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viernes, 1 de marzo de 2013

La Odisea - Canto I (Fragmento inicial)

1 Háblame, Musa, de aquel varón de multiforme ingenio que, después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo, vio las poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por el Ponto, en cuanto procuraba salvar su vida y la vuelta de sus compañeros a la patria. Mas ni aun así pudo librarlos, como deseaba, y todos perecieron por sus propias locuras. ¡Insensatos! Comiéronse las vacas de Helios, hijo de Hiperión; el cual no permitió que les llegara el día del regreso. ¡Oh diosa, hija de Zeus!, cuéntanos aunque no sea más que una parte de tales cosas.

martes, 26 de febrero de 2013

La Odisea - Canto IX

La Odisea, Canto IX ~ Homero

Relatos ante Alcino.
El Cíclope.

Entonces el ingenioso Ulises le respondió con las siguientes palabras:

—Poderoso Alcino, y el más ilustre entre todos los pueblos, cuán dulce es oír a semejante cantor, que por el encanto de su voz es igual a los dioses. No, sin duda, creo que no es posible proponerse un fin más agradable que el de ver reinar la alegría en todo un pueblo, ver a estos invitados escuchando a un cantor en el palacio, sentados todos alrededor de mesas cargadas de panes y manjares, mientras que el copero saca el vino de las jarras y lo trae para llenar las copas; esto es lo que en mi alma me parece lo más hermoso. Pero, puesto que es tu deseo enterarte de mis lamentables infortunios, es preciso que suspire otra vez derramando lágrimas. ¿Por dónde comenzar y cómo terminar este relato? Los dioses del cielo me han abrumado con muchos dolores. Ahora, pues, te diré mi nombre, para que lo sepas; porque si evito el día funesto, quiero ser tu huésped, aun cuando viva en moradas lejanas. Yo soy el hijo de Laertes, Ulises, que con mis estratagemas me he dado a conocer a todos los hombres y cuya gloria ha subido hasta los cielos. Habito en la occidental isla de Itaca; en ella hay una soberbia montaña, el Nerito, cubierto de árboles; en derredor se encuentran islas numerosas y próximas las unas de las otras: Duliquio, Same, Zante sombreada por bosques; Itaca, cuya orilla apenas destaca del mar, y la más próxima a poniente (las otras se encuentran frente a la aurora del sol), está cubierta de peñascos; pero ella alimenta a una juventud vigorosa. No puedo ver ningún otro lugar que se mea más dulce que mi país. La ninfa Calipso me retuvo mucho tiempo en sus profundas grutas, deseando con ardor que yo fuera su esposo; asimismo la astuta Circe, que reina en la isla de Ea, me retuvo en su palacio, deseando también que fuera su esposo; pero ni la una ni la otra logró persuadir mi corazón. No, nada hay más querido para el hombre que su patria y sus padres, aun cuando habitase en una rica mansión en tierra extranjera, lejos de su familia. Pero, puesto que lo deseas, voy a contarte mi regreso, con todos los males que me envió Zeus cuando partí de Troya.

"Al salir de Ilion, los vientos me llevaron al país de los ciconios, hacia la ciudad de Ismaro; yo asolé esa ciudad e hice perecer a sus habitantes. Después de raptar a sus esposas y apoderamos de numerosas riquezas, hici-mos el reparto, y nadie se fue sin tener una parte igual. Yo les exhorté a huir con pie ligero; pero los insensatos no me obedecieron. Allí, bebiendo el vino en abundancia sacrificaban en la orilla numerosos rebaños de bueyes y de ovejas. Durante ese tiempo, habiendo huido algunos ciconios, llaman a otros ciconios sus vecinos más próximos y los más valientes, que habitan el interior de las tierras, que saben, en un carro, combatir a sus enemigos y también esperarlos a pie firme. Tan pronto como clarea el día, acuden, numerosos como las hojas y las flores en la estación de la primavera; enton-ces el funesto destino de Zeus se adhiere a nosotros, desventurados, para hacemos padecer muchos males. Alineados, nos libran combate delante de las naves, y sucesivamente nos atacan con sus lanzas de cobre. Durante toda la mañana y mientras se eleva el astro sagrado del día, resistimos a nuestros enemigos, aun cuando superiores en número; pero cuando el sol declina y trae la hora en que son desatados los bueyes, los ciconios se arrojan contra los griegos y los ponen en fuga. Cada una de mis naves perdió seis guerreros, los otros escaparon a la muerte.

"Volvemos a embarcar, contentos de haber evitado la muerte, pero con el corazón apesadumbrado por haber perdido a nuestros compañeros. Sin embargo, nuestras grandes naves no se alejan sin que hayamos llamado tres veces a los amigos infortunados que perecieron en esa orilla, vencidos por los ciconios. Entonces el poderoso Zeus suscita contra nosotros el viento Bóreas, acompañado de una espantosa tempestad, y oculta bajo densas nubes la tierra y las olas; la noche cae de repente desde el cielo. Nuestras naves son arrastradas a lo lejos sin dirección, y las velas son desgarradas en jirones por la violencia del viento; las depositamos en las naves para evitar la muerte y dirigimos en seguida la flota hacia el continente más cercano. Durante dos días y dos noches permanecemos en esa ribera, con el corazón devorado por los dolores y los tormentos. Pero cuando la Aurora de hermosa cabellera hubo traído el día tercero, levantamos los mástiles, desplegamos las velas y volvemos a subir a las naves, conducidas por el viento y los pilotos. Yo esperaba por fin llegar felizmente a las tierras de la patria, cuando, al doblar el cabo Maleo, Bóreas y las rápidas corrientes del mar me rechazan y me alejan de Citera.

"Durante nueve días fui llevado por los vientos contrarios en el mar rico en peces; pero al día décimo fui a parar al país de los lotófagos, que se alimentan de la flor de una planta. Bajamos a la playa y sacamos agua de las fuentes; luego, mis compañeros comen junto a las naves. Cuando hemos terminado de comer y de beber, yo decido enviar a mis compañeros a explorar, escogiendo a dos de entre ellos; el tercero que les acompañaba era un heraldo, para informarse de cuáles eran los pueblos que en aquellos lugares se alimentaban de los frutos de la tierra. Habiendo, pues, partido éstos, se mezclaron a los pueblos lotófagos; pero los lotófagos, que no tenían inten-ción de dar muerte a nuestros compañeros, les dieron a probar el loto. Aquellos que comieron el dulce fruto del loto no querían venir a dar cuenta del mensaje ni regresar, sino que, por el contrario, deseaban quedarse entre los pueblos lotófagos, y para alimentarse del loto se olvidaban de regresar. Sin embargo, yo les obligué a que llorando volvieran a subir a las naves, y los até a los bancos de los remeras. Al instante ordeno a mis otros compa-ñeros que suban a las ligeras naves, temiendo que también ellos, comiendo el loto, se olviden de regresar. Suben en seguida, se colocan en los bancos, y todos sentados en orden baten con sus remos el mar espumoso.

"Lejos de estos lugares comenzamos de nuevo a navegar, con el corazón transido de dolor. Llegamos en seguida al país de los violentos Cíclopes, que viven sin leyes, y que, confiando en los dioses inmortales, no siembran ninguna planta con sus manos y no labran la tierra; pero allí todas las cosas crecen sin ser sembradas ni cultivadas: la lluvia de Zeus hace crecer para ellos la cebada, el trigo, y las vides que, cargadas de uvas, dan un vino delicioso. No tienen ni asambleas, ni para celebrar el consejo, ni para administrar la justicia; sino que viven en las cimas de las montañas, en grutas profundas; cada uno de ellos gobierna a sus hijos y a su esposa, y no se preocupan los unos por los otros.

"Frente al puerto, ni demasiado cerca, ni demasiado lejos del país de los Cíclopes, hay una isla de escasa extensión, y cubierta de bosques; allí nacen en gran número cabras monteses, porque los pasos de los hombres nunca las ponen en fuga. Esa isla no es visitada por los cazadores, que soportan tantas fatigas en los bosques recorriendo las cumbres de las montañas; no está habitada por pastores ni labradores, sino que está desprovista, de hombres, sigue siempre sin siembra ni cultivo, y solamente alimenta a las baladoras cabras. Porque entre los Cíclopes no hay naves de proa de bermellón, con las cuales se realizan toda clase de empresas y se visitan las ciudades de los pueblos; tales son los numerosos proyectos que realizan los hombres al cruzar los mares. Así, los Cíclopes habrían podido cultivar esa isla y hacerla habitable: ella no es estéril, y produciría frutos en cualquier estación. Allí, en la orilla del mar espumoso, se extienden prados húmedos y tupidos; las vides serían allí sobre todo de larga duración. Es fácil de labrar; en ella se recogería en la estación correspondiente una abundante cosecha, porque el suelo es graso y fértil. Esta isla posee todavía un puerto cómodo, donde nunca hay necesidad de cordaje, donde no se echa el ancla, donde ningún vínculo amarra las naves; cuando abordan a esos lugares, permanecen en ellos hasta que los navegantes desean partir y empiezan a soplar los vientos. En el extremo de ese puerto corre un agua límpida, el manantial se halla bajo una gruta; en derredor se elevan unos chopos. Fue allí adonde arribamos, y un dios nos condujo durante la noche oscura: ningún objeto hería entonces nuestra vista; una espesa niebla envolvía a nuestras naves, y la luna no brillaba en el cielo; estaba oculta por las nubes. Ninguno de nosotros había descubierto aquella isla; ni siquiera advertimos las enormes olas que iban a estrellarse a la orilla, antes de que con nuestras naves hubiéramos llegado a ella. Tan pronto como llegamos, plega-mos las velas, luego bajamos a tierra, y nos dormimos en espera de que volviera a brillar la aurora.

"Al día siguiente, a los primeros rayos del día, recorremos esa isla, y quedamos llenos de admiración. Entonces las ninfas, hijas del poderoso Zeus, nos envían las cabras de las montañas para la comida de nuestros compañeros. Luego traemos de las naves los arcos curvos, las largas jabalinas, y divididos en tres grupos, arrojamos nuestros dardos; de pronto un dios nos concede una caza abundante. Doce naves me habían seguido; cada una de ellas obtuvo nueve cabras en la distribución. Mis compañeros escogieron diez para mí solo. Durante todo el día, hasta que el sol se puso, saboreamos los manjares abundantes y el delicioso vino. El vino de nuestras naves no se había agotado, sino que aún nos quedaba una buena cantidad; porque habíamos puesto mucho de nuestras jarras cuando saqueamos la ciudad de los ciconios. Entre tanto, descubrimos a poca distancia el humo que se elevaba en el país de los Cíclopes, y oímos sus voces mezcladas a los balidos de las cabras y de las ovejas. Cuando el sol hubo terminado su carrera, y llegaron las tinieblas de la noche, nos acostamos a la orilla del mar. Cuando volvió a brillar la aurora, yo reuní a todos los míos y les dije:

"—Quedaos en estos lugares, ¡oh mis compañeros fieles!; yo, entre tanto, con aquellos que suban a mi nave, iré a informarme acerca de quiénes son esos hombres; si son crueles, salvajes, sin justicia, o si son hospitalarios, y si su alma respeta a los dioses.

"Dichas estas palabras, yo subo a la nave, ordeno a mis compañeros que me sigan y desaten los cordajes. En seguida suben a la nave, se colocan en los bancos, y todos, también ordenadamente, golpean con sus remos el mar espumoso. Cuando arribamos al país del cual nos encontrábamos tan cerca, vimos en el extremo del puerto, cerca del mar, una gruta elevada, sombreada de laureles: allí reposaban numerosos rebaños de cabras y ovejas; el patio estaba cerrado por un muro de peñascos hundidos en la tierra, por grandes pinos y encinas de alta cabellera. Allí era donde moraba un hombre enorme, el cual, él solo, hacía pacer sus rebaños a lo lejos; no frecuentaba a los otros Cíclopes, sino que, siempre apartado de ellos, no conocía más que la violencia. Era un monstruo horrible, no parecido al hombre que se alimenta de trigo, sino a la cima boscosa de las altas montañas, parecía superar a todos los demás.

"Digo a mis compañeros que se queden a bordo para guardar la nave; solamente, al escoger a doce de los más valientes, me alejé; sin embargo, cogí un odre de piel de cabra lleno de un vino delicioso, que me dio Marón, hijo de Evanteo, sacerdote de Apolo, que vivía en la ciudad de Ismaro, porque, llenos de respeto, le protegimos, a él, a su mujer y a sus hijos. Habitaba el bosque sagrado del radiante Apolo. Me colmó de presentes magníficos; me dio siete talentos de un oro escogido, luego una copa toda de plata, y luego llenó doce jarras de un vino delicioso y puro, brebaje divino. Nadie en la casa, ni sus esclavos, ni sus servidores conocían este vino, solamente él, su mujer y la intendente del palacio. Cuando bebía de aquel licor delicioso y colorado, llenando sólo una copa, la vertía sobre veinte medidas de agua; de la crátera se exhalaba entonces un perfume suave y divino; nadie podía resistir a ese encanto. Yo me llevé, pues, este ordre lleno, y en un saco de cuero metí mis provisiones; porque ya pensaba en el fondo de mi corazón que encontraría un hombre de inmensa fuerza, un hombre cruel, que no conocía ni la justicia ni las leyes.

