Análisis de La niña de Guatemala – por Ángel Rama (Asir – Revista de Literatura – Marzo/Abril 1953)
Recordemos, antes de leer el famoso poema IX de Versos Sencillos, conocido por “La niña de Guatemala”, que fue José Martí quien dijo: “La poesía debe tener la raíz en la tierra y base de hecho real”.
Efectivamente un hecho real motiva el poema, y a él se atiene su desarrollo que refiere un suceso ocurrido en Guatemala durante la permanencia de Martí en los años 1877 y 1878, y del que fue partícipe secundario. El hecho es conocido, y la trasposición poética que en él opera Martí respetuosa de sus términos generales, tal como han llegado a nosotros.
A poco de su arribo a Guatemala procedente de México donde se ha comprometido con la que más tarde será su esposa, Carmen Zayas Bazán, conoce Martí a María García Granados, la niña de Guatemala, segunda de las cinco hijas del general Miguel García Granados. Éste había sido presidente de la República y gozaba de gran predicamento oficial y popular. La familia del general lo recibe cordialmente, como a un integrante más, y para él, que amó y deseó siempre la vida hogareña, reemplaza a la familia suya dejada en México, también formada por numerosas mujeres.
Un vínculo sentimental se establece pronto entre María García Granados y Martí, “el profesor Torrente”, como le llamaban, de la Escuela Normal Central, quién contaba en esa fecha 24 años. La naturaleza del mismo y especialmente la actitud que correspondió a Martí, han quedado para nosotros en la penumbra. Sabemos lo que dice líricamente en dos composiciones poéticas que le dedicó en 1877; en ellas han visto sus biógrafos una notoria reticencia de sentimientos. Como si atraído amorosamente por La niña de Guatemala, le impidiera hablar, obedecer a esa atracción y responder al amor ofrecido, el recuerdo de Carmen Zayas Bazán.
Si pensamos en la situación de los dos actores de la historia, hay un primer desencuentro: dos actitudes de sentir diferentes aunque no opuestas, incapaces de concertarse mutuamente. Ambos impulsos se rozan, participan de instantes comunes, pero se esquivan porque, sea cual fuere el sentimiento de Martí, tienen distinta naturaleza y apuntan a distintos fines.
La peligrosa ambigüedad de este desencuentro alejó a Martí de la casa del general García Granados, y resuelta su situación económica, vuelve a México para casarse. De su partida sólo conocemos ciertamente lo que Martí nos cuenta en su poesía; la almohadilla de olor, el beso en la frente, el subir al mirador para verlo partir, aunque este hecho l coloca Mañach en el regreso del poeta.
Poco después de volver con su esposa ocurre la tragedia. El estado de melancolía y depresión de la joven se acentúa, enferma a consecuencia de un enfriamiento al bañarse en el río y muere. El funeral congrega a todo el pueblo guatemalteco y a él asiste Martí en compañía de Izaguirre y Palma.
De la trasmutación poética que Martí opera en el hecho real dijimos que es fiel a su verdad tal como la conocemos. Pero hay algún momento en que la exposición de los hechos está forzada por la interpretación que de los mismos realiza el autor.
Efectivamente, los hechos reales, viene a decirnos el poeta, son pasibles de doble interpretación: para todos o para una gran mayoría, la niña muere de frío; para él, que está en el secreto de sus acciones, muere de amor. He aquí el primer desequilibrio que vemos en el poema y no es el único. Porque si la poesía proviene de un hecho real, los hechos reales no tienen contextura, “no existen”, hasta el momento en que son interpretados y por lo tanto relacionados dentro de un sentido coherente que los supera. Y este sentido no procede ya del acaecer real –material, corpóreo, histórico- sino de un conjunto de lazos espirituales. Para existir, el hecho real se trasmuta en “hecho espiritual” e ingresa dentro de unas coordenadas espirituales. Eso hace Martí al afirmar: “yo sé que murió de amor”, y apenas dicho, la historia cobra un sentido superior. Para quienes no hagan una afirmación de esa índole, se tratará de un hecho físico, que por lo tanto se agota en sí mismo.
Es este el primer desencuentro que se opera en el poema y que representan los dos versos opuestos simétricamente:
Dicen que murió de frío:
Yo sé que murió de amor.
Aquí se enfrentan legítimamente la visión personal con que Martí expone el tema de la historia y la visión exterior y mayoritaria. Esta oposición es muy débil y la elección del lector cae fácilmente del lado de la visión subjetiva, porque lo que Martí enfrenta es la historia del entierro, que es la narración exterior y casi objetiva a la que corresponde el “dicen que murió de frío”, con la historia secreta del amor de la niña expresada en una serie de pequeños hechos sólo conocidos por él y que son reveladores de la afirmación: ella se murió de amor. Enfrenta la verdad secreta no con una versión diferente de los mismos hechos, sino con la narración del desenlace: el entierro. Lo que opone son dos tiempos sucesivos y el segundo no admite dobles interpretaciones, las admitiría en cambio el primero, pero de él sólo tenemos una visión parcial.
En un determinado momento, sin embargo, aparece un hecho que autoriza la legítima oposición de ambas versiones: se trata de la muerte de la niña. Pero Martí fuerza la exposición de los hechos y nos los ofrece de un modo ambiguo favorable a su interpretación subjetiva. Apresura vertiginosamente el proceso de su enfermedad y muerte, tanto que el lector no enterado de cómo ocurrió puede creerse en presencia de un suicidio, lo que robustecería, exteriormente, la sospecha de que ha muerto por amor.
Se entró de tarde en el río,
La sacó muerta el doctor:
No queda tiempo intermedio entre su enfriamiento en el río y su muerte, y el apresuramiento, que del punto de vista de la poesía es legítimo, tiende en este caso a alterar la verdad de los sucesos y presentarnos un suicidio. Por otra parte ese doctor colocado de improviso al final del verso parece restaurar la sucesión normal de los hechos, el relato objetivo que corresponde a la mayoría. Hay un verdadero disturbio en el sentido de estos dos versos que no se explica sólo el deseo de abreviar el desarrollo del cuento, ni por el deseo de sugerir la interpretación del suicidio, ni por respetar de algún modo la versión objetiva y mayoritaria del suceso, y en el cual debemos ver la consecuencia de un propósito artístico: la sujeción del tema a un tratamiento plástico, su transformación en un friso prerrafaelista como ha dicho Gabriela Mistral.
El paralelismo de las dos versiones se ha hecho presente aquí para romperse de inmediato con un desequilibrio que favorece la interpretación del poeta. En adelante esta creencia en la muerte por amor que desde el principio venía expresándose como versión subjetiva, se robustecerá, ganará la mayoría de los lectores, se objetivará poéticamente. Y al clausurarse el poema tendremos la convicción absoluta de la tragedia.
Nos queda, por último, otra alteración de los hechos reales, motivada por un silencio: el que guarda Martí acerca de los motivos de su conducta. En su poema n explica por qué, amando a la joven, se casa y vuelve con su esposa. Tenía poderosos motivos en su defensa y sin embargo ha preferido un silencio culpable. Se ha disminuido para elevar la figura de La niña de Guatemala, acreciendo la pureza y devoción de ese amor juvenil.
0 comentarios :
Publicar un comentario