LITERATURA GENERAL “I”
“La Ilíada”:
CANTO I.
Invocación: concepción de la poesía (relación con otros textos mómericos); aparición de los temas centrales de la obra; el anticipo y su función en el texto con relación a la expectativa, episodio de crises e intervención de Apolo. La querella y su explicación a través del concepto de “arete”. Estructura de los discursos; características y función del epíteto. Posibles interpretaciones de la intervención divina en el hacer heroico. La escena en el Olimpo y paralelismo con lo narrado en el plano de los humanos. Concepción religiosa de homero.
Esta obra comienza con la invocación famosa: “Canta, oh diosa la cólera del pelida Aquiles”… el poeta griego creía que el don de la poesía no era propiamente suyo, sino que le era dispensado por los dioses; de ahí que pide, el autor de “La Ilíada”, la inspiración; era el dios quien cantaba dentro del alma del poeta. Estos versos iniciales indican que estamos ante la exposición de un gran asunto:
a) La cólera de Aquiles provocada por los actos de Agamenón y;
b) Las consecuencias desastrosas que para los aqueos va a tener esta cólera.-
La acción del relato comienza “in media res” (a mitad de la acción), o sea en el décimo año de lucha de la guerra de Troya, como el autor avisa sobre lo que va a cantar utiliza el anticipo (adelanta hechos y acciones).
En los poemas Homéricos, así como en casi toda la literatura helénica se da reiteradamente la ausencia de expectación. Esto obedece a un factor primordial: los poetas trabajan sobre un material ampliamente conocido. De allí que el interés del público no se proyecte sobre la materia en sí, sino sobre el tratamiento poético del tema, por un caso; y, por el otro, por la creación de personajes, sin olvidar la interpretación personal del artista sobre los hechos.
“… Cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al orco muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves] (II [- cumplíase la voluntad de Zeus-] desde que se separaron disputando el atrída, res de hombres, y el divino Aquiles”.
(1)- Es una frase formularia que se refiere a los cadáveres insepultos, que son carroña para los perros y las aves marinas. El griego clásico concebía al más allá como el lugar donde iban todas las almas, la condición necesaria para esto es que se le haga una honra fúnebre al cadáver (quemar o sepultar), si se lo dejaba insepulto esto era considerado como el castigo o agravio más grande; también podía ser utilizado en vida como amenaza.
(2)- la autoridad de este, está siempre expuesta a la discusión con los demás dioses, en la mayoría de las veces discutida por su esposa Hera y su hija Palas Atenea. Esta voluntad no corresponde a un dios omnipotente, su voluntad se cumple a lo largo, pero no en lo inmediato.
Ofensa de Agamenón a Crises: (8 a 32)
La contienda entre Aquiles y Agamenón fue suscitada por Apolo (Hijo de Zeus y Hera). Habiendo sida saqueada la ciudad de Crisa, vecina de Troya, por los Aqueos, se habían repartido estos el botín. Y una muchacha llamada Criseida (hija de Crises) tocó en el reparto, a Agamenón, en calidad de esclava. El anciano padre de Crispida era sacerdote de Apolo y se presentó suplicante ante las naves Aqueas portando no sólo las ínfulas o insignias sacerdotales para inspirar el debido respeto, sino también un inmenso rescate.
La respuesta de Agamenón es violenta. No tiene en cuenta el dolor del padre, el dolor de la hija, el respeto debido al dios Febo Apolo, al cual el sacerdote representaba. Una de las leyes básicas no escritas (nomas) Ej. El respeto al suplicante, este debía ser bien tratado aunque no se le concediera su suerte.
Se creía que detrás de la figura de un suplicante, podía estar la de un mismo dios. Crises se coloca fuera de la guerra, es un sacerdote de una ciudad saqueada de Troya, pero en su argumentación dice, que el resultado de la guerra o uniones posteriores no le interesan, solo quiere volver a estar con su hija.
Agamenón se excede ante Crises, cometiendo el pecado de Hybris (pecado de exceso que se comete por soberbia, por no controlar las pasiones), este traspasa todos los límites fijados por la moral, también comete un exceso de corte religioso “…Zeus está de mi parte”.
Homero utiliza un juego de contrastes entre las personalidades del anciano Crises y del rey Agamenón:
Crises: Suplica Agamenón: Amenaza
Habla con moderación y miedo Habla con ira
Intervención de Apolo: (33 a 52)
Crises se atemorizó a causa de las amenazas de Agamenón y se retiró silencioso. Aquí se da un juego entre el mundo externo (paisaje amplio, la orilla del estruendoso mar que lo hace recordar los gritos de Agamenón), y su mundo interno (el es un suplicante pero esta enojado, y su corazón está agitado como el mar).
Yendo por la orilla del mar rogó al dios que los Aqueos pagaran la ofensa hecha. “Si alguna vez adorne tu templo o queme en tu honor pingües muslos de toros o de cabras, cúmpleme este voto…” (No se enumera la acción completa, pero si su servicio como sacerdote, dice esta frase para “obligar” a Apolo a que lo ayude).
Según cuenta la leyenda del titán Prometeo, este había recubierto los huesos de una res muerta, de reluciente grasa, y habiendo separado la carne, preguntó a Zeus, engañado por la apariencia, eligió los huesos y la grasa. Crises, le pidió a Apolo que: “¡Paguen los Dánaos mis lágrimas con tus flechas!”
A igual cantidad de lágrimas, igual cantidad de flechas, igual cantidad de muertos. La descripción de la cólera de Apolo, esta llena de elementos visuales, auditivos y también de movimiento.
Homero, no describe detalladamente al Dios, pero nos da algunos elementos visuales: lleva su arco, que es de plata y su carcaj en los hombros, iba parecido a la noche.
Dentro de los elementos auditivos encontramos: las saetas resonaban en las espaldas del Dios, tiró una flecha y el arco de plata dio un terrible chasquido.
Dentro de los elementos de movimiento vemos: descendió de las cumbres del Olimpo, sentosé lejos de las naves.
En una comparación se dice que Apolo: “Iba parecido a la noche” sin embargo, en la mitología, Apolo tiene íntima relación con el Sol, por eso esta comparación Homérica pone de manifiesto lo siniestro de la actividad de Apolo. Para los antiguos la noche era algo terrible y sombrío, por eso no se combatía de noche, por eso, cuando en el canto X, Dolon acepta realizar un espionaje nocturno cerca de las naves Aqueas, sólo lo hace a cambio de un premio maravilloso: el carro y los corceles divinos de Aquiles.
Querella entre Aquiles y Agamenón: (53 a 187)
Provocada la peste al cabo de 10 días de arrojar incesantemente Apolo sus flechas sobre animales y luego sobre hombres, Aquiles convoca a la junta de jefes y al pueblo Aqueo en general a fin de averiguar, por medio del arte de los adivinos o intérpretes de sueños la razón de la cólera de Apolo, porque de otra manera tendrán que volver atrás.
Hasta ahora el único Dios que ha tomado parte en el conflicto, ha sido Apolo, que provoca la peste sin resistencia por parte de los otros dioses. La intervención de los demás dioses va a producirse 10 días después de arrojada la primera flecha: Hera (esposa de Zeus), pone en el corazón del Pélida el deseo de convocar al Agóra (reunión de los Aristo), esto se vuelve una ofensa contra Agamenón, ya que sólo un rey puede convocar a la junta.
Nobleza y Areté: En los poemas Homéricos, todos los personajes que intervienen son hombres ilustrados, héroes y dioses. La diferencia entre los dioses y los hombres es mínima, ya que los hombres Homéricos aparecen divinizados, y los dioses humanizados. Estos poemas presentan solamente la vida de la aristocracia, constituida por los mejores en linaje y ascendencia.
El abolengo: Es uno de los elementos que determinan la superioridad de la nobleza sobre los demás mortales; por ejemplo Aquiles, Helena y Odiseo remontan su ascendencia hasta los mismos dioses. La palabra Areté expresa la idea de virtud, pero no en el sentido moral, sino en el sentido de capacidad, aptitud, destreza y valor. Se refiere a la fuerza física y a la destreza guerrera, pero también a las cualidades morales. En Areté hay dos aspectos:
1) Uno espiritual e intelectual (Ágora).
2) Y otro corporal y físico (Combate).
Aunque a veces es más importante el valor corporal y físico, que el espiritual e intelectual, esto queda demostrado cuando Agamenón le dice a Diómedes que es inferior al padre en el combate, aunque hablara mejor en el Ágora.
El hombre ordinario no tiene Areté, y si un noble es tomado como esclavo, Zeus le reduce su Areté a la mitad, y este deja de ser el que era antes.
Sigue Querella- Aquiles se vuelve hacía Agamenón y le propone que un adivino interprete la cólera de Apolo; este no se ha dirigido a Calcas ni a ningún otro augur en particular; sin embargo, Calcas se levanta y dice a Aquiles: “Mándasme explicar la cólera del flechador Apolo”. Y luego dice que no habla porque teme a un hombre que manda sobre los Aqueos y que es un rey. Por eso, le pide a Aquiles que lo proteja de la ira de ese rey (aludiendo a Agamenón).
Aquiles lo satisface, jurándole que lo protegerá contra la ira de cualquier Aqueo, aunque éste sea Agamenón. A continuación el Augur (o Vate) dice que la causa de la cólera de Apolo, fue el ultraje que Agamenón infirió al sacerdote, no devolviéndole la hija, ni admitiendo el rescate. Y aclara que, hasta que no sea devuelta la chica, y se haga un sacrificio en honor al Dios, en la ciudad de Crisa no habrá esperanza alguna en batalla. Cuando Agamenón oye la acusación de Calcas Testórida, se levanta enojado y le grita “¡Adivino de males! Jamás me has anunciado nada grato”. Aquí homero hace referencia a un hecho no narrado en la Ilíada, Calcas en la localidad de Aulide había profetizado que la flota Aquea no llegaría a Troya, a causa de los vientos contrarios, si Agamenón no sacrificaba en el altar de los dioses a Ifigenia, su propia hija.
En las palabras de Agamenón se ve un terrible resentimiento hacía Calcas por su anterior premonición, pero también denota pasión y deseo por la joven Criseida, a la cual prefiere antes que su legítima esposa, Clitemnestra. De un momento a otro pasa de ser iracundo y codicioso, a ser bueno y generoso. Cede en devolver a Criseida, pero aquí vuelve su codicia por causa del Areté, pide otra recompensa similar para salvar su nombre y poder, pasa de ser odiado a hacerse la víctima: “No sería decoroso que me quedara sin recompensa” por eso pide como recompensa equivalente a Criseída a la, esclava de Aquiles, Briseida.
Intervención de Palas Atenea: (188 a 222)
Agamenón amenazó a Aquiles con ir a su tienda y quitarle a su esclava Briseida. A esto, Aquiles, responde con la intención de matar al Atrida, y cuando estaba desenvainando la espada, aparece la diosa Palas Atenea que le tira de la blonda cabellera, apareciendo sólo ante los ojos de Pélida. Ante esta aparición, el tiempo se detiene, Aquiles y Atenea parecen borrarse de la escena sin que los demás lo noten. Los dioses pueden visualizarse, ante cualquiera, cuando ellos lo deseen y bajo cualquier forma.
La diosa logra convencer al héroe de que no mate al Atrida, aquí se muestra un gran heroísmo, ya que logra contener su cólera y logra la sofrosyne (equilibrio), aunque luego insulta a Agamenón diciéndole: “¡Borracho, que tienes cara de perro y corazón de ciervo!”
Juramento de no combatir. Disolución de la junta: (223 a 317)
Aquiles renuncia a matar a Agamenón, pero no por eso deja de insultarlo de palabra. Entonces, se levanta Néstor, el más anciano de las tropas Aqueas, su vitalidad es elogiada por los demás, conoció a 2 generaciones de héroes y reina sobre la tercera. Su función no es pelear, sino hablar. En este caso le habla al consejo, exhortándoles al Pélida y al Atrida a cambiar de actitud. Siempre trata de instaurar el equilibrio, de imponer justicia, es la figura modelo del anciano sabio. Si Aquiles es el arquetipo del héroe joven; Néstor lo es de los ancianos.
La edad de Néstor tiene un significado, ya que los griegos insertaron entre la edad de plata y la edad del bronce, a la edad de los héroes. Néstor es el nexo entre una época en la cual los dioses y la justicia divina estaban más cerca de los hombres, y una época en la que se ve la paulatina decadencia del mundo. Trata de reconciliar al Atrida con Aquiles, diciendo que ambos han obrado mal, Aquiles injurió a Agamenón, ya que ofendió al rey más poderoso; y Agamenón desconoció y despreció las virtudes guerreras de Aquiles al querer arrebatarle su botín. Pero, la intervención de Néstor no logra cumplir su cometido, ya que Aquiles le responde al Atrida: “…Manda a otros, no me des ordenes, pues yo no pienso obedecerte.”
Arrebatamiento de Briseida: (318 a 348)
Agamenón ordena a dos de sus Heraldos, Taltibios y Euríbates que traigan a Briseida de la tienda de Aquiles, y que si éste no quiere cederla de buen grado irá el propio Agamenón, con sus servidores a arrancársela. Los Heraldos cumplen su misión de mala gana, por miedo a la reacción de Aquiles, pero este no los ataca, porque los Heraldos estaban bajo la protección de Zeus.
Suplica de Aquiles a Tetis: (349 a 429)
Idos los Heraldos, Aquiles rompe en llanto, esta imagen se contrapone a su ira anterior. Lleno de sufrimiento, invoca a su madre, Tetis, una de las divinidades marítimas (Nereidas). El mar lo había condenado al héroe a morir joven, ya que este eligió vivir poco pero con gloria, que morir viejo y sin gloria.
Por eso, ya que morirá joven, desea morir con gloria, y le ruega a Tetis que suplique a Zeus lo siguiente: que la victoria sea para los Troyanos y que los Aqueos sean muertos junto a las naves para que comprenda el poderoso Agamenón Atrida la falta que ha cometido no honrando al mejor de los Aqueos.
Tetis tiene motivos para que Zeus no desoirá su súplica, ya que cuando Poseidón, Hera y Palas Atenea confabularon contra él y lo maniataron, ella con la ayuda del gigante Briareo fue quién lo salvó.
Aquiles es hijo de un mortal (Peleo) y una diosa (Tetis), y como esta insistía en hacer inmortales a sus hijos, lo expuso al fuego y luego lo recubrió con ambrosía. Este se quema los talones, y esta parte del cuerpo le queda como punto débil. También existe otro mito que dice que la madre lo sumergió en la laguna Estigia, tomándolo de los talones.
La Nereida dice que le hará el pedido a Zeus cuando éste vuelva de Etiopía (dentro de 12 días), pero recordemos que Brises le hace el pedido a Apolo sin subir al monte Olimpo, y este lo escucha.
Embajada a Crisa: (430 a 487)
La escena del sacrificio a Apolo plantea una interrogante, ¿no habían viajado los dioses a Etiopía? Entonces, cómo iba a escuchar Apolo las nuevas palabras del sacerdote Crises, y si se admite que los dioses pueden oír desde cualquier lugar, Porqué espera 12 días Tetis para hacer la súplica a Zeus (puede ser un paisaje interpolado).
Además el fragmento que describe el sacrificio de la res, es casi igual al sacrificio que describe Néstor hecho a Poseidón en la odisea.
Suplica de Tetis a Zeus: (488 a 530)
Tetis se arrodilla ante Zeus, le abraza las rodillas, le toca la barba (ritos de súplica).
Zeus no se anima a dar la victoria a los troyanos porque teme una reserta conyugal con Hera. Pero al fin accede ante los insistentes ruegos de Tetis y baja las negras cejas en señal de asentimiento.
Reserta conyugal: (531 y siguientes)
Esta última escena está repleta de elementos burlescos. Los dioses están despojados de toda divinidad y constituyen casi un matrimonio humano. Hera está celosa de que Tetis haya influido sobre Zeus para que éste otorgue la victoria a los Troyanos a fin de honrar a Aquiles. Primeramente Zeus quiere ocultar sus intenciones a su esposa a fin de no reñir, pero luego no tiene más remedio que confesarle.
Al fin, para hacer callar a su colérica esposa, Zeus le dice: “obedece mis palabras…si acercándome te pongo encima las invictas manos”. La crítica creía que Homero no era religioso y por lo tanto no creía en los dioses, y sólo los usaba como convención. Esto luego fue descartado ya que la Ilíada era utilizada como libro de estudio y a nadie le llamaba la atención las peleas entre los dioses.
-Robert dice que en realidad existían 2 tipos de religión: la de los Templos y la de los Olímpicos. Zeus era el rey de los dioses, por lo tanto el de mayor poder, y Hera la que tenía más templos y ciudades bajo su protección. Zeus lucha por la adoración y Hera por el poder.
-Sara Pomeroy parte de la base de que en Creta existía un Matriarcado, y que las diosas madres eran las principales del panteón.
Los Aqueos traen consigo el culto a Zeus, y una sociedad patriarcal. De la unión de los dioses machos y las diosas hembras nace un matrimonio forzado.
Esta escena puede ser vista como paralela a la querella. Zeus y Hera pueden ser considerados como los peleadores Aquiles y Agamenón. Hay un suplicante: Crises o Tetis. Hay un mediador: Néstor o Hefestos (el cojo de ambos pies). También hay amenazas que no se concretan: Aquiles quiere matar a Agamenón, Zeus le quiere pegar a Hera. La única diferencia está en el final, los hombres terminaron llorando y los dioses riendo, ya que los inmortales tienen el tiempo necesario como para dejar esa situación desagradable y postergarla para otro día.
Aspecto formal del discurso Homérico: posee tres partes centrales.
1- A quién se dirige
2- Fundamentación
3- Conclusión
Los personajes Homéricos no dialogan, intercambian discursos que siempre están introducidos, por el narrador.
“Se levantó Aquiles de los pies ligeros y dijo;…”
“…Así dijo y todos aprobaron en silencio.”
Epítetos:
Pueden ser clasificados en: 1) Tradicionales
2) Homéricos
Todos los epítetos que se agregan a un nombre propio, es decir, los de héroes, dioses, ciudades o regiones y animales, son generalmente tradicionales. Y los que se refieren a las cosas o animales no individualizados son Homéricos (Ej. “perros veloces”,”mar sonoro”, etc.). Los epítetos Homéricos no se aplican a un solo héroe, es decir, son comunes a varios nombres que tengan igual valor métrico.
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martes, 24 de junio de 2008
domingo, 13 de abril de 2008
Literatura 5to año - La Ilíada (Canto XXII)
CANTO XXII*
Muerte de Héctor
* Aquiles, después de decirle que se vengaría de él si pudiera, torna al campo de batalla y delante de las puertas de la ciudad encuentra a Héctor, que le esperaba; huye éste, aquél le persigue y dan tres vueltas a la ciudad de Troya; Zeus coge la balanza de oro y ve que el destino condena a Héctor, el cual, engañado por Atenea se detiene y es vencido y muerto por Aquiles, no obstante saber éste que ha de sucumbir poco después que muera el caudillo troyano.
1 Los troyanos, refugiados en la ciudad como cervatos, se recostaban en los hermosos
baluartes, refrigeraban el sudor y bebían para apagar la sed; y en tanto los aqueos se iban
acercando a la muralla, con los escudos levantados encima de los hombros. La Parca
funesta sólo detuvo a Héctor para que se quedara fuera de Ilio, en las puertas Esceas. Y
Febo Apolo dijo al Pelión:
8 -¿Por qué, oh hijo de Peleo, persigues en veloz carrera, siendo tú mortal, a un dios
inmortal? Aún no conociste que soy una deidad, y no cesa to deseo de alcanzarme. Ya no
te cuidas de pelear con los troyanos, a quienes pusiste en fuga; y éstos han entrado en la
población, mientras to extraviabas viniendo aquí. Pero no me matarás, porque el hado no
me condenó a morir.
14 Muy indignado le respondió Aquiles, el de los pies ligeros:
15 -¡Oh tú, que hieres de lejos, el más funesto de todos los dioses! Me engañaste,
trayéndome acá desde la muralla, cuando todavía hubieran mordido muchos la tierra
antes de llegar a Ilio. Me has privado de alcanzar una gloria no pequeña, y has salvado
con facilidad a los troyanos, porque no temías que luego me vengara. Y ciertamente me
vengaría de ti, si mis fuerzas to permitieran.
21 Dijo y, muy alentado, se encaminó apresuradamente a la ciudad; como el corcel
vencedor en la carrera de carros trota veloz por el campo, tan ligeramente movía Aquiles
pies y rodillas.
25 EI anciano Príamo fue el primero que con sus propios ojos le vio venir por la
llanura, tan resplandeciente como el astro que en el otoño se distingue por sus vivos rayos
entre muchas estrellas durante la noche obscura y recibe el nombre de "perro de Orión",
el cual con ser brillantísimo constituye una señal funesta porque trae excesivo calor a los
míseros mortales; de igual manera centelleaba el bronce sobre el pecho del héroe,
mientras éste corría. Gimió el viejo, golpeóse la cabeza con las manos levantadas y profirió
grandes voces y lamentos, dirigiendo súplicas a su hijo. Héctor continuaba inmóvil
ante las puertas y sentía vehemence deseo de combatir con Aquiles. Y el anciano, tendiéndole
los brazos, le decía en tono lastimero:
38 -¡Héctor, hijo querido! No aguardes, solo y lejos de los amigos, a ese hombre, para
que no mueras presto a manos del Pelión, que es mucho más vigoroso. ¡Cruel! Así fuera
tan caro a los dioses, como a mí: pronto se lo comerían, tendido en el suelo, los perros y
los buitres, y mi corazón se libraría del terrible pesar. Me ha privado de muchos y
valientes hijos, matando a unos y vendiendo a otros en remotas islas. Y ahora que los
troyanos se han encerrado en la ciudad, no acierto a ver a mis dos hijos Licaón y
Polidoro, que parió Laótoe, ilustre entre las mujeres. Si están vivos en el ejército, los
rescataremos con bronce y oro, que todavía to hay en el palacio; pues a Laótoe la dotó
espléndidamente su anciano padre, el ínclito Altes. Pero, si han muerto y se hallan en la
morada de Hades, el mayor dolor será para su madre y para mí que los engendramos;
porque el del pueblo durará menos, si no mueres tú, vencido por Aquiles. Ven adentro del
muro, hijo querido, para que salves a los troyanos y a las troyanas; y no quieras procurar
inmensa gloria al Pelida y perder tú mismo la existencia. Compadécete también de mí, de
este infeliz y desgraciado que aún conserva la razón; pues el padre Cronida me quitará la
vida en la senectud y con aciaga suerte, después de presenciar muchas desventuras: muertos
mis hijos, esclavizadas mis hijas, destruidos los tálamos, arrojados los niños por el
suelo en el terrible combate y las nueras arrastradas por las funestas manos de los aqueos.
Y cuando, por fin, alguien me deje sin vida los miembros, hiriéndome con el agudo
bronce o con arma arrojadiza, los voraces perros que con comida de mi mesa crié en el
palacio para que lo guardasen despedazarán mi cuerpo en la puerta exterior, beberán mi
sangre, y, saciado el apetito, se tenderán en el pórtico. Yacer en el suelo, habiendo sido
atravesado en la lid por el agudo bronce, es decoroso para un joven, y cuanto de él pueda
verse todo es bello, a pesar de la muerte; pero que los perros destrocen la cabeza y la
barba encanecidas y las panes verendas de un anciano muerto en la guerra es to más triste
de cuanto les puede ocurrir a los míseros mortales.
77 Así se expresó el anciano, y con las manos se arrancaba de la cabeza muchas canas,
pero no logró persuadir a Héctor. La madre de éste, que en otro sitio se lamentaba llorosa,
desnudó el seno, mostróle el pecho, y, derramando lágrimas, dijo estas aladas palabras:
82 -¡Héctor! ¡Hijo mío! Respeta este seno y apiádate de mí. Si en otro tiempo te daba el
pecho para acallar tu lloro, acuérdate de tu niñez, hijo amado; y penetrando en la muralla,
rechaza desde la misma a ese enemigo y no salgas a su encuentro. ¡Cruel! Si te mata, no
podré llorarte en tu lecho, querido pimpollo a quien parí, y tampoco podrá hacerlo tu rica
esposa, porque los veloces perros te devorarán muy lejos de nosotras, junto a las naves
argivas.