"Pronto llegamos a su antro; no le encontramos allí, había llevado sus pingües rebaños a los lugares de pasto. Entonces, penetrando en la caverna, admiramos cada cosa: las cestas de junco estaban repletas de quesos, los cabritos y los corderos llenaban el redil, pero estaban separados en distintos recintos; primero aquellos que nacieron primeramente, después los menos grandes, finalmente aquellos que acababan de nacer; todas las vasijas, aquellos que contenían el suero de la leche, los tarros y los cuencas en los que el Cíclope ordeñaba sus rebaños, estaban puestas en orden. Mis compañeros me rogaban que cogiera algunos quesos y volviera a la nave; me exhortaban a que nos llevásemos prestamente cabras, ovejas y las condujésemos a la nave y cruzásemos la onda amarga; pero yo no me dejé persuadir (sin embargo, era la decisión más prudente), porque quería ver al Cíclope, y saber si me concedería los dones de la hospitalidad; pero su presencia no había de resultar afortunada para mis compañeros.

"Habiendo encendido el fuego, hacemos los sacrificios, después, habiendo tomado algunos quesos, los comemos; y permaneciendo sentados en el interior de la caverna, aguardamos el momento en que el Cíclope regresó del campo. Llevaba un enorme haz de leña seca para preparar su comida. Lo arroja fuera de la caverna, y su caída produjo un gran ruido; asustados, huimos hasta el fondo del antro. Entonces hace entrar en esta espaciosa gruta sus rebaños, todos aquellos, por lo menos, que él quería ordeñar, y deja los machos junto a la entrada, los machos cabríos y los carneros permanecen fuera del espacioso patio. Luego, para cerrar su morada levanta una enorme roca: veintidós fuertes carros de cuatro ruedas no habrían podido arrancarla del suelo, tan grande era aquella piedra que él coloca a la entrada del patio. Habiéndose sentado, ordeña con el mayor cuidado sus ovejas, sus cabras baladoras, y en seguida devuelve los corderos a sus madres. Luego, dejando coagular la mitad de aquella leche, la deposita en unas cestas trenzadas con esmero, y pone la otra mitad en unas vasijas para cal-mar la sed y para que constituya su cena. Después de poner fin apresuradamente a todos estos preparativos, enciende el fuego, advierte nuestra pre-sencia y nos dice:

"—Extranjeros, ¿quiénes sois? ¿De dónde venís a través de las llanuras húmedas? ¿Es por vuestro negocio o acaso sin intención alguna vais errantes como los piratas que recorren los mares exponiendo su vida y llevando la asolación a los extranjeros?

"Dice, y nosotros sentimos rompérsenos el corazón, nos estremecemos al oír esa voz formidable y ante la vista de aquel horrible coloso. Yo, sin embargo, le respondo las siguientes palabras:

"—Somos unos griegos que, desde que partimos de Ilion, arrastrados por los vientos contrarios, hemos recorrido la vasta extensión del mar, y aunque deseosos de volver a nuestra patria, llegamos aquí, desviados de nuestra ruta, y siguiendo otros senderos; así lo ha querido Zeus. Nosotros nos jactamos de ser los soldados de Agamenón, hijo de Atreo, cuya gloria es hoy inmensa bajo la bóveda de los cielos, tan grande es la ciudad que ha derribado y numerosos los pueblos que ha vencido; nosotros, entre tanto, venimos a abrazar tus rodillas, para que nos concedas el don de la hospitalidad, por lo menos que nos concedas algunas subsistencias, como es justo ofrecer a los extranjeros. Poderoso héroe, respeta a los dioses; nosotros somos tus suplicantes. Zeus hospitalario es el vengador de los suplicantes y de los huéspedes; acompaña a los extranjeros que son dignos de respeto.

"Tales fueron mis palabras; pero él, sin piedad, me responde inmediatamente:

"—Extranjero, tú pierdes la razón, o acaso vienes de lejos, tú que me ordenas temer y respetar a los dioses. Los Cíclopes no se preocupan de Zeus ni de los inmortales; somos más poderosos que los dioses bienaventurados. Para evitar la ira de Zeus no pienso perdonar ni a ti ni a tus compa-ñeros, si tal no es mi deseo. Pero dime ahora dónde dejas tu nave; enséñame si está en el extremo de la isla o cerca de aquí, para que yo lo sepa.

"Así hablaba, para probarme; pero yo no olvidé mis numerosos ardides, y le respondí a mi vez con estas palabras engañosas:

"—El poderoso Posidón ha roto mi nave, arrojándola contra un peñasco en el momento en que yo iba a tocar el promontorio que se eleva sobre los hordes de tu isla, y el viento, sobre las olas, ha dispersado los restos; sola-mente yo con mis compañeros hemos podido evitar el perecer.

"Así hablaba yo; el cruel no responde nada a estas razones, pero, adelantándose, lleva sus manos hacia mis compañeros, coge dos de ellos y los "plasta contra una piedra como jóvenes cervatillos; sus sesos corren por el suelo, inundándolo. Entonces, rompiendo los miembros palpitantes, prepara su comida, y come, semejante al león de las montañas, sin dejar vestigios ni de la carne, ni de las entrañas, ni de los huesos llenos de tuétano. A la vista de estas horribles maldades, elevamos llorando las manos hacia Zeus, y la desesperación se apodera de nuestra alma. Cuando el Cíclope ha llenado su vasto cuerpo, devorando la carne humana, bebe una leche pura, y se acuesta en la caverna, tendido en medio de sus rebaños. Yo, sin embargo, quería en mi corazón magnánimo, acercándome a ese monstruo, y sacando la espada que llevaba a mi lado, herirle en el pecho, en el lugar en que los músculos sostienen el hígado, y abatirlo con mi propia mano; pero otro pensamiento me contuvo. Moriríamos allí dentro de muerte horrible; porque con nuestros brazos no podíamos levantar la enorme piedra que él había lanzado delante de la puerta. Aguardamos, pues, suspirando, el regreso de la divina Aurora.

“Al día siguiente, a los primeros rayos del día, el Cíclope enciende el fuego, ordeña sus soberbios rebaños, lo dispone todo con orden, y en seguida devuelve los corderos a sus madres. Después de terminar apresuradamente estos preparativos, cogiendo de nuevo a dos de mis compañeros, hace con ellos su comida. Terminada esta comida, el monstruo hace salir del antro sus pingües ovejas, levantando sin esfuerzo la puerta inmensa; luego vuelve a colocarla en su sitio, como habría colocado la tapa de un carcaj. Entonces el Cíclope, al son de un prolongado silbido, conduce sus gordas ovejas a la montaña. Yo, entretanto me había quedado meditando terribles proyectos, para vengarme, si Atenea quería concederme tal gloria. He aquí el partido que en mi alma se me antojó el mejor. El Cíclope, en el fondo del establo había colocado la enorme rama de un verde olivo, que había cortado para servirse de ella cuando estuviera seca; nosotros la comparábamos al mástil de una grande y pesada nave de veinte remos que un día ha de surcar las vastas ondas; tales nos parecieron su anchura y su altura. Corto unos tres codos, luego doy esta rama a mis compañeros, ordenándoles que reduzcan su grosor; ellos la trabajan y la vuelven muy unida; yo aguzo en seguida la punta, y para endurecerla la paso por la chispeante llama. Entonces la deposito con cuidado y la escondo bajo un gran montón de estiércol que había en el aprisco. A continuación ordeno a mis compañeros que elijan echando suertes a aquellos de entre ellos que hayan de atreverse conmigo a hundir esta estaca en el ojo del Cíclope cuando se disponga a disfrutar del dulce sueño. Los cuatro designados por la suerte, habría querido escogerlos yo mismo; yo hacía el número quinto con ellos. Al atardecer, regresa condu-ciendo sus ovejas de blando vellocino; empuja hacia el interior sus pingües rebaños; entran todos, y el Cíclope no deja a ninguno fuera del patio, ya sea que él mismo hubiera concebido tal proyecto, ya sea que un dios lo hubiera querido así. Luego, levantándola, vuelve a colocar la puerta inmensa, y habiéndose sentado, ordeña sus ovejas, sus cabras baladoras, lo dispone todo con orden, y a continuación devuelve los corderos a sus madres. Después de haber terminado apresuradamente estos preparativos, cogiendo de nuevo a dos de mis compañeros, hace de ellos su comida. En este momento yo me le acerco, teniendo en mis manos una escudilla de hiedra llena de un vino delicioso, y le digo:

"—Cíclope, toma, bebe de este vino, después de comer carne humana; para que sepas cuál es la bebida que yo tenía escondida en mi nave, te la traigo como una libación, en la esperanza de que, apiadándote de mí, me permitirás que regrese a mi patria; tu furor no tiene medida, ¡insensato! ¿Quién, en lo sucesivo, querrá venir a estos lugares? Estás obrando contra toda justicia.

"Así hablaba yo, y él coge la copa y bebe; experimenta un intenso placer al saborear tan dulce brebaje, y me pide que le dé otra vez:

"—Dame más, y ahora, dime en seguida cómo te llamas, para que yo te dé un presente de hospitalidad que pueda alegrarte. La tierra fecunda les produce a los Cíclopes la vid y sus bellos racimos que para ellos hace crecer la lluvia de Zeus; pero esta bebida es una emanación del néctar y de la am-brosía.

"Dijo, y en seguida yo le doy otra vez del licor resplandeciente; tres veces se lo doy al Cíclope y tres veces bebe él sin medida. Y tan pronto como el vino se ha adueñado de su espíritu, yo le digo estas dulces palabras:

"—Cíclope, tú me preguntas mi nombre: voy a decírtelo; pero tú, concédeme el presente de la hospitalidad, tal como me habías prometido. Mi nombre es Nadie; Nadie es como me llaman mi padre, mi madre y todos mis compañeros.

"Tales fueron mis palabras, pero él me responde con la misma ferocidad:

"—Nadie, yo te comeré a ti el último, después de tus compañeros; los otros perecerán antes que tú; tal será para ti el presente de hospitalidad.

"Así hablando, el Cíclope cae tendido de espaldas; su enorme cuerpo queda inclinado sobre sus hombros; y el sueño, que doma todo lo que respira, se apodera de él; de su boca se escapan el vino y los jirones de carne humana, los arroja en su pesada embriaguez. Entonces introduzco la estaca bajo una abundante ceniza, para que se ponga ardiente; y con mis palabras animo a mis compañeros, para que, asustados, no me abandonen. Tan pronto como la rama de olivo se ha calentado lo suficiente, según yo calculo, y aunque verde, cuando brilla ya con una intensa llama, la retiro del fuego, y mis compañeros permanecen a mi alrededor; sin duda un dios me inspiró esta audacia. Ellos, entre tanto, cogiendo aquella rama de olivo afilada, la hunden en el ojo del Cíclope; y yo, apoyándome encima, la hacía girar. Así, cuando un hombre agujerea con un taladro la tabla de una nave, debajo de él, otros obreros, tirando una correa por los dos lados, precipitan el movimiento, y el instrumento gira sin cesar; de la misma manera nosotros hacemos girar la ardiente rama en el ojo del Cíclope, y la sangre corre alrededor de esta estaca. Un ardiente vapor devora las' pestañas y los párpados, la pupila está completamente consumida; sus raíces chillan, desgarradas por la llama. Al igual que un herrero, templando el hierro, ya que en ello reside su fuerza, sumerge en el agua helada una fuerte hacha, o bien una doladera, se estremece con gran ruido; de la misma manera silba su ojo atravesado por In rama de olivo. El Cíclope profiere entonces espantosos alaridos; todo el peñasco resuena; nosotros huimos temblando de miedo. Arranca de su ojo aquel madero que gotea sangre; en seguida, con la mano lo arroja lejos de sí. Entre tanta, llama a grandes gritas a las otros Cíclopes, que habitan en grutas en las cumbres expuestas al viento. Ellos, al oír estos gritos, acuden de todas partes, y colocándose junto a la entrada de la gruta, le preguntan qué es la que le aflige:

"—¿Por qué, Polifemo, profieres tan tristes clamores durante la noche y nos arrancas del sueño? ¿Alguien, entre las mortales, te habrá robado tus rebaños? ¿Alguien te habrá dominado por la astucia o par la violencia?

"Polifemo, desde el fondo de su antro, responde con estas palabras:

"—Amigos míos, Nadie me ha dominado por la astucia y no por la fuerza.

