 de agosto de 1914. A unos 50 Kms. de la frontera belgo-alemana, se levantaba la fortaleza de Lieja, que dominaba los pasos sobre el río Mosa y la línea férrea entre la ciudad alemana de Colonia, sobre el río Rin, y las ciudades belgas de Bruselas y Ambères. Pero era una fortaleza antigua, cuya artillería ya obsoleta no había sido renovada. Sin embargo, se esperaba que lograría por lo menos demorar la ofensiva alemana.



La resistencia belga.

Para el 6 de agosto, cuando Bélgica había finalizado su movilización y el Rey Alberto asumido el mando desde la ciudad de Lovaina, 12 regimientos alemanes de caballería habían cruzado la frontera el mismo 4 de agosto y desplazándose por la ruta de Aix-la-Chapelle llegaron al río Mosa en Vise, al sur de la frontera belgo-holandesa y al norte de Lieja, y lograron cruzar el río pese a alguna minúscula resistencia belga. Pero eran apenas una avanzada de las fuerzas alemanas.

El 5 de agosto, el 10º cuerpo de ejército alemán, al mando del Gral. Emmich, se presentó frente a Lieja, y al negársele el paso sin resistencia se aprestó a tomar la fortaleza. Pero las fuerzas belgas de infantería, con apoyo de artillería, lograron detener el intento alemán durante dos días; hasta que el 6 de agosto, llegaron grandes refuerzos alemanes que cruzaron el río Mosa rodeando Lieja, y obligaron a los belgas a replegarse, lo que lograron con éxito.

El 7 de agosto, finalmente, los alemanes lograron ocupar la ciudad de Lieja y utilizando la artillería pesada - los modernos cañones austríacos Howitzer de la fábrica Skoda, de 305 mm. de calibre, mientras los defensores contaban con los ya anticuados de 75 mm. - atacaron y demolieron la ciudadela, arrollando la defensa belga. El avance alemán no había sufrido una dilación importante.

El gran avance alemán comenzó en realidad el 12 de agosto. Las primeras oleadas de caballería alemana, que precedía a la infantería, tropezaron con la resistencia del ejército belga, librándose diversas escaramuzas entre los días 12 y 18 de agosto, en la zona entre Ambères y Bruselas. Los belgas esperaban, entretanto, que arribaran tropas francesas e inglesas, que se desplegaban sobre la ribera del Mosa, y que llegaron a las cercanías de Namur el 15 de agosto.

Pero el 18 de agosto fué visible que ni los franceses ni los ingleses llegarían a tiempo. Tres cuerpos de ejército alemanes, avanzaban desde el Mosa por el norte de Lieja, otros tres lo hacían por el sur, y cinco más - totalizando 500.000 hombres - los seguían inmediatamente. Los belgas contaban con 100.000 soldados. Los franceses e ingleses, todavía estaban casi en la frontera de Francia. El Rey Alberto ordenó a sus fuerzas retirarse a la zona fortificada de Ambères, lo que quedó completado para el día 20 de agosto.

El altamente motorizado ejército alemán ocupó Lovaina el 19 de agosto, y desdeñando atacar a los belgas de Ambères, viró sobre su izquierda para dirigirse a Francia. El 20 tomaron Bruselas; el 23 bombardearon y ocuparon Namur. La defensa prolongada de Namur era esencial para la estrategia anglo-francesa, por cuanto les hubiera permitido unirse al ejército belga.

Por otra parte, el ataque alemán no se limitó a avanzar a través de Bélgica. Un tercer ejército a las órdenes del Gral. Hausen avanzó a través de las Ardenas, a fin de atravesar el río Mosa al sur de Namur; y otro compuesto por cinco cuerpos al mando del príncipe de Würtenberg lo hacía por las Ardenas belgas habiendo atravesado Luxemburgo. Los alemanes ya contaban en Francia con 23 cuerpos de ejército, más dos cuerpos de caballería y otro que reservaron en Bélgica para controlar al ejército belga encerrado en Ambères. Otros 8 cuerpos de ejército alemanes estaban acantonados en Alsacia-Lorena.

La resistencia belga careció en definitiva de verdadera significación militar. Sin embargo, tuvo un enorme impacto en la opinión pública mundial, especialmente en los Estados Unidos. Puso claramente de manifiesto el atropello alemán por la neutralidad belga, y su desprecio por la Ley Internacional. El inicial triunfo alemán apareció así como producto puro de la fuerza brutal de las armas; en tanto que a partir de allí, la guerra, que en cierto modo había sido vista como un episodio bélico más que se agregaba a los recientes, empezó a ser considerada como una guerra por cuestiones de principios, en la cual los alevosamente atacados por Alemania merecían simpatía y apoyo.



La Batalla de Lorena (Metz).

Los franceses habían planificado su defensa básica sobre la hipótesis de que Alemania atacaría por Alsacia-Lorena; pero tenían previstos también los movimientos necesarios a partir de saberse que lo hacían por Bélgica. Sin embargo, nunca podrían saber cuál de los ataques era el verdaderamente principal.

Los generales franceses dispusieron, por tanto, cinco cuerpos de ejército entre los ríos Mosa y Sambre; contando con que el ejército expedicionario británico destacado al norte contribuiría a frenar un ataque alemán a través de Bélgica, así como con el eventual apoyo del ejército belga.

Consecuentes con su concepción de que en todo caso los alemanes tendrían que distraer fuerzas para defenderse de los franceses si eran atacados por éstos en la zona de Alsacia-Lorena, el ejército francés montó una ofensiva en las cercanías de Nancy, bastante al sur de las fronteras con Bélgica y Luxemburgo. Esa ofensiva produjo la primer batalla de cierta importancia con las fuerzas alemanas, la batalla de Metz o de Morhange, el 20 de agosto de 1914, en la cual los franceses fueron sorprendidos por el alcance y la potencia de la nueva artillería alemana y resultaron ampliamente derrotados.

Al día siguiente, en el área al norte de Verdún y frente a la frontera francesa con Luxemburgo, en la zona de las Ardenas, otros dos ejércitos franceses se enfrentaron con las columnas alemanas comandadas por el príncipe de Würtenberg, que habían atravesado Luxemburgo y penetrado hacia el río Mosa. Una vez más fueron superados por el poder de fuego de la artillería alemana, con lo cual los franceses debieron retirarse a la ribera oeste del Mosa.



La Batalla de Mons.

Sin embargo, las acciones importantes de los comienzos del avance alemán tuvieron lugar más al norte, en el área de la frontera belga. El grupo de ejércitos alemanes comandados por von Bülow, que venía desde Namur - en territorio belga - se enfrentó en los alrededores de Charleroi con las fuerzas francesas al mando del Gral. Lanzerac.

La dura batalla se libró en la población de Charleroi, calle por calle, durante todo el día 22 de agosto. Pero otro grupo de ejércitos alemán, que acababa de tomar Namur, había cruzado el Mosa y amenazaba tomar a los franceses por su retaguardia, combatiendo con el ejército inglés compuesto por 80.000 hombres, en la zona de Mons, un poco más al oeste.

Al decidir los franceses retirarse de sus posiciones, en Charleroi, los ingleses de Mons se encontraron totalmente superados; por lo cual junto con los franceses debieron retirarse hasta el río Oise, a donde llegaron el 28 de agosto.



El avance alemán hacia París.

Entre el 20 y el 23 de agosto, cuatro ejércitos franceses habían sufrido derrotas a manos de los alemanes; pero en realidad habían logrado retirarse ordenadamente y continuaban en condiciones de combate. Otros importantes contingentes franceses, al mando del Gral. Foch por el centro, avanzaban desde París en dirección al río Marne, y otro grupo al mando del Gral. Maunoury guarnecía París.

El 30 de agosto llegaron noticias de que los Rusos atacaban en Prusia oriental y en la zona de Galitzia, creando la espectativa de que ello obligaría a los alemanes a aliviar la presión sobre Francia. Pero al día siguiente, los rusos fueron derrotados en Prusia, en la batalla de Tannenberg. El Gral. Moltke ante el éxito obtenido en Mons había admitido los requerimientos de enviar dos cuerpos de ejército al frente oriental, en lo que fue la primer manifestación de la constante necesidad de los alemanes de debilitar uno de sus frentes para atender las urgencias del otro.

Ese 30 de agosto, los ejércitos francés y alemán estaban prácticamente enfrentados en una extensa línea que partiendo al norte de Verdún, se aproximaba al curso del río Aisne y del río Oise. Sería la línea del máximo avance alemán en territorio francés.

La Batalla del Marne - (5 al 12 de noviembre de 1914).

Siguiendo la estrategia aprendida en 1870, el alto mando francés había procurado ofrecer en principio una resistencia limitada, procurando concentrar todo su poderío para una batalla decisiva, en condiciones favorables. En los primeros días de setiembre, el Mariscal Joffrè, comandante supremo de las fuerzas aliadas, no consideró conveniente la posición en las márgenes del Aisne y el Oise - entre otras cosas por el mal estado en que se encontraban las tropas expedicionarias inglesas - y optó por retirarse a una nueva línea, cubriendo el tramo desde París hasta Verdún, detrás del río Marne y formando una curva en el centro, hacia el curso del río Sena.

Esa retirada ofreció al ejército alemán del norte, comandado por von Klück, la oportunidad de dirigirse directamente hacia París en cuya dirección avanzaba, pero a costa de debilitar el grupo central de las fuerzas alemanas al mando de von Bülow, que venían dirigiéndose hacia los ejércitos franceses, desde Bélgica. De esta manera, von Klück giró hacia el sureste, y vino a dejar a su izquierda al ejército francés del Gral. Maunoury, que protegía París.

El Gral. Maunoury recibió del Mariscal Joffrè la orden de salir de París y atacar el flanco del ejército alemán de von Klück.

El Gral. Maunoury solicitó el apoyo de los cuerpos de ejército británicos - que estaban estacionados en la ruta de von Klück - pero su jefe consideró que no les sería posible atacar en menos de 48 horas.

El 5 de setiembre de 1914, en un frente de más de 100 kms, de largo, que iba desde París a Verdún, principalmente entre el Marne y el Sena, se inició una de las batallas más gigantescas de la historia moderna, la Batalla del Marne, en que se enfrentaron mucho más de dos millones de combatientes; y que incluyó en sí varios otros combates, que habían de durar hasta el 9 de setiembre.

Las acciones comenzaron el 5 de setiembre, con el movimiento del ejército del Gral. Maunoury, en la planicie de Ourcq, dirigido por un lado directamente hacia el flanco izquierdo del cuarto cuerpo de ejército alemán comandado por von Klück, mientras por otro lado otros contingentes lo rodeaban por el norte, atacándolo por su retaguardia y su flanco derecho. Los franceses iniciaron el ataque con unos 100.000 hombres, pero llegaron a duplicarse en el transcurso del combate, con toda clase de tropas de reserva llegadas mediante la célebre intervención de los taxis de Paris.

Al anochecer de ese mismo día 5, los franceses lograron desalojar a los alemanes de las únicas dos colinas existentes en Ourcq - Monthyond y Penchard - y al día siguiente los alemanes se encontraron en retirada. Von Klück recurrió rapidamente, entonces, a los dos cuerpos de ejército que enfrentaban a los ingleses, y para el 8 de setiembre montó un contraataque haciendo retroceder a los franceses. En la noche del 9 al 10 de setiembre, parecía que los franceses serían arrojados hacia París; pero al día siguiente resultó que, enterado von Klück de la situación en otras zonas del frente, había resuelto su retirada hacia otras posiciones.