90 De esta manera Príamo y Hécuba hablaban a su hijo, llorando y dirigiéndole muchas
súplicas, sin que lograsen persuadirle, pues Héctor seguía aguardando a Aquiles, que ya
se acercaba. Como silvestre dragón que, habiendo comido hierbas venenosas, espera ante
su guarida a un hombre y con feroz cólera echa terribles miradas y se enrosca en la
entrada de la cueva, así Héctor, con inextinguible valor, permanecía quieto, desde que
arrimó el terso escudo a la torre prominente. Y gimiendo, a su magnánimo espíritu le
decía:
99 -¡Ay de mí! Si traspongo las puertas y el muro, el primero en dirigirme baldones
será Polidamante, el cual me aconsejaba que trajera el ejército a la ciudad la noche funesta
en que el divinal Aquiles decidió volver a la pelea. Pero yo no me dejé persuadir
-mucho mejor hubiera sido aceptar su consejo--, y ahora que he causado la ruina del
ejército con mi imprudencia temo a los troyanos y a las troyanas, de rozagantes peplos, y
que alguien menos valiente que yo exclame: «Héctor, fiado en su pujanza, perdió las
tropas». Así hablarán; y preferible fuera volver a la población después de matar a
Aquiles, o morir gloriosamente delante de ella. ¿Y si ahora, dejando en el suelo el
abollonado escudo y el fuerte casco y apoyando la pica contra el muro, saliera al encuentro
del irreprensible Aquiles, le dijera que permitía a los Atridas llevarse a Helena y las
riquezas que Alejandro trajo a Ilio en las cóncavas naves, que esto fue to que originó la
guerra, y le ofreciera repartir a los aqueos la mitad de lo que la ciudad contiene; y más
tarde tomara juramento a los troyanos de que, sin ocultar nada, formarian dos lotes con
cuantos bienes existen dentro de esta hermosa ciudad?... Mas ¿por qué en tales cosas me
hace pensar el corazón? No, no iré a suplicarle; que, sin tenerme compasión ni respeto,
me mataría inerme, como a una mujer, tan pronto como dejara las armas. Imposible es
mantener con él, desde una encina o desde una roca, un coloquio, como un mancebo y
una doncella; como un mancebo y una dondella suelen mantener. Mejor será empezar el
combate cuanto antes, para que veamos pronto a quién el Olímpico concede la victoria.
131 Tales pensamientos revolvía en su mente, sin moverse de aquel sitio, cuando se le
acercó Aquiles, igual a Enialio, el impetuoso luchador, con el terrible fresno del Pelión
sobre el hombro derecho y el cuerpo protegido por el bronce que brillaba como el
resplandor del encendido fuego o del sol naciente. Héctor, al verlo, se puso a temblar y ya
no pudo permanecer allí; sino que dejó las puertas y huyó espantado. Y el Pelida,
confiando en sus pies ligeros, corrió en seguimiento del mismo. Como en el monte el
gavilán, que es el ave más ligera, se lanza con fácil vuelo tras la tímida paloma, ésta huye
con tortuosos giros y aquél la sigue de cerca, dando agudos graznidos y acometiéndola
repetidas veces, porque su ánimo le incita a cogerla, así Aquiles volaba enardecido y
Héctor movía las ligeras rodillas huyendo azorado en torno de la muralla de Troya.
Corrían siempre por la carretera, fuera del muro, dejando a sus espaldas la atalaya y el
lugar ventoso donde estaba el cabrahígo; y llegaron a los dos cristalinos manantiales, que
son las fuentes del Escamandro voraginoso. El primero tiene el agua caliente y lo cubre el
humo como si hubiera allí un fuego abrasador; el agua que del segundo brota es en el
verano como el granizo, la fría nieve o el hielo. Cerca de ambos hay unos lavaderos de
piedra, grandes y hermosos, donde las esposas y las bellas hijas de los troyanos solían
lavar sus magníficos vestidos en tiempo de paz, antes que llegaran los aqueos. Por a11í
pasaron, el uno huyendo y el otro persiguiéndolo: delante, un valiente huía, pero otro más
fuerte le perseguía con ligereza; porque la contienda no era por una víctima o una piel de
buey, premios que suelen darse a los vencedores en la carrera, sino por la vida de Héctor,
domador de caballos. Como los solípedos corceles que tomán parte en los juegos en
honor de un difunto corren velozmente en torno de la meta donde se ha colocado como
premio importante un trípode o una mujer, de semejante modo aquéllos dieron tres veces
la vuelta a la ciudad de Príamo, corriendo con ligera planta. Todas las deidades los
contemplaban. Y Zeus, padre de los hombres y de los dioses, comenzó a decir:
168 -¡Oh dioses! Con mis ojos veo a un caro varón perseguido en torno del muro. Mi
corazón se compadece de Héctor, que tantos muslos de buey ha quemado en mi obsequio
en las cumbres del Ida, en valles abundoso, y en la ciudadela de Troya; y ahora el divino
Aquiles le persigue con sus ligeros pies en derredor de la ciudad de Príamo. Ea, deliberad,
oh dioses, y decidid si lo salvaremos de la muerte ó dejaremos que, a pesar de ser
esforzado, sucumba a manos del Pelida Aquiles.
177 Respondióle Atenea, la diosa de ojos de lechuza:
178 -¡Oh padre, que lanzas el ardiente rayo y amontonas las nubes! ¿Qué dijiste? ¿De
nuevo quieres librar de la muerte horrísona a ese hombre mortal, a quien tiempo ha que el
hado condenó a morir? Hazlo, pero no todos los dioses te lo aprobaremos.
182 Contestó Zeus, que amontona las nubes:
183 Tranquilízate, Tritogenia, hija querida. No hablo con ánimo benigno, pero contigo
quiero ser complaciente. Obra conforme a tus deseos y no desistas.
186 Con tales voces instigóle a hacer lo que ella misma deseaba, y Atenea bajó en
raudo vuelo de las cumbres del Olimpo.
188 Entre canto; el veloz Aquiles perseguía y estrechaba sin cesar a Héctor. Como el
perro va en el monte por valles y cuestas tras el cervatillo que levantó de la cama, y, si
éste se esconde, azorado, debajo de los arbustos, corre aquél rastreando hasta que
nuevamente lo descubre; de la misma manera, el Pelión, de pies ligeros, no perdía de
vista a Héctor. Cuantas veces el troyano intentaba encaminarse a las puertas Dardanias, al
pie de las tomes bien construidas, por si desde arriba le socorrían disparando flechas;
otras tantas Aquiles, adelantándosele, lo apartaba hacia la llanura, y aquél volaba sin descanso
cerca de la ciudad. Como en sueños ni el que persigue puede alcanzar al
perseguido, ni éste huir de aquél; de igual manera, ni Aquiles con sus pies podía dar
alcance a Héctor, ni Héctor escapar de Aquiles. ¿Y cómo Héctor se hubiera librado
entonces de las Parcas de la muerte que le estaba destinada, si Apolo, acercándosele por
la postrera y última vez, no le hubiese dado fuerzas y agilizado sus rodillas?
205 El divino Aquiles hacía con la cabeza señales negativas a los guerreros, no
permitiéndoles disparar amargas flechas contra Héctor: no fuera que alguien alcanzara la
gloria de herir al caudillo y él llegase el segundo. Mas cuando en la cuarta vuelta llegaron
a los manantiales, el padre Zeus tomó la balanza de oro, puso en la misma dos suertes de
la muerte que tiende a lo largo -la de Aquiles y la de Héctor, domador de caballos-, cogió
por el medio la balanza, la desplegó, y tuvo más peso el día fatal de Héctor, que
descendió hasta el Hades. Al instante Febo Apolo desamparó al troyano. Atenea, la diosa
de ojos de lechuza, se acercó al Pelión, y le dijo estas aladas palabras:
216 -Espero, oh esclarecido Aquiles, caro a Zeus, que nosotros dos procuraremos a los
aqueos inmensa gloria, pues al volver a las naves habremos muerto a Héctor, aunque sea
infatigable en la batalla. Ya no se nos puede escapar, por más cosas que haga Apolo, el
que hiere de lejos, postrándose a los pies del padre Zeus, que lleva la égida. Párate y
respira; a iré a persuadir a Héctor para que luche contigo frente a frente.
224 Así habló Atenea. Aquiles obedeció, con el corazón alegre, y se detuvo en seguida,
apoyándose en el arrimo de la pica de asta de fresno y broncínea punta. La diosa dejóle y
fue a encontrar al divino Héctor. Y tomando la figura y la voz infatigable de Deífobo,
llegóse al héroe y pronunció estas aladas palabras:
229 -¡Mi buen hermano! Mucho te estrecha el veloz Aquiles, persiguiéndote con ligero
pie alrededor de la ciudad de Príamo. Ea, detengámonos y rechacemos su ataque.
232 Respondióle el gran Héctor, de tremolante casco:
233 -¡Deífobo! Siempre has sido para mí el hermano predilecto entre cuantos somos
hijos de Hécuba y de Príamo, pero desde ahora hago cuenta de tenerte en mayor aprecio,
porque al verme con tus ojos osaste salir del muro y los demás han permanecido dentro.
238 Contestó Atenea, la diosa de ojos de lechuza:
239 -¡Mi buen hermano! El padre, la venerable madre y los amigos abrazábanme las
rodillas y me suplicaban que me quedara con ellos -¡de tal modo tiemblan todos!-, pero
mi ánimo se sentía atormentado por grave pesar. Ahora peleemos con brio y sin dar
reposo a la pica, para que veamos si Aquiles nos mata y se lleva nuestros sangrientos
despojos a las cóncavas naves, o sucumbe vencido por to lanza.
246 Así diciendo, Atenea, para engañarlo, empezó a caminar. Cuando ambos guerreros
se hallaron frente a frente, dijo el primero el gran Héctor, el de tremolante casco:
250-No huiré más de ti, oh hijo de Peleo, como hasta ahora. Tres veces di la vuelta,
huyendo, en torno de la gran ciudad de Príamo, sin atreverme nunca a esperar tu
acometida. Mas ya mi ánimo me impele a afrontarte, ora te mate, ora me mates tú. Ea,
pongamos a los dioses por testigos, que serán los mejores y los que más cuidarán de que
se cumplan nuestros pactos: Yo no te insultaré cruelmente, si Zeus me concede la victoria
y logro quitarte la vida; pues tan luego como te haya despojado de las magníficas armas,
oh Aquiles, entregaré el cadáver a los aqueos. Pórtate tú conmigo de la misma manera.
260 Mirándole con torva faz, respondió Aquiles, el de los pies ligeros:
261 -¡Héctor, a quien no puedo olvidar! No me hables de convenios. Como no es
posible que haya fieles alianzas entre los leones y los hombres, ni que estén de acuerdo
los lobos y los corderos, sino que piensan continuamente en causarse daño unos a otros,
tampoco puede haber entre nosotros ni amistad ni pactos, hasta que caiga uno de los dos
y sacie de sangre a Ares, infatigable combatiente. Revístete de toda clase de valor, porque
ahora te es muy preciso obrar como belicoso y esforzado campeón. Ya no te puedes
escapar. Palas Atenea te hará sucumbir pronto, herido por mi lanza, y pagarás todos
juntos los dolores de mis amigos, a quienes mataste cuando manejabas furiosamente la
pica.
273 En diciendo esto, blandió y arrojó la fornida lanza. El esclarecido Héctor, al verla
venir, se inclinó para evitar el golpe: clavóse la broncínea lanza en el suelo, y Palas
Atenea la arrancó y devolvió a Aquiles, sin que Héctor, pastor de hombres, lo advirtiese.
Y Héctor dijo al eximio Pelión:
279 -¡Erraste el golpe, oh Aquiles, semejante a los dioses! Nada te había revelado Zeus
acerca de mi destino, como afirmabas; has sido un hábil forjador de engañosas palabras,
para que, temiéndote, me olvidara de mi valor y de mi fuerza. Pero no me clavarás la pica
en la espalda, huyendo de ti: atraviésame el pecho cuando animoso y frente a frente to
acometa, si un dios te lo permite. Y ahora guárdate de mi broncínea lanza. ¡Ojalá que
toda ella penetrara en tu cuerpo! La guerra sería más liviana para los troyanos, si tú
murieses; porque eres su mayor azote.
289 Así habló; y, blandiendo la ingente lanza, despidióla sin errar el tiro, pues dio un
bote en medio del escudo del Pelida. Pero la lanza fue rechazada por la rodela, y Héctor
se irritó al ver que aquélla había sido arrojada inútilmente por su brazo; paróse, bajando
la cabeza, pues no tenía otra lanza de fresno; y con recia voz llamó a Deífobo, el de
luciente escudo, y le pidió una larga pica. Deífobo ya no estaba a su lado. Entonces
Héctor comprendiólo todo, y exclamó:
297 -¡Oh! Ya los dioses me llaman a la muerte. Creía que el héroe Deífobo se hallaba
conmigo, pero está dentro del muro, y fue Atenea quien me engañó. Cercana tengo la perniciosa
muerte, que ni tardará, ni puedo evitarla. Así les habrá placido que sea, desde
hace tiempo, a Zeus y a su hijo, el que hiere de lejos; los cuales, benévolos para conmigo,
me salvaban de los peligros. Ya la Parca me ha cogido. Pero no quisiera morir
cobardemente y sin gloria, sino realizando algo grande que llegara a conocimiento de los
venideros.
306 Esto dicho, desenvainó la aguda espada, grande y fuerte, que llevaba en el costado.
Y encogiéndose, se arrojó como el águila de alto vuelo se lanza a la llanura, atravesando
las pardas nubes, para arrebatar la tierna corderilla o la tímida liebre; de igual manera
arremetió Héctor, blandiendo la aguda espada. Aquiles embistióle, a su vez, con el
corazón rebosante de feroz cólera: defendía su pecho con el magnífico escudo labrado, y
movía el luciente casco de cuatro abolladuras, haciendo ondear las bellas y abundantes
crines de oro que Hefesto había colocado en la cimera. Como el Véspero, que es el lucero
más hermoso de cuantos hay en el cielo, se presenta rodeado de estrellas en la obscuridad
de la noche, de tal modo brillaba la pica de larga punta que en su diestra blandía Aquiles,
mientras pensaba en causar daño al divino Héctor y miraba cuál parte del hermoso cuerpo
del héroe ofrecería menos resistencia. Éste lo tenía protegido por la excelente armadura
de bronce que quitó a Patroclo después de matarlo, y sólo quedaba descubierto el lugar en
que las clavículas separan el cuello de los hombros, la garganta que es el sitio por donde
más pronto sale el alma: por a11í el divino Aquiles envasóle la pica a Héctor, que ya lo
atacaba, y la punta, atravesando el delicado cuello, asomó por la nuca. Pero no le cortó el
garguero con la pica de fresno que el bronce hacía ponderosa, para que pudiera hablar
algo y responderle. Héctor cayó en el polvo, y el divino Aquiles se jactó del triunfo,
diciendo:
331 -¡Héctor! Cuando despojabas el cadáver de Patroclo, sin duda te creíste salvado y
no me temiste a mí porque me hallaba ausente. ¡Necio! Quedaba yo como vengador, mucho
más fuerte que él, en las cóncavas naves, y te he quebrado las rodillas. A ti los perros
y las aves te despedazarán ignominiosamente, y a Patroclo los aqueos le harán honras
fúnebres.
336 Con lánguida voz respondióle Héctor, el de tremolante casco:
337 -Te lo ruego por tu alma, por tus rodillas y por tus padres: ¡No permitas que los
perros me despedacen y devoren junto a las naves aqueas! Acepta el bronce y el oro que
en abundancia te darán mi padre y mi veneranda madre, y entrega a los míos el cadáver
para que lo lleven a mi casa, y los troyanos y sus esposas lo entreguen al fuego.
344 Mirándole con torva faz, le contestó Aquiles, el de los pies ligeros:
345 -No me supliques, ¡perro!, por mis rodillas ni por mis padres. Ojalá el furor y el
coraje me incitaran a cortar tus carnes y a comérmelas crudas. ¡Tales agravios me has
inferido! Nadie podrá apartar de tu cabeza a los perros, aunque me traigan diez o veinte
veces el debido rescate y me prometan más, aunque Príamo Dardánida ordene redimirte a
peso de oro; ni, aun así, la veneranda madre que te dio a luz te pondrá en un lecho para
llorarte, sino que los perros y las aves de rapiña destrozarán to cuerpo.
355 Contestó, ya moribundo, Héctor, el de tremolante casco:
356 -Bien lo conozco, y no era posible que te persuadiese, porque tienes en el pecho un
corazón de hierro. Guárdate de que atraiga sobre ti la cólera de los dioses, el día en que
Paris y Febo Apolo te darán la muerte, no obstante tu valor, en las puertas Esceas.
361 Apenas acabó de hablar, la muerte le cubrió con su manto: el alma voló de los
miembros y descendió al Hades, llorando su suerte, porque dejaba un cuerpo vigoroso y
joven. Y el divino Aquiles le dijo, aunque muerto lo viera:
365 -¡Muere! Y yo recibiré la Parca cuando Zeus y los demás dioses inmortales
dispongan que se cumpla mi destino.
367 Dijo; arrancó del cadáver la broncínea lanza y, dejándola a un lado, quitóle de los
hombros las ensangrentadas armas. Acudieron presurosos los demás aqueos, admiraron
todos el continente y la arrogante figura de Héctor y ninguno dejó de herirlo. Y hubo
quien, contemplándole, habló así a su vecino:
373 -¡Oh dioses! Héctor es ahora mucho más blando en dejarse palpar que cuando
incendió las naves con el ardiente fuego.
375 Así algunos hablaban, y acercándose to herían. El divino Aquiles, ligero de pies,
tan pronto como hubo despojado el cadáver, se puso en medio de los aqueos y pronunció
estas aladas palabras:
378 -¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los argivos! Ya que los dioses nos
concedieron vencer a ese guerrero que causó mucho más daño que todos los otros juntos,
ea, sin dejar las armas cerquemos la ciudad para conocer cuál es el propósito de los
troyanos: si abandonarán la ciudadela por haber sucumbido Héctor, o se atreverán a
quedarse todavía a pesar de que éste ya no existe. Mas ¿por qué en tales cosas me hace
pensar el corazón? En las naves yace Patroclo muerto, insepulto y no llorado; y no lo
olvidaré, mientras me halle entre los vivos y mis rodillas se muevan; y si en el Hades se
olvida a los muertos, aun a11í me acordaré del compañero amado. Ahora, ea, volvamos
cantando el peán a las cóncavas naves, y llevémonos este cadáver. Hemos ganado una
gran victoria: matamos al divino Héctor, a quien dentro de la ciudad los troyanos dirigían
votos cual si fuese un dios.
395 Dijo; y, para tratar ignominiosamente al divino Héctor, le horadó los tendones de
detrás de ambos pies desde el tobillo hasta el talón; introdujo correas de piel de buey, y lo
ató al carro, de modo que la cabeza fuese arrastrando; luego, recogiendo la magnífica
armadura, subió y picó a los caballos para que arrancaran, y éstos volaron gozosos. Gran
polvareda levantaba el cadáver mientras era arrastrado; la negra cabellera se esparcía por
el suelo, y la cabeza, antes tan graciosa, se hundía toda en el polvo; porque Zeus la entregó
entonces a los enemigos, para que allí, en su misma patria, la ultrajaran.
405 Así toda la cabeza de Héctor se manchaba de polvo. La madre, al verlo, se
arrancaba los cabellos; y, arrojando de sí el blanco velo, prorrumpió en tristísimos
sollozos. El padre suspiraba lastimeramente, y alrededor de él y por la ciudad el pueblo
gemía y se lamentaba. No parecía sino que toda la excelsa Ilio fuese desde su cumbre
devorada por el fuego. Los guerreros apenas podían contener al anciano, que, excitado
por el pesar, quería salir por las puertas Dardanias; y, revolcándose en el estiércol, les
suplicaba a todos llamando a cada varón por sus respectivos nombres:
416 -Dejadme, amigos, por más intranquilos que estéis; permitid que, saliendo solo de
la ciudad, vaya a las naves aqueas y ruegue a ese hombre pernicioso y violento: acaso
respete mi edad y se apiade de mi vejez. Tiene un padre como yo, Peleo, el cual le
engendró y crió para que fuese una plaga de los troyanos; pero es a mí a quien ha causado
más pesares. ¡A cuántos hijos míos mató, que se hallaban en la flor de la juventud! Pero
no me lamento tanto por ellos, aunque su suerte me haya afligido, como por uno cuya
pérdida me causa el vivo dolor que me precipitará en el Hades: por Héctor, que hubiera
debido morir en mis brazos, y entonces nos hubiésemos saciado de llorarle y plañirle la
infortunada madre que le dio a luz y yo mismo.
429 Así habló llorando, y los ciudadanos suspiraron. Y Hécuba comenzó entre las
troyanas el funeral lamento:
431 -¡Oh hijo! ¡Ay de mí, desgraciada! ¿Por qué, después de haber padecido terribles
penas, seguiré viviendo ahora que has muerto tú? Día y noche eras en la ciudad motivo
de orgullo para mí y el baluarte de todos, de los troyanos y de las troyanas, que to
saludaban como a un dios. Vivo, constituías una excelsa gloria para ellos; pero ya la
muerte y la Parca to alcanzaron.
437 Así dijo llorando. La esposa de Héctor nada sabía, pues ningún veraz mensajero le
llevó la noticia de que su marido se quedara fuera de las puertas; y en lo más hondo del
alto palacio tejía una tela doble y purpúrea, que adornaba con labores de variado color.
Había mandado en su casa a las esclavas de hermosas trenzas que pusieran al fuego un
trípode grande, para que Héctor se bañase en agua caliente al volver de la batalla.
¡Insensata! Ignoraba que Atenea, la de ojos de lechuza, le había hecho sucumbir muy
lejos del baño a manos de Aquiles. Pero oyó gemidos y lamentaciones que venían de la
torre, estremeciéronse sus miembros, y la lanzadera le cayó al suelo. Y al instante dijo a
las esclavas de hermosas trenzas:
450 -Venid, seguidme dos; voy a ver qué ocurre. Oí la voz de mi venerable suegra; el
corazón me salta en el pecho hacia la boca y mis rodillas se entumecen: algún infortunio
amenaza a los hijos de Príamo. ¡Ojalá que tal noticia nunca llegue a mis oídos! Pero
mucho temo que el divino Aquiles haya separado de la ciudad a mi Héctor audaz, le
persiga a él solo por la llanura y acabe con el funesto valor que siempre tuvo; porque
jamás en la batalla se quedó entre la turba de los combatientes, sino que se adelantaba
mucho y en bravura a nadie cedía.