"Las Cíclopes se apresuran a contestarle:

"—Puesto que nadie te ultraja en tu soledad, no es posible apartar los males que te envía el gran Zeus; pero puedes dirigir tus votos a tu padre, el poderoso Posidón.

"Al oír estas palabras, todos los Cíclopes se alejan; yo, sin embargo, me reía en el fondo de mi corazón viendo como ellos eran engañados por este nombre y por mi prudencia irreprochable. Entonces el Cíclope, suspirando, y padeciendo vivos dolores, tantea con las manas, y agarra la piedra que cerraba la entrada; luego, sentándose delante de la puerta, extiende sus manos, con objeto de asir a cualquiera que quisiera escapar, confundiéndose con los rebaños; así es como esperaba en su alma que yo fuese un insensato. Sin embargo, yo pensaba encontrar cuál sería el medio mejor de arrancar a mis compañeros a la muerte y de evitarla yo misma; imaginaba mil ardides, mil estratagemas, porque nuestra vida dependía de ello; un gran peligro nos amenazaba. He aquí, en mi pensamiento, el partido que me pareció prefe-rible. Allí había unos gordos carneros, de espeso vellocino, grandes, hermosos y cubiertos de una lana negra; yo los ato con los flexibles mimbres sobre los cuales dormía el Cíclope, monstruo terrible, hábil en crueldades, y ato juntos a tres de aquellos carneros; el del medio llevaba un hombre, y a cada lado se encontraban los otros dos, que protegían la fuga de mis compañeros. Así tres carneros están destinados a transportar un hombre; en cuanto a mí, como quedara el carnero más hermoso de todos aquellos rebaños, lo agarré por el lomo, y deslizándome bajo su vientre, me cojo de su lana; con las dos manos agarraba aquel espeso vellocino, y con corazón inquebrantable me quedé en él suspendido. Así fue como suspirando aguardábamos el regresa de la divina Aurora.

"Tan pronto coma la Aurora hubo brillado en el cielo, los carneros salen para dirigirse a las pastos, y las ovejas, que el Cíclope no había podido ordeñar, balaban en el interior de la gruta, porque sus ubres estaban repletas de leche. El rey de aquel antro, atormentado por intensos dolores, posa la mano por el lomo de las carneros que se elevaban por encima de las otros; pero el insensato no sospechaba que bajo su tupido vientre estaban atados mis compañeros. Finalmente, el último de todos, el carnero más hermoso del rebaño, franquea la puerta cargada a la vez con su espeso vellocino y conmigo, que concebí un proyecto lleno de prudencia. Entonces el terrible Po-lifemo, acariciándole con la mano, le habla en estas términos:

"—Querida carnero, ¿por qué eres tú el último en salir de la gruta?

Nunca te quedabas detrás de las ovejas; tú eras el primero en pacer las tiernas flores del prado, caminando a grandes pasos, y eras el primero en llegar a las corrientes del río, y tú, el primero también en apresurarte a volver al establo cuando anochecía; sin embargo, he aquí que tú eres hoy el último de todos. ¿Acaso estás triste porque echas de menos el ojo de tu amo? Un vil mortal, ayudado par sus odiosos compañeros, me ha privado de la vista, después de haber domado mis sentidos por la fuerza del vino, Nadie, el cual, así la espero, no evitará la muerte por mucho tiempo. Puesto que tú compartes mis penas, lástima que no estés dotado de palabra, para decirme dónde se oculta ese hombre, huyendo de mi furor; al instante, roto su cráneo contra el suelo, sus sesos serían esparcidos por todas partes en esta caverna; por lo menos entonces mi corazón sentiría un poca de alivio de todos los males que ese miserable Nadie me ha causado.

"Terminado de decir estas palabras, empuja al carnero lejos de la puerta. Cuando nos encontramos a alguna distancia de la gruta y del patio, yo me desato primero de debajo del carnero y a continuación voy a desatar a mis compañeros. Luego escogemos las ovejas más pingües, y las empujamos delante de nosotros hasta que hemos llegado cerca de nuestra nave. Finalmente, ya tranquilao, comparecemos ante nuestros amigos, acabando de eludir la muerte; pero ellos echan de menos a los otros, gimiendo. Sin embargo, yo no les permito que lloren; entonces, haciendo can el ojo una seña a cada uno de ellos, mando conducir rápidamente aquellos soberbios rebaños a la nave, y surcar las amargas ondas. Se embarcan en seguida y van a colocarse en las bancos; luego, sentadas en orden, golpean can sus remos el mar espumoso. Cuando nos hemos alejada una distancia equivalente al alcance de la voz, dirijo al Cíclope estas palabras ofensivas:

"—jOh Cíclope!, no, tú no debías, en el fondo de tu gruta oscura, abusar de mis fuerzas para comerte a los compañeros de un hombre indefenso; tus odiosas maldades habían de ser castigadas, miserable, porque no has temido devorar a unos huéspedes en tu morada; he ahí por qué Zeus y todos las otros dioses te han castigado.

"Es así como yo hablaba; el Cíclope entonces, en el fondo de su corazón, siente redoblar su rabia. Lanza una enorme piedra que arranca de la montaña, la cual va a parar más allá de donde se encuentra la nave de azulada proa; poco faltó para que rozase los bordes del timón; la mar queda trastornada por la caída de esta piedra; conmovida la ola, refluyendo con violencia, rechaza mi nave hacia la tierra, y levantada por las ondas, está a punto de tocar la orilla. Entonces, cogiendo con mis dos manos un fuerte remo, me alejo de la borda; luego, exhortando a mis compañeros, les ordeno, con una señal con la cabeza, que se encorven sobre los remos para evitar la desgracia; ellos entonces, agachándose, reman con esfuerzo. Cuando estuvimos en el mar a una doble distancia lejos, quise dirigirme al Cíclope; pero alrededor de mí mis compañeros tratan a porfía de disuadirme de ello con palabras persuasivas.

"—¡Desdichado! -me dicen- ¿Por qué quieres irritar aún más a ese hombre cruel? Es él quien, lanzando esa masa de roca en el mar ha rechazado nuestra nave hacia la orilla, donde hemos creído morir. Sin duda, si oye de nuevo tu voz y tus amenazas, va a destrozar a la vez nuestras cabezas y las tablas de la nave bajo el peso de una enorme roca; tanta es la fuerza con que es capaz de arrojarla.

"Así hablan mis compañeros; pero ellos no consiguen persuadir mi cora-zón magnánimo. Entonces, en mi ardor, vuelvo a gritar:

"—Cíclope, si alguno entre los mortales te interroga sobre la pérdida funesta de tu ojo, dile que te fue arrebatado por el hijo de Laertes, Ulises, el destructor de ciudades, que posee una casa en Itaca.

"Así hablaba yo; y él, gimiendo, respondió entonces con estas palabras:

"—¡Grandes dioses! He ahí, pues, cumplido aquel oráculo que en otro tiempo me fue revelado. Antaño, en esta isla había un adivino, hombre fuerte y poderoso, Telemo, hijo de Eurimo, que superaba a todos en la adi-vinación y que envejeció en medio de los Cíclopes prediciéndoles el futuro; me anunció todo lo que había de realizarse más tarde, y me dijo que yo perdería la vista en manos de Ulises. Así, yo esperaba siempre ver llegar a mi morada un héroe alto, soberbio y revestido de fuerza; sin embargo, hoy es un hombre pequeño, débil y miserable el que me arranca el ojo, después de dominarme con el vino. Vuelve, pues, Ulises, para que te ofrezca los dones de la hospitalidad, para que suplique a Posidón que te conceda un feliz retorno; yo soy su hijo, él se jacta de ser mi padre; él solo, si tal es su deseo, me curará, sin el auxilio de nadie más, ni de los dioses bienaventura-dos, ni de los hombres mortales.

"Dijo, y yo le respondí con estas palabras:

"—¡Pluguiera a los dioses que yo hubiera podido, al privarte del alma y de la vida, enviarte al rey de Hades, como es seguro que Posidón no curará tu ojo!

"Tal fue mi respuesta; él, sin embargo, imploraba a Posidón, elevando las manos hacia el cielo estrellado.

"—Escúchame, Posidón de azulada cabellera, tú que sostienes la tierra; si realmente soy hijo tuyo, y si tú te enorgulleces de ser mi padre, concédeme que el hijo de Laertes no vuelva a su casa, Ulises, el destructor de ciudades, que posee una casa en Itaca. Si, no obstante, es su destino volver a ver a sus amigos, regresar a su opulento palacio, a las tierras de su patria, que llegue tarde, después de grandes males; que habiendo perdido a todos sus compañeros, llegue a bordo de una nave extranjera, y que encuentre la ruina en su casa.

"Así suplicaba, y Posidón le escuchó. Entonces de nuevo el Cíclope, cogiendo una roca mayor que la primera, la arroja, haciéndola girar en el aire, para darle toda su fuerza. Esta masa cae detrás de la nave de azulada proa; poco faltó para que diera contra la punta del timón. Él fue sacudido con esta caída; las olas impulsan la nave hacia delante, y está a punto de tocar la orilla. Cuando hubimos llegado a la isla en la cual había dejado mis otras naves, encontramos a nuestros compañeros sentados junto a ellos, gimiendo, sin dejar de esperar nuestra llegada; habiendo llegado a dicho lugar, empujamos la nave hacia la arena, y descendimos a la playa. Entonces nos apresuramos a sacar de la nave los rebaños del Cíclope, y los repartimos. Nadie se alejó de mí sin haber recibido una parte igual a los demás. Mis valientes compañeros, cuando hubimos repartido los rebaños, me dieron un carnero reservado para mí solo. Yo lo sacrifico en seguida al hijo de Cronos, Zeus, el de las sombrías nubes, que reina sobre todos los dioses, y quemé los muslos. Él no aceptó mi ofrenda, sino que deliberó el modo de destruir mis fuertes naves y mis amados compañeros. Durante todo el día, hasta la puesta del sol, saboreamos los manjares abundantes y el vino delicioso. Cuando el sol se ha puesto, cuando vienen las tinieblas, nos dormimos a la orilla del mar. Al día siguiente, tan pronto como brilla la Aurora, la hija de la mañana, yo despierto a mis compañeros y les ordeno que suban a bordo y desaten los cordajes. Ellos se apresuran a embarcar, se colocan en los bancos, y todos sentados en orden golpean con sus remos el espumoso mar.

Así nos alejamos de aquellas playas, contentos de haber escapado a la muerte, pero con el corazón apesadumbrado por haber perdido a nuestros queridos compañeros.

martes, 24 de junio de 2008

Comentario de Canto I de la Ilíada

LITERATURA GENERAL “I”

“La Ilíada”:

CANTO I.

Invocación: concepción de la poesía (relación con otros textos mómericos); aparición de los temas centrales de la obra; el anticipo y su función en el texto con relación a la expectativa, episodio de crises e intervención de Apolo. La querella y su explicación a través del concepto de “arete”. Estructura de los discursos; características y función del epíteto. Posibles interpretaciones de la intervención divina en el hacer heroico. La escena en el Olimpo y paralelismo con lo narrado en el plano de los humanos. Concepción religiosa de homero.

Esta obra comienza con la invocación famosa: “Canta, oh diosa la cólera del pelida Aquiles”… el poeta griego creía que el don de la poesía no era propiamente suyo, sino que le era dispensado por los dioses; de ahí que pide, el autor de “La Ilíada”, la inspiración; era el dios quien cantaba dentro del alma del poeta. Estos versos iniciales indican que estamos ante la exposición de un gran asunto:

a) La cólera de Aquiles provocada por los actos de Agamenón y;
b) Las consecuencias desastrosas que para los aqueos va a tener esta cólera.-

La acción del relato comienza “in media res” (a mitad de la acción), o sea en el décimo año de lucha de la guerra de Troya, como el autor avisa sobre lo que va a cantar utiliza el anticipo (adelanta hechos y acciones).

En los poemas Homéricos, así como en casi toda la literatura helénica se da reiteradamente la ausencia de expectación. Esto obedece a un factor primordial: los poetas trabajan sobre un material ampliamente conocido. De allí que el interés del público no se proyecte sobre la materia en sí, sino sobre el tratamiento poético del tema, por un caso; y, por el otro, por la creación de personajes, sin olvidar la interpretación personal del artista sobre los hechos.

“… Cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al orco muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves] (II [- cumplíase la voluntad de Zeus-] desde que se separaron disputando el atrída, res de hombres, y el divino Aquiles”.

(1)- Es una frase formularia que se refiere a los cadáveres insepultos, que son carroña para los perros y las aves marinas. El griego clásico concebía al más allá como el lugar donde iban todas las almas, la condición necesaria para esto es que se le haga una honra fúnebre al cadáver (quemar o sepultar), si se lo dejaba insepulto esto era considerado como el castigo o agravio más grande; también podía ser utilizado en vida como amenaza.