La retirada de von Klück del 6 de setiembre, obligó asimismo a que los cuerpos de ejército comandados por von Bülow - que enfrentaban más al centro al quinto ejército francés - debieran a su vez realinearse con él. Es esas condiciones, el alto mando alemán decidió endurecer su ataque contra el ejército francés del centro, mandado por el Mariscal Foch, que venía combatiendo en franca desventaja. Pero el mismo 9 de setiembre, ante la retirada de von Bülow, el décimo cuerpo de ejército francés mandado por el Gral. Franchet d'Esperey pudo auxiliar al Gral. Foch. La División 42 francesa atacó en Fère-Champenoise, un punto guarnecido por la Guardia Prusiana, que había quedado debilitada a causa del traslado de otros contingentes alemanes hacia el sur; y logró quebrar el frente. La Guardia Prusiana perdió toda su artillería, y a continuación fue desabaratado el cuerpo de ejército alemán al mando del Gral. Hausen.

El éxito obtenido por Foch fue concomitante con la recuperación de von Klück en Ourcq; pero al ser conocido por éste, resolvió la retirada hacia el Aisne.

Las pérdidas de vidas de la Batalla del Marne, superaron los 300.000 hombres entre muertos y heridos. Ambos bandos las padecieron por igual; y también hicieron grandes cantidades de prisioneros. Pero la trascendencia de esta batalla, fue enorme.

Los franceses pensaron que habían arrojado definitivamente a los alemanes de su territorio. Los alemanes consideraron que habían recibido un revés temporario. Lo cierto es que de las fuerzas enfrentadas, solamente los ejércitos de von Klück y de Hausen habían desplegado todo su potencial, y solamente el segundo había sido decisivamente derrotado. Del lado francés, solamente los de Foch y Maunoury habían combatido a fondo, pero el segundo no pudo derrotar plenamente a von Klück.

De todos modos, la Batalla del Marne significó el fracaso de la ofensiva relámpago alemana, y de su proyecto de ganar la guerra en Francia en seis semanas. Como consecuencia, el Gral. Moltke fue relevado del mando de las tropas alemanas en el frente occidental, siendo sustituído por el Gral. von Falkenhayn.



El ataque ruso: La Batalla de Tannenberg.

De acuerdo a los términos pactados, cuando Alemania atacó a Francia, Rusia procedió de inmediato a enviar dos ejércitos contra Prusia oriental. Uno de ellos procedió desde la zona de Niemen; y el otro desde Varsovia.

Los rusos avanzaron rapidamente, y luego de superar a los alemanes en las escaramuzas de Gumbinnen e Insterburg, se dirigieron hacia Königsberg y en dirección a Dantzig. Muy numerosos refugiados que huían del avance ruso, llegaron continuamente a Berlín.

La rapidez de la invasión rusa sorprendió a los alemanes. El Káiser confió el mando en Prusia al anciano mariscal Hindenburg, ya retirado. El mariscal decidió concentrar las fuerzas contra el ejército que provenía de Varsovia, y que debía desplazarse en territorios muy pantanosos. El 31 de agosto de 1914, los alemanes - reforzados con los dos cuerpos de ejército venidos de Francia - atacaron a los rusos con su artillería pesada, en Tannenberg, destrozando el ejército de 100.000 hombres que perdió además todo su armamento. Ante ello, rapidamente los rusos ordenaron la retirada de su otro ejército.

La derrota rusa de Tannenberg, si bien no impidió las consecuencias de la batalla del Marne, en cambio permitió a los alemanes proseguir su esfuerzo bélico en Francia; y organizar nuevas ofensivas. En cierto modo, así como la batalla del Marne salvó a Francia, la de Tannenberg salvó a Alemania.



La batalla del Aisne - (15 al 18 de noviembre de 1914).

La batalla del Marne había sido ante todo una derrota estratégica para Alemania. Pero en realidad, de sus ejércitos en Francia, aunque todos habían sufrido enormes pérdidas, sólo había sido vencido el más pequeño de ellos. En su conjunto, las fuerzas alemanas habían podido retirarse ordenadamente, y estaban en condiciones de procurar reagruparse y nuevamente presentar batalla.

Con ese propósito, los diversos ejércitos alemanes que habían intervenido en la batalla del Marne, realizaron una retirada hasta nuevas posiciones detrás del río Aisne, aprovechando la cadena de colinas allí existente.

Las fuerzas francesas intentaron consolidar el éxito del Marne, atacando a las tropas alemanas parapetadas en el Aisne, pero los sucesivos ataques realizados por el ejército expedicionario inglés y por los cuerpos de ejército de los Grales. Maunoury y D'Esperey, fueron detenidos por los alemanes.

El 18 de setiembre, von Klück realizó un contraataque, que le permitió recuperar los terrenos de que los ingleses y franceses los habían desalojado.



Caída de Ambères.

Hacia fines de setiembre, los franceses realizaron una compleja serie de desplazamientos, aproximándose cada vez más al mar, que tenía por finalidad separar al ejército alemán de la costa y tratar de reunirse con el ejército belga de Ambères. Los alemanes, que lo percibieron así, trataron de tomar Ambères, capturar al ejército belga y ocupar los puertos franceses sobre el Canal de la Mancha, para retomar luego la ofensiva.

En octubre, consecuentemente, los alemanes sitiaron Ambéres. El bombardeo de Ambères volvió a impresionar vivamente a la opinión - especialmente norteamericana - en contra de Alemania. Sin embargo, desde el punto de vista militar, Alemania procuraba evitar que belgas y franceses recuperaran el control del territorio de Bélgica, lo que les impediría llegar a la costa del Canal de la Mancha, frente a Inglaterra; objetivo que necesitaban obtener, para mantener en el mar su ofensiva submarina, desde los puertos belgas.

Ante el impresionante poder de los nuevos cañones Howitzer de 305 mm., el ejército belga atrincherado en Ambéres hubo de cruzar el río Escalda para poder escapar a lo largo de la frontera holandesa, en unión a las fuerzas expedicionarias inglesas que habían arribado a último momento, dirigidas por Winston Churchill, a quien se reprochó haber demorado excesivamente la retirada.

Millones de refugiados belgas huyeron por todos los medios disponibles. Cuando cayeron Ambères el 9 de octubre y Ostende el 15 de octubre, la opinión mundial - especialmente en Inglaterra - se conmovió, considerando que se estaba ante una situación comparable a las de las guerras napoleónicas.



La carrera hacia el mar.

Una vez tomadas Ambères y Ostende, los alemanes intentaron apoderarse de la costa del Canal de la Mancha, de Calais, Boloña, Dunkerque, y así poder utilizar los puertos para bases de sus submarinos, con el propósito de bloquear a Inglaterra. Los aliados reunieron todas sus fuerzas en la zona de Flandes, en torno de la ciudad de Yprès. Estaban allí junto a las fuerzas francesas, al ejército expedicionario inglés, tropas de la India, de Marruecos, del Senegal junto a los remanentes del ejército belga; todos ellos al mando del Mariscal Foch.

El territorio que se extiende entre Yprès y el mar, es particularmente plano, lleno de dunas, y por lo demás era facilmente inundable mediante un sistema de compuertas. Los alemanes iniciaron el ataque a lo largo de la costa, sobre las posiciones sostenidas por los belgas, que resistieron durante varios días. Una escuadra inglesa se acercó a la costa, y bombardeó al ejército alemán, infligiéndole enormes pérdidas. Entonces, retrocedieron en dirección de Yprès, y volvieron a avanzar a través de los campos inundables. Los belgas abrieron las compuertas, convirtiendo el terreno en un lago en que miles de soldados alemanes perecieron ahogados.

La primer batalla de Yprès.

El ataque alemán fue a continuación contra Yprès, defendida por los ingleses. El combate fue terrible; las colinas, granjas y trincheras cambiaban de manos sucesivamente, mientras las aldeas se convertían en escombros y ni siquiera se enterraban los muertos. La llegada del otoño añadió la lluvia y la nieve.

Finalmente, el 15 de noviembre, los alemanes desistieron luego de haber perdido más de 250.000 hombres. Los franceses habían perdido 70.000; y 50.000 ingleses, un tercio del ejército expedicionario, había sido muerto o capturado. Entre ellos, estuvo Lord Roberts, el único político inglés que había prevenido acerca del peligro alemán; que había ido al frente de guerra para revistar las tropas de la India, con las que había servido.

El fracaso de la estrategia alemana de la guerra rápida, iniciado en el Marne, quedó sellado en Yprès. El frente quedó delineado por una interminable sucesión de trincheras, que desde Nieuport sobre el Canal de la Mancha, poco al oeste de Ostende, descendía hacia Yprès, en dirección a París, pero se detenía en las riberas del río Oise, torcía hacia Reims, pasaba por Verdún, retrocedía detrás de Nancy y bordeaba la frontera de Alsacia-Lorena. Hasta marzo de 1917, el frente occidental permaneció así, totalmente paralizado. Alemania debía ocuparse previamente del frente oriental.

Detrás de la línea de trincheras, Alemania retenía casi toda la región industrial de Francia, entre ellos los principales establecimientos metalúrgicos y de minería. También ocupaba casi todo el territorio de Bélgica.


EL DESARROLLO DE LA GUERRA - II
El frente oriental.

Como se ha visto, el frente oriental había sido teatro de operaciones militares de importancia, antes de la batalla de Yprès, a partir de la cual el frente occidental quedó virtualmente paralizado. Evidentemente, la derrota rusa en Tannenberg incidió sobre el desempeño de las fuerzas alemanas en el frente occidental; fracasando con ello el objetivo perseguido por el plan franco-ruso que determinó el ataque a Prusia oriental.

Pero Rusia tenía sus propios intereses en juego, que por cierto habían sido las circunstancias determinantes del proceso que condujera a la guerra; referidos a su posición en los Balcanes en que su enfrentamiento era directamente con el Imperio Austro-Húngaro. Las acciones emprendidas por Rusia contra Austria-Hungría no pudieron ser indiferentes para el Imperio Alemán, que debió acudir en apoyo de su aliado, seriamente amenazado de ser derrotado por Rusia.

Al estallar la guerra, la posición de los ejércitos rusos estacionados en Polonia resultaba peligrosa. El territorio polaco, quedaba en cierto modo rodeado por la frontera de Alemania al oeste y Prusia al norte; además de la posibilidad de ser atacado desde el sur por Austria-Hungría. Los rusos habían comenzado a erigir algunas fortificaciones al norte de Varsovia, cubriendo la frontera con Prusia oriental; aunque las principales defensas estaban constituídas por los ríos y pantanos abundantes en ese territorio. Pero las defensas ante un eventual ataque desde Austria-Hungría eran prácticamente inexistentes en la zona de Lublin, al sur de Varsovia.



La batalla de Lemberg.

De tal modo, al tener conocimiento de la enorme concentración militar alemana sobre Bélgica y Francia, Rusia consideró suficiente emplear una fuerza limitada en su ataque a Prusia oriental desde Varsovia; y en cambio asignó la parte más considerable de sus ejércitos en dirección a Austria-Hungría. Tres ejércitos, con más de un millón de hombres, se movilizaron allí, a las órdenes de los Grales. Ivanoff, Russky y Brusiloff.