460 Dicho esto, salió apresuradamente del palacio como una loca, palpitándole el
corazón, y dos esclavas la acompañaron. Mas, cuando llegó a la torre y a la multitud de
gente que a11í se encontraba, se detuvo, y desde el muro registró el campo; en seguida
vio a Héctor arrastrado delante de la ciudad, pues los veloces caballos lo arrastraban
despiadadamente hacia las cóncavas naves de los aqueos; las tinieblas de la noche
velaron sus ojos, cayó de espaldas y se le desmayó el alma. Arrancóse de su cabeza los
vistosos lazos, la diadema, la redecilla, la trenzada cinta y el velo que la áurea Afrodita le
había dado el día en que Héctor se la llevó del palacio de Eetión, constituyéndole una
gran dote. A su alrededor hallábanse muchas cuñadas y concuñadas suyas, las cuales la
sostenían aturdida como si fuera a perecer. Cuando volvió en sí y recobró el aliento,
lamentándose con desconsuelo dijo entre las troyanas:
477 -¡Héctor! ¡Ay de mí, infeliz! Ambos nacimos con la misma suerte, tú en Troya, en
el palacio de Príamo; yo en Teba, al pie del selvoso Placo, en el alcázar de Eetión, el cual
me crió cuando niña para que fuese desventurada como él. ¡Ojalá no me hubiera
engendrado! Ahora tú desciendes a la mansión de Hades, en el seno de la tierra, y me
dejas en el palacio viuda y sumida en triste duelo. Y el hijo, aún infante, que
engendramos tú y yo, infortunados... Ni tú serás su amparo, oh Héctor, pues has fallecido;
ni él el tuyo. Si escapa con vida de la luctuosa guerra de los aqueos, tendrá siempre
fatigas y pesares; y los demás se apoderarán de sus campos, cambiando de sitio los
mojones. El mismo día en que un niño queda huérfano, pierde todos los amigos; y en adelante
va cabizbajo y con las mejillas bañadas en lágrimas. Obligado por la necesidad,
dirígese a los amigos de su padre, tirándoles ya del manto, ya de la túnica; y alguno,
compadecido, le alarga un vaso pequeño con el cual mojará los labios, pero no llegará a
humedecer la garganta. El niño que tiene los padres vivos le echa del festín, dándole
puñadas a increpándole con injuriosas voces: "¡Vete, enhoramala!, le dice, que tu padre
no come a escote con nosotros". Y volverá a su madre viuda, llorando, el huérfano
Astianacte, que en otro tiempo, sentado en las rodillas de su padre, sólo comía medula y
grasa pingüe de ovejas, y, cuando se cansaba de jugar y se entregaba al sueño, dormía en
blanda cama, en brazos de la nodriza, con el corazón lleno de gozo; mas ahora que ha
muerto su padre, mucho tendrá que padecer Astianacte, a quien los troyanos llamaban así
porque sólo tú, oh Héctor, defendías las puertas y los altos muros. Y a ti, cuando los perros
se hayan saciado con tu carne, los movedizos gusanos te comerán desnudo, junto a
las corvas naves, lejos de tus padres; habiendo en el palacio vestiduras finas y hermosas,
que las esclavas hicieron con sus manos. Arrojaré todas estas vestiduras al ardiente fuego;
y ya que no te aprovechen, pues no yacerás en ellas, constituirán para ti un motivo de
gloria a los ojos de los troyanos y de las troyanas.
515 Así dijo llorando, y las mujeres gimieron.
Muerte de Héctor
* Aquiles, después de decirle que se vengaría de él si pudiera, torna al campo de batalla y delante de las puertas de la ciudad encuentra a Héctor, que le esperaba; huye éste, aquél le persigue y dan tres vueltas a la ciudad de Troya; Zeus coge la balanza de oro y ve que el destino condena a Héctor, el cual, engañado por Atenea se detiene y es vencido y muerto por Aquiles, no obstante saber éste que ha de sucumbir poco después que muera el caudillo troyano.
1 Los troyanos, refugiados en la ciudad como cervatos, se recostaban en los hermosos
baluartes, refrigeraban el sudor y bebían para apagar la sed; y en tanto los aqueos se iban
acercando a la muralla, con los escudos levantados encima de los hombros. La Parca
funesta sólo detuvo a Héctor para que se quedara fuera de Ilio, en las puertas Esceas. Y
Febo Apolo dijo al Pelión:
8 -¿Por qué, oh hijo de Peleo, persigues en veloz carrera, siendo tú mortal, a un dios
inmortal? Aún no conociste que soy una deidad, y no cesa to deseo de alcanzarme. Ya no
te cuidas de pelear con los troyanos, a quienes pusiste en fuga; y éstos han entrado en la
población, mientras to extraviabas viniendo aquí. Pero no me matarás, porque el hado no
me condenó a morir.
14 Muy indignado le respondió Aquiles, el de los pies ligeros:
15 -¡Oh tú, que hieres de lejos, el más funesto de todos los dioses! Me engañaste,
trayéndome acá desde la muralla, cuando todavía hubieran mordido muchos la tierra
antes de llegar a Ilio. Me has privado de alcanzar una gloria no pequeña, y has salvado
con facilidad a los troyanos, porque no temías que luego me vengara. Y ciertamente me
vengaría de ti, si mis fuerzas to permitieran.
21 Dijo y, muy alentado, se encaminó apresuradamente a la ciudad; como el corcel
vencedor en la carrera de carros trota veloz por el campo, tan ligeramente movía Aquiles
pies y rodillas.
25 EI anciano Príamo fue el primero que con sus propios ojos le vio venir por la
llanura, tan resplandeciente como el astro que en el otoño se distingue por sus vivos rayos
entre muchas estrellas durante la noche obscura y recibe el nombre de "perro de Orión",
el cual con ser brillantísimo constituye una señal funesta porque trae excesivo calor a los
míseros mortales; de igual manera centelleaba el bronce sobre el pecho del héroe,
mientras éste corría. Gimió el viejo, golpeóse la cabeza con las manos levantadas y profirió
grandes voces y lamentos, dirigiendo súplicas a su hijo. Héctor continuaba inmóvil
ante las puertas y sentía vehemence deseo de combatir con Aquiles. Y el anciano, tendiéndole
los brazos, le decía en tono lastimero:
38 -¡Héctor, hijo querido! No aguardes, solo y lejos de los amigos, a ese hombre, para
que no mueras presto a manos del Pelión, que es mucho más vigoroso. ¡Cruel! Así fuera
tan caro a los dioses, como a mí: pronto se lo comerían, tendido en el suelo, los perros y
los buitres, y mi corazón se libraría del terrible pesar. Me ha privado de muchos y
valientes hijos, matando a unos y vendiendo a otros en remotas islas. Y ahora que los
troyanos se han encerrado en la ciudad, no acierto a ver a mis dos hijos Licaón y
Polidoro, que parió Laótoe, ilustre entre las mujeres. Si están vivos en el ejército, los
rescataremos con bronce y oro, que todavía to hay en el palacio; pues a Laótoe la dotó
espléndidamente su anciano padre, el ínclito Altes. Pero, si han muerto y se hallan en la
morada de Hades, el mayor dolor será para su madre y para mí que los engendramos;
porque el del pueblo durará menos, si no mueres tú, vencido por Aquiles. Ven adentro del
muro, hijo querido, para que salves a los troyanos y a las troyanas; y no quieras procurar
inmensa gloria al Pelida y perder tú mismo la existencia. Compadécete también de mí, de
este infeliz y desgraciado que aún conserva la razón; pues el padre Cronida me quitará la
vida en la senectud y con aciaga suerte, después de presenciar muchas desventuras: muertos
mis hijos, esclavizadas mis hijas, destruidos los tálamos, arrojados los niños por el
suelo en el terrible combate y las nueras arrastradas por las funestas manos de los aqueos.
Y cuando, por fin, alguien me deje sin vida los miembros, hiriéndome con el agudo
bronce o con arma arrojadiza, los voraces perros que con comida de mi mesa crié en el
palacio para que lo guardasen despedazarán mi cuerpo en la puerta exterior, beberán mi
sangre, y, saciado el apetito, se tenderán en el pórtico. Yacer en el suelo, habiendo sido
atravesado en la lid por el agudo bronce, es decoroso para un joven, y cuanto de él pueda
verse todo es bello, a pesar de la muerte; pero que los perros destrocen la cabeza y la
barba encanecidas y las panes verendas de un anciano muerto en la guerra es to más triste
de cuanto les puede ocurrir a los míseros mortales.
77 Así se expresó el anciano, y con las manos se arrancaba de la cabeza muchas canas,
pero no logró persuadir a Héctor. La madre de éste, que en otro sitio se lamentaba llorosa,
desnudó el seno, mostróle el pecho, y, derramando lágrimas, dijo estas aladas palabras:
82 -¡Héctor! ¡Hijo mío! Respeta este seno y apiádate de mí. Si en otro tiempo te daba el
pecho para acallar tu lloro, acuérdate de tu niñez, hijo amado; y penetrando en la muralla,
rechaza desde la misma a ese enemigo y no salgas a su encuentro. ¡Cruel! Si te mata, no
podré llorarte en tu lecho, querido pimpollo a quien parí, y tampoco podrá hacerlo tu rica
esposa, porque los veloces perros te devorarán muy lejos de nosotras, junto a las naves
argivas.
90 De esta manera Príamo y Hécuba hablaban a su hijo, llorando y dirigiéndole muchas
súplicas, sin que lograsen persuadirle, pues Héctor seguía aguardando a Aquiles, que ya
se acercaba. Como silvestre dragón que, habiendo comido hierbas venenosas, espera ante
su guarida a un hombre y con feroz cólera echa terribles miradas y se enrosca en la
entrada de la cueva, así Héctor, con inextinguible valor, permanecía quieto, desde que
arrimó el terso escudo a la torre prominente. Y gimiendo, a su magnánimo espíritu le
decía:
99 -¡Ay de mí! Si traspongo las puertas y el muro, el primero en dirigirme baldones
será Polidamante, el cual me aconsejaba que trajera el ejército a la ciudad la noche funesta
en que el divinal Aquiles decidió volver a la pelea. Pero yo no me dejé persuadir
-mucho mejor hubiera sido aceptar su consejo--, y ahora que he causado la ruina del
ejército con mi imprudencia temo a los troyanos y a las troyanas, de rozagantes peplos, y
que alguien menos valiente que yo exclame: «Héctor, fiado en su pujanza, perdió las
tropas». Así hablarán; y preferible fuera volver a la población después de matar a
Aquiles, o morir gloriosamente delante de ella. ¿Y si ahora, dejando en el suelo el
abollonado escudo y el fuerte casco y apoyando la pica contra el muro, saliera al encuentro
del irreprensible Aquiles, le dijera que permitía a los Atridas llevarse a Helena y las
riquezas que Alejandro trajo a Ilio en las cóncavas naves, que esto fue to que originó la
guerra, y le ofreciera repartir a los aqueos la mitad de lo que la ciudad contiene; y más
tarde tomara juramento a los troyanos de que, sin ocultar nada, formarian dos lotes con
cuantos bienes existen dentro de esta hermosa ciudad?... Mas ¿por qué en tales cosas me
hace pensar el corazón? No, no iré a suplicarle; que, sin tenerme compasión ni respeto,
me mataría inerme, como a una mujer, tan pronto como dejara las armas. Imposible es
mantener con él, desde una encina o desde una roca, un coloquio, como un mancebo y
una doncella; como un mancebo y una dondella suelen mantener. Mejor será empezar el
combate cuanto antes, para que veamos pronto a quién el Olímpico concede la victoria.
131 Tales pensamientos revolvía en su mente, sin moverse de aquel sitio, cuando se le
acercó Aquiles, igual a Enialio, el impetuoso luchador, con el terrible fresno del Pelión
sobre el hombro derecho y el cuerpo protegido por el bronce que brillaba como el
resplandor del encendido fuego o del sol naciente. Héctor, al verlo, se puso a temblar y ya
no pudo permanecer allí; sino que dejó las puertas y huyó espantado. Y el Pelida,
confiando en sus pies ligeros, corrió en seguimiento del mismo. Como en el monte el
gavilán, que es el ave más ligera, se lanza con fácil vuelo tras la tímida paloma, ésta huye
con tortuosos giros y aquél la sigue de cerca, dando agudos graznidos y acometiéndola
repetidas veces, porque su ánimo le incita a cogerla, así Aquiles volaba enardecido y
Héctor movía las ligeras rodillas huyendo azorado en torno de la muralla de Troya.
Corrían siempre por la carretera, fuera del muro, dejando a sus espaldas la atalaya y el
lugar ventoso donde estaba el cabrahígo; y llegaron a los dos cristalinos manantiales, que
son las fuentes del Escamandro voraginoso. El primero tiene el agua caliente y lo cubre el
humo como si hubiera allí un fuego abrasador; el agua que del segundo brota es en el
verano como el granizo, la fría nieve o el hielo. Cerca de ambos hay unos lavaderos de
piedra, grandes y hermosos, donde las esposas y las bellas hijas de los troyanos solían
lavar sus magníficos vestidos en tiempo de paz, antes que llegaran los aqueos. Por a11í
pasaron, el uno huyendo y el otro persiguiéndolo: delante, un valiente huía, pero otro más
fuerte le perseguía con ligereza; porque la contienda no era por una víctima o una piel de
buey, premios que suelen darse a los vencedores en la carrera, sino por la vida de Héctor,
domador de caballos. Como los solípedos corceles que tomán parte en los juegos en
honor de un difunto corren velozmente en torno de la meta donde se ha colocado como
premio importante un trípode o una mujer, de semejante modo aquéllos dieron tres veces
la vuelta a la ciudad de Príamo, corriendo con ligera planta. Todas las deidades los
contemplaban. Y Zeus, padre de los hombres y de los dioses, comenzó a decir:
168 -¡Oh dioses! Con mis ojos veo a un caro varón perseguido en torno del muro. Mi
corazón se compadece de Héctor, que tantos muslos de buey ha quemado en mi obsequio
en las cumbres del Ida, en valles abundoso, y en la ciudadela de Troya; y ahora el divino
Aquiles le persigue con sus ligeros pies en derredor de la ciudad de Príamo. Ea, deliberad,
oh dioses, y decidid si lo salvaremos de la muerte ó dejaremos que, a pesar de ser
esforzado, sucumba a manos del Pelida Aquiles.
177 Respondióle Atenea, la diosa de ojos de lechuza:
178 -¡Oh padre, que lanzas el ardiente rayo y amontonas las nubes! ¿Qué dijiste? ¿De
nuevo quieres librar de la muerte horrísona a ese hombre mortal, a quien tiempo ha que el
hado condenó a morir? Hazlo, pero no todos los dioses te lo aprobaremos.
182 Contestó Zeus, que amontona las nubes:
183 Tranquilízate, Tritogenia, hija querida. No hablo con ánimo benigno, pero contigo
quiero ser complaciente. Obra conforme a tus deseos y no desistas.
186 Con tales voces instigóle a hacer lo que ella misma deseaba, y Atenea bajó en
raudo vuelo de las cumbres del Olimpo.
188 Entre canto; el veloz Aquiles perseguía y estrechaba sin cesar a Héctor. Como el
perro va en el monte por valles y cuestas tras el cervatillo que levantó de la cama, y, si
éste se esconde, azorado, debajo de los arbustos, corre aquél rastreando hasta que
nuevamente lo descubre; de la misma manera, el Pelión, de pies ligeros, no perdía de
vista a Héctor. Cuantas veces el troyano intentaba encaminarse a las puertas Dardanias, al
pie de las tomes bien construidas, por si desde arriba le socorrían disparando flechas;
otras tantas Aquiles, adelantándosele, lo apartaba hacia la llanura, y aquél volaba sin descanso
cerca de la ciudad. Como en sueños ni el que persigue puede alcanzar al
perseguido, ni éste huir de aquél; de igual manera, ni Aquiles con sus pies podía dar
alcance a Héctor, ni Héctor escapar de Aquiles. ¿Y cómo Héctor se hubiera librado
entonces de las Parcas de la muerte que le estaba destinada, si Apolo, acercándosele por
la postrera y última vez, no le hubiese dado fuerzas y agilizado sus rodillas?
205 El divino Aquiles hacía con la cabeza señales negativas a los guerreros, no
permitiéndoles disparar amargas flechas contra Héctor: no fuera que alguien alcanzara la
gloria de herir al caudillo y él llegase el segundo. Mas cuando en la cuarta vuelta llegaron
a los manantiales, el padre Zeus tomó la balanza de oro, puso en la misma dos suertes de
la muerte que tiende a lo largo -la de Aquiles y la de Héctor, domador de caballos-, cogió
por el medio la balanza, la desplegó, y tuvo más peso el día fatal de Héctor, que
descendió hasta el Hades. Al instante Febo Apolo desamparó al troyano. Atenea, la diosa
de ojos de lechuza, se acercó al Pelión, y le dijo estas aladas palabras:
216 -Espero, oh esclarecido Aquiles, caro a Zeus, que nosotros dos procuraremos a los
aqueos inmensa gloria, pues al volver a las naves habremos muerto a Héctor, aunque sea
infatigable en la batalla. Ya no se nos puede escapar, por más cosas que haga Apolo, el
que hiere de lejos, postrándose a los pies del padre Zeus, que lleva la égida. Párate y
respira; a iré a persuadir a Héctor para que luche contigo frente a frente.
224 Así habló Atenea. Aquiles obedeció, con el corazón alegre, y se detuvo en seguida,
apoyándose en el arrimo de la pica de asta de fresno y broncínea punta. La diosa dejóle y
fue a encontrar al divino Héctor. Y tomando la figura y la voz infatigable de Deífobo,
llegóse al héroe y pronunció estas aladas palabras:
229 -¡Mi buen hermano! Mucho te estrecha el veloz Aquiles, persiguiéndote con ligero
pie alrededor de la ciudad de Príamo. Ea, detengámonos y rechacemos su ataque.
232 Respondióle el gran Héctor, de tremolante casco:
233 -¡Deífobo! Siempre has sido para mí el hermano predilecto entre cuantos somos
hijos de Hécuba y de Príamo, pero desde ahora hago cuenta de tenerte en mayor aprecio,
porque al verme con tus ojos osaste salir del muro y los demás han permanecido dentro.
238 Contestó Atenea, la diosa de ojos de lechuza:
239 -¡Mi buen hermano! El padre, la venerable madre y los amigos abrazábanme las
rodillas y me suplicaban que me quedara con ellos -¡de tal modo tiemblan todos!-, pero
mi ánimo se sentía atormentado por grave pesar. Ahora peleemos con brio y sin dar
reposo a la pica, para que veamos si Aquiles nos mata y se lleva nuestros sangrientos
despojos a las cóncavas naves, o sucumbe vencido por to lanza.
246 Así diciendo, Atenea, para engañarlo, empezó a caminar. Cuando ambos guerreros
se hallaron frente a frente, dijo el primero el gran Héctor, el de tremolante casco:
250-No huiré más de ti, oh hijo de Peleo, como hasta ahora. Tres veces di la vuelta,
huyendo, en torno de la gran ciudad de Príamo, sin atreverme nunca a esperar tu
acometida. Mas ya mi ánimo me impele a afrontarte, ora te mate, ora me mates tú. Ea,
pongamos a los dioses por testigos, que serán los mejores y los que más cuidarán de que
se cumplan nuestros pactos: Yo no te insultaré cruelmente, si Zeus me concede la victoria
y logro quitarte la vida; pues tan luego como te haya despojado de las magníficas armas,
oh Aquiles, entregaré el cadáver a los aqueos. Pórtate tú conmigo de la misma manera.
260 Mirándole con torva faz, respondió Aquiles, el de los pies ligeros:
261 -¡Héctor, a quien no puedo olvidar! No me hables de convenios. Como no es
posible que haya fieles alianzas entre los leones y los hombres, ni que estén de acuerdo
los lobos y los corderos, sino que piensan continuamente en causarse daño unos a otros,
tampoco puede haber entre nosotros ni amistad ni pactos, hasta que caiga uno de los dos
y sacie de sangre a Ares, infatigable combatiente. Revístete de toda clase de valor, porque
ahora te es muy preciso obrar como belicoso y esforzado campeón. Ya no te puedes
escapar. Palas Atenea te hará sucumbir pronto, herido por mi lanza, y pagarás todos
juntos los dolores de mis amigos, a quienes mataste cuando manejabas furiosamente la
pica.
273 En diciendo esto, blandió y arrojó la fornida lanza. El esclarecido Héctor, al verla
venir, se inclinó para evitar el golpe: clavóse la broncínea lanza en el suelo, y Palas
Atenea la arrancó y devolvió a Aquiles, sin que Héctor, pastor de hombres, lo advirtiese.
Y Héctor dijo al eximio Pelión:
279 -¡Erraste el golpe, oh Aquiles, semejante a los dioses! Nada te había revelado Zeus
acerca de mi destino, como afirmabas; has sido un hábil forjador de engañosas palabras,
para que, temiéndote, me olvidara de mi valor y de mi fuerza. Pero no me clavarás la pica
en la espalda, huyendo de ti: atraviésame el pecho cuando animoso y frente a frente to
acometa, si un dios te lo permite. Y ahora guárdate de mi broncínea lanza. ¡Ojalá que
toda ella penetrara en tu cuerpo! La guerra sería más liviana para los troyanos, si tú
murieses; porque eres su mayor azote.
289 Así habló; y, blandiendo la ingente lanza, despidióla sin errar el tiro, pues dio un
bote en medio del escudo del Pelida. Pero la lanza fue rechazada por la rodela, y Héctor
se irritó al ver que aquélla había sido arrojada inútilmente por su brazo; paróse, bajando
la cabeza, pues no tenía otra lanza de fresno; y con recia voz llamó a Deífobo, el de
luciente escudo, y le pidió una larga pica. Deífobo ya no estaba a su lado. Entonces
Héctor comprendiólo todo, y exclamó:
297 -¡Oh! Ya los dioses me llaman a la muerte. Creía que el héroe Deífobo se hallaba
conmigo, pero está dentro del muro, y fue Atenea quien me engañó. Cercana tengo la perniciosa
muerte, que ni tardará, ni puedo evitarla. Así les habrá placido que sea, desde
hace tiempo, a Zeus y a su hijo, el que hiere de lejos; los cuales, benévolos para conmigo,
me salvaban de los peligros. Ya la Parca me ha cogido. Pero no quisiera morir
cobardemente y sin gloria, sino realizando algo grande que llegara a conocimiento de los
venideros.
306 Esto dicho, desenvainó la aguda espada, grande y fuerte, que llevaba en el costado.
Y encogiéndose, se arrojó como el águila de alto vuelo se lanza a la llanura, atravesando
las pardas nubes, para arrebatar la tierna corderilla o la tímida liebre; de igual manera
arremetió Héctor, blandiendo la aguda espada. Aquiles embistióle, a su vez, con el
corazón rebosante de feroz cólera: defendía su pecho con el magnífico escudo labrado, y
movía el luciente casco de cuatro abolladuras, haciendo ondear las bellas y abundantes
crines de oro que Hefesto había colocado en la cimera. Como el Véspero, que es el lucero
más hermoso de cuantos hay en el cielo, se presenta rodeado de estrellas en la obscuridad
de la noche, de tal modo brillaba la pica de larga punta que en su diestra blandía Aquiles,
mientras pensaba en causar daño al divino Héctor y miraba cuál parte del hermoso cuerpo
del héroe ofrecería menos resistencia. Éste lo tenía protegido por la excelente armadura
de bronce que quitó a Patroclo después de matarlo, y sólo quedaba descubierto el lugar en
que las clavículas separan el cuello de los hombros, la garganta que es el sitio por donde
más pronto sale el alma: por a11í el divino Aquiles envasóle la pica a Héctor, que ya lo
atacaba, y la punta, atravesando el delicado cuello, asomó por la nuca. Pero no le cortó el
garguero con la pica de fresno que el bronce hacía ponderosa, para que pudiera hablar
algo y responderle. Héctor cayó en el polvo, y el divino Aquiles se jactó del triunfo,
diciendo:
331 -¡Héctor! Cuando despojabas el cadáver de Patroclo, sin duda te creíste salvado y
no me temiste a mí porque me hallaba ausente. ¡Necio! Quedaba yo como vengador, mucho
más fuerte que él, en las cóncavas naves, y te he quebrado las rodillas. A ti los perros
y las aves te despedazarán ignominiosamente, y a Patroclo los aqueos le harán honras
fúnebres.
336 Con lánguida voz respondióle Héctor, el de tremolante casco:
337 -Te lo ruego por tu alma, por tus rodillas y por tus padres: ¡No permitas que los
perros me despedacen y devoren junto a las naves aqueas! Acepta el bronce y el oro que
en abundancia te darán mi padre y mi veneranda madre, y entrega a los míos el cadáver
para que lo lleven a mi casa, y los troyanos y sus esposas lo entreguen al fuego.
344 Mirándole con torva faz, le contestó Aquiles, el de los pies ligeros:
345 -No me supliques, ¡perro!, por mis rodillas ni por mis padres. Ojalá el furor y el
coraje me incitaran a cortar tus carnes y a comérmelas crudas. ¡Tales agravios me has
inferido! Nadie podrá apartar de tu cabeza a los perros, aunque me traigan diez o veinte
veces el debido rescate y me prometan más, aunque Príamo Dardánida ordene redimirte a
peso de oro; ni, aun así, la veneranda madre que te dio a luz te pondrá en un lecho para
llorarte, sino que los perros y las aves de rapiña destrozarán to cuerpo.
355 Contestó, ya moribundo, Héctor, el de tremolante casco:
356 -Bien lo conozco, y no era posible que te persuadiese, porque tienes en el pecho un
corazón de hierro. Guárdate de que atraiga sobre ti la cólera de los dioses, el día en que
Paris y Febo Apolo te darán la muerte, no obstante tu valor, en las puertas Esceas.