(2)- la autoridad de este, está siempre expuesta a la discusión con los demás dioses, en la mayoría de las veces discutida por su esposa Hera y su hija Palas Atenea. Esta voluntad no corresponde a un dios omnipotente, su voluntad se cumple a lo largo, pero no en lo inmediato.


Ofensa de Agamenón a Crises: (8 a 32)

La contienda entre Aquiles y Agamenón fue suscitada por Apolo (Hijo de Zeus y Hera). Habiendo sida saqueada la ciudad de Crisa, vecina de Troya, por los Aqueos, se habían repartido estos el botín. Y una muchacha llamada Criseida (hija de Crises) tocó en el reparto, a Agamenón, en calidad de esclava. El anciano padre de Crispida era sacerdote de Apolo y se presentó suplicante ante las naves Aqueas portando no sólo las ínfulas o insignias sacerdotales para inspirar el debido respeto, sino también un inmenso rescate.

La respuesta de Agamenón es violenta. No tiene en cuenta el dolor del padre, el dolor de la hija, el respeto debido al dios Febo Apolo, al cual el sacerdote representaba. Una de las leyes básicas no escritas (nomas) Ej. El respeto al suplicante, este debía ser bien tratado aunque no se le concediera su suerte.

Se creía que detrás de la figura de un suplicante, podía estar la de un mismo dios. Crises se coloca fuera de la guerra, es un sacerdote de una ciudad saqueada de Troya, pero en su argumentación dice, que el resultado de la guerra o uniones posteriores no le interesan, solo quiere volver a estar con su hija.

Agamenón se excede ante Crises, cometiendo el pecado de Hybris (pecado de exceso que se comete por soberbia, por no controlar las pasiones), este traspasa todos los límites fijados por la moral, también comete un exceso de corte religioso “…Zeus está de mi parte”.

Homero utiliza un juego de contrastes entre las personalidades del anciano Crises y del rey Agamenón:

Crises: Suplica Agamenón: Amenaza
Habla con moderación y miedo Habla con ira


Intervención de Apolo: (33 a 52)

Crises se atemorizó a causa de las amenazas de Agamenón y se retiró silencioso. Aquí se da un juego entre el mundo externo (paisaje amplio, la orilla del estruendoso mar que lo hace recordar los gritos de Agamenón), y su mundo interno (el es un suplicante pero esta enojado, y su corazón está agitado como el mar).

Yendo por la orilla del mar rogó al dios que los Aqueos pagaran la ofensa hecha. “Si alguna vez adorne tu templo o queme en tu honor pingües muslos de toros o de cabras, cúmpleme este voto…” (No se enumera la acción completa, pero si su servicio como sacerdote, dice esta frase para “obligar” a Apolo a que lo ayude).

Según cuenta la leyenda del titán Prometeo, este había recubierto los huesos de una res muerta, de reluciente grasa, y habiendo separado la carne, preguntó a Zeus, engañado por la apariencia, eligió los huesos y la grasa. Crises, le pidió a Apolo que: “¡Paguen los Dánaos mis lágrimas con tus flechas!”

A igual cantidad de lágrimas, igual cantidad de flechas, igual cantidad de muertos. La descripción de la cólera de Apolo, esta llena de elementos visuales, auditivos y también de movimiento.

Homero, no describe detalladamente al Dios, pero nos da algunos elementos visuales: lleva su arco, que es de plata y su carcaj en los hombros, iba parecido a la noche.

Dentro de los elementos auditivos encontramos: las saetas resonaban en las espaldas del Dios, tiró una flecha y el arco de plata dio un terrible chasquido.

Dentro de los elementos de movimiento vemos: descendió de las cumbres del Olimpo, sentosé lejos de las naves.

En una comparación se dice que Apolo: “Iba parecido a la noche” sin embargo, en la mitología, Apolo tiene íntima relación con el Sol, por eso esta comparación Homérica pone de manifiesto lo siniestro de la actividad de Apolo. Para los antiguos la noche era algo terrible y sombrío, por eso no se combatía de noche, por eso, cuando en el canto X, Dolon acepta realizar un espionaje nocturno cerca de las naves Aqueas, sólo lo hace a cambio de un premio maravilloso: el carro y los corceles divinos de Aquiles.

Querella entre Aquiles y Agamenón: (53 a 187)

Provocada la peste al cabo de 10 días de arrojar incesantemente Apolo sus flechas sobre animales y luego sobre hombres, Aquiles convoca a la junta de jefes y al pueblo Aqueo en general a fin de averiguar, por medio del arte de los adivinos o intérpretes de sueños la razón de la cólera de Apolo, porque de otra manera tendrán que volver atrás.

Hasta ahora el único Dios que ha tomado parte en el conflicto, ha sido Apolo, que provoca la peste sin resistencia por parte de los otros dioses. La intervención de los demás dioses va a producirse 10 días después de arrojada la primera flecha: Hera (esposa de Zeus), pone en el corazón del Pélida el deseo de convocar al Agóra (reunión de los Aristo), esto se vuelve una ofensa contra Agamenón, ya que sólo un rey puede convocar a la junta.

Nobleza y Areté: En los poemas Homéricos, todos los personajes que intervienen son hombres ilustrados, héroes y dioses. La diferencia entre los dioses y los hombres es mínima, ya que los hombres Homéricos aparecen divinizados, y los dioses humanizados. Estos poemas presentan solamente la vida de la aristocracia, constituida por los mejores en linaje y ascendencia.

El abolengo: Es uno de los elementos que determinan la superioridad de la nobleza sobre los demás mortales; por ejemplo Aquiles, Helena y Odiseo remontan su ascendencia hasta los mismos dioses. La palabra Areté expresa la idea de virtud, pero no en el sentido moral, sino en el sentido de capacidad, aptitud, destreza y valor. Se refiere a la fuerza física y a la destreza guerrera, pero también a las cualidades morales. En Areté hay dos aspectos:

1) Uno espiritual e intelectual (Ágora).
2) Y otro corporal y físico (Combate).

Aunque a veces es más importante el valor corporal y físico, que el espiritual e intelectual, esto queda demostrado cuando Agamenón le dice a Diómedes que es inferior al padre en el combate, aunque hablara mejor en el Ágora.

El hombre ordinario no tiene Areté, y si un noble es tomado como esclavo, Zeus le reduce su Areté a la mitad, y este deja de ser el que era antes.

Sigue Querella- Aquiles se vuelve hacía Agamenón y le propone que un adivino interprete la cólera de Apolo; este no se ha dirigido a Calcas ni a ningún otro augur en particular; sin embargo, Calcas se levanta y dice a Aquiles: “Mándasme explicar la cólera del flechador Apolo”. Y luego dice que no habla porque teme a un hombre que manda sobre los Aqueos y que es un rey. Por eso, le pide a Aquiles que lo proteja de la ira de ese rey (aludiendo a Agamenón).

Aquiles lo satisface, jurándole que lo protegerá contra la ira de cualquier Aqueo, aunque éste sea Agamenón. A continuación el Augur (o Vate) dice que la causa de la cólera de Apolo, fue el ultraje que Agamenón infirió al sacerdote, no devolviéndole la hija, ni admitiendo el rescate. Y aclara que, hasta que no sea devuelta la chica, y se haga un sacrificio en honor al Dios, en la ciudad de Crisa no habrá esperanza alguna en batalla. Cuando Agamenón oye la acusación de Calcas Testórida, se levanta enojado y le grita “¡Adivino de males! Jamás me has anunciado nada grato”. Aquí homero hace referencia a un hecho no narrado en la Ilíada, Calcas en la localidad de Aulide había profetizado que la flota Aquea no llegaría a Troya, a causa de los vientos contrarios, si Agamenón no sacrificaba en el altar de los dioses a Ifigenia, su propia hija.

En las palabras de Agamenón se ve un terrible resentimiento hacía Calcas por su anterior premonición, pero también denota pasión y deseo por la joven Criseida, a la cual prefiere antes que su legítima esposa, Clitemnestra. De un momento a otro pasa de ser iracundo y codicioso, a ser bueno y generoso. Cede en devolver a Criseida, pero aquí vuelve su codicia por causa del Areté, pide otra recompensa similar para salvar su nombre y poder, pasa de ser odiado a hacerse la víctima: “No sería decoroso que me quedara sin recompensa” por eso pide como recompensa equivalente a Criseída a la, esclava de Aquiles, Briseida.

Intervención de Palas Atenea: (188 a 222)

Agamenón amenazó a Aquiles con ir a su tienda y quitarle a su esclava Briseida. A esto, Aquiles, responde con la intención de matar al Atrida, y cuando estaba desenvainando la espada, aparece la diosa Palas Atenea que le tira de la blonda cabellera, apareciendo sólo ante los ojos de Pélida. Ante esta aparición, el tiempo se detiene, Aquiles y Atenea parecen borrarse de la escena sin que los demás lo noten. Los dioses pueden visualizarse, ante cualquiera, cuando ellos lo deseen y bajo cualquier forma.

La diosa logra convencer al héroe de que no mate al Atrida, aquí se muestra un gran heroísmo, ya que logra contener su cólera y logra la sofrosyne (equilibrio), aunque luego insulta a Agamenón diciéndole: “¡Borracho, que tienes cara de perro y corazón de ciervo!”

Juramento de no combatir. Disolución de la junta: (223 a 317)

Aquiles renuncia a matar a Agamenón, pero no por eso deja de insultarlo de palabra. Entonces, se levanta Néstor, el más anciano de las tropas Aqueas, su vitalidad es elogiada por los demás, conoció a 2 generaciones de héroes y reina sobre la tercera. Su función no es pelear, sino hablar. En este caso le habla al consejo, exhortándoles al Pélida y al Atrida a cambiar de actitud. Siempre trata de instaurar el equilibrio, de imponer justicia, es la figura modelo del anciano sabio. Si Aquiles es el arquetipo del héroe joven; Néstor lo es de los ancianos.

La edad de Néstor tiene un significado, ya que los griegos insertaron entre la edad de plata y la edad del bronce, a la edad de los héroes. Néstor es el nexo entre una época en la cual los dioses y la justicia divina estaban más cerca de los hombres, y una época en la que se ve la paulatina decadencia del mundo. Trata de reconciliar al Atrida con Aquiles, diciendo que ambos han obrado mal, Aquiles injurió a Agamenón, ya que ofendió al rey más poderoso; y Agamenón desconoció y despreció las virtudes guerreras de Aquiles al querer arrebatarle su botín. Pero, la intervención de Néstor no logra cumplir su cometido, ya que Aquiles le responde al Atrida: “…Manda a otros, no me des ordenes, pues yo no pienso obedecerte.”

Arrebatamiento de Briseida: (318 a 348)

Agamenón ordena a dos de sus Heraldos, Taltibios y Euríbates que traigan a Briseida de la tienda de Aquiles, y que si éste no quiere cederla de buen grado irá el propio Agamenón, con sus servidores a arrancársela. Los Heraldos cumplen su misión de mala gana, por miedo a la reacción de Aquiles, pero este no los ataca, porque los Heraldos estaban bajo la protección de Zeus.

Suplica de Aquiles a Tetis: (349 a 429)

Idos los Heraldos, Aquiles rompe en llanto, esta imagen se contrapone a su ira anterior. Lleno de sufrimiento, invoca a su madre, Tetis, una de las divinidades marítimas (Nereidas). El mar lo había condenado al héroe a morir joven, ya que este eligió vivir poco pero con gloria, que morir viejo y sin gloria.

Por eso, ya que morirá joven, desea morir con gloria, y le ruega a Tetis que suplique a Zeus lo siguiente: que la victoria sea para los Troyanos y que los Aqueos sean muertos junto a las naves para que comprenda el poderoso Agamenón Atrida la falta que ha cometido no honrando al mejor de los Aqueos.

Tetis tiene motivos para que Zeus no desoirá su súplica, ya que cuando Poseidón, Hera y Palas Atenea confabularon contra él y lo maniataron, ella con la ayuda del gigante Briareo fue quién lo salvó.

Aquiles es hijo de un mortal (Peleo) y una diosa (Tetis), y como esta insistía en hacer inmortales a sus hijos, lo expuso al fuego y luego lo recubrió con ambrosía. Este se quema los talones, y esta parte del cuerpo le queda como punto débil. También existe otro mito que dice que la madre lo sumergió en la laguna Estigia, tomándolo de los talones.

La Nereida dice que le hará el pedido a Zeus cuando éste vuelva de Etiopía (dentro de 12 días), pero recordemos que Brises le hace el pedido a Apolo sin subir al monte Olimpo, y este lo escucha.