Ivanoff avanzó desde Brest-Litovsk hacia el sur, procurando defender Lublin de una posible invasión autríaca. Entretanto, los otros dos recibieron la misión de atacar a Austria-Hungría, en dirección a Lemberg y Galitzia, en la última semana de agosto. Existía la incertidumbre de si Rumania se mantendría neutral, o intervendría en la guerra como aliada de Alemania; lo cual obligaría a los rusos a emplear fuerzas importantes para proteger Odessa. Pero Rumania se mantuvo neutral, lo cual liberó de su compromiso defensivo a Rusia, permitiéndole atacar fuertemente a Austria-Hungría.

La estrategia imperial había asignado a Austria-Hungría contener el ataque ruso, mientras Alemania vencía a Francia. Pero subestimaron la potencialidad del ataque ruso, con lo que dos de los mejores ejércitos austríacos habían pasado al frente occidental, en la zona de Alsacia-Lorena, para repeler el ataque francés. Además, Austria-Hungría no había olvidado sus intereses originarios en la guerra, y otros cuatro cuerpos de ejército habían sido enviados a someter a Serbia; pero eran tropas bisoñas, que sufrieron serios reveses al enfrentar a los veteranos soldados serbios.

En esos mismos momentos - y mientras en el oeste se libraban los combates de Charleroi en Bélgica entre alemanes e ingleses y una semana antes de la batalla de Tannenberg - los rusos cruzaron la frontera en Galitzia. La fuerza austro-húngara asignada a enfrentarlos era de unos 600.000 hombres, menos de la mitad del ejército ruso atacante. Para peor, los austríacos dividieron sus fuerzas, situando un ejército en Galitzia; y enviando el otro, al mando del Gral. Dankl, hacia el norte, en dirección de Brest-Litovsk con el objetivo de expulsar a los rusos de Varsovia y de toda Polonia.

En la última semana de agosto, dos de los ejércitos rusos avanzaban hacia el oeste sobre los ferrocarriles de Kiev y Odessa y el tercero operaba en los alrededores de Lublin; en tanto un ejército austro-húngaro se dirigía hacia el norte en dirección a Lublin, el otro se desplegaba frente a Lemberg. Al mismo tiempo, otros dos ejércitos rusos avanzaban sobre Prusia oriental, desde Varsovia hacia el norte, y desde Königsberg al oeste. En el frente francés, caída Namur, la impresión general era que los aliados estaban en total retirada; lo que para las Potencias Centrales significaba el derrumbe de Francia.

La batalla de Lemberg se prolongó durante 8 días. Durante varios días, los rusos prácticamente no pudieron avanzar. Luego, Brusiloff logró abrir una brecha hacia el sur; lo que obligó a los austríacos a retirarse al oeste de Lemberg; que fue tomada por los rusos mientras en el norte se libraba la batalla de Tannenberg. Entonces, el Gral. Russky atacó en el centro del frente austríaco, logrando desbaratarlo totalmente. En el norte, el Gral. Ivanoff había realizado una maniobra tratando de atraer al otro ejército austríaco hacia territorio ruso separándolo del frente de Lemberg; pero entonces se detuvo y atacó al ejército de Dankl, que totalmente aislado debió emprender una retirada en total desbande.

Ante ello, el ejército austríaco de Lemberg inició una retirada hacia Hungría, perseguido por los rusos que les tomaron 200.000 prisioneros y enorme cantidad de artillería y otros pertrechos y armas. Todo ello ocurría simultáneamente con la batalla del Marne; y - de no ser por la victoria alemana en Tannenberg - parecía evidenciar que las cosas no iban nada bien para las Potencias Centrales. Asimismo, mostró al mundo una recuperación militar de Rusia, luego de su derrota en la guerra contra el Japón.

La batalla de Lemberg fue un enorme desastre militar para los austro-húngaros; agravada por la derrota sufrida en Jedar frente a los serbios. Quedó en manos de los rusos toda la región de Galitzia - muy rica en petróleo - y se encontraron en condiciones de atravesar los Montes Cárpatos para realizar frecuentes incursiones en territorio húngaro. Los austro-húngaros debieron pedir ayuda militar a Alemania, dado que de hecho habían perdido la mitad de sus tropas.



El contraataque alemán. Primer batalla de Varsovia.

La situación en el frente oriental amenazaba con un incontenible avance ruso hacia Cracovia. Los alemanes no estaban en condiciones de retirar fuerzas del frente occidental; de modo que, para organizar un contraataque hacia Varsovia - con el cual se esperaba obligar a los rusos a detener su avance a Cracovia, desplazarlos de Varsovia y eventualmente hasta detrás del río Vístula para aguardar así la primavera y reanudar las operaciones - recurrieron al ejército de Hindenburg que había triunfado en Tannenberg, y a las tropas austríacas que volvían de Serbia y de Alsacia-Lorena.

Pero ese plan dependía de que los alemanes pudieran desplazar rapidamente sus fuerzas - utilizando la excelente red de ferrocarriles - antes de que los rusos enviaran refuerzos. Una fuerza alemana de aproximadamente cinco cuerpos de ejército, comenzó el 1º de octubre a desplazarse hacia Varsovia por el norte, y hacia Ivangorod algo más al sur, teniendo por delante un recorrido de unos 160 kms. No enfrentaban resistencia y contaban con buenos caminos; estimaban llegar a Varsovia en dos semanas. El 14 de octubre llegaron a Prushkow, a 12 kms. del centro de Varsovia; mientras la otra columna estaba frente a Ivangorod. En una de las primeras acciones aéreas de la guerra, aviones alemanes bombardearon Varsovia.

Sin embargo, ocho cuerpos de ejército rusos ya habían llegado. Su avanzada de regimientos siberanos cruzó Varsovia y tomaron posiciones en los suburbios. Desplegados desde Varsovia a Ivangorod, los rusos atacaron a Hindemburg por sus dos flancos. El 21 de octubre Hindenburg ordenó la retirada en Varsovia; en Ivangorod, los austríacos habían sido fuertemente castigados. Ambos ejércitos se retiraron en orden hacia sus fronteras.

Hindenburg lo había previsto levantando sucesivas defensas durante su avance, pero al retirarse, destruyeron sistemáticamente los ferrocarriles y los puentes rusos sobre Polonia, para evitar ser perseguidos.



La batalla de Lodz.

En un primer momento, el objetivo estratégico austro-alemán de obligar a los rusos a desistir de su ataque hacia Cracovia y sobre los Cárpatos con su ofensiva sobre Varsovia, fue obtenido. Los austro-húngaros pudieron atacar en Galitzia, obligando a los rusos a cierta retirada. Pero en cuanto los ejércitos imperiales se retiraron de Varsovia, los rusos volvieron al ataque en Galitzia, y comenzaron a acercarse cada vez más a Cracovia. Para esa fecha, los alemanes del frente occidental estaban perdiendo la primer batalla de Yprès.

Hindenburg montó un segundo ataque contra Varsovia. Dejó a los austríacos a cargo de enfrentar el asedio ruso hacia Cracovia; y realizó una maniobra envolvente contra el ejército ruso que, persiguiéndolo tras la retirada de Varsovia, había conquistado Lodz y llegado a la frontera alemana de Silesia.

Desvió su ejército hacia el norte, desde las cercanías de Breslau hacia Thorn, y luego encomendó a Gral. Mackensen varios cuerpos de ejército para atacar a los rusos desplegados alrededor de Lodz y cortarles el camino de retirada hacia Varsovia. Hindenburg los atacaba por el frente, y los austríacos se aproximaban desde el sur. Pero otras tropas rusas llegaron en auxilio desde Varsovia y desde Prusia oriental y establecieron un cerco sobre dos cuerpos de ejército alemanes al mando del Gral. von François. La situación se estabilizó hasta que finamente los alemanes lograron romper el cerco, al tiempo que recibían refuerzos apresuradamente enviados desde el frente francés.

Finalmente, el 6 de diciembre los alemanes recuperaron Lodz, derrotando a los rusos que perdieron 100.000 prisioneros.



Segunda batalla de Varsovia.

La batalla de Lodz determinó que los rusos admitieran la imposibilidad de atacar a Alemania desde Polonia; por lo cual se volvieron nuevamente hacia Austria-Hungría y Galitzia. Durante las acciones en el área de Lodz, los rusos habían mantenido su presión en Galitzia, y ahora podrían aumentarla empleando las fuerzas remanentes de Lodz.

La situación resultante en Francia luego de la batalla del Marne, había permitido a los alemanes retirar cierta cantidad de tropas y enviarlas a Hindenburg, para detener el avance ruso, como se había verificado en Lodz. Con esas fuerzas, los alemanes redoblaron el ataque en dirección a Varsovia. Los ejércitos rusos se replegaron cubriendo la ciudad, deteniéndose en las márgenes de los ríos menores justo frente a Varsovia, donde se fortificaron.

Las defensas rusas resistieron los ataques alemanes, y pronto se estableció allí una guerra de trincheras que había de prolongarse desde diciembre de 1914 hasta mayo de 1915. El invierno volvió a auxiliar a los rusos, impidiendo a los alemanes usar sus recursos de movilización debido al lodo de los caminos. Varios intentos alemanes de capturar Varsovia, fallaron en los meses de enero y febrero. Los alemanes debieron resignarse a la guerra de trincheras, para tratar de preparar en el frente francés una ofensiva de verano para 1915.



Derrota austro-húngara en Serbia.

El ataque alemán contra Polonia en octubre, permitió a los austro-húngaros retirar algo de sus fuerzas para ocuparlas en tratar de definir la situación en Serbia, donde habían quedado detenidos luego del triunfo serbio de Jedar, a mediados de agosto; cuando cuatro cuerpos del ejército austro-húngaro habían sido derrotados. Los imperiales avanzaron hacia Belgrado, que lograron ocupar a primeros de diciembre.

Pero en esos momentos, los cosacos rusos cruzaron los Cárpatos y a través de las llanuras húngaras amenazaron Budapest, lo que obligó a los austro-húngaros a retirar tres cuerpos de ejército del ataque a Serbia. Los serbios, encabezados por su propio rey Pedro, ya anciano, tomaron la iniciativa, desalojaron a las tropas imperiales de su territorio, y recuperaron Belgrado. El 15 de diciembre no quedaban más tropas austríacas en Serbia.



La entrada de Turquía en la guerra.

Turquía era un país que había derivado hacia la esfera de influencia de Alemania, que pugnaba por penetrar allí económicamente, especialmente en relación a las construcciones ferroviarias. Desde el punto de vista diplomático, abrigaba notorios resentimientos contra Rusia e Inglaterra; sobre todo después del acuerdo anglo-ruso de 1907, que implicó dejar a Rusia en libertad de tomar posesión de los estrechos de Dardanelos. Inglaterra había asumido el dominio del Canal de Suez cuando en la “Entente cordiale” Francia renunció a sus pretensiones sobre Egipto, de modo que Constantinopla había disminuído para ellos su valor estratégico.

La entrada de Turquía en la guerra tuvo lugar justamente en el momento en que las armas rusas parecían encontrarse en peor situación, siendo Varsovia atacada por las tropas alemanas mandadas por Hindenburg; y cuando en el frente oriental Ambères sucumbía al bombardeo. Ello dejaba a Rusia prácticamente aislada de sus aliados, al estar sus puertos bloqueados por el invierno en el norte; ya que Turquía dominaba militarmente en el Bórforo el acceso desde el Mediterráneo al Mar Negro. De tal modo, Rusia quedó privada de los pertrechos de guerra que recibía, que se fueron consumiendo y meses más tarde la colocaron en muy difíciles condiciones para defenderse de la ofensiva alemana de primavera.