361 Apenas acabó de hablar, la muerte le cubrió con su manto: el alma voló de los
miembros y descendió al Hades, llorando su suerte, porque dejaba un cuerpo vigoroso y
joven. Y el divino Aquiles le dijo, aunque muerto lo viera:
365 -¡Muere! Y yo recibiré la Parca cuando Zeus y los demás dioses inmortales
dispongan que se cumpla mi destino.
367 Dijo; arrancó del cadáver la broncínea lanza y, dejándola a un lado, quitóle de los
hombros las ensangrentadas armas. Acudieron presurosos los demás aqueos, admiraron
todos el continente y la arrogante figura de Héctor y ninguno dejó de herirlo. Y hubo
quien, contemplándole, habló así a su vecino:
373 -¡Oh dioses! Héctor es ahora mucho más blando en dejarse palpar que cuando
incendió las naves con el ardiente fuego.
375 Así algunos hablaban, y acercándose to herían. El divino Aquiles, ligero de pies,
tan pronto como hubo despojado el cadáver, se puso en medio de los aqueos y pronunció
estas aladas palabras:
378 -¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los argivos! Ya que los dioses nos
concedieron vencer a ese guerrero que causó mucho más daño que todos los otros juntos,
ea, sin dejar las armas cerquemos la ciudad para conocer cuál es el propósito de los
troyanos: si abandonarán la ciudadela por haber sucumbido Héctor, o se atreverán a
quedarse todavía a pesar de que éste ya no existe. Mas ¿por qué en tales cosas me hace
pensar el corazón? En las naves yace Patroclo muerto, insepulto y no llorado; y no lo
olvidaré, mientras me halle entre los vivos y mis rodillas se muevan; y si en el Hades se
olvida a los muertos, aun a11í me acordaré del compañero amado. Ahora, ea, volvamos
cantando el peán a las cóncavas naves, y llevémonos este cadáver. Hemos ganado una
gran victoria: matamos al divino Héctor, a quien dentro de la ciudad los troyanos dirigían
votos cual si fuese un dios.
395 Dijo; y, para tratar ignominiosamente al divino Héctor, le horadó los tendones de
detrás de ambos pies desde el tobillo hasta el talón; introdujo correas de piel de buey, y lo
ató al carro, de modo que la cabeza fuese arrastrando; luego, recogiendo la magnífica
armadura, subió y picó a los caballos para que arrancaran, y éstos volaron gozosos. Gran
polvareda levantaba el cadáver mientras era arrastrado; la negra cabellera se esparcía por
el suelo, y la cabeza, antes tan graciosa, se hundía toda en el polvo; porque Zeus la entregó
entonces a los enemigos, para que allí, en su misma patria, la ultrajaran.
405 Así toda la cabeza de Héctor se manchaba de polvo. La madre, al verlo, se
arrancaba los cabellos; y, arrojando de sí el blanco velo, prorrumpió en tristísimos
sollozos. El padre suspiraba lastimeramente, y alrededor de él y por la ciudad el pueblo
gemía y se lamentaba. No parecía sino que toda la excelsa Ilio fuese desde su cumbre
devorada por el fuego. Los guerreros apenas podían contener al anciano, que, excitado
por el pesar, quería salir por las puertas Dardanias; y, revolcándose en el estiércol, les
suplicaba a todos llamando a cada varón por sus respectivos nombres:
416 -Dejadme, amigos, por más intranquilos que estéis; permitid que, saliendo solo de
la ciudad, vaya a las naves aqueas y ruegue a ese hombre pernicioso y violento: acaso
respete mi edad y se apiade de mi vejez. Tiene un padre como yo, Peleo, el cual le
engendró y crió para que fuese una plaga de los troyanos; pero es a mí a quien ha causado
más pesares. ¡A cuántos hijos míos mató, que se hallaban en la flor de la juventud! Pero
no me lamento tanto por ellos, aunque su suerte me haya afligido, como por uno cuya
pérdida me causa el vivo dolor que me precipitará en el Hades: por Héctor, que hubiera
debido morir en mis brazos, y entonces nos hubiésemos saciado de llorarle y plañirle la
infortunada madre que le dio a luz y yo mismo.
429 Así habló llorando, y los ciudadanos suspiraron. Y Hécuba comenzó entre las
troyanas el funeral lamento:
431 -¡Oh hijo! ¡Ay de mí, desgraciada! ¿Por qué, después de haber padecido terribles
penas, seguiré viviendo ahora que has muerto tú? Día y noche eras en la ciudad motivo
de orgullo para mí y el baluarte de todos, de los troyanos y de las troyanas, que to
saludaban como a un dios. Vivo, constituías una excelsa gloria para ellos; pero ya la
muerte y la Parca to alcanzaron.
437 Así dijo llorando. La esposa de Héctor nada sabía, pues ningún veraz mensajero le
llevó la noticia de que su marido se quedara fuera de las puertas; y en lo más hondo del
alto palacio tejía una tela doble y purpúrea, que adornaba con labores de variado color.
Había mandado en su casa a las esclavas de hermosas trenzas que pusieran al fuego un
trípode grande, para que Héctor se bañase en agua caliente al volver de la batalla.
¡Insensata! Ignoraba que Atenea, la de ojos de lechuza, le había hecho sucumbir muy
lejos del baño a manos de Aquiles. Pero oyó gemidos y lamentaciones que venían de la
torre, estremeciéronse sus miembros, y la lanzadera le cayó al suelo. Y al instante dijo a
las esclavas de hermosas trenzas:
450 -Venid, seguidme dos; voy a ver qué ocurre. Oí la voz de mi venerable suegra; el
corazón me salta en el pecho hacia la boca y mis rodillas se entumecen: algún infortunio
amenaza a los hijos de Príamo. ¡Ojalá que tal noticia nunca llegue a mis oídos! Pero
mucho temo que el divino Aquiles haya separado de la ciudad a mi Héctor audaz, le
persiga a él solo por la llanura y acabe con el funesto valor que siempre tuvo; porque
jamás en la batalla se quedó entre la turba de los combatientes, sino que se adelantaba
mucho y en bravura a nadie cedía.
460 Dicho esto, salió apresuradamente del palacio como una loca, palpitándole el
corazón, y dos esclavas la acompañaron. Mas, cuando llegó a la torre y a la multitud de
gente que a11í se encontraba, se detuvo, y desde el muro registró el campo; en seguida
vio a Héctor arrastrado delante de la ciudad, pues los veloces caballos lo arrastraban
despiadadamente hacia las cóncavas naves de los aqueos; las tinieblas de la noche
velaron sus ojos, cayó de espaldas y se le desmayó el alma. Arrancóse de su cabeza los
vistosos lazos, la diadema, la redecilla, la trenzada cinta y el velo que la áurea Afrodita le
había dado el día en que Héctor se la llevó del palacio de Eetión, constituyéndole una
gran dote. A su alrededor hallábanse muchas cuñadas y concuñadas suyas, las cuales la
sostenían aturdida como si fuera a perecer. Cuando volvió en sí y recobró el aliento,
lamentándose con desconsuelo dijo entre las troyanas:
477 -¡Héctor! ¡Ay de mí, infeliz! Ambos nacimos con la misma suerte, tú en Troya, en
el palacio de Príamo; yo en Teba, al pie del selvoso Placo, en el alcázar de Eetión, el cual
me crió cuando niña para que fuese desventurada como él. ¡Ojalá no me hubiera
engendrado! Ahora tú desciendes a la mansión de Hades, en el seno de la tierra, y me
dejas en el palacio viuda y sumida en triste duelo. Y el hijo, aún infante, que
engendramos tú y yo, infortunados... Ni tú serás su amparo, oh Héctor, pues has fallecido;
ni él el tuyo. Si escapa con vida de la luctuosa guerra de los aqueos, tendrá siempre
fatigas y pesares; y los demás se apoderarán de sus campos, cambiando de sitio los
mojones. El mismo día en que un niño queda huérfano, pierde todos los amigos; y en adelante
va cabizbajo y con las mejillas bañadas en lágrimas. Obligado por la necesidad,
dirígese a los amigos de su padre, tirándoles ya del manto, ya de la túnica; y alguno,
compadecido, le alarga un vaso pequeño con el cual mojará los labios, pero no llegará a
humedecer la garganta. El niño que tiene los padres vivos le echa del festín, dándole
puñadas a increpándole con injuriosas voces: "¡Vete, enhoramala!, le dice, que tu padre
no come a escote con nosotros". Y volverá a su madre viuda, llorando, el huérfano
Astianacte, que en otro tiempo, sentado en las rodillas de su padre, sólo comía medula y
grasa pingüe de ovejas, y, cuando se cansaba de jugar y se entregaba al sueño, dormía en
blanda cama, en brazos de la nodriza, con el corazón lleno de gozo; mas ahora que ha
muerto su padre, mucho tendrá que padecer Astianacte, a quien los troyanos llamaban así
porque sólo tú, oh Héctor, defendías las puertas y los altos muros. Y a ti, cuando los perros
se hayan saciado con tu carne, los movedizos gusanos te comerán desnudo, junto a
las corvas naves, lejos de tus padres; habiendo en el palacio vestiduras finas y hermosas,
que las esclavas hicieron con sus manos. Arrojaré todas estas vestiduras al ardiente fuego;
y ya que no te aprovechen, pues no yacerás en ellas, constituirán para ti un motivo de
gloria a los ojos de los troyanos y de las troyanas.
515 Así dijo llorando, y las mujeres gimieron.
jueves, 10 de abril de 2008
Literatura 5to año - Transmisión de "La Ilíada"
Transmisión del poema
Podemos distinguir dos etapas:
a) etapa aédica: la transmisión del poema es exclusivamente oral, sin que esto excluya la existencia de un texto escrito. Se caracteriza por el estado de permanente elaboración del poema. Recitación pública y fragmentaria, por episodios sueltos o ligados temáticamente;
b) etapa rapsódica: corresponde a la fijación definitiva del texto y a su conservación escrita. Esta etapa culminará en el siglo VI, cuando los Pisistrátidas traten de fijar un texto único de los poemas homéricos.
Conservación del poema:
La difusión del poema y el interés del público por conocerlo; las exigencias escolares, no solamente de los cantores profesionales, sino de los maestros; la actividad ininterrumpida de la tradición, etc., llevó desde temprano a la necesidad de conservar un texto depurado del poema. El papiro egipcio es llevado a la Hélade en el siglo VI por los colonos de Naucratis, posiblemente, y este será el material de conservación que, aunque perecible, permitió una mayor difusión que el anterior, las tabletas recubiertas de cera, hacía poco factible.
Pero las ediciones de la Ilíada, y también de la Odisea, estuvieron lejos de estabilizar un texto único (vulgata). Una preocupación de los eruditos alejandrinos de los siglos IV y III fue la de fijar el número de versos de la vulgata, reconociendo en el texto versos y aún pasajes ajenos a lo que consideraban el texto homérico. Por otra parte, la actividad de los comentadores o simples lectores del poema, complicó la tarea; la costumbre de transcribir marginalmente un verso ya leído al efectuar la lectura de un pasaje similar al que lo contenía, la de agregar (fabricándolo) un verso apócrifo, dificultó enormemente la tarea de los copistas.
Estos, simples amanuenses, al encontrarse con versos escritos marginalmente, los incorporaron automáticamente al texto sin mayor preocupación porque resultara aumentado el número de versos del poema. Y así como agregaron mecánicamente, cometieron errores de lectura de la copia. Toda esta actividad, consciente o inconsciente, la podemos resumir en los siguientes procesos que han determinado el texto que nos ha llegado:
· interpolación: consiste (a) en la repetición de un verso homérico en otro lugar porque su sentido permite adecuarlo al nuevo pasaje; (b) en la inclusión de un verso no homérico pero construido, ya sea con fragmentos de dos o simplemente con la técnica tradicional, como lo hemos mostrado anteriormente;
· supresión: como resultado de la tarea de los críticos alejandrinos, muchos versos fueron señalados como espúreos (no homéricos). Si bien Aristarco se limitó a señalarlos con un signo especial no es imposible que en muchas versiones hayan sido simplemente eliminados;
· variante: las más notables son las de comparaciones. El mismo tema está acompañado de dos o tres comparaciones sucesivas, como si el aedo las hubiera dejado allí para elegir una de ellas en el momento de la recitación. El copista reprodujo todas las comparaciones, como ocurre en los cantos II y III.
Todo este proceso señalado se pretendió evitar con la fijación de textos oficiales del poema (versiones de las ciudades, cuya pureza u ortodoxia está en función de los concursos de recitadores de epos, entre otra cosas) conservadas y cuidadas por el estado. Pero junto con ellas debemos mencionar las ediciones de las bibliotecas alejandrinas, resultado de una tarea crítica a la que no estaban sometidas las anteriores y menos las ediciones particulares hechas para una persona. Para destacar que las oficiales no eran muy ortodoxas, señalaremos que muchas veces la propia ciudad estaba interesada en figurar en el poema por razones de política panhelénica y hacía interpolar versos que la favorecían en la antigüedad de sus méritos.
Extensión y división del poema:
Manejándose los 372 papiros conservados y las citas de versos del poema incluidos en otros textos literarios o de historia, etc., se ha determinado la extensión de nuestra vulgata en un total de 15693 versos.
La división en cantos se atribuye tradicionalmente a los alejandrinos del siglo III, y estaría motivada por la necesidad de citar el poema por la doble entrada, del canto y el verso. El número de veinticuatro para los dos poemas (Ilíada y Odisea) corresponde al número de letras del alfabeto helénico. Incluso la expresión canto sería moderna, llamando simplemente a cada división "letra".
Por el mismo carácter episódico del poema, esta división debió ser anterior a la actividad erudita alejandrina. Lo que no podrá determinarse es la extensión de cada canto, pues a veces los cortes parecen netos y naturales, otras veces, en cambio, arbitrarios.
· Podemos pensar la estructura de la Ilíada como una sucesión de partes desiguales, conteniendo cada una, una narración episódica completa.
Tema :
De acuerdo con el título tradicional (Ilíada) el tema del poema es la ciudad de Ilión, centro de la región denominada Tróade (Troya) nombre este que fue empleado como sinónimo de Ilión. Por extención temática, Ilíada es el poema de la destrucción de Ilión al cabo de un sitio que duró diez años. Pero de la lectura surge claro que:
· la Ilíada no comprende el total de la guerra sino solamente los sucesos ocurridos durante cincuenta y un días del noveno año de sitio.
Con salvedades, la guerra de Troya no es sino el marco general del poema, o mejor dicho, la circunstancia en la cual se produjo el episodio que da origen a la narración. El poeta se encargó de establecer los límites de su relato: cantará los hechos acaecidos
"desde que/
se separaron disputando por primera vez/
Agamemnón rey de hombres y Aquiles divino".
Pero a este tema de la disputa, que el poeta concreta en la expresión "cólera de Aquiles" se le une un tema que es consecuencia directa del anterior: la "voluntad de Zeus".
Cólera de Aquiles - Voluntad de Zeus, son los dos temas ligados que desarrolla la Ilíada.
Los podemos definir como temas conductores de la narración, que permiten la continuidad y unidad episódica del poema, toda vez que los sucesos narrados se organizan sistemáticamente en torno a ambos temas.
A pesar de lo señalado al comienzo, la Ilíada contiene una narración completa de la guerra de Troya, de sus antecedentes y de sus consecuencias finales. Todo este material se encuentra en estado fragmentario, disperso por todo el poema y podemos reconstruirlo de acuerdo con los pasajes siguientes para cada momento de la leyenda:
Anteriores a la narración de la Ilíada:
· rapto de Helena;
· negociaciones previas;
· reclutamiento del ejército aqueo;
· partida desde Aulis;
· viaje;
· llegada a Troya;
· episodios del sitio;
· saqueos de otras ciudades
posteriores a la narració de la Ilíada
· muerte de Aquiles
· destrucción de Ilión;
· destrucción del muro aqueo.
Podemos distinguir dos etapas:
a) etapa aédica: la transmisión del poema es exclusivamente oral, sin que esto excluya la existencia de un texto escrito. Se caracteriza por el estado de permanente elaboración del poema. Recitación pública y fragmentaria, por episodios sueltos o ligados temáticamente;
b) etapa rapsódica: corresponde a la fijación definitiva del texto y a su conservación escrita. Esta etapa culminará en el siglo VI, cuando los Pisistrátidas traten de fijar un texto único de los poemas homéricos.
Conservación del poema:
La difusión del poema y el interés del público por conocerlo; las exigencias escolares, no solamente de los cantores profesionales, sino de los maestros; la actividad ininterrumpida de la tradición, etc., llevó desde temprano a la necesidad de conservar un texto depurado del poema. El papiro egipcio es llevado a la Hélade en el siglo VI por los colonos de Naucratis, posiblemente, y este será el material de conservación que, aunque perecible, permitió una mayor difusión que el anterior, las tabletas recubiertas de cera, hacía poco factible.
Pero las ediciones de la Ilíada, y también de la Odisea, estuvieron lejos de estabilizar un texto único (vulgata). Una preocupación de los eruditos alejandrinos de los siglos IV y III fue la de fijar el número de versos de la vulgata, reconociendo en el texto versos y aún pasajes ajenos a lo que consideraban el texto homérico. Por otra parte, la actividad de los comentadores o simples lectores del poema, complicó la tarea; la costumbre de transcribir marginalmente un verso ya leído al efectuar la lectura de un pasaje similar al que lo contenía, la de agregar (fabricándolo) un verso apócrifo, dificultó enormemente la tarea de los copistas.
Estos, simples amanuenses, al encontrarse con versos escritos marginalmente, los incorporaron automáticamente al texto sin mayor preocupación porque resultara aumentado el número de versos del poema. Y así como agregaron mecánicamente, cometieron errores de lectura de la copia. Toda esta actividad, consciente o inconsciente, la podemos resumir en los siguientes procesos que han determinado el texto que nos ha llegado:
· interpolación: consiste (a) en la repetición de un verso homérico en otro lugar porque su sentido permite adecuarlo al nuevo pasaje; (b) en la inclusión de un verso no homérico pero construido, ya sea con fragmentos de dos o simplemente con la técnica tradicional, como lo hemos mostrado anteriormente;
· supresión: como resultado de la tarea de los críticos alejandrinos, muchos versos fueron señalados como espúreos (no homéricos). Si bien Aristarco se limitó a señalarlos con un signo especial no es imposible que en muchas versiones hayan sido simplemente eliminados;
· variante: las más notables son las de comparaciones. El mismo tema está acompañado de dos o tres comparaciones sucesivas, como si el aedo las hubiera dejado allí para elegir una de ellas en el momento de la recitación. El copista reprodujo todas las comparaciones, como ocurre en los cantos II y III.
Todo este proceso señalado se pretendió evitar con la fijación de textos oficiales del poema (versiones de las ciudades, cuya pureza u ortodoxia está en función de los concursos de recitadores de epos, entre otra cosas) conservadas y cuidadas por el estado. Pero junto con ellas debemos mencionar las ediciones de las bibliotecas alejandrinas, resultado de una tarea crítica a la que no estaban sometidas las anteriores y menos las ediciones particulares hechas para una persona. Para destacar que las oficiales no eran muy ortodoxas, señalaremos que muchas veces la propia ciudad estaba interesada en figurar en el poema por razones de política panhelénica y hacía interpolar versos que la favorecían en la antigüedad de sus méritos.
Extensión y división del poema:
Manejándose los 372 papiros conservados y las citas de versos del poema incluidos en otros textos literarios o de historia, etc., se ha determinado la extensión de nuestra vulgata en un total de 15693 versos.
La división en cantos se atribuye tradicionalmente a los alejandrinos del siglo III, y estaría motivada por la necesidad de citar el poema por la doble entrada, del canto y el verso. El número de veinticuatro para los dos poemas (Ilíada y Odisea) corresponde al número de letras del alfabeto helénico. Incluso la expresión canto sería moderna, llamando simplemente a cada división "letra".
Por el mismo carácter episódico del poema, esta división debió ser anterior a la actividad erudita alejandrina. Lo que no podrá determinarse es la extensión de cada canto, pues a veces los cortes parecen netos y naturales, otras veces, en cambio, arbitrarios.
· Podemos pensar la estructura de la Ilíada como una sucesión de partes desiguales, conteniendo cada una, una narración episódica completa.
Tema :
De acuerdo con el título tradicional (Ilíada) el tema del poema es la ciudad de Ilión, centro de la región denominada Tróade (Troya) nombre este que fue empleado como sinónimo de Ilión. Por extención temática, Ilíada es el poema de la destrucción de Ilión al cabo de un sitio que duró diez años. Pero de la lectura surge claro que:
· la Ilíada no comprende el total de la guerra sino solamente los sucesos ocurridos durante cincuenta y un días del noveno año de sitio.
Con salvedades, la guerra de Troya no es sino el marco general del poema, o mejor dicho, la circunstancia en la cual se produjo el episodio que da origen a la narración. El poeta se encargó de establecer los límites de su relato: cantará los hechos acaecidos
"desde que/
se separaron disputando por primera vez/
Agamemnón rey de hombres y Aquiles divino".
Pero a este tema de la disputa, que el poeta concreta en la expresión "cólera de Aquiles" se le une un tema que es consecuencia directa del anterior: la "voluntad de Zeus".
Cólera de Aquiles - Voluntad de Zeus, son los dos temas ligados que desarrolla la Ilíada.
Los podemos definir como temas conductores de la narración, que permiten la continuidad y unidad episódica del poema, toda vez que los sucesos narrados se organizan sistemáticamente en torno a ambos temas.
A pesar de lo señalado al comienzo, la Ilíada contiene una narración completa de la guerra de Troya, de sus antecedentes y de sus consecuencias finales. Todo este material se encuentra en estado fragmentario, disperso por todo el poema y podemos reconstruirlo de acuerdo con los pasajes siguientes para cada momento de la leyenda:
Anteriores a la narración de la Ilíada:
· rapto de Helena;
· negociaciones previas;
· reclutamiento del ejército aqueo;
· partida desde Aulis;
· viaje;
· llegada a Troya;
· episodios del sitio;
· saqueos de otras ciudades
posteriores a la narració de la Ilíada
· muerte de Aquiles
· destrucción de Ilión;
· destrucción del muro aqueo.
Literatura 5to áño - Materia y formación de "La Ilíada"
Materia y formación de la Ilíada:
La Ilíada cuenta un episodio ocurrido en el noveno año del sitio de la ciudad troyana de Ilión, sitio histórico como lo han probado los descubrimientos arqueológicos de Schliemann en 1873. Las causas conjeturales de esta guerra, que no fue la única que concretó la destrucción de la ciudad, pueden ser de orden meramente económico, toda vez que la ciudad se encontraba en la ruta del trigo y del estaño y la cortaba impidiendo los desplazamientos aqueos hacia el Mar Negro. Pero nada hay en el poema que pueda confirmar esta hipótesis.
En cambio, hay otros elementos que pueden darnos una pista, igualmente orientada hacia la historia. Oímos reiteradamente en el poema que Aquiles llama a Agamemnón "codicioso", señalándolo como amigo de quedarse con la mayor y mejor parte del botín, a la vez que "cobarde", pues no lucha para obtener riquezas como los otros guerreros. Y las acciones posteriores del rey así lo prueban en parte: cuando se establecen las condiciones del duelo entre Paris y Alejandro, Agamemnón agrega la entrega de una fuerte indemnización de guerra que nada tiene que ver con los valores en juego. Por otra parte, la actividad de los héroes, especialmente de Aquiles, antes del noveno año, consistió especialmente en el saqueo de ciudades troyanas o insulares, habiendo saqueado doce.
Si pasamos a la Odisea, encontramos como primera aventura del héroe a su regreso de la guerra, el ataque y saqueo de la ciudad de los lestrigones y, como preocupación constante, no regresar sin fortuna a su patria. Esto nos revela una actividad depredadora en gran escala de esta nobleza guerrera y navegante. Y cuando leemos que Príamo era rico y poderoso, y que Troya era "rica en oro", parece imponerse esta segunda tesis:
· la guerra de troya es un episodio de depredación de una ciudad por un conjunto de jonios guerreros y navegantes.