Embajada a Crisa: (430 a 487)

La escena del sacrificio a Apolo plantea una interrogante, ¿no habían viajado los dioses a Etiopía? Entonces, cómo iba a escuchar Apolo las nuevas palabras del sacerdote Crises, y si se admite que los dioses pueden oír desde cualquier lugar, Porqué espera 12 días Tetis para hacer la súplica a Zeus (puede ser un paisaje interpolado).

Además el fragmento que describe el sacrificio de la res, es casi igual al sacrificio que describe Néstor hecho a Poseidón en la odisea.

Suplica de Tetis a Zeus: (488 a 530)

Tetis se arrodilla ante Zeus, le abraza las rodillas, le toca la barba (ritos de súplica).
Zeus no se anima a dar la victoria a los troyanos porque teme una reserta conyugal con Hera. Pero al fin accede ante los insistentes ruegos de Tetis y baja las negras cejas en señal de asentimiento.

Reserta conyugal: (531 y siguientes)

Esta última escena está repleta de elementos burlescos. Los dioses están despojados de toda divinidad y constituyen casi un matrimonio humano. Hera está celosa de que Tetis haya influido sobre Zeus para que éste otorgue la victoria a los Troyanos a fin de honrar a Aquiles. Primeramente Zeus quiere ocultar sus intenciones a su esposa a fin de no reñir, pero luego no tiene más remedio que confesarle.

Al fin, para hacer callar a su colérica esposa, Zeus le dice: “obedece mis palabras…si acercándome te pongo encima las invictas manos”. La crítica creía que Homero no era religioso y por lo tanto no creía en los dioses, y sólo los usaba como convención. Esto luego fue descartado ya que la Ilíada era utilizada como libro de estudio y a nadie le llamaba la atención las peleas entre los dioses.

-Robert dice que en realidad existían 2 tipos de religión: la de los Templos y la de los Olímpicos. Zeus era el rey de los dioses, por lo tanto el de mayor poder, y Hera la que tenía más templos y ciudades bajo su protección. Zeus lucha por la adoración y Hera por el poder.

-Sara Pomeroy parte de la base de que en Creta existía un Matriarcado, y que las diosas madres eran las principales del panteón.

Los Aqueos traen consigo el culto a Zeus, y una sociedad patriarcal. De la unión de los dioses machos y las diosas hembras nace un matrimonio forzado.

Esta escena puede ser vista como paralela a la querella. Zeus y Hera pueden ser considerados como los peleadores Aquiles y Agamenón. Hay un suplicante: Crises o Tetis. Hay un mediador: Néstor o Hefestos (el cojo de ambos pies). También hay amenazas que no se concretan: Aquiles quiere matar a Agamenón, Zeus le quiere pegar a Hera. La única diferencia está en el final, los hombres terminaron llorando y los dioses riendo, ya que los inmortales tienen el tiempo necesario como para dejar esa situación desagradable y postergarla para otro día.

Aspecto formal del discurso Homérico: posee tres partes centrales.

1- A quién se dirige
2- Fundamentación
3- Conclusión

Los personajes Homéricos no dialogan, intercambian discursos que siempre están introducidos, por el narrador.

“Se levantó Aquiles de los pies ligeros y dijo;…”
“…Así dijo y todos aprobaron en silencio.”

Epítetos:

Pueden ser clasificados en: 1) Tradicionales
2) Homéricos

Todos los epítetos que se agregan a un nombre propio, es decir, los de héroes, dioses, ciudades o regiones y animales, son generalmente tradicionales. Y los que se refieren a las cosas o animales no individualizados son Homéricos (Ej. “perros veloces”,”mar sonoro”, etc.). Los epítetos Homéricos no se aplican a un solo héroe, es decir, son comunes a varios nombres que tengan igual valor métrico.

domingo, 13 de abril de 2008

Literatura 5to año - La Ilíada (Canto XXII)

CANTO XXII*

Muerte de Héctor

* Aquiles, después de decirle que se vengaría de él si pudiera, torna al campo de batalla y delante de las puertas de la ciudad encuentra a Héctor, que le esperaba; huye éste, aquél le persigue y dan tres vueltas a la ciudad de Troya; Zeus coge la balanza de oro y ve que el destino condena a Héctor, el cual, engañado por Atenea se detiene y es vencido y muerto por Aquiles, no obstante saber éste que ha de sucumbir poco después que muera el caudillo troyano.