De esta manera, Turquía tomaba su revancha del apoyo dado por Inglaterra, Rusia y Francia a los pueblos balcánicos que se habían sacudido allí el dominio otomano, y la tácita aprobación que dieran a Italia en su ocupación de Tripolitania.



La derrota turca en el Cáucaso.

Es probable que el momento de la entrada de Turquía en la guerra haya sido propuesto por Alemania. Se trataba de que los turcos atacaran la fortaleza rusa de Kars, en la frontera turca del Cáucaso; no tanto porque tuviera importancia militar, sino para provocar que el mando ruso debiera retirar parte de sus efectivos del frente austro-ruso.

En realidad, los intereses turcos estaban en otros frentes. La entrada turca en la guerra había motivado la inmediata proclamación del protectorado de Inglaterra sobre Egipto, destronando al Jedive pro-turco para sustituirlo por un príncipe anglófilo. Además, tenían para recuperar las zonas africanas de Trípoli y Túnez. Ni Inglaterra ni Francia hubieran estado en condiciones de defender esas posiciones. El Canal de Suez no había sido fortificado; y su bloqueo hubiera causado graves perjuicios a la navegación aliada.

La expedición turca desde Erzerum a Kars, compuesta de tres cuerpos de ejército, resultó un fracaso. Aunque inicialmente los turcos hicieron retroceder a los rusos, sobre territorios pantanosos, tuvieron que extender excesivamente sus líneas, y acosados por el frío y la falta de aprovisionamiento, fueron completamente derrotados. Uno de sus cuerpos de ejército fue totalmente capturado; los dos restantes, debieron retirarse en condiciones terribles, sufriendo más de 100.000 bajas entre muertos y prisioneros, y perdiendo equipos y artillería.

De esta manera, el objetivo estratégico alemán no fue logrado - los rusos no necesitaron retirar tropas de Galitzia - y la apertura del frente turco no solamente no tuvo trascendencia militar, sino que más adelante permitió a Rusia atacar duramente en Armenia.



El frente de los Balcanes en 1915.

Al comenzar el año 1915, los ejércitos rusos, luego de haber detenido a los alemanes y austro-húngaros y Varsovia y Lodz, forzaban los pasos de los montes Cárpatos y penetraban en Transilvania en territorio húngaro.

En esa situación, la posición de Rumania frente a la guerra, comenzó a ser dudosa. La diplomacia rusa incitaba a ponerse de su lado, con la promesa de adjudicar a Rumania los territorios de Bukovina y Transilvania. En el Gobierno de Rumania ocurrieron cambios que indicaban la fidelidad a Alemania; pero al mismo tiempo, se envió una misión a Berlín cuya finalidad parecía ser explorar los ofrecimientos alemanes y conocer la verdadera perspectiva de la guerra.

La respuesta alemana fue inmediata. En enero de 1915 concentraron numerosas tropas alemanas en el sur de Hungría con el pretexto de iniciar una nueva ofensiva contra Serbia, pero poco después cubrían la frontera rumana con Transilvania, al tiempo que obligaban a los rusos a retroceder en Bukovina. A mediados de febrero, además de recuperar los dos tercios de Bukovina, los alemanes habían logrado interponerse entre los rusos y los rumanos, cancelando toda eventual alianza entre ellos.



La batalla de los Lagos Masurianos.

Una vez más, los rusos, desplazados del frente balcánico, atacaron en Prusia oriental. Frente a Varsovia, los ejércitos ruso y alemán estaban mutuamente contenidos en las posiciones resultantes del segundo ataque de Hindemburg de diciembre de 1914. Pero nuevos contingentes rusos atacaron bastante más al norte, en la región de los Lagos Masurianos (o Masurios), en un territorio especialmente dificultoso para el desplamiento militar; una zona cercana al campo de batalla de Tannenberg donde alemanes y rusos habían establecido sus posiciones luego de esa batalla.

Los rusos avanzaron por ambos lados de los Lagos, procurando desalojar a los alemanes de las posiciones que ocupaban detrás de ellos. Sin embargo, a principios de febrero Hindenburg efectuó un violento contraataque, comenzado con una nueva amenaza sobre Varsovia. Las pérdidas de vidas fueron enormes. Pero pronto se hizo visible que la amenaza sobre Varsovia era una cortina, mediante la cual los alemanes trasladaron rapidamente numerosas fuerzas hacia los Lagos, poniendo a los rusos en riesgo de sufrir otra derrota similar a la de Tannenberg.

A mediados de febrero, las fuerzas alemanas habían expulsado a los rusos de Prusia oriental, y avanzaban firmemente después de haber atravesado en varios puntos la frontera rusa. Los rusos debían replegarse dentro de su propio territorio, tras los ríos Niemen y Narew.



La batalla de los Cárpatos.

Luego de la batalla de Lemberg la situación militar en el frente de los montes Cárpatos había sido cambiante. En más de una oportunidad los rusos habían logrado avanzar en dirección a Cracovia, y debido devolver el terreno ganado.

El fracaso del intento de conquistar Bukovina y Transilvania a consecuencia de la rápida acción alemana que los aisló de Rumania, determinó que nuevamente volvieran sus fuerzas en dirección de Cracovia. Los montes Cárpatos representaban una importante barrera natural que protegía las planicies húngaras; existiendo algunos pasos relativamente de menor altura. En ellos, tuvieron lugar permanentes combates durante todo el invierno de 1914 a 1915, entre ejércitos que usaban uniformes blancos para disimularse en la nieve.

En el paso de Dukla, de unos 500 metros de altura, el ejército ruso de Ivanov había logrado penetrar paulatinamente; y a principios de abril de 1915 desataron un supremo esfuerzo para abrirse camino, a costa de enormes pérdidas. Pero dos semanas después, fueron contenidos, cuando parecía que ya se precipitaban en la llanura húngara. Sus pérdidas habían sido enormes, casi carecían de municiones y para colmo, fuertes contingentes alemanes y austríacos provenientes del sur, bordeaban por fuera los Cárpatos para tomarlos por la retaguardia.

La batalla, con todo, se prolongó todavía por otras dos semanas. Pero el intento ruso de cruzar los Cárpatos e invadir Hungría fue nuevamente detenido. Los ejércitos rusos habían logrado llevar a cabo diversos intentos de ocupar Prusia y sobre todo, de derrotar al Imperio Austro-Húngaro; pero habían sido detenidos sistemáticamente por los austríacos y alemanes y sus fuerzas estaban agotadas.

El estancamiento en el frente occidental había permitido a los alemanes acudir eficazmente al combate en el frente oriental. Y, por otra parte, los aliados no habían logrado despejar el camino de los Estrechos de los Dardanelos, a fin de quedar en condiciones de prestar a Rusia la ayuda de los suministros que había agotado y le que eran imprescindibles para sustentar la capacidad de un ejército que había perdido lo mejor de su oficialidad y cientos de miles de hombres.



EL DESARROLLO DE LA GUERRA - III
El frente occidental en 1915: La guerra de posiciones.

Luego de la batalla de Flandes, Alemania debió trasladar una gran proporción de su fuerzas al frente oriental, para detener el ataque de los rusos sobre Prusia y evitar el inminente colapso de Austria-Hungría. De otro modo, tal vez hubiera podido alcanzar la costa de Calais a pesar de la derrota de Yprès. Allí, los aliados habían quedado triunfantes, pero prácticamente aniquilados. Habían detenido el empuje alemán empleando tropas de los más variados orígenes, y de todas las razas, de Asia, África, Canadá y Australia, de la India y del Senegal junto con los berberiscos marroquíes. Las colonias de Inglaterra, Francia y Bélgica, habían provisto la masa humana que había detenido al ejército alemán.

Ahora, una interminable línea de trincheras, de 750 kms. de largo, se extendía desde el Canal de la Mancha hasta la frontera suiza, y por dos años había de constituir el campo de batalla del frente occidental europeo. Pero ni el mando alemán ni los mandos aliados pensaban que así sería, a fines de 1914.

Los alemanes confiaban en desatar una ofensiva en la primavera de 1915 en el frente ruso, tomar Varsovia y devolver sus ejércitos al frente occidental. Los aliados no tenían idea clara de la magnitud del poder militar de los alemanes; de la potencialidad de su modernísima artillería pesada - incluído el célebre cañón “Gran Bertha” montado sobre rieles de ferrocarril y capaz de bombardear París. La ametralladora - que los alemanes poseían en abundancia - era la nueva arma decisiva para detener los avances de la infantería en la tierra de nadie entre las hileras de tricheras, sembrada de alambradas y ennegrecida por los agujeros de los obuses.

Los alemanes aguardaban el retorno de sus ejércitos desde el este; los franceses la enorme fuerza expedicionaria inglesa que proveyera la superioridad numérica, la artillería pesada y la abundancia de municiones cuya escasez era crítica. Pero pasaron los meses, y los ejércitos ingleses no llegaron; Inglaterra - que había hecho oídos sordos a las advertencias de Lord Roberts - simplemente no estaba en condiciones de proveerlos. Francia había perdido un millón de hombres, y lo principal de su parque industrial estaba en el territorio ocupado por los alemanes.

En ese estado de las cosas, a partir de noviembre de 1914 la estrategia del Mariscal Joffrè fue la denominada “cebar el anzuelo”. Se trataba de desatar permanentemente pequeñas ofensivas en el frente atrincherado, casi sin objetivos propios, con la única finalidad de impedir que los alemanes pudieran llevar aún más fuerzas al frente oriental, y evitar el colapso total de Rusia. Pero eso desgastaba a la opinión pública, que ansiaba conocer grandes ofensivas en procura de arrojar a los alemanes más atrás del Rhin.

Desde noviembre de 1914 hasta mayo de 1915, el mundo aguardó en vano la “gran ofensiva” aliada. En vez de ello, en diciembre los franceses hicieron un ataque en la zona de los montes Vosgos, cerca de la frontera de Alsacia, desde las posiciones a que habían tenido que retirarse en agosto. Con grandes pérdidas, lograron recuperar algunas aldeas alsacianas, y un poco más de territorio; pero ni siquiera lograron su objetivo de recuperar Mülhausen.

En febrero de 1915, los franceses iniciaron otro ataque en la zona de la Champagne. La batalla, que duró varias semanas, fue por la posesión de un tramo de vía ferrea, sin duda importante para los alemanes, a la vista de Reims. Allí murieron, tras sucesivos ataques y contraataques, más de 200.000 hombres, franceses más de la mitad. Al final, los franceses habían logrado avanzar algo más de medio kilómetro de terreno.

Por su parte, los ingleses lanzaron una ofensiva en la zona de Lille; comenzada el 10 de marzo en un frente de algo menos de 10 kms. en Neuve Chapelle, algo al sur de Lille. El objetivo, era capturar unas colinas, que se consideraban de cierta importancia militar. 300 cañones de gran calibre cubrieron de metralla las trincheras alemanas y tras ello la infantería inglesa avanzó sobrepasando la primera línea de trincheras enemigas; sólo para enfrentarse en la segunda línea, no alcanzada por el cañoneo, un cerrado fuego de ametralladoras. Al final, luego de una terrible matanza, los ingleses habían logrado avanzar un par de kilómetros hacia las ruinas de la aldea de Neuve Chapelle, perdido 13.000 hombres, y capturado 2.000 prisioneros alemanes, además de los 3.000 muertos en combate.