Troya debió ser un punto apetecible en la geografía mediterránea, pues existe, antes de la Ilíada, una vasta materia épica en torno de ella, bocetos todos del poema homérico que, en alguna medida, fueron incorporados luego al poema definitivo. Tomando los datos que suministra el mismo poema, podemos reconocer dos epos anteriores a la Ilíada:
La gesta de Herakles;
La gesta de Aquiles;
Aunque esta última no parece referida concretamente a Troya, sino a la Tebas asiática, cuna de Andrómaca, la esposa de Héctor, el héroe troyano. Pero la primera gesta alude a la construcción de los muros de la ciudad por Apolo y Poseidón, a quienes el rey Laomedón no pagó; devastadas sus tierras por un monstruo enviado por Poseidón, ofreció sus corceles de origen divino a quien salvara a la ciudad y su hija que, según el oráculo, debía entregar al monstruo. Herakles le da muerte pero Laomedón lo engaña entregándole corceles ordinarios; en castigo de ello regresó el héroe con seis naves y sitia a la ciudad, venciendo finalmente a los troyanos. En esta ocasión Herakles había construido un dique de tierra semejante al muro que levantan los aqueos en el canto VIII de la Ilíada.
La gesta de Aquiles que culminó con la conquista de Tebas-bajo-el-Placos, tuvo como punto de partida probable el puerto de Aulis de donde Homero hará partir la expedición contra Troya, operación típica de destrucción y saqueo, donde logró la lira que emplea en el canto IX, y el caballo Pegaso.
El tercer elemento previo a la Ilíada lo constituye la gesta de Meleagro, que puede leerse completa en el Canto IX. Relatada a esta altura de los acontecimientos de la Ilíada, su sorprendente similitud nos la revela como el modelo empleado por Homero para su cólera de Aquiles, con quien identifica al héroe etolo.
Finalmente, el rapto de Helena, punto de partida de la guerra de Troya. Despojado el episodio de su carga mitológica (Helena esconde una forma de diosa mediterránea de la naturaleza) queda simplemente la historia que cuenta Héctor: otra expedición de pillaje a cargo de Paris y un grupo de compañeros que, además de saquear otras ciudades abusando de la hospitalidad de Menéalo, se llevan a Helena y numerosos bienes del rey.
Sobre todo este material legendario pre homérico, se destaca con presición la existencia de varios epos relativos a las expediciones contra Troya, expediciones motivadas por la riqueza de la ciudad. Trabajando sobre la versión arcaica (expedición de Aquiles contra Tebas) y situándola en Troya; especulando con la figura de meleagro como modelo heroico y con el rapto de Helena como fundamento de toda la narración, Homero concretó el primer boceto de su poema sobre los puntos siguientes:
expedición punitiva de los argivos y sus aliados contra Troya para recobrar a Helena;
sitio de Troya;
cólera de Aquiles contra Agamemnón y su abstención de combatir hasta que la ofensa sea reparada;
muerte de Patroclo y retorno del héroe a la lucha;
muerte de Héctor (acto de venganza de Aquiles) y fin del poema.
Este esbozo le dio al poeta la ocasión propicia para la unificación del epos tradicional, no sólo en lo relativo a Troya, sino también para la inclusión de otro material no troyano: las leyendas de hazañas realizadas por otros héroes en otro tiempo y en otro lugar, transformando así su obra en un vasto poema panhelénico en el que confluye toda la tradición jonia y aun oriental.
La Ilíada cuenta un episodio ocurrido en el noveno año del sitio de la ciudad troyana de Ilión, sitio histórico como lo han probado los descubrimientos arqueológicos de Schliemann en 1873. Las causas conjeturales de esta guerra, que no fue la única que concretó la destrucción de la ciudad, pueden ser de orden meramente económico, toda vez que la ciudad se encontraba en la ruta del trigo y del estaño y la cortaba impidiendo los desplazamientos aqueos hacia el Mar Negro. Pero nada hay en el poema que pueda confirmar esta hipótesis.
En cambio, hay otros elementos que pueden darnos una pista, igualmente orientada hacia la historia. Oímos reiteradamente en el poema que Aquiles llama a Agamemnón "codicioso", señalándolo como amigo de quedarse con la mayor y mejor parte del botín, a la vez que "cobarde", pues no lucha para obtener riquezas como los otros guerreros. Y las acciones posteriores del rey así lo prueban en parte: cuando se establecen las condiciones del duelo entre Paris y Alejandro, Agamemnón agrega la entrega de una fuerte indemnización de guerra que nada tiene que ver con los valores en juego. Por otra parte, la actividad de los héroes, especialmente de Aquiles, antes del noveno año, consistió especialmente en el saqueo de ciudades troyanas o insulares, habiendo saqueado doce.
Si pasamos a la Odisea, encontramos como primera aventura del héroe a su regreso de la guerra, el ataque y saqueo de la ciudad de los lestrigones y, como preocupación constante, no regresar sin fortuna a su patria. Esto nos revela una actividad depredadora en gran escala de esta nobleza guerrera y navegante. Y cuando leemos que Príamo era rico y poderoso, y que Troya era "rica en oro", parece imponerse esta segunda tesis:
· la guerra de troya es un episodio de depredación de una ciudad por un conjunto de jonios guerreros y navegantes.
Troya debió ser un punto apetecible en la geografía mediterránea, pues existe, antes de la Ilíada, una vasta materia épica en torno de ella, bocetos todos del poema homérico que, en alguna medida, fueron incorporados luego al poema definitivo. Tomando los datos que suministra el mismo poema, podemos reconocer dos epos anteriores a la Ilíada:
La gesta de Herakles;
La gesta de Aquiles;
Aunque esta última no parece referida concretamente a Troya, sino a la Tebas asiática, cuna de Andrómaca, la esposa de Héctor, el héroe troyano. Pero la primera gesta alude a la construcción de los muros de la ciudad por Apolo y Poseidón, a quienes el rey Laomedón no pagó; devastadas sus tierras por un monstruo enviado por Poseidón, ofreció sus corceles de origen divino a quien salvara a la ciudad y su hija que, según el oráculo, debía entregar al monstruo. Herakles le da muerte pero Laomedón lo engaña entregándole corceles ordinarios; en castigo de ello regresó el héroe con seis naves y sitia a la ciudad, venciendo finalmente a los troyanos. En esta ocasión Herakles había construido un dique de tierra semejante al muro que levantan los aqueos en el canto VIII de la Ilíada.
La gesta de Aquiles que culminó con la conquista de Tebas-bajo-el-Placos, tuvo como punto de partida probable el puerto de Aulis de donde Homero hará partir la expedición contra Troya, operación típica de destrucción y saqueo, donde logró la lira que emplea en el canto IX, y el caballo Pegaso.
El tercer elemento previo a la Ilíada lo constituye la gesta de Meleagro, que puede leerse completa en el Canto IX. Relatada a esta altura de los acontecimientos de la Ilíada, su sorprendente similitud nos la revela como el modelo empleado por Homero para su cólera de Aquiles, con quien identifica al héroe etolo.
Finalmente, el rapto de Helena, punto de partida de la guerra de Troya. Despojado el episodio de su carga mitológica (Helena esconde una forma de diosa mediterránea de la naturaleza) queda simplemente la historia que cuenta Héctor: otra expedición de pillaje a cargo de Paris y un grupo de compañeros que, además de saquear otras ciudades abusando de la hospitalidad de Menéalo, se llevan a Helena y numerosos bienes del rey.
Sobre todo este material legendario pre homérico, se destaca con presición la existencia de varios epos relativos a las expediciones contra Troya, expediciones motivadas por la riqueza de la ciudad. Trabajando sobre la versión arcaica (expedición de Aquiles contra Tebas) y situándola en Troya; especulando con la figura de meleagro como modelo heroico y con el rapto de Helena como fundamento de toda la narración, Homero concretó el primer boceto de su poema sobre los puntos siguientes:
expedición punitiva de los argivos y sus aliados contra Troya para recobrar a Helena;
sitio de Troya;
cólera de Aquiles contra Agamemnón y su abstención de combatir hasta que la ofensa sea reparada;
muerte de Patroclo y retorno del héroe a la lucha;
muerte de Héctor (acto de venganza de Aquiles) y fin del poema.
Este esbozo le dio al poeta la ocasión propicia para la unificación del epos tradicional, no sólo en lo relativo a Troya, sino también para la inclusión de otro material no troyano: las leyendas de hazañas realizadas por otros héroes en otro tiempo y en otro lugar, transformando así su obra en un vasto poema panhelénico en el que confluye toda la tradición jonia y aun oriental.
Literatura 5to año - Los héroes y los dioses
Los héroes y los dioses:
Esta sociedad de nobles distinguidos concibió una religión cuyos dioses son, en definitiva, ejemplares humanos depurados de accidentes naturales. Son, para siempre, fuertes y hermosos; no están sujetos a la vejez ni a la muerte; su dignidad excede a la de los hombres así como su poder aparece superior al de los reyes lo que no les impide ser flexibles y dúctiles ante los hombres que les ruegan y se muestran piadosos. En síntesis, constituyen ejemplares divinos en los que las virtudes humanas están llevadas a su más alto grado. En cambio, están sujetos a las mismas pasiones y debilidades de las criaturas cuya existencia regulan de acuerdo con una ley eterna de justicia.
Han sido engendrados y han tenido infancia y algunos han quedado eternizados en la adolescencia como Hermes e Iris; otros viven una ancianidad venerable, que es el tiempo en el que se han detenido sus existencias. No son omnipresentes; pueden oír a un mortal donde quiera que esté este, pero para obrar deben acudir a donde es menester su presencia o su acción. Son omnividentes: la mirada de los dioses alcanza los lugares más recónditos y nada se escapa a su visión. Pero no son omnipotentes; así como la conducta heroica tiene el freno de la moderación, la de los dioses está limitada por el destino.
El destino (Moira) fue concebido como una fuerza no personificada que rige todo lo que existe y, en especial, la vida humana, sin que el hombre pueda hacer nada por evitarlo y sin que los dioses puedan impedirlo por cuanto constituye la porción recibida al nacer y es inmodificable.
Así como no es posible ni elegir ni rechazar los dones de los dioses, no puede ni elegirse ni rechazarse el destino; los mismos dioses deben someter su propio dolor a la Moira. Y si bien a veces en la Ilíada leemos que están a punto de cometerse acciones no decretadas por el destino e incluso, contra lo decretado por la Moira, dicha posibilidad es siempre imposible.
Ambos mundos, el humano y el divino, estan estrechamente ligados en la concepción helénica. Así los dioses aparecen como responsables de las acciones humanas, de sus éxitos o de sus fracasos. Por otra parte la presencia de los dioses es familiar a los hombres, no sólo en los casos de gran piedad sino en todas las circunstancias. Los dioses aparecen como protectores de héroes y por extensión, de su linaje y aun del grupo humano al que pertenecen. Son divinidades poliadas, porque ejercen su protección sobre las ciudades (polis) donde reciben en cambio veneración y culto. Porque las relaciones entre ambos mundos están perfectamente reguladas: los dioses se aparecen a los mortales en su aspecto de tales en circunstancias excepcionales, pues el pudor les impide hacerlo siempre; por ello se metamorfosean en mortales próximos al héroe al que quieren ayudar o perjudicar, o envían, como Zeus, sus mensajeros que, entonces sí, aparecen como tales dioses.
Las obligaciones de los mortales son estrictas. En primer lugar, la del culto que se concreta de manera especial en el banquete ritual (sacrificio).
No es lícito realizarlo en estado de impureza y al hacerlo debe observarse minuciosamente el rito. Cumplido el sacrificio, los dioses otorgan sus dones y lo mismo ocurre cuando está de por medio la obediencia a las órdenes divinas. Todo este complejo mecanismo está fundado en la dependencia del hombre frente al dios y en su aceptación voluntaria por el mortal. Pero hay casos en los que se encuentran ambos mundos; a veces el origen es la locura, y a veces los mortales no son sino instrumento de las luchas entre los mismos dioses (Pallas Athenea y Diomedes). Tampoco impide aquella relación las persecuciones sistemáticas de los dioses a un mortal (Heracles perseguido por el odio de Hera o los troyanos a los que esta diosa y Atenea acosan).
Esta sociedad de nobles distinguidos concibió una religión cuyos dioses son, en definitiva, ejemplares humanos depurados de accidentes naturales. Son, para siempre, fuertes y hermosos; no están sujetos a la vejez ni a la muerte; su dignidad excede a la de los hombres así como su poder aparece superior al de los reyes lo que no les impide ser flexibles y dúctiles ante los hombres que les ruegan y se muestran piadosos. En síntesis, constituyen ejemplares divinos en los que las virtudes humanas están llevadas a su más alto grado. En cambio, están sujetos a las mismas pasiones y debilidades de las criaturas cuya existencia regulan de acuerdo con una ley eterna de justicia.
Han sido engendrados y han tenido infancia y algunos han quedado eternizados en la adolescencia como Hermes e Iris; otros viven una ancianidad venerable, que es el tiempo en el que se han detenido sus existencias. No son omnipresentes; pueden oír a un mortal donde quiera que esté este, pero para obrar deben acudir a donde es menester su presencia o su acción. Son omnividentes: la mirada de los dioses alcanza los lugares más recónditos y nada se escapa a su visión. Pero no son omnipotentes; así como la conducta heroica tiene el freno de la moderación, la de los dioses está limitada por el destino.
El destino (Moira) fue concebido como una fuerza no personificada que rige todo lo que existe y, en especial, la vida humana, sin que el hombre pueda hacer nada por evitarlo y sin que los dioses puedan impedirlo por cuanto constituye la porción recibida al nacer y es inmodificable.
Así como no es posible ni elegir ni rechazar los dones de los dioses, no puede ni elegirse ni rechazarse el destino; los mismos dioses deben someter su propio dolor a la Moira. Y si bien a veces en la Ilíada leemos que están a punto de cometerse acciones no decretadas por el destino e incluso, contra lo decretado por la Moira, dicha posibilidad es siempre imposible.
Ambos mundos, el humano y el divino, estan estrechamente ligados en la concepción helénica. Así los dioses aparecen como responsables de las acciones humanas, de sus éxitos o de sus fracasos. Por otra parte la presencia de los dioses es familiar a los hombres, no sólo en los casos de gran piedad sino en todas las circunstancias. Los dioses aparecen como protectores de héroes y por extensión, de su linaje y aun del grupo humano al que pertenecen. Son divinidades poliadas, porque ejercen su protección sobre las ciudades (polis) donde reciben en cambio veneración y culto. Porque las relaciones entre ambos mundos están perfectamente reguladas: los dioses se aparecen a los mortales en su aspecto de tales en circunstancias excepcionales, pues el pudor les impide hacerlo siempre; por ello se metamorfosean en mortales próximos al héroe al que quieren ayudar o perjudicar, o envían, como Zeus, sus mensajeros que, entonces sí, aparecen como tales dioses.
Las obligaciones de los mortales son estrictas. En primer lugar, la del culto que se concreta de manera especial en el banquete ritual (sacrificio).
No es lícito realizarlo en estado de impureza y al hacerlo debe observarse minuciosamente el rito. Cumplido el sacrificio, los dioses otorgan sus dones y lo mismo ocurre cuando está de por medio la obediencia a las órdenes divinas. Todo este complejo mecanismo está fundado en la dependencia del hombre frente al dios y en su aceptación voluntaria por el mortal. Pero hay casos en los que se encuentran ambos mundos; a veces el origen es la locura, y a veces los mortales no son sino instrumento de las luchas entre los mismos dioses (Pallas Athenea y Diomedes). Tampoco impide aquella relación las persecuciones sistemáticas de los dioses a un mortal (Heracles perseguido por el odio de Hera o los troyanos a los que esta diosa y Atenea acosan).
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Literatura 5to año - La cuestión Homérica
LA CUESTIÓN HOMÉRICA
El texto moderno de los poemas homéricos se transmitió a través de los manuscritos medievales y renacentistas, que a su vez son copias de antiguos manuscritos, hoy perdidos. Pese a las numerosas dudas que existen sobre la identidad de Homero (algunos lo describen como un bardo ciego de Quíos) o sobre la autoría de determinadas partes del texto, como las escenas finales de la Odisea, la mayoría de sus lectores, desde la antigüedad clásica hasta no hace mucho tiempo, creyeron que Homero fue un poeta (o como mucho, dos poetas) muy parecido a los demás. Es decir, la Iliada y la Odisea, aunque basadas en materiales tradicionales, son obras independientes, originales y en gran medida ficticias.
Sin embargo, durante los últimos doscientos años, esta visión ha cambiado radicalmente, tras la aparición de la interminable cuestión homérica: ¿Quién, cómo y cuándo se compuso la Iliada y la Odisea? Aún no se ha encontrado una respuesta que satisfaga a todas las partes. En los siglos XIX y XX los estudiosos han afirmado que ciertas inconsistencias internas venían a demostrar que los poemas no eran sino recopilaciones, o añadidos, de poemas líricos breves e independientes (lais); los unitaristas, por su parte, consideraban que estas inconsistencias eran insignificantes o imaginarias y que la unidad global de los poemas demostraba que ambos eran producto de una sola mente. Recientemente, la discusión académica se ha centrado en la teoría de la composición oral-formularia, según la cual la base de los poemas tal y como hoy los conocemos es un complejo sistema de dicción poética tradicional (por ejemplo, combinaciones de sustantivo-epíteto: Aquiles, el de los pies ligeros) que sólo puede ser producto del esfuerzo común de varias generaciones de bardos heroicos.
Ninguna de estas interpretaciones es determinante, pero sería justo afirmar que prácticamente todos los comentaristas coinciden en que, por un lado, la tradición tiene un gran peso en la composición de los poemas y, por otro, que en lo fundamental ambos parecen obra de un mismo creador. Entretanto, los hallazgos arqueológicos realizados en el curso de los últimos 125 años, en particular los de Heinrich Schliemann, han demostrado que gran parte de la civilización descrita por Homero no era ficticia. Los poemas son pues, en cierto modo, documentos históricos, y la discusión de este aspecto ha estado presente en todo momento en el debate sobre su creación.
El texto moderno de los poemas homéricos se transmitió a través de los manuscritos medievales y renacentistas, que a su vez son copias de antiguos manuscritos, hoy perdidos. Pese a las numerosas dudas que existen sobre la identidad de Homero (algunos lo describen como un bardo ciego de Quíos) o sobre la autoría de determinadas partes del texto, como las escenas finales de la Odisea, la mayoría de sus lectores, desde la antigüedad clásica hasta no hace mucho tiempo, creyeron que Homero fue un poeta (o como mucho, dos poetas) muy parecido a los demás. Es decir, la Iliada y la Odisea, aunque basadas en materiales tradicionales, son obras independientes, originales y en gran medida ficticias.
Sin embargo, durante los últimos doscientos años, esta visión ha cambiado radicalmente, tras la aparición de la interminable cuestión homérica: ¿Quién, cómo y cuándo se compuso la Iliada y la Odisea? Aún no se ha encontrado una respuesta que satisfaga a todas las partes. En los siglos XIX y XX los estudiosos han afirmado que ciertas inconsistencias internas venían a demostrar que los poemas no eran sino recopilaciones, o añadidos, de poemas líricos breves e independientes (lais); los unitaristas, por su parte, consideraban que estas inconsistencias eran insignificantes o imaginarias y que la unidad global de los poemas demostraba que ambos eran producto de una sola mente. Recientemente, la discusión académica se ha centrado en la teoría de la composición oral-formularia, según la cual la base de los poemas tal y como hoy los conocemos es un complejo sistema de dicción poética tradicional (por ejemplo, combinaciones de sustantivo-epíteto: Aquiles, el de los pies ligeros) que sólo puede ser producto del esfuerzo común de varias generaciones de bardos heroicos.
Ninguna de estas interpretaciones es determinante, pero sería justo afirmar que prácticamente todos los comentaristas coinciden en que, por un lado, la tradición tiene un gran peso en la composición de los poemas y, por otro, que en lo fundamental ambos parecen obra de un mismo creador. Entretanto, los hallazgos arqueológicos realizados en el curso de los últimos 125 años, en particular los de Heinrich Schliemann, han demostrado que gran parte de la civilización descrita por Homero no era ficticia. Los poemas son pues, en cierto modo, documentos históricos, y la discusión de este aspecto ha estado presente en todo momento en el debate sobre su creación.
Literatura 5to año - Información general sobre "La Ilíada"
La Ilíada:
Unificación temática:
Ya dijimos que buena parte de la materia épica tradicional fue incorporada a la Ilíada formando un todo unitario con ella. Así encontramos pasajes extensos que giran en torno a un solo héroe (Diomedes, Patroclo, Odiseo). Sus hazañas, que posiblemente se realizaron en otras ocasiones se hacen ocurrir frente a Troya formando parte del relato principal. Otras leyendas recogidas no se incorporan orgánicamente, sino que aparecen como relatos incidentales (gesta de Néstor) o son simplemente aludidas (gesta de Príamo).
Unidad cronológica:
La unidad temática en las condiciones citadas obligó a Homero a pensar cuidadosamente la cronología de su poema, sin llegar empero a disimular algunas fallas que persisten. La presencia de dos generaciones heroicas, por lo menos, frente a Troya, no parece en principio un hecho anormal; pero cuando un hombre que era adolescente alrededor del 1280 combate junto a un adolescente del 1200, separados por cien años de vida, no hay que pensar en error del poeta sino en resabios de aquella pluralidad. En otras ocasiones, Homero salva el absurdo cronológico reactualizando las fechas y aproximándolas en todos los casos a los personajes más ancianos del poema. Así Néstor resulta contemporáneo de Herakles y, por lo tanto, de la primera expedición contra Troya, aunque nada diga al referirse a sus campañas militares. El sitio de Tebas por Aquiles es sólo un episodio de la guerra contra Troya en lugar de ser anterior a este viaje; obsérvese que Aquiles fue enviado a Troya "sin experiencia en la guerra igualadora" acompañado de Patroclo, que es mayor, para que lo aconseje y de Fénix para que complete su educación.
Unidad de personaje:
Ya dijimos que Aquiles y su gesta tebana fueron asimiladas a la Ilíada como uno de los pilares del poema. Pero hay más: en la creación homérica Aquiles es el personaje sobre el que descansa la unidad del poema. Su presencia y su carácter provocan el episodio inicial del poema; su ausencia da lugar al vasto desarrollo narrativo y su retorno sirve para concretar el desenlace de la obra. Su nombre y actitud son motivos de constante presencia en los labios de los guerreros aqueos, de modo que son su figura y sus actitudes las que llevan invisiblemente los hilos de la narración.
Pero fuera del proceso narrativo, Aquiles sintetiza el ideal heroico, es el arquetipo del héroe que la Ilíada ofrecía a los descendientes de la nobleza jonia. De allí que, como veremos, su evolución moral dentro del poema dé motivo para pensarlo como una clave de la intención del poeta.
Unidad de intención:
Es evidente la finalidad pedagógica de la Ilíada. Reiteradamente el poeta hace presente a su público el carácter superior de los héroes que combatieron ante Troya, estimulándolos así a superarlos. En este sentido la respuesta se Sthénelo a Agamemnón refleja claramente el pensamiento homérico. Cada generación se considera superior a la anterior, los hijos superiores a los padres; pero no sólo en la fuerza, sino en su conducta frente a los dioses (piedad) y en su respeto por la justicia. Néstor queda como el gran solitario, evocando el pasado como una grandeza irrepetible. Y es justamente sobre la conducta que el poeta quiere ejemplificar: la guerra de Troya es el castigo justiciero de la conducta de Paris, que ha violado la sagrada hospitalidad ofrecida por Menelao, hospitalidad protegida por el propio Zeus, a quien Menelao pide ayuda para sancionar al troyano con la muerte.
Pero Homero cala más hondo todavía y el poema ejemplifica sobre el funesto resultado de las acciones que obedecen a los impulsos no controlados del carácter violento. La soberbia, sobre todo, es sancionada hasta con la muerte; la inflexibilidad atrae el dolor a quien no sabe abandonarla oportunamente. Así triunfan, con el valor y la fuerza, los ideales de una conducta moderada. Y esta puede resultar de un aprendizaje que, en la Ilíada, el poeta concentra en la figura de Aquiles.
Unidad de estilo:
En cuanto a ella, que daría la clave definitiva para señalarnos sin error la presencia de un poeta autor del poema y uno sólo, no es posible rastrearla más que en los procedimientos narrativos, toda vez que el estilo de la Ilíada es el habitual de la épica tradicional jónica.