1 Los troyanos, refugiados en la ciudad como cervatos, se recostaban en los hermosos
baluartes, refrigeraban el sudor y bebían para apagar la sed; y en tanto los aqueos se iban
acercando a la muralla, con los escudos levantados encima de los hombros. La Parca
funesta sólo detuvo a Héctor para que se quedara fuera de Ilio, en las puertas Esceas. Y
Febo Apolo dijo al Pelión:
8 -¿Por qué, oh hijo de Peleo, persigues en veloz carrera, siendo tú mortal, a un dios
inmortal? Aún no conociste que soy una deidad, y no cesa to deseo de alcanzarme. Ya no
te cuidas de pelear con los troyanos, a quienes pusiste en fuga; y éstos han entrado en la
población, mientras to extraviabas viniendo aquí. Pero no me matarás, porque el hado no
me condenó a morir.
14 Muy indignado le respondió Aquiles, el de los pies ligeros:
15 -¡Oh tú, que hieres de lejos, el más funesto de todos los dioses! Me engañaste,
trayéndome acá desde la muralla, cuando todavía hubieran mordido muchos la tierra
antes de llegar a Ilio. Me has privado de alcanzar una gloria no pequeña, y has salvado
con facilidad a los troyanos, porque no temías que luego me vengara. Y ciertamente me
vengaría de ti, si mis fuerzas to permitieran.
21 Dijo y, muy alentado, se encaminó apresuradamente a la ciudad; como el corcel
vencedor en la carrera de carros trota veloz por el campo, tan ligeramente movía Aquiles
pies y rodillas.
25 EI anciano Príamo fue el primero que con sus propios ojos le vio venir por la
llanura, tan resplandeciente como el astro que en el otoño se distingue por sus vivos rayos
entre muchas estrellas durante la noche obscura y recibe el nombre de "perro de Orión",
el cual con ser brillantísimo constituye una señal funesta porque trae excesivo calor a los
míseros mortales; de igual manera centelleaba el bronce sobre el pecho del héroe,
mientras éste corría. Gimió el viejo, golpeóse la cabeza con las manos levantadas y profirió
grandes voces y lamentos, dirigiendo súplicas a su hijo. Héctor continuaba inmóvil
ante las puertas y sentía vehemence deseo de combatir con Aquiles. Y el anciano, tendiéndole
los brazos, le decía en tono lastimero:
38 -¡Héctor, hijo querido! No aguardes, solo y lejos de los amigos, a ese hombre, para
que no mueras presto a manos del Pelión, que es mucho más vigoroso. ¡Cruel! Así fuera
tan caro a los dioses, como a mí: pronto se lo comerían, tendido en el suelo, los perros y
los buitres, y mi corazón se libraría del terrible pesar. Me ha privado de muchos y
valientes hijos, matando a unos y vendiendo a otros en remotas islas. Y ahora que los
troyanos se han encerrado en la ciudad, no acierto a ver a mis dos hijos Licaón y
Polidoro, que parió Laótoe, ilustre entre las mujeres. Si están vivos en el ejército, los
rescataremos con bronce y oro, que todavía to hay en el palacio; pues a Laótoe la dotó
espléndidamente su anciano padre, el ínclito Altes. Pero, si han muerto y se hallan en la
morada de Hades, el mayor dolor será para su madre y para mí que los engendramos;
porque el del pueblo durará menos, si no mueres tú, vencido por Aquiles. Ven adentro del
muro, hijo querido, para que salves a los troyanos y a las troyanas; y no quieras procurar
inmensa gloria al Pelida y perder tú mismo la existencia. Compadécete también de mí, de
este infeliz y desgraciado que aún conserva la razón; pues el padre Cronida me quitará la
vida en la senectud y con aciaga suerte, después de presenciar muchas desventuras: muertos
mis hijos, esclavizadas mis hijas, destruidos los tálamos, arrojados los niños por el
suelo en el terrible combate y las nueras arrastradas por las funestas manos de los aqueos.
Y cuando, por fin, alguien me deje sin vida los miembros, hiriéndome con el agudo
bronce o con arma arrojadiza, los voraces perros que con comida de mi mesa crié en el
palacio para que lo guardasen despedazarán mi cuerpo en la puerta exterior, beberán mi
sangre, y, saciado el apetito, se tenderán en el pórtico. Yacer en el suelo, habiendo sido
atravesado en la lid por el agudo bronce, es decoroso para un joven, y cuanto de él pueda
verse todo es bello, a pesar de la muerte; pero que los perros destrocen la cabeza y la
barba encanecidas y las panes verendas de un anciano muerto en la guerra es to más triste
de cuanto les puede ocurrir a los míseros mortales.
77 Así se expresó el anciano, y con las manos se arrancaba de la cabeza muchas canas,
pero no logró persuadir a Héctor. La madre de éste, que en otro sitio se lamentaba llorosa,
desnudó el seno, mostróle el pecho, y, derramando lágrimas, dijo estas aladas palabras:
82 -¡Héctor! ¡Hijo mío! Respeta este seno y apiádate de mí. Si en otro tiempo te daba el
pecho para acallar tu lloro, acuérdate de tu niñez, hijo amado; y penetrando en la muralla,
rechaza desde la misma a ese enemigo y no salgas a su encuentro. ¡Cruel! Si te mata, no
podré llorarte en tu lecho, querido pimpollo a quien parí, y tampoco podrá hacerlo tu rica
esposa, porque los veloces perros te devorarán muy lejos de nosotras, junto a las naves
argivas.
90 De esta manera Príamo y Hécuba hablaban a su hijo, llorando y dirigiéndole muchas
súplicas, sin que lograsen persuadirle, pues Héctor seguía aguardando a Aquiles, que ya
se acercaba. Como silvestre dragón que, habiendo comido hierbas venenosas, espera ante
su guarida a un hombre y con feroz cólera echa terribles miradas y se enrosca en la
entrada de la cueva, así Héctor, con inextinguible valor, permanecía quieto, desde que
arrimó el terso escudo a la torre prominente. Y gimiendo, a su magnánimo espíritu le
decía:
99 -¡Ay de mí! Si traspongo las puertas y el muro, el primero en dirigirme baldones
será Polidamante, el cual me aconsejaba que trajera el ejército a la ciudad la noche funesta
en que el divinal Aquiles decidió volver a la pelea. Pero yo no me dejé persuadir
-mucho mejor hubiera sido aceptar su consejo--, y ahora que he causado la ruina del
ejército con mi imprudencia temo a los troyanos y a las troyanas, de rozagantes peplos, y
que alguien menos valiente que yo exclame: «Héctor, fiado en su pujanza, perdió las
tropas». Así hablarán; y preferible fuera volver a la población después de matar a
Aquiles, o morir gloriosamente delante de ella. ¿Y si ahora, dejando en el suelo el
abollonado escudo y el fuerte casco y apoyando la pica contra el muro, saliera al encuentro
del irreprensible Aquiles, le dijera que permitía a los Atridas llevarse a Helena y las
riquezas que Alejandro trajo a Ilio en las cóncavas naves, que esto fue to que originó la
guerra, y le ofreciera repartir a los aqueos la mitad de lo que la ciudad contiene; y más
tarde tomara juramento a los troyanos de que, sin ocultar nada, formarian dos lotes con
cuantos bienes existen dentro de esta hermosa ciudad?... Mas ¿por qué en tales cosas me
hace pensar el corazón? No, no iré a suplicarle; que, sin tenerme compasión ni respeto,
me mataría inerme, como a una mujer, tan pronto como dejara las armas. Imposible es
mantener con él, desde una encina o desde una roca, un coloquio, como un mancebo y
una doncella; como un mancebo y una dondella suelen mantener. Mejor será empezar el
combate cuanto antes, para que veamos pronto a quién el Olímpico concede la victoria.
131 Tales pensamientos revolvía en su mente, sin moverse de aquel sitio, cuando se le
acercó Aquiles, igual a Enialio, el impetuoso luchador, con el terrible fresno del Pelión
sobre el hombro derecho y el cuerpo protegido por el bronce que brillaba como el
resplandor del encendido fuego o del sol naciente. Héctor, al verlo, se puso a temblar y ya
no pudo permanecer allí; sino que dejó las puertas y huyó espantado. Y el Pelida,
confiando en sus pies ligeros, corrió en seguimiento del mismo. Como en el monte el
gavilán, que es el ave más ligera, se lanza con fácil vuelo tras la tímida paloma, ésta huye
con tortuosos giros y aquél la sigue de cerca, dando agudos graznidos y acometiéndola
repetidas veces, porque su ánimo le incita a cogerla, así Aquiles volaba enardecido y
Héctor movía las ligeras rodillas huyendo azorado en torno de la muralla de Troya.
Corrían siempre por la carretera, fuera del muro, dejando a sus espaldas la atalaya y el
lugar ventoso donde estaba el cabrahígo; y llegaron a los dos cristalinos manantiales, que
son las fuentes del Escamandro voraginoso. El primero tiene el agua caliente y lo cubre el
humo como si hubiera allí un fuego abrasador; el agua que del segundo brota es en el
verano como el granizo, la fría nieve o el hielo. Cerca de ambos hay unos lavaderos de
piedra, grandes y hermosos, donde las esposas y las bellas hijas de los troyanos solían
lavar sus magníficos vestidos en tiempo de paz, antes que llegaran los aqueos. Por a11í
pasaron, el uno huyendo y el otro persiguiéndolo: delante, un valiente huía, pero otro más
fuerte le perseguía con ligereza; porque la contienda no era por una víctima o una piel de
buey, premios que suelen darse a los vencedores en la carrera, sino por la vida de Héctor,
domador de caballos. Como los solípedos corceles que tomán parte en los juegos en
honor de un difunto corren velozmente en torno de la meta donde se ha colocado como
premio importante un trípode o una mujer, de semejante modo aquéllos dieron tres veces
la vuelta a la ciudad de Príamo, corriendo con ligera planta. Todas las deidades los
contemplaban. Y Zeus, padre de los hombres y de los dioses, comenzó a decir:
168 -¡Oh dioses! Con mis ojos veo a un caro varón perseguido en torno del muro. Mi
corazón se compadece de Héctor, que tantos muslos de buey ha quemado en mi obsequio
en las cumbres del Ida, en valles abundoso, y en la ciudadela de Troya; y ahora el divino
Aquiles le persigue con sus ligeros pies en derredor de la ciudad de Príamo. Ea, deliberad,
oh dioses, y decidid si lo salvaremos de la muerte ó dejaremos que, a pesar de ser
esforzado, sucumba a manos del Pelida Aquiles.
177 Respondióle Atenea, la diosa de ojos de lechuza:
178 -¡Oh padre, que lanzas el ardiente rayo y amontonas las nubes! ¿Qué dijiste? ¿De
nuevo quieres librar de la muerte horrísona a ese hombre mortal, a quien tiempo ha que el
hado condenó a morir? Hazlo, pero no todos los dioses te lo aprobaremos.
182 Contestó Zeus, que amontona las nubes:
183 Tranquilízate, Tritogenia, hija querida. No hablo con ánimo benigno, pero contigo
quiero ser complaciente. Obra conforme a tus deseos y no desistas.
186 Con tales voces instigóle a hacer lo que ella misma deseaba, y Atenea bajó en
raudo vuelo de las cumbres del Olimpo.
188 Entre canto; el veloz Aquiles perseguía y estrechaba sin cesar a Héctor. Como el
perro va en el monte por valles y cuestas tras el cervatillo que levantó de la cama, y, si
éste se esconde, azorado, debajo de los arbustos, corre aquél rastreando hasta que
nuevamente lo descubre; de la misma manera, el Pelión, de pies ligeros, no perdía de
vista a Héctor. Cuantas veces el troyano intentaba encaminarse a las puertas Dardanias, al
pie de las tomes bien construidas, por si desde arriba le socorrían disparando flechas;
otras tantas Aquiles, adelantándosele, lo apartaba hacia la llanura, y aquél volaba sin descanso
cerca de la ciudad. Como en sueños ni el que persigue puede alcanzar al
perseguido, ni éste huir de aquél; de igual manera, ni Aquiles con sus pies podía dar
alcance a Héctor, ni Héctor escapar de Aquiles. ¿Y cómo Héctor se hubiera librado
entonces de las Parcas de la muerte que le estaba destinada, si Apolo, acercándosele por
la postrera y última vez, no le hubiese dado fuerzas y agilizado sus rodillas?
205 El divino Aquiles hacía con la cabeza señales negativas a los guerreros, no
permitiéndoles disparar amargas flechas contra Héctor: no fuera que alguien alcanzara la
gloria de herir al caudillo y él llegase el segundo. Mas cuando en la cuarta vuelta llegaron
a los manantiales, el padre Zeus tomó la balanza de oro, puso en la misma dos suertes de
la muerte que tiende a lo largo -la de Aquiles y la de Héctor, domador de caballos-, cogió
por el medio la balanza, la desplegó, y tuvo más peso el día fatal de Héctor, que
descendió hasta el Hades. Al instante Febo Apolo desamparó al troyano. Atenea, la diosa
de ojos de lechuza, se acercó al Pelión, y le dijo estas aladas palabras:
216 -Espero, oh esclarecido Aquiles, caro a Zeus, que nosotros dos procuraremos a los
aqueos inmensa gloria, pues al volver a las naves habremos muerto a Héctor, aunque sea
infatigable en la batalla. Ya no se nos puede escapar, por más cosas que haga Apolo, el
que hiere de lejos, postrándose a los pies del padre Zeus, que lleva la égida. Párate y
respira; a iré a persuadir a Héctor para que luche contigo frente a frente.
224 Así habló Atenea. Aquiles obedeció, con el corazón alegre, y se detuvo en seguida,
apoyándose en el arrimo de la pica de asta de fresno y broncínea punta. La diosa dejóle y
fue a encontrar al divino Héctor. Y tomando la figura y la voz infatigable de Deífobo,
llegóse al héroe y pronunció estas aladas palabras:
229 -¡Mi buen hermano! Mucho te estrecha el veloz Aquiles, persiguiéndote con ligero
pie alrededor de la ciudad de Príamo. Ea, detengámonos y rechacemos su ataque.
232 Respondióle el gran Héctor, de tremolante casco:
233 -¡Deífobo! Siempre has sido para mí el hermano predilecto entre cuantos somos
hijos de Hécuba y de Príamo, pero desde ahora hago cuenta de tenerte en mayor aprecio,
porque al verme con tus ojos osaste salir del muro y los demás han permanecido dentro.
238 Contestó Atenea, la diosa de ojos de lechuza:
239 -¡Mi buen hermano! El padre, la venerable madre y los amigos abrazábanme las
rodillas y me suplicaban que me quedara con ellos -¡de tal modo tiemblan todos!-, pero
mi ánimo se sentía atormentado por grave pesar. Ahora peleemos con brio y sin dar
reposo a la pica, para que veamos si Aquiles nos mata y se lleva nuestros sangrientos
despojos a las cóncavas naves, o sucumbe vencido por to lanza.
246 Así diciendo, Atenea, para engañarlo, empezó a caminar. Cuando ambos guerreros
se hallaron frente a frente, dijo el primero el gran Héctor, el de tremolante casco:
250-No huiré más de ti, oh hijo de Peleo, como hasta ahora. Tres veces di la vuelta,
huyendo, en torno de la gran ciudad de Príamo, sin atreverme nunca a esperar tu
acometida. Mas ya mi ánimo me impele a afrontarte, ora te mate, ora me mates tú. Ea,
pongamos a los dioses por testigos, que serán los mejores y los que más cuidarán de que
se cumplan nuestros pactos: Yo no te insultaré cruelmente, si Zeus me concede la victoria
y logro quitarte la vida; pues tan luego como te haya despojado de las magníficas armas,
oh Aquiles, entregaré el cadáver a los aqueos. Pórtate tú conmigo de la misma manera.
260 Mirándole con torva faz, respondió Aquiles, el de los pies ligeros:
261 -¡Héctor, a quien no puedo olvidar! No me hables de convenios. Como no es
posible que haya fieles alianzas entre los leones y los hombres, ni que estén de acuerdo
los lobos y los corderos, sino que piensan continuamente en causarse daño unos a otros,
tampoco puede haber entre nosotros ni amistad ni pactos, hasta que caiga uno de los dos
y sacie de sangre a Ares, infatigable combatiente. Revístete de toda clase de valor, porque
ahora te es muy preciso obrar como belicoso y esforzado campeón. Ya no te puedes
escapar. Palas Atenea te hará sucumbir pronto, herido por mi lanza, y pagarás todos
juntos los dolores de mis amigos, a quienes mataste cuando manejabas furiosamente la
pica.
273 En diciendo esto, blandió y arrojó la fornida lanza. El esclarecido Héctor, al verla
venir, se inclinó para evitar el golpe: clavóse la broncínea lanza en el suelo, y Palas
Atenea la arrancó y devolvió a Aquiles, sin que Héctor, pastor de hombres, lo advirtiese.
Y Héctor dijo al eximio Pelión:
279 -¡Erraste el golpe, oh Aquiles, semejante a los dioses! Nada te había revelado Zeus
acerca de mi destino, como afirmabas; has sido un hábil forjador de engañosas palabras,
para que, temiéndote, me olvidara de mi valor y de mi fuerza. Pero no me clavarás la pica
en la espalda, huyendo de ti: atraviésame el pecho cuando animoso y frente a frente to
acometa, si un dios te lo permite. Y ahora guárdate de mi broncínea lanza. ¡Ojalá que
toda ella penetrara en tu cuerpo! La guerra sería más liviana para los troyanos, si tú
murieses; porque eres su mayor azote.
289 Así habló; y, blandiendo la ingente lanza, despidióla sin errar el tiro, pues dio un
bote en medio del escudo del Pelida. Pero la lanza fue rechazada por la rodela, y Héctor
se irritó al ver que aquélla había sido arrojada inútilmente por su brazo; paróse, bajando
la cabeza, pues no tenía otra lanza de fresno; y con recia voz llamó a Deífobo, el de
luciente escudo, y le pidió una larga pica. Deífobo ya no estaba a su lado. Entonces
Héctor comprendiólo todo, y exclamó:
297 -¡Oh! Ya los dioses me llaman a la muerte. Creía que el héroe Deífobo se hallaba
conmigo, pero está dentro del muro, y fue Atenea quien me engañó. Cercana tengo la perniciosa
muerte, que ni tardará, ni puedo evitarla. Así les habrá placido que sea, desde
hace tiempo, a Zeus y a su hijo, el que hiere de lejos; los cuales, benévolos para conmigo,
me salvaban de los peligros. Ya la Parca me ha cogido. Pero no quisiera morir
cobardemente y sin gloria, sino realizando algo grande que llegara a conocimiento de los
venideros.
306 Esto dicho, desenvainó la aguda espada, grande y fuerte, que llevaba en el costado.
Y encogiéndose, se arrojó como el águila de alto vuelo se lanza a la llanura, atravesando
las pardas nubes, para arrebatar la tierna corderilla o la tímida liebre; de igual manera
arremetió Héctor, blandiendo la aguda espada. Aquiles embistióle, a su vez, con el
corazón rebosante de feroz cólera: defendía su pecho con el magnífico escudo labrado, y
movía el luciente casco de cuatro abolladuras, haciendo ondear las bellas y abundantes
crines de oro que Hefesto había colocado en la cimera. Como el Véspero, que es el lucero
más hermoso de cuantos hay en el cielo, se presenta rodeado de estrellas en la obscuridad
de la noche, de tal modo brillaba la pica de larga punta que en su diestra blandía Aquiles,
mientras pensaba en causar daño al divino Héctor y miraba cuál parte del hermoso cuerpo
del héroe ofrecería menos resistencia. Éste lo tenía protegido por la excelente armadura
de bronce que quitó a Patroclo después de matarlo, y sólo quedaba descubierto el lugar en
que las clavículas separan el cuello de los hombros, la garganta que es el sitio por donde
más pronto sale el alma: por a11í el divino Aquiles envasóle la pica a Héctor, que ya lo
atacaba, y la punta, atravesando el delicado cuello, asomó por la nuca. Pero no le cortó el
garguero con la pica de fresno que el bronce hacía ponderosa, para que pudiera hablar
algo y responderle. Héctor cayó en el polvo, y el divino Aquiles se jactó del triunfo,
diciendo:
331 -¡Héctor! Cuando despojabas el cadáver de Patroclo, sin duda te creíste salvado y
no me temiste a mí porque me hallaba ausente. ¡Necio! Quedaba yo como vengador, mucho
más fuerte que él, en las cóncavas naves, y te he quebrado las rodillas. A ti los perros
y las aves te despedazarán ignominiosamente, y a Patroclo los aqueos le harán honras
fúnebres.
336 Con lánguida voz respondióle Héctor, el de tremolante casco:
337 -Te lo ruego por tu alma, por tus rodillas y por tus padres: ¡No permitas que los
perros me despedacen y devoren junto a las naves aqueas! Acepta el bronce y el oro que
en abundancia te darán mi padre y mi veneranda madre, y entrega a los míos el cadáver
para que lo lleven a mi casa, y los troyanos y sus esposas lo entreguen al fuego.
344 Mirándole con torva faz, le contestó Aquiles, el de los pies ligeros:
345 -No me supliques, ¡perro!, por mis rodillas ni por mis padres. Ojalá el furor y el
coraje me incitaran a cortar tus carnes y a comérmelas crudas. ¡Tales agravios me has
inferido! Nadie podrá apartar de tu cabeza a los perros, aunque me traigan diez o veinte
veces el debido rescate y me prometan más, aunque Príamo Dardánida ordene redimirte a
peso de oro; ni, aun así, la veneranda madre que te dio a luz te pondrá en un lecho para
llorarte, sino que los perros y las aves de rapiña destrozarán to cuerpo.
355 Contestó, ya moribundo, Héctor, el de tremolante casco:
356 -Bien lo conozco, y no era posible que te persuadiese, porque tienes en el pecho un
corazón de hierro. Guárdate de que atraiga sobre ti la cólera de los dioses, el día en que
Paris y Febo Apolo te darán la muerte, no obstante tu valor, en las puertas Esceas.
361 Apenas acabó de hablar, la muerte le cubrió con su manto: el alma voló de los
miembros y descendió al Hades, llorando su suerte, porque dejaba un cuerpo vigoroso y
joven. Y el divino Aquiles le dijo, aunque muerto lo viera:
365 -¡Muere! Y yo recibiré la Parca cuando Zeus y los demás dioses inmortales
dispongan que se cumpla mi destino.
367 Dijo; arrancó del cadáver la broncínea lanza y, dejándola a un lado, quitóle de los
hombros las ensangrentadas armas. Acudieron presurosos los demás aqueos, admiraron
todos el continente y la arrogante figura de Héctor y ninguno dejó de herirlo. Y hubo
quien, contemplándole, habló así a su vecino:
373 -¡Oh dioses! Héctor es ahora mucho más blando en dejarse palpar que cuando
incendió las naves con el ardiente fuego.
375 Así algunos hablaban, y acercándose to herían. El divino Aquiles, ligero de pies,
tan pronto como hubo despojado el cadáver, se puso en medio de los aqueos y pronunció
estas aladas palabras:
378 -¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los argivos! Ya que los dioses nos
concedieron vencer a ese guerrero que causó mucho más daño que todos los otros juntos,
ea, sin dejar las armas cerquemos la ciudad para conocer cuál es el propósito de los
troyanos: si abandonarán la ciudadela por haber sucumbido Héctor, o se atreverán a
quedarse todavía a pesar de que éste ya no existe. Mas ¿por qué en tales cosas me hace
pensar el corazón? En las naves yace Patroclo muerto, insepulto y no llorado; y no lo
olvidaré, mientras me halle entre los vivos y mis rodillas se muevan; y si en el Hades se
olvida a los muertos, aun a11í me acordaré del compañero amado. Ahora, ea, volvamos
cantando el peán a las cóncavas naves, y llevémonos este cadáver. Hemos ganado una
gran victoria: matamos al divino Héctor, a quien dentro de la ciudad los troyanos dirigían
votos cual si fuese un dios.
395 Dijo; y, para tratar ignominiosamente al divino Héctor, le horadó los tendones de
detrás de ambos pies desde el tobillo hasta el talón; introdujo correas de piel de buey, y lo
ató al carro, de modo que la cabeza fuese arrastrando; luego, recogiendo la magnífica
armadura, subió y picó a los caballos para que arrancaran, y éstos volaron gozosos. Gran
polvareda levantaba el cadáver mientras era arrastrado; la negra cabellera se esparcía por
el suelo, y la cabeza, antes tan graciosa, se hundía toda en el polvo; porque Zeus la entregó
entonces a los enemigos, para que allí, en su misma patria, la ultrajaran.
405 Así toda la cabeza de Héctor se manchaba de polvo. La madre, al verlo, se
arrancaba los cabellos; y, arrojando de sí el blanco velo, prorrumpió en tristísimos
sollozos. El padre suspiraba lastimeramente, y alrededor de él y por la ciudad el pueblo
gemía y se lamentaba. No parecía sino que toda la excelsa Ilio fuese desde su cumbre
devorada por el fuego. Los guerreros apenas podían contener al anciano, que, excitado
por el pesar, quería salir por las puertas Dardanias; y, revolcándose en el estiércol, les
suplicaba a todos llamando a cada varón por sus respectivos nombres:
416 -Dejadme, amigos, por más intranquilos que estéis; permitid que, saliendo solo de
la ciudad, vaya a las naves aqueas y ruegue a ese hombre pernicioso y violento: acaso
respete mi edad y se apiade de mi vejez. Tiene un padre como yo, Peleo, el cual le
engendró y crió para que fuese una plaga de los troyanos; pero es a mí a quien ha causado
más pesares. ¡A cuántos hijos míos mató, que se hallaban en la flor de la juventud! Pero
no me lamento tanto por ellos, aunque su suerte me haya afligido, como por uno cuya
pérdida me causa el vivo dolor que me precipitará en el Hades: por Héctor, que hubiera
debido morir en mis brazos, y entonces nos hubiésemos saciado de llorarle y plañirle la
infortunada madre que le dio a luz y yo mismo.
429 Así habló llorando, y los ciudadanos suspiraron. Y Hécuba comenzó entre las
troyanas el funeral lamento:
431 -¡Oh hijo! ¡Ay de mí, desgraciada! ¿Por qué, después de haber padecido terribles
penas, seguiré viviendo ahora que has muerto tú? Día y noche eras en la ciudad motivo
de orgullo para mí y el baluarte de todos, de los troyanos y de las troyanas, que to
saludaban como a un dios. Vivo, constituías una excelsa gloria para ellos; pero ya la
muerte y la Parca to alcanzaron.
437 Así dijo llorando. La esposa de Héctor nada sabía, pues ningún veraz mensajero le
llevó la noticia de que su marido se quedara fuera de las puertas; y en lo más hondo del
alto palacio tejía una tela doble y purpúrea, que adornaba con labores de variado color.
Había mandado en su casa a las esclavas de hermosas trenzas que pusieran al fuego un
trípode grande, para que Héctor se bañase en agua caliente al volver de la batalla.
¡Insensata! Ignoraba que Atenea, la de ojos de lechuza, le había hecho sucumbir muy
lejos del baño a manos de Aquiles. Pero oyó gemidos y lamentaciones que venían de la
torre, estremeciéronse sus miembros, y la lanzadera le cayó al suelo. Y al instante dijo a
las esclavas de hermosas trenzas:
450 -Venid, seguidme dos; voy a ver qué ocurre. Oí la voz de mi venerable suegra; el
corazón me salta en el pecho hacia la boca y mis rodillas se entumecen: algún infortunio
amenaza a los hijos de Príamo. ¡Ojalá que tal noticia nunca llegue a mis oídos! Pero
mucho temo que el divino Aquiles haya separado de la ciudad a mi Héctor audaz, le
persiga a él solo por la llanura y acabe con el funesto valor que siempre tuvo; porque
jamás en la batalla se quedó entre la turba de los combatientes, sino que se adelantaba
mucho y en bravura a nadie cedía.
460 Dicho esto, salió apresuradamente del palacio como una loca, palpitándole el
corazón, y dos esclavas la acompañaron. Mas, cuando llegó a la torre y a la multitud de
gente que a11í se encontraba, se detuvo, y desde el muro registró el campo; en seguida
vio a Héctor arrastrado delante de la ciudad, pues los veloces caballos lo arrastraban
despiadadamente hacia las cóncavas naves de los aqueos; las tinieblas de la noche
velaron sus ojos, cayó de espaldas y se le desmayó el alma. Arrancóse de su cabeza los
vistosos lazos, la diadema, la redecilla, la trenzada cinta y el velo que la áurea Afrodita le
había dado el día en que Héctor se la llevó del palacio de Eetión, constituyéndole una
gran dote. A su alrededor hallábanse muchas cuñadas y concuñadas suyas, las cuales la
sostenían aturdida como si fuera a perecer. Cuando volvió en sí y recobró el aliento,
lamentándose con desconsuelo dijo entre las troyanas:
477 -¡Héctor! ¡Ay de mí, infeliz! Ambos nacimos con la misma suerte, tú en Troya, en
el palacio de Príamo; yo en Teba, al pie del selvoso Placo, en el alcázar de Eetión, el cual
me crió cuando niña para que fuese desventurada como él. ¡Ojalá no me hubiera
engendrado! Ahora tú desciendes a la mansión de Hades, en el seno de la tierra, y me
dejas en el palacio viuda y sumida en triste duelo. Y el hijo, aún infante, que
engendramos tú y yo, infortunados... Ni tú serás su amparo, oh Héctor, pues has fallecido;
ni él el tuyo. Si escapa con vida de la luctuosa guerra de los aqueos, tendrá siempre
fatigas y pesares; y los demás se apoderarán de sus campos, cambiando de sitio los
mojones. El mismo día en que un niño queda huérfano, pierde todos los amigos; y en adelante
va cabizbajo y con las mejillas bañadas en lágrimas. Obligado por la necesidad,
dirígese a los amigos de su padre, tirándoles ya del manto, ya de la túnica; y alguno,
compadecido, le alarga un vaso pequeño con el cual mojará los labios, pero no llegará a
humedecer la garganta. El niño que tiene los padres vivos le echa del festín, dándole
puñadas a increpándole con injuriosas voces: "¡Vete, enhoramala!, le dice, que tu padre
no come a escote con nosotros". Y volverá a su madre viuda, llorando, el huérfano
Astianacte, que en otro tiempo, sentado en las rodillas de su padre, sólo comía medula y
grasa pingüe de ovejas, y, cuando se cansaba de jugar y se entregaba al sueño, dormía en
blanda cama, en brazos de la nodriza, con el corazón lleno de gozo; mas ahora que ha
muerto su padre, mucho tendrá que padecer Astianacte, a quien los troyanos llamaban así
porque sólo tú, oh Héctor, defendías las puertas y los altos muros. Y a ti, cuando los perros
se hayan saciado con tu carne, los movedizos gusanos te comerán desnudo, junto a
las corvas naves, lejos de tus padres; habiendo en el palacio vestiduras finas y hermosas,
que las esclavas hicieron con sus manos. Arrojaré todas estas vestiduras al ardiente fuego;
y ya que no te aprovechen, pues no yacerás en ellas, constituirán para ti un motivo de
gloria a los ojos de los troyanos y de las troyanas.
515 Así dijo llorando, y las mujeres gimieron.