Otras operaciones similares en los meses siguientes, se saldarían con la pérdida de 120.000 bajas francesas y 70.000 inglesas.



La segunda batalla de Yprès.

Los alemanes, por su parte, no se limitaron a enfrentar esas ofensivas limitadas de franceses e ingleses. El 22 de abril de 1915, se produjo la que se ha llamado la segunda batalla de Yprés; que pasó a la historia como la primer acción en que se emplearon los gases mortíferos como arma de guerra.

LA GUERRA CON GASES.

El bombardeo de las tropas inglesas con los gases tóxicos, no tuvo demasiada eficacia militar; ni permitió a los alemanes arrasar las tropas enemigas. Ciertamente, algunos miles de soldados murieron en la forma más horrible; pero poco tiempo después la máscara antigás se había generalizado tanto a nivel militar como civil.

En cambio de ello, desató un tremenda oleada de condenación hacia el desprecio alemán por la Ley Internacional, por el respeto a mínimos límites humanitarios; y suscitó especialmente en Inglaterra la decisión de no dar cuartel al enemigo e introdujo un grado de salvajismo bélico que principalmente afectaría, en adelante, a las poblaciones civiles de los territorios en guerra.

Al parecer, el objetivo de los alemanes en atacar en Yprès, tanto consistía en la posibilidad de abrir el camino a Calais como dominar una posición desde la cual las principales líneas de comunicación aliadas quedarían expuestas a su poderosa artillería.

El sorpresivo ataque inicial con la nube de gases tóxicos, produjo un terror que desbarató las defensas a cargo de los franceses, en gran parte formadas por tropas coloniales; y abrió una brecha en el punto de unión con las tropas canadienses. Sin embargo, éstos lograron cubrir esa brecha y sustentar las defensas por varias horas, a costa de la pérdida de la tercera parte de sus efectivos; al cabo de las cuales llegaron refuerzos belgas e ingleses. Después de cinco días de combates, el ataque alemán fracasó; a pesar de que lograron tomar muchos prisioneros, infligir muchas bajas, apoderarse de bastante artillería y ocupar un poco más de terreno.

La segunda batalla de Yprès puso en evidencia que, en el estado en que se encontraban, ninguno de los combatientes estaba capacitado para derrotar al otro; lo cual significó también para los alemanes, que no debían temer una gran ofensiva aliada, por lo menos en varios meses. Eso les permitiría concentrarse nuevamente en el frente oriental.



La Gran Guerra en la literatura, el cine y la música.

La imagen esencial de la Guerra Mundial I fue la de la guerra de las trincheras. Cientos de miles de hombres, vivieron - y murieron - durante largos meses, enterrados en kilómetros de interminables fosos, que a veces tenían un endeble piso de tablas, y en los que solamente cada tanto aparecía una “habitación”, generalmente para despacho de un Oficial, cuarto de mapas y cabina telefónica; ya que el teléfono era el único medio de comunicación rápida al no haberse desarrollado aún la radio.

Por eso mismo, una de las actividades que debían cumplirse durante los desplazamientos de tropas y en los combates, era el tendido de alambres para mantener comunicadas las diversas unidades entre sí y con sus mandos.

En esos fosos, se vivía en las peores condiciones imaginables; sometidos a los rigores del invierno, en medio del fango de un territorio arrasado en que prácticamente ningún vegetal podría crecer, en total ausencia de higiene. La alimentación dependía de las “cocinas de campaña”, generalmente unos simples armatostes en los que poco más que pan y algunos sancochados podían prepararse. Cuando alguna patrulla lograba llegar a una granja y eventualmente capturar una gallina o un conejo sobreviviente, obtenía el más preciado botín de guerra.

La vida del soldado común en las trincheras, y lo que la época de “la Gran Guerra” significó para las personas comunes que vivían en las ciudades, en los poblados y en los campos de Europa, fue descripta en dos novelas que pasaron a ser los clásicos del tema. “El fuego”, del francés Henry Barbusse presentó la vida del soldado del bando aliado; “Sin novedad en el frente”, del alemán Eric Maria Remarque, lo hizo desde el lado alemán. En verdad, son dos libros que nadie que pueda obtenerlos debe dejar de leer.

Luego de la guerra, “Sin novedad en el frente” fue llevada al cine. Pero tal vez la película que más simboliza la primer Guerra Mundial haya sido “La gran ilusión”, del director francés Jean Rénoir, en que actuara un juvenil Jean Gabin, personificando a un soldado francés que tiene un romance de guerra con una campesina alemana, y que aprende de ella que, en alemán, los ojos azules son Blaue augen.

Pero tal vez el símbolo artístico más representativo de la Gran Guerra, es la imagen de una mujer de rostro huesudo, sobre el escenario de una taberna de soldados, en una atmósfera llena de humo de cigarrillos, escuetamente vestida y exhibiendo sus piernas sentada al revés en una silla de madera, mientras, apoyando sus manos en el respaldo, cantaba con una voz lánguida y ronca que anticipaba la de Marilyn Monroe. “Lili Marlene”, la canción alemana cantada por Marlene Dietrich, reproducida desde discos de pasta que giraban a 78 vueltas por minuto en los fonógrafos de caja de madera y motor a cuerda que requería darle manija varias veces para que el disco no se detuviera, fue sin duda el emblema musical de esa época.



1916: la guerra de desgaste en el frente occidental.

Al llegar la primavera y aproximarse el verano de 1916, los mandos de ambos contendientes en el frente francés estaban conscientes de que ninguno se encontraba en condiciones de intentar un ataque decisivo. El quebranto sufrido por los ejércitos de ambos bandos - tanto en el frente occidental como en el oriental - por las enormes pérdidas sufridas tanto en vidas como en equipamiento militar, así lo determinaba.

En consecuencia, ambas fuerzas siguieron una misma estrategia, la guerra de desgaste; la de intentar ofensivas limitadas, procurando infligir al enemigo las mayores pérdidas con el menor costo para sus propias fuerzas, y tratar de quebrar el frente. Para ello, trataron de elegir los sectores del frente en que consideraron que el enemigo se encontraba con menores posibilidades de ofrecer fuerte resistencia.



Las batallas de Verdún y del Somme.

El Gral. von Falkenhayn eligió el área de Verdún, donde el 21 de febrero de 1916 se desató la ofensiva alemana. La batalla de Verdún se prolongó desde el 21 de febrero hasta el 18 de diciembre de 1916, sin que en definitiva los alemanes lograran éxito. Lograron ocupar las fortificaciones francesas de Douaumont, Vaux y Thiaumonto; pero fueron rechazados todos sus intentos de entrar en Verdún, defendida por las fuerzas al mando del Gral. Pétain.

Por su parte, el Mariscal Joffrè atacó a los alemanes en el Somme. La batalla del Somme se combatió desde el 1º de julio hasta el 18 de noviembre de 1916, con la cual los franceses apenas conquistaron un poco de territorio sin mayor valor militar.

Las batallas de Verdún y del Somme, costaron a los ingleses 400.000 bajas, a los franceses 200.000, y a los alemanes más de medio millón. Al Gral. von Falkenhayn, le costaron además el mando de los ejércitos alemanes, pues el Alto Mando alemán lo sustituyó el 29 de agosto por el Gral. Hindenburg, el venerable militar que había vuelto al servicio desde su retiro para asumir el mando contra los invasores rusos de Prusia oriental. También el Gral. Joffrè perdió el mando de los ejércitos franceses, siendo sustituído el 12 de diciembre por el Gral. Nivelle.



El frente oriental en 1916.

Luego de la ofensiva alemana de fines de 1915, el frente ruso quedó establecido en su mayor parte sobre territorio ruso, siguiendo una línea sinuosa que desde Riga, en la costa del Mar Báltico, pasaba frente a Varsovia y solamente corría en su parte final hasta la frontera de Rumania con Hungría, sobre el territorio de Galitzia; donde los rusos pudieron mantener aproximadamente las dos terceras partes del territorio que habían ocupado durante su avance hasta los Cárpatos.

El esquema de la guerra de desgaste se repitió en este frente durante el año 1916, por similares razones a las que la determinaron en el frente occidental.

Los rusos efectuaron una ofensiva en el sector del frente austríaco, entre junio y agosto, con el objetivo de obstaculizar el esfuerzo militar austro-húngaro contra Italia. Con ello lograron desplazar el frente entre 25 y 125 kms. al oeste y capturar medio millón de prisioneros alemanes; pero a costa de perder a su vez más de un millón de hombres. Finalmente, los alemanes recibieron refuerzos desde el frente occidental, logrando detener la ofensiva rusa.

Para ello, los rusos trasladaron al frente cientos de miles de soldados reclutados recientemente, en su mayor parte campesinos que carecían prácticamente de entrenamiento y asimismo de armamento eficaz; lo cual preparó la situación de total desmoralización de las tropas y la oficialidad, que pronto tendría desastrosas consecuencias.

No obstante ello, durante la campaña contra Austria-Hungría finalmente la diplomacia rusa logró convencer a Rumania de unirse a la guerra contra sus antiguos aliados; de modo que el 17 de agosto de 1916 Rumania invadió la Transilvania húngara, aunque en setiembre fueron expulsados por los austríacos. Intervino entonces Bulgaria en favor de Austria-Hungría, invadiendo Rumania que quedó totalmente en su poder a principios del año 1917, suministrando a las Potencias Centrales un valioso aprovisionamiento de petróleo y provisiones.



EL DESARROLLO DE LA GUERRA - IV
El frente italiano.

Luego de su apartamiento de la Triple Alianza, Italia había asumido inicialmente una posición de neutralidad frente al estallido de la guerra entre las Potencias Centrales y los Aliados, procediendo a denunciar su adhesión al tratado de la Alianza.

Las ambiciones territoriales italianas estaban dirigidas a la llamada Italia irredenta, en la costa norte del mar Adriático, las zonas del Trentino y Trieste, en posesión del Imperio Austro-Húngaro y la antigua provincia veneciana de Dalmacia. Durante los movimientos diplomáticos de la época de Bismarck, reiteradamente Italia las había reclamado, sin que a pesar de cierta disposición del Canciller de Hierro los austro-húngaros hubieran admitido traspasarlas.

Naturalmente, la entrada en la guerra de Turquía del lado de las Potencias Centrales, hubo de agitar a los italianos ante la perspectiva de verse privados de sus recientes adquisiciones coloniales en Tripolitania, arrebatadas a los otomanos.

Finalmente Italia declaró la guerra a las Potencias Centrales el 23 de mayo de 1915. De inmediato los italianos atacaron en la zona de Trentino, donde se sucedieron los combates en el área del río Isonzo que guarda el camino de Trieste.

Se contabilizan 11 batallas de Isonzo, sin que los italianos lograran su objetivo de ocupar Trieste. Finalmente, las fuerzas italianas comandadas por el Gral. Luigi Cadorna, en los últimos meses de 1917, enfrentaron una importante ofensiva austro-húngara que obligó a los italianos a retirarse hasta el río Piave tras la batalla de Caporetto.

La situación es establizó en forma similar a lo ocurrido en los otros frentes, sin que los italianos lograran sobrepasar las defensas austríacas; a pesar de la colaboración de los rusos que a pedido de los italianos trataron de obligar a los austríacos a debilitar el frente italiano al renovar sus ataques en el frente oriental de los Balcanes.