En síntesis, en cuanto a la materia:
· la Ilíada debe ser concebida como el poema unificador de la materia épica tradicional prehomérica, con un sentido panhelénico que anula el localismo del epos anterior.
En cuanto a la forma:
· la Ilíada es la obra de un poeta que, aprovechando el estilo épico tradicional, le imprimió a la narración un ritmo personal.
En cuanto a la intención:
* la Ilíada concretó en forma definitiva un arquetipo heroico, propuesto como modelo a la aristocracia guerrera jonia, no sólo en lo militar sino en la total dimensión humana.
Unificación temática:
Ya dijimos que buena parte de la materia épica tradicional fue incorporada a la Ilíada formando un todo unitario con ella. Así encontramos pasajes extensos que giran en torno a un solo héroe (Diomedes, Patroclo, Odiseo). Sus hazañas, que posiblemente se realizaron en otras ocasiones se hacen ocurrir frente a Troya formando parte del relato principal. Otras leyendas recogidas no se incorporan orgánicamente, sino que aparecen como relatos incidentales (gesta de Néstor) o son simplemente aludidas (gesta de Príamo).
Unidad cronológica:
La unidad temática en las condiciones citadas obligó a Homero a pensar cuidadosamente la cronología de su poema, sin llegar empero a disimular algunas fallas que persisten. La presencia de dos generaciones heroicas, por lo menos, frente a Troya, no parece en principio un hecho anormal; pero cuando un hombre que era adolescente alrededor del 1280 combate junto a un adolescente del 1200, separados por cien años de vida, no hay que pensar en error del poeta sino en resabios de aquella pluralidad. En otras ocasiones, Homero salva el absurdo cronológico reactualizando las fechas y aproximándolas en todos los casos a los personajes más ancianos del poema. Así Néstor resulta contemporáneo de Herakles y, por lo tanto, de la primera expedición contra Troya, aunque nada diga al referirse a sus campañas militares. El sitio de Tebas por Aquiles es sólo un episodio de la guerra contra Troya en lugar de ser anterior a este viaje; obsérvese que Aquiles fue enviado a Troya "sin experiencia en la guerra igualadora" acompañado de Patroclo, que es mayor, para que lo aconseje y de Fénix para que complete su educación.
Unidad de personaje:
Ya dijimos que Aquiles y su gesta tebana fueron asimiladas a la Ilíada como uno de los pilares del poema. Pero hay más: en la creación homérica Aquiles es el personaje sobre el que descansa la unidad del poema. Su presencia y su carácter provocan el episodio inicial del poema; su ausencia da lugar al vasto desarrollo narrativo y su retorno sirve para concretar el desenlace de la obra. Su nombre y actitud son motivos de constante presencia en los labios de los guerreros aqueos, de modo que son su figura y sus actitudes las que llevan invisiblemente los hilos de la narración.
Pero fuera del proceso narrativo, Aquiles sintetiza el ideal heroico, es el arquetipo del héroe que la Ilíada ofrecía a los descendientes de la nobleza jonia. De allí que, como veremos, su evolución moral dentro del poema dé motivo para pensarlo como una clave de la intención del poeta.
Unidad de intención:
Es evidente la finalidad pedagógica de la Ilíada. Reiteradamente el poeta hace presente a su público el carácter superior de los héroes que combatieron ante Troya, estimulándolos así a superarlos. En este sentido la respuesta se Sthénelo a Agamemnón refleja claramente el pensamiento homérico. Cada generación se considera superior a la anterior, los hijos superiores a los padres; pero no sólo en la fuerza, sino en su conducta frente a los dioses (piedad) y en su respeto por la justicia. Néstor queda como el gran solitario, evocando el pasado como una grandeza irrepetible. Y es justamente sobre la conducta que el poeta quiere ejemplificar: la guerra de Troya es el castigo justiciero de la conducta de Paris, que ha violado la sagrada hospitalidad ofrecida por Menelao, hospitalidad protegida por el propio Zeus, a quien Menelao pide ayuda para sancionar al troyano con la muerte.
Pero Homero cala más hondo todavía y el poema ejemplifica sobre el funesto resultado de las acciones que obedecen a los impulsos no controlados del carácter violento. La soberbia, sobre todo, es sancionada hasta con la muerte; la inflexibilidad atrae el dolor a quien no sabe abandonarla oportunamente. Así triunfan, con el valor y la fuerza, los ideales de una conducta moderada. Y esta puede resultar de un aprendizaje que, en la Ilíada, el poeta concentra en la figura de Aquiles.
Unidad de estilo:
En cuanto a ella, que daría la clave definitiva para señalarnos sin error la presencia de un poeta autor del poema y uno sólo, no es posible rastrearla más que en los procedimientos narrativos, toda vez que el estilo de la Ilíada es el habitual de la épica tradicional jónica.
En síntesis, en cuanto a la materia:
· la Ilíada debe ser concebida como el poema unificador de la materia épica tradicional prehomérica, con un sentido panhelénico que anula el localismo del epos anterior.
En cuanto a la forma:
· la Ilíada es la obra de un poeta que, aprovechando el estilo épico tradicional, le imprimió a la narración un ritmo personal.
En cuanto a la intención:
* la Ilíada concretó en forma definitiva un arquetipo heroico, propuesto como modelo a la aristocracia guerrera jonia, no sólo en lo militar sino en la total dimensión humana.
Literatura 5to año - La concepción heroica en la antigua Grecia
La concepción heróica:
Desde el comienzo de las luchas de los pueblos invasores nórdicos por afirmarse en el territorio helénico; desde las exploraciones y conquistas por el mundo insular mediterráneo y por las costas del Asia Menor, comienza a formarse una tradición heroica que, posiblemente, ya en el 1200, se ha concretado en forma de pequeños relatos transmitidos oralmente de generación en generación.
A esta materia heroica debe agregársele otra religiosa, en la que las creencias propias son concertadas con las tradiciones míticas de los pueblos mediterráneos con los que entran en contacto. De esta manera, el fondo prehelénico-egeo-cretense, pasa a integrar la religión de este pueblo de guerreros, perdiendo su carácter fundamentalmente agrario para transformarse en un sistema adecuado al carácter heroico de estos nuevos pueblos.
Aquellos poemas legendarios de asunto heroico, recogen las hazañas de una categoría especial de hombres: son los aristos (distinguidos) que se vinculan a grupos humanos, localizados en las regiones de la Hélade, por diferentes motivos. A veces son los fundadores de un linaje, o de una ciudad, o simplemente reyes y, aún, salvadores de su pueblo en una instancia decisiva sde su historia. Luego de su muerte, su tumba se convierte en lugar de culto, honrándoseles como divinidades protectoras de aquel grupo transformados en héroes. Pero la heroización no comprende a todos los hombres por el sólo hecho de haber sido guerreros; por el contrario, solamente los distinguidos (aristos) merecen aquella celebración y culto. Para ello deben poseer areté, es decir, el conjunto de excelencias que, para aquella época y para aquel pueblo, constituyen los valores fundamentales de la persona humana, considerada aún en el círculo restringido de una clase social: la nobleza. De allí que el primer elemento que debía considerarse como un valor era el abolengo, la nobleza de sangre. La genealogía cobra importancia capital, no por sí sola, sino como estímulo para los descendientes. El aristos se jacta de descender de largo y heroico linaje, pero a la vez siente ese pasado como una obligación de acrecentar lo recibido. Sobre el abolengo se suman las excelencias que constituyen la areté heroica, que podemos sintetizar en tres grupos de elementos:
· excelencias físicas: la belleza y la fuerza;
· excelencias espirituales: el valor, la elocuencia y la sabiduría;
· excelencias morales y religiosas: la moderación, que significa no ser inflexible ni inexorable y ser modesto en la consideración del propio valer; la piedad, entendida como respeto (aidos, pudor) y como temor (sebas) por los dioses, cuya mirada vigila a los hombres para sancionar su impiedad (asebia).
Las virtudes espirituales se reflejan en las físicas; así, la belleza exterior no significa nada por sí sola, no es motivo de areté salvo en la mujer, si no está acompañada, por ejemplo, del valor. Pero tampoco la posesión de una virtud excusa la ausencia de otras: el ser valiente no le impide al héroe ser castigado por los dioses si comete impiedad y aún entre los mismos dioses, el ser poderosos no los exime de ser moderados.
Estas excelencias reconocen un doble origen: divino, como los dones hechos por los dioses a los hombres (belleza, fuerza, sabiduría), o humano, ya sea por aprendizaje (manejo de las armas, elocuencia), ya sea por la acumulación de una experiencia vital (prudencia, moderación, piedad).
La areté no significa que el héroe posea la totalidad de las excelencias. Primero, porque los dioses reparten parsimoniosamente sus dones dando a uno y a otro, o compensando a veces el don con un sufrimiento; en segundo lugar, porque esta excelencia está compensada con los defectos inherentes a la misma naturaleza humana.
No basta, sin embargo, con poseer tales excelencias; lo fundamental es la conducta distinguida. De allí que el aristos esté obligado al permanente ejercicio de su areté, sin poder renunciar a lo que es ni aún frente a la muerte. Una de las exigencias de esta conducta es el respeto por la areté ajena; la falta de respeto perjudica tanto al ofendido como al ofensor y no tiene excusa alguna. De este respeto nace el reconocimiento de la areté individual y de él surge la honra del héroe; ser honrado por sus iguales es la aspiración máxima, al punto que condiciona la conducta y perder la honra constituye motivo de grave pesar y resentimiento contra el ofensor.
Paralelamente, de todos los defectos humanos, la soberbia es el de más funestas consecuencias para el héroe. Y esta soberbia llega a transformarse en pecado de impiedad cuando la conducta del héroe roza las leyes de los dioses. El caso de Agamemnón es el primero que se ilustra en la Ilíada: desafía el poder del dios Apolo a través de su sacerdote Crises y, como castigo, el propio dios le diezma el ejército con la peste, quedando él vivo para expiar, con el dolor, su culpa. Igualmente la muerte de Héctor debe ser considerada como un caso de soberbia castigada; advertido por la sabiduría humana (Polydamas) y por la sabiduría divina (augurios de Zeus) antes de lanzarse al ataque del muro aqueo, se niega a retroceder, excesivamente confiado en su virtud militar. Reiterada la advertencia después de la muerte de Patroclo vuelve a negarse a obrar moderadamente y esto le acarrea la muerte de sus hombres primero y la propia después. De este modo, la moderación de las pasiones, el ejercicio moderado de la virtud, es la areté heroica por excelencia y la que proporciona mayor gloria entre los hombres y los dioses.
En esta sociedad aristocrática, en la que el héroe es el centro, todo lo que lo rodea goza, de una u otra manera, de igual grandeza y virtud. Así existe la areté femenina que se atribuye a diosas y mortales por igual, con lo que se aumenta la dignidad de estas. Poseen areté los animales que están vinculados a la actividad militar, los caballos, así como las armas o las naves. Pero otros objetos reciben su areté del héroe al que pertenecen, como en el caso del casco de Aquiles.
Desde el comienzo de las luchas de los pueblos invasores nórdicos por afirmarse en el territorio helénico; desde las exploraciones y conquistas por el mundo insular mediterráneo y por las costas del Asia Menor, comienza a formarse una tradición heroica que, posiblemente, ya en el 1200, se ha concretado en forma de pequeños relatos transmitidos oralmente de generación en generación.
A esta materia heroica debe agregársele otra religiosa, en la que las creencias propias son concertadas con las tradiciones míticas de los pueblos mediterráneos con los que entran en contacto. De esta manera, el fondo prehelénico-egeo-cretense, pasa a integrar la religión de este pueblo de guerreros, perdiendo su carácter fundamentalmente agrario para transformarse en un sistema adecuado al carácter heroico de estos nuevos pueblos.
Aquellos poemas legendarios de asunto heroico, recogen las hazañas de una categoría especial de hombres: son los aristos (distinguidos) que se vinculan a grupos humanos, localizados en las regiones de la Hélade, por diferentes motivos. A veces son los fundadores de un linaje, o de una ciudad, o simplemente reyes y, aún, salvadores de su pueblo en una instancia decisiva sde su historia. Luego de su muerte, su tumba se convierte en lugar de culto, honrándoseles como divinidades protectoras de aquel grupo transformados en héroes. Pero la heroización no comprende a todos los hombres por el sólo hecho de haber sido guerreros; por el contrario, solamente los distinguidos (aristos) merecen aquella celebración y culto. Para ello deben poseer areté, es decir, el conjunto de excelencias que, para aquella época y para aquel pueblo, constituyen los valores fundamentales de la persona humana, considerada aún en el círculo restringido de una clase social: la nobleza. De allí que el primer elemento que debía considerarse como un valor era el abolengo, la nobleza de sangre. La genealogía cobra importancia capital, no por sí sola, sino como estímulo para los descendientes. El aristos se jacta de descender de largo y heroico linaje, pero a la vez siente ese pasado como una obligación de acrecentar lo recibido. Sobre el abolengo se suman las excelencias que constituyen la areté heroica, que podemos sintetizar en tres grupos de elementos:
· excelencias físicas: la belleza y la fuerza;
· excelencias espirituales: el valor, la elocuencia y la sabiduría;
· excelencias morales y religiosas: la moderación, que significa no ser inflexible ni inexorable y ser modesto en la consideración del propio valer; la piedad, entendida como respeto (aidos, pudor) y como temor (sebas) por los dioses, cuya mirada vigila a los hombres para sancionar su impiedad (asebia).
Las virtudes espirituales se reflejan en las físicas; así, la belleza exterior no significa nada por sí sola, no es motivo de areté salvo en la mujer, si no está acompañada, por ejemplo, del valor. Pero tampoco la posesión de una virtud excusa la ausencia de otras: el ser valiente no le impide al héroe ser castigado por los dioses si comete impiedad y aún entre los mismos dioses, el ser poderosos no los exime de ser moderados.
Estas excelencias reconocen un doble origen: divino, como los dones hechos por los dioses a los hombres (belleza, fuerza, sabiduría), o humano, ya sea por aprendizaje (manejo de las armas, elocuencia), ya sea por la acumulación de una experiencia vital (prudencia, moderación, piedad).
La areté no significa que el héroe posea la totalidad de las excelencias. Primero, porque los dioses reparten parsimoniosamente sus dones dando a uno y a otro, o compensando a veces el don con un sufrimiento; en segundo lugar, porque esta excelencia está compensada con los defectos inherentes a la misma naturaleza humana.
No basta, sin embargo, con poseer tales excelencias; lo fundamental es la conducta distinguida. De allí que el aristos esté obligado al permanente ejercicio de su areté, sin poder renunciar a lo que es ni aún frente a la muerte. Una de las exigencias de esta conducta es el respeto por la areté ajena; la falta de respeto perjudica tanto al ofendido como al ofensor y no tiene excusa alguna. De este respeto nace el reconocimiento de la areté individual y de él surge la honra del héroe; ser honrado por sus iguales es la aspiración máxima, al punto que condiciona la conducta y perder la honra constituye motivo de grave pesar y resentimiento contra el ofensor.
Paralelamente, de todos los defectos humanos, la soberbia es el de más funestas consecuencias para el héroe. Y esta soberbia llega a transformarse en pecado de impiedad cuando la conducta del héroe roza las leyes de los dioses. El caso de Agamemnón es el primero que se ilustra en la Ilíada: desafía el poder del dios Apolo a través de su sacerdote Crises y, como castigo, el propio dios le diezma el ejército con la peste, quedando él vivo para expiar, con el dolor, su culpa. Igualmente la muerte de Héctor debe ser considerada como un caso de soberbia castigada; advertido por la sabiduría humana (Polydamas) y por la sabiduría divina (augurios de Zeus) antes de lanzarse al ataque del muro aqueo, se niega a retroceder, excesivamente confiado en su virtud militar. Reiterada la advertencia después de la muerte de Patroclo vuelve a negarse a obrar moderadamente y esto le acarrea la muerte de sus hombres primero y la propia después. De este modo, la moderación de las pasiones, el ejercicio moderado de la virtud, es la areté heroica por excelencia y la que proporciona mayor gloria entre los hombres y los dioses.
En esta sociedad aristocrática, en la que el héroe es el centro, todo lo que lo rodea goza, de una u otra manera, de igual grandeza y virtud. Así existe la areté femenina que se atribuye a diosas y mortales por igual, con lo que se aumenta la dignidad de estas. Poseen areté los animales que están vinculados a la actividad militar, los caballos, así como las armas o las naves. Pero otros objetos reciben su areté del héroe al que pertenecen, como en el caso del casco de Aquiles.
Literatura 5to año - Homero "La Ilíada" (Canto I)
LA ILÍADA - CANTO I*
Peste - Cólera
* Después de una corta invocación a la divinidad para que cante "la perniciosa ira de Aquiles", nos refiere el poeta que Crises, sacerdote de Apolo, va al campamento aqueo para rescatar a su hija, que había sido hecha cautiva y adjudicada como esclava a Agamenón; éste desprecia al sacerdote, se niega a darle la hija y lo despide con amenazadoras palabras; Apolo, indignado, suscita una terrible peste en el campamento; Aquiles reúne a los guerreros en el ágora por inspiración de la diosa Hera, y, habiendo dicho al adivino Calcante que hablara sin miedo, aunque tuviera que referirse a Agamenón, se sabe por fin que el comportamiento de Agamenón con el sacerdote Crises ha sido la causa del enojo del dios. Esta declaración irrita al rey, que pide que, si ha de devolver la esclava, se le prepare otra recompensa; y Aquiles le responde que ya se la darán cuando tomen Troya. Así, de un modo tan natural, se origina la discordia entre el caudillo supremo del ejército y el héroe más valiente. La riña llega a tal punto que Aquiles desenvaina la espada y habría matado a Agamenón si no se lo hubiese impedido la diosa Atenea; entonces Aquiles insulta a Agamenón, éste se irrita y amenaza a Aquiles con quitarle la esclava Briseida,
a pesar de la prudente amonestación que le dirige Néstor; se disuelve el ágora y Agamenón envía a dos heraldos a la tienda de Aquiles que se llevan a Briseide; Ulises y otros griegos se embarcan con Criseida y la devuelven a su padre; y, mientras tanto, Aquiles pide a su madre Tetis que suba al Olimpo a impetre de Zeus que conceda la victoria a los troyanos para que Agamenón comprenda la falta que ha cometido; Tetis cumple el deseo de su hijo, Zeus accede, y este hecho produce una violenta disputa entre Zeus y Hera, a quienes apacigua su hijo Hefesto; la concordia vuelve a reinar en el Olimpo y los dioses celebran un festín espléndido hasta la puesta del sol, en que se recogen en sus palacios.
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1 Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males
a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa
de perros y pasto de aves -cumplíase la voluntad de Zeus- desde que se separaron
disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles.
8 ¿Cuál de los dioses promovió entre ellos la contienda para que pelearan? El hijo de
Leto y de Zeus. Airado con el rey, suscitó en el ejército maligna peste, y los hombres perecían
por el ultraje que el Atrida infiriera al sacerdote Crises. Éste, deseando redimir a su
hija, se había presentado en las veleras naves aqueas con un inmenso rescate y las ínfulas
de Apolo, el que hiere de lejos, que pendían de áureo cetro, en la mano; y a todos los
aqueos, y particularmente a los dos Atridas, caudillos de pueblos, así les suplicaba:
17 -¡Atridas y demás aqueos de hermosas grebas! Los dioses, que poseen olímpicos
palacios, os permitan destruir la ciudad de Príamo y regresar felizmente a la patria! Poned
en libertad a mi hija y recibid el rescate, venerando al hijo de Zeus, a Apolo, el que hiere
de lejos.
22 Todos los aqueos aprobaron a voces que se respetara al sacerdote y se admitiera el
espléndido rescate; mas el Atrida Agamenón, a quien no plugo el acuerdo, le despidió de
mal modo y con altaneras voces:
26 -No dé yo contigo, anciano, cerca de las cóncavas naves, ya porque ahora demores
tu partida, ya porque vuelvas luego, pues quizás no te valgan el cetro y las ínfulas del
dios. A aquélla no la soltaré; antes le sobrevendrá la vejez en mi casa, en Argos, lejos de
su patria, trabajando en el telar y aderezando mi lecho. Pero vete; no me irrites, para que
puedas irte más sano y salvo.
33 Así dijo. El anciano sintió temor y obedeció el mandato. Fuese en silencio por la
orilla del estruendoso mar; y, mientras se alejaba, dirigía muchos ruegos al soberano
Apolo, a quien parió Leto, la de hermosa cabellera:
37 -¡Óyeme, tú que llevas arco de plata, proteges a Crisa y a la divina Cila, a imperas
en Ténedos poderosamente! ¡Oh Esminteo! Si alguna vez adorné tu gracioso templo o
quemé en tu honor pingües muslos de toros o de cabras, cúmpleme este voto: ¡Paguen los
dánaos mis lágrimas con tus flechas!
43 Así dijo rogando. Oyóle Febo Apolo e, irritado en su corazón, descendió de las
cumbres del Olimpo con el arco y el cerrado carcaj en los hombros; las saetas resonaron
sobre la espalda del enojado dios, cuando comenzó a moverse. Iba parecido a la noche.
Sentóse lejos de las naves, tiró una flecha y el arco de plata dio un terrible chasquido. Al
principio el dios disparaba contra los mulos y los ágiles perros; mas luego dirigió sus
amargas saetas a los hombres, y continuamente ardían muchas piras de cadáveres.
53 Durante nueve días volaron por el ejército las flechas del dios. En el décimo,
Aquiles convocó al pueblo al ágora: se lo puso en el corazón Hera, la diosa de los níveos
brazos, que se interesaba por los dánaos, a quienes veía morir. Acudieron éstos y, una vez
reunidos, Aquiles, el de los pies ligeros, se levantó y dijo:
59 -¡Atrida! Creo que tendremos que volver atrás, yendo otra vez errantes, si
escapamos de la muerte; pues, si no, la guerra y la peste unidas acabarán con los aqueos.
Mas, ea, consultemos a un adivino, sacerdote o intérprete de sueños -pues también el
sueño procede de Zeus-, para que nos diga por qué se irritó tanto Febo Apolo: si está
quejoso con motivo de algún voto o hecatombe, y si quemando en su obsequio grasa de
corderos y de cabras escogidas, querrá libramos de la peste.
68 Cuando así hubo hablado, se sentó. Levantóse entre ellos Calcante Testórida, el
mejor de los augures -conocía lo presente, lo futuro y lo pasado, y había guiado las naves
aqueas hasta Ilio por medio del arte adivinatoria que le diera Febo Apolo-, y benévolo los
arengó diciendo:
74 -¡Oh Aquiles, caro a Zeus! Mándasme explicar la cólera de Apolo, del dios que hiere
de lejos. Pues bien, hablaré; pero antes declara y jura que estás pronto a defenderme de
palabra y de obra, pues temo irritar a un varón que goza de gran poder entre los argivos
todos y es obedecido por los aqueos. Un rey es más poderoso que el inferior contra quien
se enoja; y, si bien en el mismo día refrena su ira, guarda luego rencor hasta que logra
ejecutarlo en el pecho de aquél. Dime, pues, si me salvarás.
84 Y contestándole, Aquiles, el de los pies ligeros, le dijo:
85 -Manifiesta, deponiendo todo temor, el vaticinio que sabes; pues ¡por Apolo, caro a
Zeus; a quien tú, Calcante, invocas siempre que revelas oráculos a los dánaos!, ninguno
de ellos pondrá en ti sus pesadas manos, cerca de las cóncavas naves, mientras yo viva y
vea la luz acá en la tierra, aunque hablares de Agamenón, que al presente se jacta de ser
en mucho el más poderoso de todos los aqueos.
92 Entonces cobró ánimo y dijo el eximio vate:
93 -No está el dios quejoso con motivo de algún voto o hecatombe, sino a causa del
ultraje que Agamenón ha inferido al sacerdote, a quien no devolvió la hija ni admitió el
rescate. Por esto el que hiere de lejos nos causó males y todavía nos causará otros. Y no
librará a los dánaos de la odiosa peste, hasta que sea restituida a su padre, sin premio ni
rescate, la joven de ojos vivos, y llevemos a Crisa una sagrada hecatombe. Cuando así le
hayamos aplacado, renacerá nuestra esperanza.