jueves, 10 de abril de 2008

Literatura 5to año - Transmisión de "La Ilíada"

Transmisión del poema

Podemos distinguir dos etapas:

a) etapa aédica: la transmisión del poema es exclusivamente oral, sin que esto excluya la existencia de un texto escrito. Se caracteriza por el estado de permanente elaboración del poema. Recitación pública y fragmentaria, por episodios sueltos o ligados temáticamente;
b) etapa rapsódica: corresponde a la fijación definitiva del texto y a su conservación escrita. Esta etapa culminará en el siglo VI, cuando los Pisistrátidas traten de fijar un texto único de los poemas homéricos.

Conservación del poema:

La difusión del poema y el interés del público por conocerlo; las exigencias escolares, no solamente de los cantores profesionales, sino de los maestros; la actividad ininterrumpida de la tradición, etc., llevó desde temprano a la necesidad de conservar un texto depurado del poema. El papiro egipcio es llevado a la Hélade en el siglo VI por los colonos de Naucratis, posiblemente, y este será el material de conservación que, aunque perecible, permitió una mayor difusión que el anterior, las tabletas recubiertas de cera, hacía poco factible.

Pero las ediciones de la Ilíada, y también de la Odisea, estuvieron lejos de estabilizar un texto único (vulgata). Una preocupación de los eruditos alejandrinos de los siglos IV y III fue la de fijar el número de versos de la vulgata, reconociendo en el texto versos y aún pasajes ajenos a lo que consideraban el texto homérico. Por otra parte, la actividad de los comentadores o simples lectores del poema, complicó la tarea; la costumbre de transcribir marginalmente un verso ya leído al efectuar la lectura de un pasaje similar al que lo contenía, la de agregar (fabricándolo) un verso apócrifo, dificultó enormemente la tarea de los copistas.

Estos, simples amanuenses, al encontrarse con versos escritos marginalmente, los incorporaron automáticamente al texto sin mayor preocupación porque resultara aumentado el número de versos del poema. Y así como agregaron mecánicamente, cometieron errores de lectura de la copia. Toda esta actividad, consciente o inconsciente, la podemos resumir en los siguientes procesos que han determinado el texto que nos ha llegado:

· interpolación: consiste (a) en la repetición de un verso homérico en otro lugar porque su sentido permite adecuarlo al nuevo pasaje; (b) en la inclusión de un verso no homérico pero construido, ya sea con fragmentos de dos o simplemente con la técnica tradicional, como lo hemos mostrado anteriormente;
· supresión: como resultado de la tarea de los críticos alejandrinos, muchos versos fueron señalados como espúreos (no homéricos). Si bien Aristarco se limitó a señalarlos con un signo especial no es imposible que en muchas versiones hayan sido simplemente eliminados;
· variante: las más notables son las de comparaciones. El mismo tema está acompañado de dos o tres comparaciones sucesivas, como si el aedo las hubiera dejado allí para elegir una de ellas en el momento de la recitación. El copista reprodujo todas las comparaciones, como ocurre en los cantos II y III.