El frente de Grecia.

Luego de la rápida ocupación de la capital de Serbia, Belgrado, por parte del ejército austro-húngaro al principio de la guerra, los serbios la habían recuperado casi de inmediato, el 13 de diciembre de 1914. luego de haber derrotando a los imperiales. Pero con el ingreso a la guerra por parte de Bulgaria, en octubre de 1915 fueron ocupadas Serbia, Montenegro y Albania.

A pesar de que Grecia adoptó la neutralidad, en 1916 los Aliados acusaban al Rey Constantino I de Grecia de colaborar en forma oculta con las Potencias Centrales, contribuyendo con ello a que no progresaran las operaciones en los Balcanes. Finalmente, se produjo la abdicación de Constantino I en su hijo Alejando, estableciéndose entonces un gobierno adicto a los Aliados, encabezados por Venizelos, que declaró la guerra a las Potencias Centrales.

Pero a fines de 1916 los austríacos habían expulsado la invasión rumana de Transilvania, ocupando Bucarest el 15 de diciembre. Los rumanos habían sido derrotados, debiendo firmar un armisticio en diciembre de 1917, por el cual dejaron sus valiosos pozos petrolíferos a disposición de los alemanes.



El frente occidental en 1917.

El nuevo comandante de las fuerzas aliadas en Francia, Gral. Neville consideraba que existían firmes posibilidades de romper las defensas alemanas en el Somme; pero tropezó con la disidencia del Gral. Haig, comandante de las fuerzas inglesas, quien respondiendo a las necesidades de combatir el bloqueo de los submarinos alemanes propiciaba un ataque en Flandes para recuperar los puertos belgas del Canal de la Mancha. Todo lo cual demoró la iniciación de la ofensiva aliada de 1917.

Entretanto, el nuevo jefe alemán Gral. Hindenburg prefirió concentrar sus fuerzas, realizando algunas retiradas tácticas para alinear su frente de batalla detrás de las fortificaciones de la llamada línea Sigfrido - rebautizada como línea Hindenburg - en marzo de 1917.

Los aliados iniciaron el ataque mediante las fuerzas inglesas, en la zona de Artois, un poco al norte del Somme, librándose la batalla de Arras del 9 de abril al 4 de mayo de 1917. Los ingleses apenas lograron desplazar la línea del frente en algo más de 5 kms., pero sin desarticular las líneas alemanas. Casi simultáneamente, los franceses atacaron más al sur. La segunda batalla del Aisne librada del 16 al 20 de abril, les permitió solamente ocupar la localidad de Chemin des Dames también a costa de grandes pérdidas.

Como consecuencia el Gral. Nivelle fue destituído del mando aliado, el 15 de mayo de 1917; nombrándose en su lugar al Gral. Philippe Pétain. éste logró restituir la moral de las tropas, y asumió de momento una táctica principalmente defensiva, en vista de aguardar los efectos de la entrada de los Estados Unidos en la guerra, que acababa de ocurrir.

La destitución del Gral. Neville condujo a que el Gral. Haig, comandante de las tropas inglesas, pudiera llevar a cabo la ofensiva en Flandes, a fin de tratar de neutralizar las bases alemanas de submarinos en la costa de Bélgica. Por su parte, los franceses ahora comandados por el Gral. Pétain llevaron a cabo una ofensiva limitada en la zona de Verdún y Champagne, entre el 17 de julio y el 3 de diciembre de 1917. Una de las acciones fue la batalla de Cambray en la cual, por primera vez, aparecieron en el campo de batalla 400 piezas de una nueva arma desarrollada por los ingleses: el tanque de guerra.

EL TANQUE DE GUERRA.

“Tanque” fue en realidad el nombre clave dado por los ingleses al nuevo tipo de vehículo blindado desarrollado especialmente para el combate en la guerra de trincheras.

La motorización constituyó uno de los medios aplicados en la I Guerra Mundial para otorgar mayor movilidad a los tropas y a la artillería; aunque el principal medio de desplazamiento rápido fueron los ferrocarriles, especialmente utilizados en forma intensiva por los alemanes para los constantes traslados de grandes contingentes de tropas entre los frentes occidental y oriental. En distancias más cortas, generalmente los soldados eran transportados en camiones, aunque abundaban las motocicletas; y la flota de taxis de París permitió trasladar al frente del Marne importantes y oportunos refuerzos.

Pero en el campo de batalla de las trincheras, en que debía actuar la infantería, además de los obstáculos que representaban los fosos mismos y el terreno intermedio entre ambas líneas - totalmente bombardeado y al que cualquier lluvia convertía en un lodazal - se agregaban los efectos mortíferos del fuego de ametralladora y las alambradas de púas que al detener el avance de los soldados los dejaba a merced de las explosiones de los obuses y de las ráfagas de ametralladora. Seguramente, estas condiciones son las responsables de las enormes pérdidas de vidas ocurridas en las batallas de la guerra de trincheras.

Los primeros tanques de guerra, eran unos estrafalarios armatostes provistos de grandes orugas de forma romboidal, de muy baja velocidad y casi desprovistos de armamento, cuya finalidad principal era servir de escudo móvil al avance de la infantería. Sólo un tiempo después, le fueron agregadas a sus lados ametralladoras colocadas en una especie de pared cilíndrica móvil, que permitía disparar en varias direcciones.

El tanque de guerra estaba destinado a alterar radicalmente las formas de combatir en tierra; pero por el momento no tuvo otra consecuencia que la sorpresa que causó en las líneas alemanas.

Después de la guerra, un joven oficial francés, llamado Charles de Gaulle, percibió claramente la potencialidad de la nueva arma; y escribió un libro al respecto. Ese libro no fue casi analizado por los militares franceses; aunque los alemanes le prestaron cuidadosa atención.



La guerra en el mar.

Al comienzo de la guerra, la marina inglesa comprendía veinte acorazados y otros veinte cruceros de combate, además de numerosos otros buques de guerra. Alemania contaba con quince acorazados, y otros tantos cruceros y destructores.

Estas unidades intervinieron en los comienzos de la guerra de manera muy restringida, limitándose a operar en el Mar del Norte. La flota alemana realizó algunos bombardeos de la costa inglesa.

La principal cuestión que se suscitó fue la situación de la navegación neutral. Inglaterra declaró zona de guerra el Mar del Norte el 2 de noviembre de 1914; por su parte, los alemanes declararon el bloqueo naval de las Islas Británicas el 18 de febrero de 1915, y lo establecieron mediante el uso del arma submarina. El 28 de marzo de 1915 se produjo el primer hundimiento de un barco de pasajeros.

EL SUBMARINO.

El submarino fue una de las principales innovaciones tecnológicas de la guerra. Alemania, consciente de la superioridad naval de sus potenciales enemigos, había seguido una estrategia consistente en construir submarinos mediante los cuales atacar las naves de guerra o de transporte mediante otra nueva arma, el torpedo; proyectil que se desplazaba bajo el agua propulsado eléctricamente, portando una poderosa carga explosiva capaz de penetrar el casco de los barcos atacados.

A pesar de su limitado radio de navegación - ya que cuando viajaban sumergidos debían utilizar también propulsión eléctrica - los submarinos alemanes lograron establecer un bloqueo bastante efectivo de las costas inglesas y francesas, sobre todo a partir de sus bases en los puertos belgas del Canal de la Mancha; hundiendo numerosos barcos.

El bloqueo alemán pretendía estrangular el esfuerzo de guerra de Inglaterra; y al principio los submarinos alemanes llegaron a hundir una gran cantidad de barcos ingleses, que en abril de 1916 alcanzó a más de 870.000 toneladas.

Sin embargo, los ingleses desarrollaron el sistema de navegación en convoyes, reuniendo una gran cantidad de barcos mercantes protegidos por barcos de guerra especializados en combatir a los submarinos; y los dotaron de hidroaviones que podían despegar de ellos y luego aterrizar en el mar, para vigilar la presencia de submarinos.

Asimismo, se desarrollaron las denominadas cargas de profundidad, explosivos de gran potencia que eran arrojados al mar en grandes cantidades al descubrirse un submarino, y que en varios casos lograron destruir los sumergibles alemanes.

Por otro lado, la armada inglesa bombardeó las bases de submarinos alemanes en la costa belga, en los puertos de Ostende y Zeebruggem; con lo cual prácticamente la guerra submarina alemana perdió toda efectividad.

Separadamente del bloqueo, las acciones de guerra marítima entre alemanes e ingleses se concretaron en la batalla naval de Jutlandia, del 31 de mayo y 1º de junio de 1916, en que aunque cada uno de los bandos perdió 6 buques, las pérdidas inglesas duplicaron el tonelaje de las alemanas.



Entrada de los Estados Unidos en la guerra.

Los Unidos seguían tradicionalmente la política exterior del aislacionismo, ateniéndose al antiguo consejo del Gral. George Wáshington en 1796, de no inmiscuirse en los conflictos europeos.

EL AISLACIONISMO NORTEAMERICANO.

El 2 de diciembre de 1823 el entonces Presidente Monroe había declarado ante el Congreso norteamericano la política que pasó a ser conocida como Doctrina Monroe.

Conforme a ella, frente al empuje colonialista e imperial de los países europeos, anunció que en adelante Estados Unidos no permitiría a las potencias europeas colonizar el continente americano y que deberían abstenerse de intervenir en asuntos de las repúblicas latinoamericanas ni, especialmente, intentar el establecimiento en ellas de regímenes monárquicos.

Como contrapartida, había refirmado la política norteamericana, asegurando que los Estados Unidos no intervendrían las colonias europeas ni en la propia Europa.

El Presidente de los EE.UU. Woodrow Wilson era una personalidad especialmente versada en asuntos internacionales, experto en Derecho Internacional; y por lo tanto era indudable que tenía una posición absolutamente favorable a los Aliados. Pero indudablemente, la opinión de los principales líderes norteamericanos, aunque en general de similar inclinación pro-aliada, no era favorable a que los Estados Unidos participaran directamente en la guerra.

Por otra parte, hacia 1916 Estados Unidos constituía sin duda el principal proveedor de pertrechos de guerra y provisiones para las fuerzas aliadas; los cuales eran transportados oficialmente en buques mercantes de bandera inglesa en forma predominante.

El 7 de mayo de 1915, un submarino alemán torpedeó en las costas de Irlanda, cerca de Kinsala, al transatlántico Lusitania de la línea inglesa Cunard, en el cual viajaba una gran cantidad de pasajeros de nacionalidad norteamericana. En menos de 20 minutos el Lusitania se hundió, muriendo 1.198 de sus pasajeros y tripulantes, incluyendo 139 norteamericanos.

Los alemanes adujeron que el buque transportaba clandestinamente suministros de guerra a Inglaterra, lo que al parecer resultó ser verdad. De todos modos, la indignación cundió en la opinión pública norteamericana. Sin embargo, el gobierno norteamericano se dió por satisfecho con la aceptación alemana del pago de reparaciones, y su compromiso de que no volverían a atacar barcos de pasajeros sin previo aviso y salvataje de sus pasajeros.

No obstante eso, a principios de 1917 el gobierno alemán volvió a anunciar que en adelante procederían al hundimiento de cualquier barco que intentara burlar el bloqueo, tanto fuera aliado o de bandera neutral, de carga o de pasajeros. Esa declaración alemana determinó que, finalmente, los Estados Unidos declararan la guerra a las Potencias Centrales, el 2 de abril de 1917.