101 Dichas estas palabras, se sentó. Levantóse al punto el poderoso héroe Agamenón
Atrida, afligido, con las negras entrañas llenas de cólera y los ojos parecidos al
relumbrante fuego; y, encarando a Calcante la torva vista, exclamó:
106-¡Adivino de males! jamás me has anunciado nada grato. Siempre te complaces en
profetizar desgracias y nunca dijiste ni ejecutaste nada bueno. Y ahora, vaticinando ante
los dánaos, afirmas que el que hiere de lejos les envía calamidades, porque no quise
admitir el espléndido rescate de la joven Criseide, a quien anhelaba tener en mi casa. La
prefiero, ciertamente, a Clitemnestra, mi legítima esposa, porque no le es inferior ni en el
talle, ni en el natural, ni en inteligencia, ni en destreza. Pero, aun así y todo, consiento en
devolverla, si esto es lo mejor; quiero que el pueblo se salve, no que perezca. Pero
preparadme pronto otra recompensa, para que no sea yo el único argivo que sin ella se
quede; lo cual no parecería decoroso. Ved todos que se va a otra parte la que me había
correspondido.
121 Replicóle en seguida el celerípede divino Aquiles:
122 -¡Atrida gloriosísimo, el más codicioso de todos! ¿Cómo pueden darte otra
recompensa los magnánimos aqueos? No sabemos que existan en parte alguna cosas de la
comunidad, pues las del saqueo de las ciudades están repartidas, y no es conveniente
obligar a los hombres a que nuevamente las junten. Entrega ahora esa joven al dios, y los
aqueos te pagaremos el triple o el cuádruple, si Zeus nos permite algún día tomar la bien
murada ciudad de Troya.
130 Y, contestándole, el rey Agamenón le dijo:
131 Aunque seas valiente, deiforme Aquiles, no ocultes así tu pensamiento, pues no
podrás burlarme ni persuadirme. ¿Acaso quieres, para conservar tu recompensa, que me
quede sin la mía, y por esto me aconsejas que la devuelva? Pues, si los magnánimos
aqueos me dan otra conforme a mi deseo para que sea equivalente... Y si no me la dieren,
yo mismo me apoderaré de la tuya o de la de Ayante, o me llevaré la de Ulises, y montará
en cólera aquél a quien me llegue. Mas sobre esto deliberaremos otro día. Ahora, ea,
echemos una negra nave al mar divino, reunamos los convenientes remeros,
embarquemos víctimas para una hecatombe y a la misma Criseide, la de hermosas
mejillas, y sea capitán cualquiera de los jefes: Ayante, Idomeneo, el divino Ulises o tú,
Pelida, el más portentoso de todos los hombres, para que nos aplaques con sacrificios al
que hiere de lejos.
148 Mirándolo con torva faz, exclamó Aquiles, el de los pies ligeros:
149 -¡Ah, impudente y codicioso! ¿Cómo puede estar dispuesto a obedecer tus órdenes
ni un aqueo siquiera, para emprender la marcha o para combatir valerosamente con otros
hombres? No he venido a pelear obligado por los belicosos troyanos, pues en nada se me
hicieron culpables -no se llevaron nunca mis vacas ni mis caballos, ni destruyeron jamás
la cosecha en la fértil Ftía, criadora de hombres, porque muchas umbrías montañas y el
ruidoso mar nos separan-, sino que te seguimos a ti, grandísimo insolente, para darte el
gusto de vengaros de los troyanos a Menelao y a ti, ojos de perro. No fijás en esto la
atención, ni por ello te tomas ningún cuidado, y aun me amenazas con quitarme la
recompensa que por mis grandes fatigas me dieron los aqueos. Jamás el botín que
obtengo iguala al tuyo cuando éstos entran a saco una populosa ciudad de los troyanos:
aunque la parte más pesada de la impetuosa guerra la sostienen mis manos, tu
recompensa, al hacerse el reparto, es mucho mayor; y yo vuelvo a mis naves, teniéndola
pequeña, aunque grata, después de haberme cansado en el combate. Ahora me iré a Ftía,
pues lo mejor es regresar a la patria en las cóncavas naves: no pienso permanecer aquí sin
honra para procurarte ganancia y riqueza.
172 Contestó en seguida el rey de hombres, Agamenón:
173 -Huye, pues, si tu ánimo a ello te incita; no te ruego que por mí te quedes; otros hay
a mi lado que me honrarán, y especialmente el próvido Zeus. Me eres más odioso que
ningún otro de los reyes, alumnos de Zeus, porque siempre te han gustado las riñas,
luchas y peleas. Si es grande tu fuerza, un dios te la dio. Vete a la patria, llevándote las
naves y los compañeros, y reina sobre los mirmidones, no me importa que estés irritado,
ni por ello me preocupo, pero te haré una amenaza: Puesto que Febo Apolo me quita a
Criseide, la mandaré en mi nave con mis amigos; y encaminándome yo mismo a tu
tienda, me llevaré a Briseide, la de hermosas mejillas, tu recompensa, para que sepas bien
cuánto más poderoso soy y otro tema decir que es mi igual y compararse conmigo.
188 Así dijo. Acongojóse el Pelida, y dentro del velludo pecho su corazón discurrió dos
cosas: o, desnudando la aguda espada que llevaba junto al muslo, abrirse paso y matar al
Atrida, o calmar su cólera y reprimir su furor. Mientras tales pensamientos revolvía en su
mente y en su corazón y sacaba de la vaina la gran espada, vino Atenea del cielo: envióla
Hera, la diosa de los níveos brazos, que amaba cordialmente a entrambos y por ellos se
interesaba. Púsose detrás del Pelida y le tiró de la blonda cabellera, apareciéndose a él tan
sólo; de los demás, ninguno la veía. Aquiles, sorprendido, volvióse y al instante conoció a
Palas Atenea, cuyos ojos centelleaban de un modo terrible. Y hablando con ella,
pronunció estas aladas palabras:
202-¿Por qué nuevamente, oh hija de Zeus, que lleva la égida, has venido? ¿Acaso para
presenciar el ultraje que me infiere Agamenón Atrida? Pues te diré lo que me figuro que
va a ocurrir: Por su insolencia perderá pronto la vida.
206 Díjole a su vez Atenea, la diosa de ojos de lechuza:
207-Vengo del cielo para apaciguar tu cólera, si obedecieres; y me envía Hera, la diosa
de los níveos brazos, que os ama cordialmente a entrambos y por vosotros se interesa. Ea,
cesa de disputar, no desenvaines la espada a injúrialo de palabra como te parezca. Lo que
voy a decir se cumplirá: Por este ultraje se te ofrecerán un día triples y espléndidos presentes.
Domínate y obedécenos.
213 Y, contestándole, Aquiles, el de los pies ligeros, le dijo:
216 -Preciso es, oh diosa, hacer lo que mandáis, aunque el corazón esté muy irritado.
Proceder así es lo mejor. Quien a los dioses obedece es por ellos muy atendido.
219 Dijo; y puesta la robusta mano en el argénteo puño, envainó la enorme espada y no
desobedeció la orden de Atenea. La diosa regresó al Olimpo, al palacio en que mora
Zeus, que lleva la égida, entre las demás deidades.
223 El Pelida, no amainando en su cólera, denostó nuevamente al Atrida con injuriosas
voces:
225 -¡Ebrioso, que tienes ojos de perro y corazón de ciervo! Jamás te atreviste a tomar
las armas con la gente del pueblo para combatir, ni a ponerte en emboscada con los más
valientes aqueos: ambas cosas te parecen la muerte. Es, sin duda, mucho mejor arrebatar
los dones, en el vasto campamento de los aqueos, a quien te contradiga. Rey devorador de
tu pueblo, porque mandas a hombres abyectos...; en otro caso, Atrida, éste fuera tu último
ultraje. Otra cosa voy a decirte y sobre ella prestaré un gran juramento: Sí, por este cetro
que ya no producirá hojas ni ramos, pues dejó el tronco en la montaña; ni reverdecerá,
porque el bronce lo despojó de las hojas y de la corteza, y ahora lo empuñan los aqueos
que administran justicia y guardan las leyes de Zeus (grande será para ti este juramento):
algún día los aqueos todos echarán de menos a Aquiles, y tú, aunque te aflijas, no podrás
socorrerlos cuando muchos sucumban y perezcan a manos de Héctor, matador de
hombres. Entonces desgarrarás tu corazón, pesaroso por no haber honrado al mejor de los
aqueos.
245 Así dijo el Pelida; y, tirando a tierra el cetro tachonado con clavos de oro, tomó
asiento. El Atrida, en el opuesto lado, iba enfureciéndose. Pero levantóse Néstor, suave
en el hablar, elocuente orador de los pilios, de cuya boca las palabras fluían más dulces
que la miel -había visto perecer dos generaciones de hombres de voz articulada que
nacieron y se criaron con él en la divina Pilos y reinaba sobre la tercera-, y benévolo los
arengó diciendo:
254 -¡Oh dioses! ¡Qué motivo de pesar tan grande le ha llegado a la tierra aquea!
Alegrananse Príamo y sus hijos, y regocijaríanse los demás troyanos en su corazón, si
oyeran las palabras con que disputáis vosotros, los primeros de los dánaos así en el
consejo como en el combate. Pero dejaos convencer, ya que ambos sois más jóvenes que
yo. En otro tiempo traté con hombres aún más esforzados que vosotros, y jamás me
desdeñaron. No he visto todavía ni veré hombres como Pirítoo, Driante, pastor de
pueblos, Ceneo, Exadio, Polifemo, igual a un dios, y Teseo Egeida, que parecía un inmortal.
Criáronse éstos los más fuertes de los hombres; muy fuertes eran y con otros muy
fuertes combatieron: con los montaraces centauros, a quienes exterminaron de un modo
estupendo. Y yo estuve en su compañía -habiendo acudido desde Pilos, desde lejos, desde
esa apartada tierra, porque ellos mismos me llamaron- y combatí según mis fuerzas. Con
tales hombres no pelearía ninguno de los mortales que hoy pueblan la tierra; no obstante
lo cual, seguían mis consejos y escuchaban mis palabras. Prestadme también vosotros
obediencia, que es lo mejor que podéis hacer. Ni tú, aunque seas valiente, le quites la
joven, sino déjasela, puesto que se la dieron en recompensa los magnánimos aqueos; ni
tú, Pelida, quieras altercar de igual a igual con el rey, pues jamás obtuvo honra como la
suya ningún otro soberano que usara cetro y a quien Zeus diera gloria. Si tú eres más
esforzado, es porque una diosa te dio a luz; pero éste es más poderoso, porque reina sobre
mayor número de hombres. Atrida, apacigua tu cólera; yo te suplico que depongas la ira
contra Aquiles, que es para todos los aqueos un fuerte antemural en el pernicioso
combate.
285 Y, contestándole, el rey Agamenón le dijo:
286 -Sí, anciano, oportuno es cuanto acabas de decir. Pero este hombre quiere
sobreponerse a todos los demás; a todos quiere dominar, a todos gobernar, a todos dar
órdenes que alguien, creo, se negará a obedecer. Si los sempiternos dioses le hicieron
belicoso, ¿le permiten por esto proferir injurias?
292 Interrumpiéndole, exclamó el divino Aquiles:
293 -Cobarde y vil podría llamárseme si cediera en todo lo que dices; manda a otros, no
me des órdenes, pues yo no pienso ya obedecerte. Otra cosa te diré que fijarás en la
memoria: No he de combatir con estas manos por la joven ni contigo, ni con otro alguno,
pues al fin me quitáis lo que me disteis; pero, de lo demás que tengo junto a mi negra y
veloz embarcación, nada podrías llevarte tomándolo contra mi voluntad. Y si no, ea,
inténtalo, para que éstos se enteren también; y presto tu negruzca sangre brotará en torno
de mi lanza.
304 Después de altercar así con encontradas razones, se levantaron y disolvieron el
ágora que cerca de las naves aqueas se celebraba. Fuese el Pelida hacia sus tiendas y sus
bien proporcionados bajeles con el Menecíada y otros amigos; y el Atrida echó al mar
una velera nave, escogió veinte remeros, cargó las víctimas de la hecatombe para el dios,
y, conduciendo a Criseide, la de hermosas mejillas, la embarcó también; fue capitán el
ingenioso Ulises.
312 Así que se hubieron embarcado, empezaron a navegar por líquidos caminos. El
Atrida mandó que los hombres se purificaran, y ellos hicieron lustraciones, echando al
mar las impurezas, y sacrificaron junto a la orilla del estéril mar hecatombes perfectas de
toros y de cabras en honor de Apolo. El vapor de la grasa llegaba al cielo, enroscándose
alrededor del humo.
318 En tales cosas ocupábanse éstos en el ejército. Agamenón no olvidó la amenaza
que en la contienda había hecho a Aquiles, y dijo a Taltibio y Euríbates, sus heraldos y
diligentes servidores:
322 -Id a la tienda del Pelida Aquiles, y asiendo de la mano a Briseide, la de hermosas
mejillas, traedla acá, y, si no os la diere, ire yo mismo a quitársela, con más gente, y
todavía le será más duro.
326 Hablándoles de tal suerte y con altaneras voces, los despidió. Contra su voluntad
fuéronse los heraldos por la orilla del estéril mar, llegaron a las tiendas y naves de los
mirmidones, y hallaron al rey cerca de su tienda y de su negra nave. Aquiles, al verlos, no
se alegró. Ellos se turbaron, y, habiendo hecho una reverencia, paráronse sin decir ni
preguntar nada. Pero el héroe lo comprendió todo y dijo:
334 -¡Salud, heraldos, mensajeros de Zeus y de los hombres! Acercaos; pues para mí no
sois vosotros los culpables sino Agamenón, que os envía por la joven Briseide. ¡Ea, Patroclo,
del linaje de Zeus! Saca la joven y entrégasela para que se la lleven. Sed ambos
testigos ante los bienaventurados dioses, ante los mortales hombres y ante ese rey cruel,
si alguna vez tienen los demás necesidad de mí para librarse de funestas calamidades
porque él tiene el corazón poseído de furor y no sabe pensar a la vez en lo futuro y en lo
pasado, a fin de que los aqueos se salven combatiendo junto a las naves.
345 Así dijo. Patroclo, obedeciendo a su amigo, sacó de la tienda a Briseide, la de
hermosas mejillas, y la entregó para que se la llevaran. Partieron los heraldos hacia las
naves aqueas, y la mujer iba con ellos de mala gana. Aquiles rompió en llanto, alejóse de
los compañeros, y, sentándose a orillas del blanquecino mar con los ojos clavados en el
ponto inmenso y las manos extendidas, dirigió a su madre muchos ruegos:
352 -¡Madre! Ya que me pariste de corta vida, el olímpico Zeus altitonante debía
honrarme y no lo hace en modo alguno. El poderoso Agamenón Atrida me ha ultrajado,
pues tiene mi recompensa, que él mismo me arrebató.
357 Así dijo derramando lágrimas. Oyóle la veneranda madre desde el fondo del mar,
donde se hallaba junto al padre anciano, a inmediatamente emergió de las blanquecinas
ondas como niebla, sentóse delante de aquél, que derramaba lágrimas, acariciólo con la
mano y le habló de esta manera:
362 -¡Hijo! ¿Por qué lloras? ¿Qué pesar te ha llegado al alma? Habla; no me ocultes lo
que piensas, para que ambos lo sepamos.
364 Dando profundos suspiros, contestó Aquiles, el de los pies ligeros:
365 -Lo sabes. ¿A qué referirte lo que ya conoces? Fuimos a Teba, la sagrada ciudad de
Eetión; la saqueamos, y el botín que trajimos se lo distribuyeron equitativamente los
aqueos, separando para el Atrida a Criseide, la de hermosas mejillas. Luego Crises,
sacerdote de Apolo, el que hiere de lejos, deseando redimir a su hija, se presentó en las
veleras naves aqueas con un inmenso rescate y las ínfulas de Apolo, el que hiere de lejos,
que pendían de áureo cetro, en la mano; y suplicó a todos los aqueos, y particularmente a
los dos Atridas, caudillos de pueblos. Todos los aqueos aprobaron a voces que se
respetase al sacerdote y se admitiera el espléndido rescate; mas el Atrida Agamenón, a
quien no plugo el acuerdo, to despidió de mal modo y con altaneras voces. El anciano se
fue irritado; y Apolo, accediendo a sus ruegos, pues le era muy querido, tiró a los argivos
funesta saeta: morían los hombres unos en pos de otros, y las flechas del dios volaban por
todas partes en el vasto campamento de los aqueos. Un adivino bien enterado nos explicó
el vaticinio del que hiere de lejos, y yo fui el primero en aconsejar que se aplacara al dios.
El Atrida encendióse en ira; y, levantándose, me dirigió una amenaza que ya se ha
cumplido. A aquélla los aqueos de ojos vivos la conducen a Crisa en velera nave con
presentes para el dios; y a la hija de Briseo, que los aqueos me dieron, unos heraldos se la
han llevado ahora mismo de mi tienda. Tú, si puedes, socorre a tu buen hijo; ve al Olimpo
y ruega a Zeus, si alguna vez llevaste consuelo a su corazón con palabras o con obras.
Muchas veces, hallándonos en el palacio de mi padre, oí que te gloriabas de haber
evitado, tú sola entre los inmortales, una afrentosa desgracia al Cronida, el de las
sombrías pubes, cuando quisieron atarlo otros dioses olímpicos, Hera, Posidón y Palas
Atenea. Tú, oh diosa, acudiste y lo libraste de las ataduras, llamando en seguida al
espacioso Olimpo al centímano a quien los dioses nombran Briareo y todos los hombres
Egeón, el cual es superior en fuerza a su mismo padre, y se sentó entonces al lado de
Zeus, ufano de su gloria; temiéronlo los bienaventurados dioses y desistieron del
atamiento. Recuérdaselo, siéntate a su lado y abraza sus rodillas: quizás decida favorecer
a los troyanos y acorralar a los aqueos, que serán muertos entre las popas, cerca del mar;
para que todos disfruten de su rey y comprenda el poderoso Agamenón Atrida la falta que
ha cometido no honrando al mejor de los aqueos.
413 Respondióle en seguida Tetis, derramando lágrimas:
414 -¡Ay, hijo mío! ¿Por qué te he criado, si en hora aciaga te di a luz? ¡Ojalá
estuvieras en las naves sin llanto ni pena, ya que tu vida ha de ser corta, de no larga
duración! Ahora eres juntamente de breve vida y el más infortunado de todos. Con hado
funesto te parí en el palacio. Yo misma iré al nevado Olimpo y hablaré a Zeus, que se
complace en lanzar rayos, por si se deja convencer. Tú quédate en las naves de ligero
andar, conserva la cólera contra los aqueos y abstente por entero de combatir. Ayer se
marchó Zeus al Océano, al país de los probos etíopes, para asistir a un banquete, y todos
los dioses lo siguieron. De aquí a doce días volverá al Olimpo. Entonces acudiré a la
morada de Zeus, sustentada en bronce; le abrazaré las rodillas, y espero que lograré
persuadirlo.
428 Dichas estas palabras partió, dejando a Aquiles con el corazón irritado a causa de la
mujer de bella cintura que violentamente y contra su voluntad le habían arrebatado.
430 En tanto, Ulises llegaba a Crisa con las víctimas para la sagrada hecatombe.
Cuando arribaron al profundo puerto, amainaron las velas, guardándolas en la negra nave;
abatieron rápidamente por medio de cuerdas el mástil hasta la crujía, y llevaron la nave, a
fuerza de remos, al fondeadero. Echaron anclas y ataron las amarras, saltaron a la playa,
desembarcaron las víctimas de la hecatombe para Apolo, el que hiere de lejos, y Criseide
salió de la nave surcadora del ponto. El ingenioso Ulises llevó la doncella al altar y,
poniéndola en manos de su padre, dijo:
442 -¡Oh Crises! Envíame al rey de hombres, Agamenón, a traerte la hija y ofrecer en
favor de los dánaos una sagrada hecatombe a Febo, para que aplaquemos a este dios que
tan deplorables males ha causado a los argivos.
446 Habiendo hablado así, puso en sus manos la hija amada, que aquél recibió con
alegría. Acto continuo, ordenaron la sagrada hecatombe en torno del bien construido
altar, laváronse las manos y tomaron la mola. Y Crises oró en alta voz y con las manos
levantadas:
451 -¡Óyeme, tú que llevas arco de plata, proteges a Crisa y a la divina Cila a imperas
en Ténedos poderosamente! Me escuchaste cuando te supliqué, y, para honrarme, oprimiste
duramente al ejército aqueo; pues ahora cúmpleme este voto: ¡Aleja ya de los
dánaos la abominable peste!
457 Así dijo rogando, y Febo Apolo lo oyó. Hecha la rogativa y esparcida la mola,
cogieron las víctimas por la cabeza, que tiraron hacia atrás, y las degollaron y desollaron;
en seguida cortaron los muslos, y, después de pringarlos con gordura por uno y otro lado
y de cubrirlos con trozos de carne, el anciano los puso sobre la leña encendida y los roció
de vino tinto. Cerca de él, unos jóvenes tenían en las manos asadores de cinco puntas.
Quemados los muslos, probaron las entrañas, y, dividiendo lo restante en pedazos muy
pequeños, lo atravesaron con pinchos, lo asaron cuidadosamente y lo retiraron del fuego.
Terminada la faena y dispuesto el banquete, comieron, y nadie careció de su respectiva
porción. Cuando hubieron satisfecho el deseo de beber y de comer, los mancebos
coronaron de vino las crateras y lo distribuyeron a todos los presentes después de haber
ofrecido en copas las primicias. Y durante todo el día los aqueos aplacaron al dios con el
canto, entonando un hermoso peán a Apolo, el que hiere de lejos, que los oía con el
corazón complacido.
475 Cuando el sol se puso y sobrevino la noche, durmieron cerca de las amarras de la
nave. Mas, así que apareció la hija de la mañana, la Aurora de rosados dedos, hiciéronse a
la mar para volver al espacioso campamento aqueo, y Apolo, el que hiere de lejos, les
envió próspero viento. Izaron el mástil, descogieron las velas, que hinchó el viento, y las
purpúreas olas resonaban en torno de la quilla mientras la nave corría siguiendo su
rumbo. Una vez llegados al vasto campamento de los aqueos, sacaron la negra nave a sierra
firme y la pusieron en alto sobre la arena, sosteniéndola con grandes maderos. Y
luego se dispersaron por las tiendas y los bajeles.
488 El hijo de Peleo y descendiente de Zeus, Aquiles, el de los pies ligeros, seguía
irritado en las veleras naves, y ni frecuentaba el ágora donde los varones cobran fama, ni
cooperaba a la guerra; sino que consumía su corazón, permaneciendo en las naves, y
echaba de menos la gritería y el combate.
493 Cuando, después de aquel día, apareció la duodécima aurora, los sempiternos
dioses volvieron al Olimpo con Zeus a la cabeza. Tetis no olvidó entonces el encargo de
su hijo: saliendo de entre las olas del mar, subió muy de mañana al gran cielo y al
Olimpo, y halló al largovidente Cronida sentado aparte de los demás dioses en la más alta
de las muchas cumbres del monte. Acomodóse ante él, abrazó sus rodillas con la mano
izquierda, tocóle la barba con la derecha y dirigió esta súplica al soberano Zeus Cronión:
503 -¡Padre Zeus! Si alguna vez te fui útil entre los inmortales con palabras a obras,
cúmpleme este voto: Honra a mi hijo, el héroe de más breve vida, pues el rey de hombres,
Agamenón, lo ha ultrajado, arrebatándole la recompensa que todavía retiene. Véngalo tú,
próvido Zeus Olímpico, concediendo la victoria a los troyanos hasta que los aqueos den
satisfacción a mi hijo y lo colmen de honores.
511 Así dijo. Zeus, que amontona las nubes, nada contestó guardando silencio un buen
rato. Pero Tetis, que seguía como cuando abrazó sus rodillas, le suplicó de nuevo:
514 -Prométemelo claramente, asintiendo, o niégamelo -pues en ti no cabe el temorpara
que sepa cuán despreciada soy entre todas las deidades.