Todo este proceso señalado se pretendió evitar con la fijación de textos oficiales del poema (versiones de las ciudades, cuya pureza u ortodoxia está en función de los concursos de recitadores de epos, entre otra cosas) conservadas y cuidadas por el estado. Pero junto con ellas debemos mencionar las ediciones de las bibliotecas alejandrinas, resultado de una tarea crítica a la que no estaban sometidas las anteriores y menos las ediciones particulares hechas para una persona. Para destacar que las oficiales no eran muy ortodoxas, señalaremos que muchas veces la propia ciudad estaba interesada en figurar en el poema por razones de política panhelénica y hacía interpolar versos que la favorecían en la antigüedad de sus méritos.

Extensión y división del poema:

Manejándose los 372 papiros conservados y las citas de versos del poema incluidos en otros textos literarios o de historia, etc., se ha determinado la extensión de nuestra vulgata en un total de 15693 versos.

La división en cantos se atribuye tradicionalmente a los alejandrinos del siglo III, y estaría motivada por la necesidad de citar el poema por la doble entrada, del canto y el verso. El número de veinticuatro para los dos poemas (Ilíada y Odisea) corresponde al número de letras del alfabeto helénico. Incluso la expresión canto sería moderna, llamando simplemente a cada división "letra".

Por el mismo carácter episódico del poema, esta división debió ser anterior a la actividad erudita alejandrina. Lo que no podrá determinarse es la extensión de cada canto, pues a veces los cortes parecen netos y naturales, otras veces, en cambio, arbitrarios.

· Podemos pensar la estructura de la Ilíada como una sucesión de partes desiguales, conteniendo cada una, una narración episódica completa.

Tema :

De acuerdo con el título tradicional (Ilíada) el tema del poema es la ciudad de Ilión, centro de la región denominada Tróade (Troya) nombre este que fue empleado como sinónimo de Ilión. Por extención temática, Ilíada es el poema de la destrucción de Ilión al cabo de un sitio que duró diez años. Pero de la lectura surge claro que:

· la Ilíada no comprende el total de la guerra sino solamente los sucesos ocurridos durante cincuenta y un días del noveno año de sitio.

Con salvedades, la guerra de Troya no es sino el marco general del poema, o mejor dicho, la circunstancia en la cual se produjo el episodio que da origen a la narración. El poeta se encargó de establecer los límites de su relato: cantará los hechos acaecidos

"desde que/
se separaron disputando por primera vez/
Agamemnón rey de hombres y Aquiles divino".

Pero a este tema de la disputa, que el poeta concreta en la expresión "cólera de Aquiles" se le une un tema que es consecuencia directa del anterior: la "voluntad de Zeus".

Cólera de Aquiles - Voluntad de Zeus, son los dos temas ligados que desarrolla la Ilíada.

Los podemos definir como temas conductores de la narración, que permiten la continuidad y unidad episódica del poema, toda vez que los sucesos narrados se organizan sistemáticamente en torno a ambos temas.

A pesar de lo señalado al comienzo, la Ilíada contiene una narración completa de la guerra de Troya, de sus antecedentes y de sus consecuencias finales. Todo este material se encuentra en estado fragmentario, disperso por todo el poema y podemos reconstruirlo de acuerdo con los pasajes siguientes para cada momento de la leyenda:

Anteriores a la narración de la Ilíada:

· rapto de Helena;
· negociaciones previas;
· reclutamiento del ejército aqueo;
· partida desde Aulis;
· viaje;
· llegada a Troya;
· episodios del sitio;
· saqueos de otras ciudades

posteriores a la narració de la Ilíada

· muerte de Aquiles
· destrucción de Ilión;
· destrucción del muro aqueo.

Literatura 5to áño - Materia y formación de "La Ilíada"

Materia y formación de la Ilíada:


La Ilíada cuenta un episodio ocurrido en el noveno año del sitio de la ciudad troyana de Ilión, sitio histórico como lo han probado los descubrimientos arqueológicos de Schliemann en 1873. Las causas conjeturales de esta guerra, que no fue la única que concretó la destrucción de la ciudad, pueden ser de orden meramente económico, toda vez que la ciudad se encontraba en la ruta del trigo y del estaño y la cortaba impidiendo los desplazamientos aqueos hacia el Mar Negro. Pero nada hay en el poema que pueda confirmar esta hipótesis.

En cambio, hay otros elementos que pueden darnos una pista, igualmente orientada hacia la historia. Oímos reiteradamente en el poema que Aquiles llama a Agamemnón "codicioso", señalándolo como amigo de quedarse con la mayor y mejor parte del botín, a la vez que "cobarde", pues no lucha para obtener riquezas como los otros guerreros. Y las acciones posteriores del rey así lo prueban en parte: cuando se establecen las condiciones del duelo entre Paris y Alejandro, Agamemnón agrega la entrega de una fuerte indemnización de guerra que nada tiene que ver con los valores en juego. Por otra parte, la actividad de los héroes, especialmente de Aquiles, antes del noveno año, consistió especialmente en el saqueo de ciudades troyanas o insulares, habiendo saqueado doce.

Si pasamos a la Odisea, encontramos como primera aventura del héroe a su regreso de la guerra, el ataque y saqueo de la ciudad de los lestrigones y, como preocupación constante, no regresar sin fortuna a su patria. Esto nos revela una actividad depredadora en gran escala de esta nobleza guerrera y navegante. Y cuando leemos que Príamo era rico y poderoso, y que Troya era "rica en oro", parece imponerse esta segunda tesis:

· la guerra de troya es un episodio de depredación de una ciudad por un conjunto de jonios guerreros y navegantes.

Troya debió ser un punto apetecible en la geografía mediterránea, pues existe, antes de la Ilíada, una vasta materia épica en torno de ella, bocetos todos del poema homérico que, en alguna medida, fueron incorporados luego al poema definitivo. Tomando los datos que suministra el mismo poema, podemos reconocer dos epos anteriores a la Ilíada:

La gesta de Herakles;
La gesta de Aquiles;

Aunque esta última no parece referida concretamente a Troya, sino a la Tebas asiática, cuna de Andrómaca, la esposa de Héctor, el héroe troyano. Pero la primera gesta alude a la construcción de los muros de la ciudad por Apolo y Poseidón, a quienes el rey Laomedón no pagó; devastadas sus tierras por un monstruo enviado por Poseidón, ofreció sus corceles de origen divino a quien salvara a la ciudad y su hija que, según el oráculo, debía entregar al monstruo. Herakles le da muerte pero Laomedón lo engaña entregándole corceles ordinarios; en castigo de ello regresó el héroe con seis naves y sitia a la ciudad, venciendo finalmente a los troyanos. En esta ocasión Herakles había construido un dique de tierra semejante al muro que levantan los aqueos en el canto VIII de la Ilíada.

La gesta de Aquiles que culminó con la conquista de Tebas-bajo-el-Placos, tuvo como punto de partida probable el puerto de Aulis de donde Homero hará partir la expedición contra Troya, operación típica de destrucción y saqueo, donde logró la lira que emplea en el canto IX, y el caballo Pegaso.

El tercer elemento previo a la Ilíada lo constituye la gesta de Meleagro, que puede leerse completa en el Canto IX. Relatada a esta altura de los acontecimientos de la Ilíada, su sorprendente similitud nos la revela como el modelo empleado por Homero para su cólera de Aquiles, con quien identifica al héroe etolo.

Finalmente, el rapto de Helena, punto de partida de la guerra de Troya. Despojado el episodio de su carga mitológica (Helena esconde una forma de diosa mediterránea de la naturaleza) queda simplemente la historia que cuenta Héctor: otra expedición de pillaje a cargo de Paris y un grupo de compañeros que, además de saquear otras ciudades abusando de la hospitalidad de Menéalo, se llevan a Helena y numerosos bienes del rey.

Sobre todo este material legendario pre homérico, se destaca con presición la existencia de varios epos relativos a las expediciones contra Troya, expediciones motivadas por la riqueza de la ciudad. Trabajando sobre la versión arcaica (expedición de Aquiles contra Tebas) y situándola en Troya; especulando con la figura de meleagro como modelo heroico y con el rapto de Helena como fundamento de toda la narración, Homero concretó el primer boceto de su poema sobre los puntos siguientes:

expedición punitiva de los argivos y sus aliados contra Troya para recobrar a Helena;
sitio de Troya;
cólera de Aquiles contra Agamemnón y su abstención de combatir hasta que la ofensa sea reparada;
muerte de Patroclo y retorno del héroe a la lucha;
muerte de Héctor (acto de venganza de Aquiles) y fin del poema.

Este esbozo le dio al poeta la ocasión propicia para la unificación del epos tradicional, no sólo en lo relativo a Troya, sino también para la inclusión de otro material no troyano: las leyendas de hazañas realizadas por otros héroes en otro tiempo y en otro lugar, transformando así su obra en un vasto poema panhelénico en el que confluye toda la tradición jonia y aun oriental.

Literatura 5to año - Los héroes y los dioses

Los héroes y los dioses:

Esta sociedad de nobles distinguidos concibió una religión cuyos dioses son, en definitiva, ejemplares humanos depurados de accidentes naturales. Son, para siempre, fuertes y hermosos; no están sujetos a la vejez ni a la muerte; su dignidad excede a la de los hombres así como su poder aparece superior al de los reyes lo que no les impide ser flexibles y dúctiles ante los hombres que les ruegan y se muestran piadosos. En síntesis, constituyen ejemplares divinos en los que las virtudes humanas están llevadas a su más alto grado. En cambio, están sujetos a las mismas pasiones y debilidades de las criaturas cuya existencia regulan de acuerdo con una ley eterna de justicia.

Han sido engendrados y han tenido infancia y algunos han quedado eternizados en la adolescencia como Hermes e Iris; otros viven una ancianidad venerable, que es el tiempo en el que se han detenido sus existencias. No son omnipresentes; pueden oír a un mortal donde quiera que esté este, pero para obrar deben acudir a donde es menester su presencia o su acción. Son omnividentes: la mirada de los dioses alcanza los lugares más recónditos y nada se escapa a su visión. Pero no son omnipotentes; así como la conducta heroica tiene el freno de la moderación, la de los dioses está limitada por el destino.

El destino (Moira) fue concebido como una fuerza no personificada que rige todo lo que existe y, en especial, la vida humana, sin que el hombre pueda hacer nada por evitarlo y sin que los dioses puedan impedirlo por cuanto constituye la porción recibida al nacer y es inmodificable.

Así como no es posible ni elegir ni rechazar los dones de los dioses, no puede ni elegirse ni rechazarse el destino; los mismos dioses deben someter su propio dolor a la Moira. Y si bien a veces en la Ilíada leemos que están a punto de cometerse acciones no decretadas por el destino e incluso, contra lo decretado por la Moira, dicha posibilidad es siempre imposible.

Ambos mundos, el humano y el divino, estan estrechamente ligados en la concepción helénica. Así los dioses aparecen como responsables de las acciones humanas, de sus éxitos o de sus fracasos. Por otra parte la presencia de los dioses es familiar a los hombres, no sólo en los casos de gran piedad sino en todas las circunstancias. Los dioses aparecen como protectores de héroes y por extensión, de su linaje y aun del grupo humano al que pertenecen. Son divinidades poliadas, porque ejercen su protección sobre las ciudades (polis) donde reciben en cambio veneración y culto. Porque las relaciones entre ambos mundos están perfectamente reguladas: los dioses se aparecen a los mortales en su aspecto de tales en circunstancias excepcionales, pues el pudor les impide hacerlo siempre; por ello se metamorfosean en mortales próximos al héroe al que quieren ayudar o perjudicar, o envían, como Zeus, sus mensajeros que, entonces sí, aparecen como tales dioses.

Las obligaciones de los mortales son estrictas. En primer lugar, la del culto que se concreta de manera especial en el banquete ritual (sacrificio).

No es lícito realizarlo en estado de impureza y al hacerlo debe observarse minuciosamente el rito. Cumplido el sacrificio, los dioses otorgan sus dones y lo mismo ocurre cuando está de por medio la obediencia a las órdenes divinas. Todo este complejo mecanismo está fundado en la dependencia del hombre frente al dios y en su aceptación voluntaria por el mortal. Pero hay casos en los que se encuentran ambos mundos; a veces el origen es la locura, y a veces los mortales no son sino instrumento de las luchas entre los mismos dioses (Pallas Athenea y Diomedes). Tampoco impide aquella relación las persecuciones sistemáticas de los dioses a un mortal (Heracles perseguido por el odio de Hera o los troyanos a los que esta diosa y Atenea acosan).