La entrada de los Estados Unidos en la guerra significó un enorme alivio para los Aliados, especialmente en el plano financiero. Si bien ya los EE.UU. habían estado otorgando créditos por los suministros entregados a Inglaterra y Francia, al declarar la guerra fueron aprobados créditos adicionales por 10.000 millones de dólares (que en esa época representaban una suma enorme) para el aprovisionamiento de armas y equipos a los Aliados.



La revolución rusa - Armisticio con Rusia.

Los avatares negativos de la guerra en el frente oriental, habían causado gran desmoralización a las fuerzas rusas. Por otra parte, la situación política de los Romanoff se encontraba afectada por la acción de agitadores revolucionarios que, desde tiempo atrás, habían actuado en Petrogrado y otras importantes ciudades rusas. Un factor que acrecentaba la oposición al régimen del Zar, era la gran influencia que en su gobierno había alcanzado el monje Gregorio Rasputín; y la forma en que el Zar Nicolás II no había avanzado en las reformas iniciadas por el Zar Alejandro II en el sentido de instaurar una monarquía parlamentaria.

Entre los que propicaban el cambio del régimen imperial de los Zares, había un partido republicano, llamados los mencheviques; y por otro lado varias ramas de partidos marxistas, principalmente los bolcheviques encabezados por Vladimir Ilich Ulianov, apodado Lenin.

A raíz de sus actividades políticas contra el gobierno ruso, Lenin había huído de Rusia y se encontraba refugiado en Suiza. En marzo de 1917, los acontecimientos políticos se precipitaron en Petrogrado; a raíz de una insubordinación de las tropas que debían restablecer el orden en la ciudad, el Zar Nicolás II abdicó, y se formó un Gobierno Provisional designado por el parlamento ruso, la Duma. Se trató de un gobierno de concepción republicana, que otorgó las libertades clásicas y además de liberar a varios líderes bolcheviques que estaban presos en Siberia (entre ellos a Trostky y Stalin) autorizó el retorno de Lenin.

El Estado Mayor alemán, conociendo la delicada situación política del gobierno ruso, organizó el retorno de Lenin a Petrogrado; proveyéndolo de un tren blindado en el cual, como único pasajero, se trasladó a Suecia; desde donde pasó a Rusia.

El gobierno provisional ruso sostuvo la continuidad de la guerra en el frente oriental, y sus tropas comandadas por el Gral. Alexiéivich lograron algunos avances en Galitzia aunque debieron ceder al contraataque alemán. En setiembre, los alemanes ocuparon la ciudad de Riga, sobre el Báltico. De hecho, el ejército ruso se desgajaba, desertando unidades enteras que trataban de retornar a Rusia caminando, en medio de las más crudas condiciones climáticas, y en la más absoluta carencia de abastecimientos.

En Octubre de 1917, los bolcheviques encabezados por Lenin, dieron en Petrogrado el golpe de Estado organizado por Trotsky, destituyeron el gobierno republicano de Kerensky y se hicieron con el poder, instaurando el régimen totalitario comunista soviético, que habría de permanecer en Rusia hasta 1991.

El 20 de noviembre, Lenin ofreció a Alemania un armisticio, que fue firmado con los representantes de las Potencias Centrales, en Brest-Litovsk, el 15 de diciembre de 1917. El Tratado de Paz definitivo fué firmado el 3 de marzo de 1918; en él, el gobierno de los soviets otorgó a Alemania amplias concesiones, especialmente poniendo bajo su control todo el territorio de Ucrania, de gran importancia por sus riquezas petroleras y agrícolas.



La derrota austriaca en los Balcanes. Fin del Imperio Austro-Húngaro.

Los Aliados, habían desembarcado en Grecia en junio de de 1917, y conformado un nuevo frente contra Austria-Hungría, atacando desde Grecia en dirección a Serbia, con la participación de fuerzas francesas, inglesas, griegas, italianas y de los propios serbios, que totalizaban bastante más de medio millón de hombres.

A fines de agosto de 1918, los Aliados desencadenaron una gran ofensiva en el frente del norte de Grecia, comandados por el francés Francet D'Esperey, y tras la batalla de Dobro Polje Bulgaria fue rapidamente derrotada, y debió firmar un armisticio con los Aliados el 29 de setiembre de 1918. Tras la derrota de Bulgaria, las tropas aliadas entraron en Rumania, que volvió a participar en la guerra. Los serbios recuperaron su capital Belgrado el 1º de noviembre de 1917; y los italianos invadieron Albania.

Luego de la victoria austríaca sobre los italianos en Caporetto, los italianos lograron derrotarlos definitivamente en la batalla de Vittorio Véneto del 24 de octubre a 4 de noviembre de 1918, tomaron Trieste el 3 de noviembre y el Fiume el 5 de noviembre.

Las sucesivas derrotas sufridas por las armas austro-húngaras impulsaron el levantamiento de diversas zonas de su territorio pobladas por las nacionalidades eslavas. En octubre de 1918 se constituyó el nuevo Estado de Checoslovaquia, formado por los checos y los eslovacos; y los pueblos eslavos del sur, formados por los croatas, eslovenos constituyeron con los serbios el Reino de Serbia. Hungría se independizó en noviembre.

En Viena, las antiguas autoridades del Imperio Austro-Húngaro firmaron con los Aliados el armisticio el día 3 de noviembre; y el último Emperador de los Habsburgo, Carlos I, abdicó para dar paso a la República de Austria.



Final de la guerra en el frente occidental - Armisticio de Compiègne.

El ingreso de los EE.UU. en la guerra, determinó que, al mismo tiempo que el armisticio con Rusia liberaba grandes ejércitos alemanes que pudieron fortalecer el frente occidental, los Aliados pudieran contrarrestarlos mediante el enorme apoyo militar de los norteamericanos.

Los Aliados comenzaron a definir las condiciones de la paz. El Primer Ministro inglés Lloyd George redactó el programa de objetivos de la Gran Bretaña; y por su parte el Presidente Wilson de los EE.UU. formuló sus famosos 14 Puntos.

Asimismo, el 27 de noviembre de 1917 se creó el Consejo Supremo de Guerra de los Aliados y el 24 de julio de 1918 del Mariscal Foch fue designado Comandante en Jefe de las Fuerzas Aliadas en Francia.

Liberadas sus fuerzas del compromiso en el frente oriental, los alemanes desataron su gran ofensiva final en Francia. Entre el 21 de marzo contra el frente británico en la zona de Arras, con el objetivo de alcanzar París. Hasta el 15 de julio de 1918, mediante cinco grandes ataques sucesivos los alemanes lograron avanzar sobre el Marne, llegando a 50 kms. de París; pero el ejército francés fue reforzado con la II División norteamericana, y el 4 de junio, en la batalla de Château-Thierry detuvieron el avance alemán.

El 18 de julio, los aliados iniciaron la segunda batalla del Marne atacando a las debilitadas fuerzas alemanas, que debieron batirse en retirada.

Comenzó entonces la gran ofensiva general aliada. Entre el 8 y el 11 de agosto, fuerzas combinadas de franceses e ingleses atacaron en Amiens. Al mismo tiempo, otros ejércitos anglo-franceses desataron la segunda batalla del Somme; a principios de setiembre los alemanes habían tenido que retirarse nuevamente a sus posiciones de la línea que había establecido Hindenburg al asumir el mando en el frente occidental.

Entre el 12 y el 13 de setiembre, las fuerzas norteamericanas libraron contra los alemanes la batalla de Saint-Michel derrotándolos totalmente. A fines de octubre y principios de noviembre, franceses e ingleses avanzaron en Cambray y San Quintín.

La gran batalla final de la guerra fue la batalla de Sedan. Fuerzas francesas e inglesas rompieron totalmente el frente alemán entre Metz y Sedan, y penetraron profundamente en las defensas alemanas. Fuerzas norteamericanas entraron en Sedan el 10 de noviembre; lo que llevó a que el Gral. Lüdendorff recomendara al gobierno alemán que pidiera el armisticio.

Mientras tanto, los ingleses avanzaron firmemente en el norte de Francia y a lo largo de la costa de Bélgica. En el frente central, las defensas alemanas en la línea de Hindenburg fueron totalmente superadas, y los ejércitos alemanes debieron retirarse más allá del río Rhin.

La indisciplina cundió en la marina alemana, que se amotinó. Luego que el rey de Baviera fuera depuesto por levantamientos populares, el Káiser Guillermo II abdicó a principios de noviembre, refugiándose en Holanda. El 9 de noviembre se proclamó en Alemania la República de Weimar y de inmediato el gobierno envió a los Aliados el comunicado de rendición de los ejércitos alemanes de la I Guerra Mundial.

El 11 de noviembre de 1918 en el interior de un vagón de ferrocarril, en el bosque de Compiègne, se firmó el armisticio que puso fin a la Gran Guerra, en las condiciones establecidas por los Aliados. Las acciones militares finalizaron ese mismo día.

Poco antes, el personaje de la novela “Sin novedad en el frente occidental”, vió posarse una solitaria mariposa en la tierra arrasada; y al intentar tomarla asomó sobre el borde de su trinchera, donde fué alcanzado por la última bala disparada en la Gran Guerra.



Consecuencias de la I Guerra Mundial.

Las consecuencias que derivaron de la I Guerra Mundial fueron sin duda enormes y trascendentales en todos los órdenes de la Historia.

En el plano estrictamente material y humano, ha guerra costó algo así como 10 millones de muertos. La destrucción de riqueza en Europa, resulta inmedible, considerando no solamente las consecuencias sobre las construcciones de las ciudades, los medios de comunicaciones (ferrocarriles, puentes, carreteras), las fábricas y granjas destruídas - que en buena medida representaban el capital nacional de los países - además de las cosechas perdidas o no sembradas. En este sentido, se ha estimado que Francia perdió el 30% de su riqueza, Alemania el 22%, Inglaterra el 32% e Italia el 26%.

La mayor parte de los muertos y mutilados de guerra, estuvo formada por los hombres de edades más productivas - entre 20 y 50 años - lo cual alteró decisivamente la estructura demográfica, social y económica. Las pérdidas francesas, se estiman en 1:400.000 hombres, las de Inglaterra en 750.000, las de Alemania en 1:800.000, las de Rusia han de haber superado los 3:000.000. Pero Rusia tuvo todavía, a continuación de la Guerra Mundial, los miles de muertos la guerra civil que se desató a raíz del establecimiento de la dictadura comunista; y otros varios millones de muertos a consecuencia de las hambrunas causadas por la política económica de los soviets y por las ejecuciones políticas de la primer época del gobierno de Stalin.

Los mutilados de guerra fueron decenas de miles; casi todos ex-soldados de las trincheras víctimas de amputaciones causadas por los obuses y las minas terrestres. Su presencia se hizo familiar en las calles de todas las ciudades europeas de las post-guerra hasta muchos años después de 1918; y era apreciada, aún sin verlos, en los numerosos detalles previstos para ellos, como los lugares reservados en los transportes públicos o las pendientes en los bordes de las aceras para sus sillas de ruedas.

Esas circunstancias pesaron gravemente sobre las economías de las naciones europeas en las post-guerra de manera muy importante, y determinaron en gran medida los sucesos históricos ulteriores.

Lejos de haber permitido superar las tensiones sociales y nacionalistas entre los pueblos de Europa, la guerra en cierto modo las agravó. Los vencedores no dejaron de alimentar su resentimiento y hasta su odio hacia los países que iniciaron la guerra, especialmente Alemania. En esta última, el orgullo nacional había sido humillado como nunca a lo largo de su historia. Las espectativas y aspiraciones de contarse entre las naciones prósperas y poderosas del mundo, que llevaron a Alemania a la guerra, quedaron sepultadas; aunque también es cierto que la medida de esa prosperidad y poder en base al modelo colonial inglés también quedó herido de muerte.

En el orden estrictamente militar, la I Guerra Mundial marcó un cambio fundamental en la estructura de los ejércitos y en la forma de hacer la guerra. Así como la aparición de la pólvora, en su momento, puso fin a la guerra en que lo esencial era el combate cuerpo a cuerpo; y el cañón (que por su costo no podían disponer los señores feudales) fue un factor decisivo para la imposición de las monarquías nacionales; en el transcurso de la I Guerra Mundial, y muy especialmente a iniciativa de los alemanes, perdió su gran importacia el arma de caballería, sustituída por los regimientos mecanizados y motorizados, y especialmente por los blindados. Similares avances tecnológicos condujeron a que la guerra en el mar asumiera enorme importancia estratégica, especialmente por el surgimiento del submarino y el torpedo; y que el desarrollo de la aviación terminara haciendo del portaaviones el componente principal de las fuerzas de guerra naval.

A pesar de que buena parte de la guerra transcurrió en las trincheras, la movilidad de los ejércitos — que los alemanes emplearon con fines estratégicos mediante la red de ferrocarriles — pasó a ser un factor decisivo. En ese sentido, no solamente asumieron importancia los desplazamientos mediante el empleo de vehículos con motor de explosión y de los tanques de guerra que rapidamente fueron perfeccionándose; sino en particular la tuvo el creciente empleo de la radio para intercomunicar las distintas unidades e incluso los distintos vehículos blindados. A partir de la I Guerra Mundial la tecnologóa de la guerra cambió de manera fundamental; y con ella no solamente el planteo estratégico y táctico — como se demostró la II Guerra Mundial — sino también la posibilidad de disponer de una potente capacidad militar, que desde ese momento sólo estaría al alcance de los Estados altamente industrializados y de fuerte economía. Y ello, ulteriormente, daría origen a otro cambio fundamental al surgir, como medio alternativo de combatir a los grandes ejércitos mecanizados modernos, la forma de guerra “no convencional”, tanto la guerra de guerrillas como la subversión política, y el terrorismo internacional.

En las sociedades europeas, apareció un nuevo tipo humano: el “veterano de guerra”. Un antiguo combatiente, generalmente imbuído de un alto grado de nacionalismo y - especialmente en los países derrotados - pleno de resentimiento, que pasaría a ser propicio a integrarse a los fututos movimientos políticos extremistas. Entre ellos, había uno llamado Adolf Hitler.



La reestructura de Europa.

Terminada la guerra entre los contendientes militares, correspondió a los líderes políticos y diplomáticos estructurar las condiciones de la paz. Se realizaron varios Tratados de Paz, el principal de lo cuales fué el Tratado Versalles con Alemania; además, se realizaron los Tratados de Saint Germain con Austria, de Trianon con Hungría, de Sèvres con Turquía y de Neully con Bulgaria.

El Tratado de Versalles fue el resultado de la Conferencia de Paz efectuada en el Palacio de Versalles, cerca de París, a partir del 18 de enero de 1919, con la participación de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia e Italia como protencias triunfantes en la guerra. El nuevo gobierno de la República de Weimar que regía a Alemania, no fué admitido en la Conferencia. Rusia, sometida al gobierno revolucionario bolchevique, tampoco pudo participar. El texto final, fue suscrito el 28 de junio de 1919 en la misma Galería de los Espejos en que había sido proclamada en 1871 la fundación del Imperio Alemán.

El Presidente de los EE.UU. Woodrow Wilson, fué artífice fundamental del Tratado. Sus “14 puntos” del programa de paz elaborado al ingresar EE.UU. en la guerra, que fueron defendidos por él ardientemente; representaban una visión avanzada de las relaciones entre los Estados, y un programa de desarrollo del Derecho Internacional propio del gran experto en la materia que Wilson era. Pero entre sus acompañantes en la Conferencia, el Primer Ministro inglés Lloyd George, el italiano Orlando y el francés Georges Clemenceau, predominó el ascendiente de este último, acérrimo partidario de tratar a los vencidos con total dureza.

Las decisiones de la Conferencia conceden a Wilson la creación de una Sociedad de las Naciones, pero imponen a Alemania condiciones económicas y militares absolutamente terminantes. Los alemanes hablarán en lo sucesivo del diktat de Versalles, en que los vencedores decidieron todo por sí, sin tomar para nada en consideración las condiciones en que se encontraba Alemania.

Alemania deberá eliminar el servicio militar, reducir a 100.000 hombres el total de su ejército, entregar todos sus submarinos y abstenerse de construirlos en el futuro, limitar su flota naval a menos de 40 navíos de superficie de pequeño porte con una dotación no superior a 15.000 hombres, y prescindir totalmente de fuerzas aéreas. En su capítulo de reparaciones de guerra, el Tratado de Versalles imponía a Alemania una enorme carga económica. Alemania debía entregar sus barcos mercantes, sus ferrocarriles, sus fábricas, sus ganados, y la producción de su minería.

La flota alemana de guerra había sido concentrada, luego del armisticio, en la base británica de Scapa Flow desde noviembre de 1918. El Tratado de Versalles determinó que Alemania debía entregar a los Aliados 10 acorazados, 17 cruceros, 50 lanchas torpederas y algo más de 100 submarinos. Sin embargo, el 19 de junio de 1919, las tripulaciones de los barcos alemanes, que habían sido internadas en Scapa Flow junto con sus navíos, dinamitaron y hundieron la totalidad de los barcos de la flota, para evitar que cayera en manos de sus vencedores.

La suma que se fijó a Alemania en concepto de reparaciones de guerra fue de 220 millones de marcos, lo que representaba una suma sideral; pero Clemenceau impuso su criterio de que “Alemania debe pagar”. El economista británico John Maynard Keiynes - que alcanzaría ulterior celebridad - proclamó que Europa no podría recuperar su economía con firmeza, si no se reconocía a Alemania el papel que debía cumplir para ello; y auguró que el empobrecimiento de Alemania sería el comienzo del empobrecimiento de toda Europa.

Desde el punto de vista territorial y político, Alemania debió devolver a Francia los conflictivos territorios de Alsacia y Lorena. Francia se consideraba asistida del derecho a retener los territorios alemanes al este del Rhin que habían ocupado en la fase final de la guerra, el Sarre y la cuenca del Rhur, asiento principal las industrias del carbón y el acero. Pero sus aliados consideraban inconveniente privar totalmente a Alemania de toda viabilidad económica futura y crear una nueva “cuestión” de reivindicaciones territoriales en sentido inverso a la de Alsacia-Lorena. De modo que se resolvió entregar el Sarre a Francia solamente por un período de 15 años.

El Tratado también se ocupó de la futura situación de Austria, en vista de la gran afinidad germana de su población; prohibiéndosele toda posible unión futura con Alemania.

Las disposiciones territoriales finales de la guerra, produjeron el desmembramiento total del antiguo Imperio Austro-Húngaro. La nueva Austria quedó privada de Hungría - que era su fuente principal de alimentos - así como se asignaron a Italia los territorios de Trieste, Dalmacia y el valle del río Adigio - a pesar de que allí habitaban varios cientos de miles de germanófonos; y se reconoció a las nuevas naciones de Checoslovaquia y Yugoslavia, así como a Albania, en tanto que Hungría debió ceder parte de su territorio a Rumania.

Uno de los postulados esenciales para el Presidente Wilson era el de la “autodeterminación de los pueblos”, que presuponía la creación de Estados de unidad étnica e idiomática. El peso de norteamérica en la definición final de la guerra, hacía que ese objetivo fuera muy tomado en consideración; a pesar de que en muchos aspectos no se compadecía con las realidades de las regiones en que se planteaba la división política por nacionalidades. Especialmente en los Balcanes, las decisiones tomadas en Versalles siguiendo ese concepto, fueron fuente de conflictos que han llegado hasta la época actual.

Una de las naciones que recibió de las potencias triunfantes en la guerra el reconocimiento de su identidad política fue Polonia, a la cual se entregó parte de la Prusia oriental para concederle acceso al mar Báltico, creándose el que pasaría a ser el célebre “corredor polaco”; en tanto que las ciudades de Mernel y Dantzig obtenían el estatuto de ciudades libres, quedando así una buena parte de Prusia totalmente aislada de Alemania.

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La Sociedad de Naciones.

El Tratado de Versalles concedió al Presidente Wilson la creación de la Sociedad de las Naciones; un organismo internacional permanente que pretendía ocupar el papel desempeñado por los sucesivos Congresos de grandes potencias, desde el Congreso de Viena de 1815 pasando por los que había organizado Bismarck, y que a su criterio habían sido totalmente ineficaces para encauzar las relaciones internacionales. El sistema importaba rechazar el régimen de la época de la Santa Alianza, para implantar una “asamblea democrática” con participación de todas las naciones. Sin embargo, las “cláusulas morales” del Tratado de Versalles, adjudicando a Alemania la culpabilidad de la guerra, determinaron su exclusión del novel organismo.

El Pacto de la Sociedad de Naciones se basaba en el compromiso de todas las naciones de renunciar al recurso a la guerra para solventar sus conflictos; y establecía un sistema de sanciones para quienes lo infringiera, que la realidad histórica demostró ser totalmente inoperante.

La Sociedad de Naciones, estableció la siguiente organización:

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La Asamblea General, compuesta por todos los Estados miembros, que debía reunirse todos los años.
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El Consejo, compuesto por cinco miembros permanentes (Francia, Inglaterra, Italia, Japón y prospectivamente Estados Unidos) y cuatro temporales, que eran elegidos por la Asamblea. Más adelante, el Consejo se compuso de 13 miembros, y se admitió como miembros permanentes a Alemania y a la U.R.S.S., sucesora de Rusia.
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La oficina del Secretariado, que proveía los servicios administrativos.
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El Tribunal Internacional de Justicia de la Haya (que ya existía con anterioridad).
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La Oficina (luego Organización) Internacional del Trabajo, cuya finalidad era negociar tratados internacionales regulando las condiciones del trabajo.

La Sociedad de las Naciones se instaló en la ciudad de Ginebra, Suiza, que cedió un predio en sus cercanías, sobre las costas del Lago Léman, contiguo al que ya ocupaba desde tiempo atrás la Cruz Roja Internacional. Su primer reunión se celebró el 15 de noviembre de 1920; y ulteriormente ocupó su sede en el Palacio de las Naciones allí construído.

El Pacto de la Sociedad de las Naciones, que constituía el artículo X del Tratado de Versalles, no fue ratificado por el Congreso norteamericano - a pesar de los esfuerzos del Presidente Wilson - a causa de divergencias de política interna; y por lo tanto, Estados Unidos no formó parte del Consejo ni de la Sociedad misma. Esto, unido a la no admisión de Alemania y Rusia lesionó desde el principio el concepto de universalidad de la Sociedad, que posteriormente se agravó a consecuencia de la expulsión de países que se consideraron infractores de sus disposiciones, especialmente Italia en 1937.

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