517 Zeus, que amontona las nubes, díjole afligidísimo:
518-¡Funestas acciones! Pues harás que me malquiste con Hera, cuando me zahiera con
injuriosas palabras. Sin motivo me riñe siempre ante los inmortales dioses, porque dice
que en las batallas favorezco a los troyanos. Pero ahora vete, no sea que Hera advierta
algo; yo me cuidaré de que esto se cumpla. Y si lo deseas, te haré con la cabeza la señal
de asentimiento para que tengas confianza. Éste es el signo más seguro, irrevocable y
veraz para los inmortales; y no deja de efectuarse aquello a que asiento con la cabeza.
528 Dijo el Cronida, y bajó las negras cejas en señal de asentimiento; los divinos
cabellos se agitaron en la cabeza del soberano inmortal, y a su intlujo estremecióse el
dilatado Olimpo.
531 Después de deliberar así, se separaron: ella saltó al profundo mar desde el
resplandeciente Olimpo, y Zeus volvió a su palacio. Todos los dioses se levantaron al ver
a su padre, y ninguno aguardó que llegara, sino que todos salieron a su encuentro.
Sentóse Zeus en el trono; y Hera, que, por haberlo visto, no ignoraba que Tetis, la de
argénteos pies, hija del anciano del mar, con él había departido, dirigió al momento
injuriosas palabras a Zeus Cronida:
540 -¿Cuál de las deidades, oh doloso, ha conversado contigo? Siempre te es grato,
cuando estás lejos de mí, pensar y resolver algo secretamente, y jamás te has dignado
decirme una sola palabra de to que acuerdas.
544 Respondióle el padre de los hombres y de los dioses:
545 -¡Hera! No esperes conocer todas mis decisiones, pues te resultará difícil aun
siendo mi esposa. Lo que pueda decirse, ningún dios ni hombre lo sabrá antes que tú;
pero lo que quiera resolver sin contar con los dioses, no lo preguntes ni procures
averiguarlo.
551 Replicó en seguida Hera veneranda, la de ojos de novilla:
552 -¡Terribilísimo Cronida, qué palabras proferiste! No será mucho lo que te haya
preguntado o querido averiguar, puesto que muy tranquilo meditas cuanto te place. Mas
ahora mucho recela mi corazón que te haya seducido Tetis, la de argénteos pies, hija del
anciano del mar. A1 amanecer el día sentóse cerca de ti y abrazó tus rodillas; y pienso
que le habrás prometido, asintiendo, honrar a Aquiles y causar gran matanza junto a las
naves aqueas.
560 Y contestándole, Zeus, que amontona las nubes, le dijo:
561 -¡Ah, desdichada! Siempre sospechas y de ti no me oculto. Nada, empero, podrás
conseguir sino alejarte de mi corazón; lo cual todavía te será más duro. Si es cierto lo que
sospechas, así debe de serme grato. Pero siéntate en silencio y obedece mis palabras. No
sea que no te valgan cuantos dioses hay en el Olimpo, acercándose a ti, cuando te ponga
encima mis invictas manos.
569 Así dijo. Temió Hera veneranda, la de ojos de novilla, y, refrenando el coraje,
sentóse en silencio. Indignáronse en el palacio de Zeus los dioses celestiales. Y Hefesto,
el ilustre artífice, comenzó a arengarlos para consolar a su madre Hera, la de los níveos
brazos:
573 -Funesto a insoportable será lo que ocurra, si vosotros disputáis así por los mortales
y promovéis alborotos entre los dioses; ni siquiera en el banquete se hallará placer
alguno, porque prevalece lo peor. Yo aconsejo a mi madre, aunque ya ella tiene juicio,
que obsequie al padre querido, a Zeus, para que no vuelva a reñirla y a turbarnos el festín.
Pues, si el Olímpico fulminador quiere echarnos del asiento... nos aventaja mucho en
poder. Pero halágalo con palabras cariñosas y en seguida el Olímpico nos será propicio.
584 De este modo habló y, tomando una copa de doble asa, ofrecióla a su madre,
diciendo:
586 -Sufre, madre mía, y sopórtalo todo, aunque estés afligida; que a ti, tan querida, no
lo vean mis ojos apaleada sin que pueda socorrerte, porque es difícil contrarrestar al
Olímpico. Ya otra vez que quise defenderte me asió por el pie y me arrojó de los divinos
umbrales. Todo el día fui rodando y a la puesta del sol caí en Lemnos. Un poco de vida
me quedaba y los sinties me recogieron tan pronto como hube caído.
595 Así dijo. Sonrióse Hera, la diosa de los níveos brazos; y, sonriente aún, tomó la
copa que su hijo le presentaba. Hefesto se puso a escanciar dulce néctar para las otras
deidades, sacándolo de la cratera; y una risa inextinguible se alzó entre los
bienaventurados dioses viendo con qué afán los servía en el palacio.
601 Todo el día, hasta la puesta del sol, celebraron el festín; y nadie careció de su
respectiva porción, ni faltó la hermosa cítara que tañía Apolo, ni las Musas que con linda
voz cantaban alternando.
605 Mas, cuando la fúlgida luz del sol llegó al ocaso, los dioses fueron a recogerse a
sus respectivos palacios, que había construido Hefesto, el ilustre cojo de ambos pies, con
sabia inteligencia. Zeus olímpico, fulminador, se encaminó al lecho donde acostumbraba
dormir cuando el dulce sueño le vencía. Subió y acostóse; y a su lado descansó Hera, la
de áureo trono.
Peste - Cólera
* Después de una corta invocación a la divinidad para que cante "la perniciosa ira de Aquiles", nos refiere el poeta que Crises, sacerdote de Apolo, va al campamento aqueo para rescatar a su hija, que había sido hecha cautiva y adjudicada como esclava a Agamenón; éste desprecia al sacerdote, se niega a darle la hija y lo despide con amenazadoras palabras; Apolo, indignado, suscita una terrible peste en el campamento; Aquiles reúne a los guerreros en el ágora por inspiración de la diosa Hera, y, habiendo dicho al adivino Calcante que hablara sin miedo, aunque tuviera que referirse a Agamenón, se sabe por fin que el comportamiento de Agamenón con el sacerdote Crises ha sido la causa del enojo del dios. Esta declaración irrita al rey, que pide que, si ha de devolver la esclava, se le prepare otra recompensa; y Aquiles le responde que ya se la darán cuando tomen Troya. Así, de un modo tan natural, se origina la discordia entre el caudillo supremo del ejército y el héroe más valiente. La riña llega a tal punto que Aquiles desenvaina la espada y habría matado a Agamenón si no se lo hubiese impedido la diosa Atenea; entonces Aquiles insulta a Agamenón, éste se irrita y amenaza a Aquiles con quitarle la esclava Briseida,
a pesar de la prudente amonestación que le dirige Néstor; se disuelve el ágora y Agamenón envía a dos heraldos a la tienda de Aquiles que se llevan a Briseide; Ulises y otros griegos se embarcan con Criseida y la devuelven a su padre; y, mientras tanto, Aquiles pide a su madre Tetis que suba al Olimpo a impetre de Zeus que conceda la victoria a los troyanos para que Agamenón comprenda la falta que ha cometido; Tetis cumple el deseo de su hijo, Zeus accede, y este hecho produce una violenta disputa entre Zeus y Hera, a quienes apacigua su hijo Hefesto; la concordia vuelve a reinar en el Olimpo y los dioses celebran un festín espléndido hasta la puesta del sol, en que se recogen en sus palacios.
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1 Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males
a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa
de perros y pasto de aves -cumplíase la voluntad de Zeus- desde que se separaron
disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles.
8 ¿Cuál de los dioses promovió entre ellos la contienda para que pelearan? El hijo de
Leto y de Zeus. Airado con el rey, suscitó en el ejército maligna peste, y los hombres perecían
por el ultraje que el Atrida infiriera al sacerdote Crises. Éste, deseando redimir a su
hija, se había presentado en las veleras naves aqueas con un inmenso rescate y las ínfulas
de Apolo, el que hiere de lejos, que pendían de áureo cetro, en la mano; y a todos los
aqueos, y particularmente a los dos Atridas, caudillos de pueblos, así les suplicaba:
17 -¡Atridas y demás aqueos de hermosas grebas! Los dioses, que poseen olímpicos
palacios, os permitan destruir la ciudad de Príamo y regresar felizmente a la patria! Poned
en libertad a mi hija y recibid el rescate, venerando al hijo de Zeus, a Apolo, el que hiere
de lejos.
22 Todos los aqueos aprobaron a voces que se respetara al sacerdote y se admitiera el
espléndido rescate; mas el Atrida Agamenón, a quien no plugo el acuerdo, le despidió de
mal modo y con altaneras voces:
26 -No dé yo contigo, anciano, cerca de las cóncavas naves, ya porque ahora demores
tu partida, ya porque vuelvas luego, pues quizás no te valgan el cetro y las ínfulas del
dios. A aquélla no la soltaré; antes le sobrevendrá la vejez en mi casa, en Argos, lejos de
su patria, trabajando en el telar y aderezando mi lecho. Pero vete; no me irrites, para que
puedas irte más sano y salvo.
33 Así dijo. El anciano sintió temor y obedeció el mandato. Fuese en silencio por la
orilla del estruendoso mar; y, mientras se alejaba, dirigía muchos ruegos al soberano
Apolo, a quien parió Leto, la de hermosa cabellera:
37 -¡Óyeme, tú que llevas arco de plata, proteges a Crisa y a la divina Cila, a imperas
en Ténedos poderosamente! ¡Oh Esminteo! Si alguna vez adorné tu gracioso templo o
quemé en tu honor pingües muslos de toros o de cabras, cúmpleme este voto: ¡Paguen los
dánaos mis lágrimas con tus flechas!
43 Así dijo rogando. Oyóle Febo Apolo e, irritado en su corazón, descendió de las
cumbres del Olimpo con el arco y el cerrado carcaj en los hombros; las saetas resonaron
sobre la espalda del enojado dios, cuando comenzó a moverse. Iba parecido a la noche.
Sentóse lejos de las naves, tiró una flecha y el arco de plata dio un terrible chasquido. Al
principio el dios disparaba contra los mulos y los ágiles perros; mas luego dirigió sus
amargas saetas a los hombres, y continuamente ardían muchas piras de cadáveres.
53 Durante nueve días volaron por el ejército las flechas del dios. En el décimo,
Aquiles convocó al pueblo al ágora: se lo puso en el corazón Hera, la diosa de los níveos
brazos, que se interesaba por los dánaos, a quienes veía morir. Acudieron éstos y, una vez
reunidos, Aquiles, el de los pies ligeros, se levantó y dijo:
59 -¡Atrida! Creo que tendremos que volver atrás, yendo otra vez errantes, si
escapamos de la muerte; pues, si no, la guerra y la peste unidas acabarán con los aqueos.
Mas, ea, consultemos a un adivino, sacerdote o intérprete de sueños -pues también el
sueño procede de Zeus-, para que nos diga por qué se irritó tanto Febo Apolo: si está
quejoso con motivo de algún voto o hecatombe, y si quemando en su obsequio grasa de
corderos y de cabras escogidas, querrá libramos de la peste.
68 Cuando así hubo hablado, se sentó. Levantóse entre ellos Calcante Testórida, el
mejor de los augures -conocía lo presente, lo futuro y lo pasado, y había guiado las naves
aqueas hasta Ilio por medio del arte adivinatoria que le diera Febo Apolo-, y benévolo los
arengó diciendo:
74 -¡Oh Aquiles, caro a Zeus! Mándasme explicar la cólera de Apolo, del dios que hiere
de lejos. Pues bien, hablaré; pero antes declara y jura que estás pronto a defenderme de
palabra y de obra, pues temo irritar a un varón que goza de gran poder entre los argivos
todos y es obedecido por los aqueos. Un rey es más poderoso que el inferior contra quien
se enoja; y, si bien en el mismo día refrena su ira, guarda luego rencor hasta que logra
ejecutarlo en el pecho de aquél. Dime, pues, si me salvarás.
84 Y contestándole, Aquiles, el de los pies ligeros, le dijo:
85 -Manifiesta, deponiendo todo temor, el vaticinio que sabes; pues ¡por Apolo, caro a
Zeus; a quien tú, Calcante, invocas siempre que revelas oráculos a los dánaos!, ninguno
de ellos pondrá en ti sus pesadas manos, cerca de las cóncavas naves, mientras yo viva y
vea la luz acá en la tierra, aunque hablares de Agamenón, que al presente se jacta de ser
en mucho el más poderoso de todos los aqueos.
92 Entonces cobró ánimo y dijo el eximio vate:
93 -No está el dios quejoso con motivo de algún voto o hecatombe, sino a causa del
ultraje que Agamenón ha inferido al sacerdote, a quien no devolvió la hija ni admitió el
rescate. Por esto el que hiere de lejos nos causó males y todavía nos causará otros. Y no
librará a los dánaos de la odiosa peste, hasta que sea restituida a su padre, sin premio ni
rescate, la joven de ojos vivos, y llevemos a Crisa una sagrada hecatombe. Cuando así le
hayamos aplacado, renacerá nuestra esperanza.
101 Dichas estas palabras, se sentó. Levantóse al punto el poderoso héroe Agamenón
Atrida, afligido, con las negras entrañas llenas de cólera y los ojos parecidos al
relumbrante fuego; y, encarando a Calcante la torva vista, exclamó:
106-¡Adivino de males! jamás me has anunciado nada grato. Siempre te complaces en
profetizar desgracias y nunca dijiste ni ejecutaste nada bueno. Y ahora, vaticinando ante
los dánaos, afirmas que el que hiere de lejos les envía calamidades, porque no quise
admitir el espléndido rescate de la joven Criseide, a quien anhelaba tener en mi casa. La
prefiero, ciertamente, a Clitemnestra, mi legítima esposa, porque no le es inferior ni en el
talle, ni en el natural, ni en inteligencia, ni en destreza. Pero, aun así y todo, consiento en
devolverla, si esto es lo mejor; quiero que el pueblo se salve, no que perezca. Pero
preparadme pronto otra recompensa, para que no sea yo el único argivo que sin ella se
quede; lo cual no parecería decoroso. Ved todos que se va a otra parte la que me había
correspondido.
121 Replicóle en seguida el celerípede divino Aquiles:
122 -¡Atrida gloriosísimo, el más codicioso de todos! ¿Cómo pueden darte otra
recompensa los magnánimos aqueos? No sabemos que existan en parte alguna cosas de la
comunidad, pues las del saqueo de las ciudades están repartidas, y no es conveniente
obligar a los hombres a que nuevamente las junten. Entrega ahora esa joven al dios, y los
aqueos te pagaremos el triple o el cuádruple, si Zeus nos permite algún día tomar la bien
murada ciudad de Troya.
130 Y, contestándole, el rey Agamenón le dijo:
131 Aunque seas valiente, deiforme Aquiles, no ocultes así tu pensamiento, pues no
podrás burlarme ni persuadirme. ¿Acaso quieres, para conservar tu recompensa, que me
quede sin la mía, y por esto me aconsejas que la devuelva? Pues, si los magnánimos
aqueos me dan otra conforme a mi deseo para que sea equivalente... Y si no me la dieren,
yo mismo me apoderaré de la tuya o de la de Ayante, o me llevaré la de Ulises, y montará
en cólera aquél a quien me llegue. Mas sobre esto deliberaremos otro día. Ahora, ea,
echemos una negra nave al mar divino, reunamos los convenientes remeros,
embarquemos víctimas para una hecatombe y a la misma Criseide, la de hermosas
mejillas, y sea capitán cualquiera de los jefes: Ayante, Idomeneo, el divino Ulises o tú,
Pelida, el más portentoso de todos los hombres, para que nos aplaques con sacrificios al
que hiere de lejos.
148 Mirándolo con torva faz, exclamó Aquiles, el de los pies ligeros:
149 -¡Ah, impudente y codicioso! ¿Cómo puede estar dispuesto a obedecer tus órdenes
ni un aqueo siquiera, para emprender la marcha o para combatir valerosamente con otros
hombres? No he venido a pelear obligado por los belicosos troyanos, pues en nada se me
hicieron culpables -no se llevaron nunca mis vacas ni mis caballos, ni destruyeron jamás
la cosecha en la fértil Ftía, criadora de hombres, porque muchas umbrías montañas y el
ruidoso mar nos separan-, sino que te seguimos a ti, grandísimo insolente, para darte el
gusto de vengaros de los troyanos a Menelao y a ti, ojos de perro. No fijás en esto la
atención, ni por ello te tomas ningún cuidado, y aun me amenazas con quitarme la
recompensa que por mis grandes fatigas me dieron los aqueos. Jamás el botín que
obtengo iguala al tuyo cuando éstos entran a saco una populosa ciudad de los troyanos:
aunque la parte más pesada de la impetuosa guerra la sostienen mis manos, tu
recompensa, al hacerse el reparto, es mucho mayor; y yo vuelvo a mis naves, teniéndola
pequeña, aunque grata, después de haberme cansado en el combate. Ahora me iré a Ftía,
pues lo mejor es regresar a la patria en las cóncavas naves: no pienso permanecer aquí sin
honra para procurarte ganancia y riqueza.
172 Contestó en seguida el rey de hombres, Agamenón:
173 -Huye, pues, si tu ánimo a ello te incita; no te ruego que por mí te quedes; otros hay
a mi lado que me honrarán, y especialmente el próvido Zeus. Me eres más odioso que
ningún otro de los reyes, alumnos de Zeus, porque siempre te han gustado las riñas,
luchas y peleas. Si es grande tu fuerza, un dios te la dio. Vete a la patria, llevándote las
naves y los compañeros, y reina sobre los mirmidones, no me importa que estés irritado,
ni por ello me preocupo, pero te haré una amenaza: Puesto que Febo Apolo me quita a
Criseide, la mandaré en mi nave con mis amigos; y encaminándome yo mismo a tu
tienda, me llevaré a Briseide, la de hermosas mejillas, tu recompensa, para que sepas bien
cuánto más poderoso soy y otro tema decir que es mi igual y compararse conmigo.
188 Así dijo. Acongojóse el Pelida, y dentro del velludo pecho su corazón discurrió dos
cosas: o, desnudando la aguda espada que llevaba junto al muslo, abrirse paso y matar al
Atrida, o calmar su cólera y reprimir su furor. Mientras tales pensamientos revolvía en su
mente y en su corazón y sacaba de la vaina la gran espada, vino Atenea del cielo: envióla
Hera, la diosa de los níveos brazos, que amaba cordialmente a entrambos y por ellos se
interesaba. Púsose detrás del Pelida y le tiró de la blonda cabellera, apareciéndose a él tan
sólo; de los demás, ninguno la veía. Aquiles, sorprendido, volvióse y al instante conoció a
Palas Atenea, cuyos ojos centelleaban de un modo terrible. Y hablando con ella,
pronunció estas aladas palabras:
202-¿Por qué nuevamente, oh hija de Zeus, que lleva la égida, has venido? ¿Acaso para
presenciar el ultraje que me infiere Agamenón Atrida? Pues te diré lo que me figuro que
va a ocurrir: Por su insolencia perderá pronto la vida.
206 Díjole a su vez Atenea, la diosa de ojos de lechuza:
207-Vengo del cielo para apaciguar tu cólera, si obedecieres; y me envía Hera, la diosa
de los níveos brazos, que os ama cordialmente a entrambos y por vosotros se interesa. Ea,
cesa de disputar, no desenvaines la espada a injúrialo de palabra como te parezca. Lo que
voy a decir se cumplirá: Por este ultraje se te ofrecerán un día triples y espléndidos presentes.
Domínate y obedécenos.
213 Y, contestándole, Aquiles, el de los pies ligeros, le dijo:
216 -Preciso es, oh diosa, hacer lo que mandáis, aunque el corazón esté muy irritado.
Proceder así es lo mejor. Quien a los dioses obedece es por ellos muy atendido.
219 Dijo; y puesta la robusta mano en el argénteo puño, envainó la enorme espada y no
desobedeció la orden de Atenea. La diosa regresó al Olimpo, al palacio en que mora
Zeus, que lleva la égida, entre las demás deidades.
223 El Pelida, no amainando en su cólera, denostó nuevamente al Atrida con injuriosas
voces:
225 -¡Ebrioso, que tienes ojos de perro y corazón de ciervo! Jamás te atreviste a tomar
las armas con la gente del pueblo para combatir, ni a ponerte en emboscada con los más
valientes aqueos: ambas cosas te parecen la muerte. Es, sin duda, mucho mejor arrebatar
los dones, en el vasto campamento de los aqueos, a quien te contradiga. Rey devorador de
tu pueblo, porque mandas a hombres abyectos...; en otro caso, Atrida, éste fuera tu último
ultraje. Otra cosa voy a decirte y sobre ella prestaré un gran juramento: Sí, por este cetro
que ya no producirá hojas ni ramos, pues dejó el tronco en la montaña; ni reverdecerá,
porque el bronce lo despojó de las hojas y de la corteza, y ahora lo empuñan los aqueos
que administran justicia y guardan las leyes de Zeus (grande será para ti este juramento):
algún día los aqueos todos echarán de menos a Aquiles, y tú, aunque te aflijas, no podrás
socorrerlos cuando muchos sucumban y perezcan a manos de Héctor, matador de
hombres. Entonces desgarrarás tu corazón, pesaroso por no haber honrado al mejor de los
aqueos.
245 Así dijo el Pelida; y, tirando a tierra el cetro tachonado con clavos de oro, tomó
asiento. El Atrida, en el opuesto lado, iba enfureciéndose. Pero levantóse Néstor, suave
en el hablar, elocuente orador de los pilios, de cuya boca las palabras fluían más dulces
que la miel -había visto perecer dos generaciones de hombres de voz articulada que
nacieron y se criaron con él en la divina Pilos y reinaba sobre la tercera-, y benévolo los
arengó diciendo:
254 -¡Oh dioses! ¡Qué motivo de pesar tan grande le ha llegado a la tierra aquea!
Alegrananse Príamo y sus hijos, y regocijaríanse los demás troyanos en su corazón, si
oyeran las palabras con que disputáis vosotros, los primeros de los dánaos así en el
consejo como en el combate. Pero dejaos convencer, ya que ambos sois más jóvenes que
yo. En otro tiempo traté con hombres aún más esforzados que vosotros, y jamás me
desdeñaron. No he visto todavía ni veré hombres como Pirítoo, Driante, pastor de
pueblos, Ceneo, Exadio, Polifemo, igual a un dios, y Teseo Egeida, que parecía un inmortal.
Criáronse éstos los más fuertes de los hombres; muy fuertes eran y con otros muy
fuertes combatieron: con los montaraces centauros, a quienes exterminaron de un modo
estupendo. Y yo estuve en su compañía -habiendo acudido desde Pilos, desde lejos, desde
esa apartada tierra, porque ellos mismos me llamaron- y combatí según mis fuerzas. Con
tales hombres no pelearía ninguno de los mortales que hoy pueblan la tierra; no obstante
lo cual, seguían mis consejos y escuchaban mis palabras. Prestadme también vosotros
obediencia, que es lo mejor que podéis hacer. Ni tú, aunque seas valiente, le quites la
joven, sino déjasela, puesto que se la dieron en recompensa los magnánimos aqueos; ni
tú, Pelida, quieras altercar de igual a igual con el rey, pues jamás obtuvo honra como la
suya ningún otro soberano que usara cetro y a quien Zeus diera gloria. Si tú eres más
esforzado, es porque una diosa te dio a luz; pero éste es más poderoso, porque reina sobre
mayor número de hombres. Atrida, apacigua tu cólera; yo te suplico que depongas la ira
contra Aquiles, que es para todos los aqueos un fuerte antemural en el pernicioso
combate.
285 Y, contestándole, el rey Agamenón le dijo:
286 -Sí, anciano, oportuno es cuanto acabas de decir. Pero este hombre quiere
sobreponerse a todos los demás; a todos quiere dominar, a todos gobernar, a todos dar
órdenes que alguien, creo, se negará a obedecer. Si los sempiternos dioses le hicieron
belicoso, ¿le permiten por esto proferir injurias?
292 Interrumpiéndole, exclamó el divino Aquiles:
293 -Cobarde y vil podría llamárseme si cediera en todo lo que dices; manda a otros, no
me des órdenes, pues yo no pienso ya obedecerte. Otra cosa te diré que fijarás en la
memoria: No he de combatir con estas manos por la joven ni contigo, ni con otro alguno,
pues al fin me quitáis lo que me disteis; pero, de lo demás que tengo junto a mi negra y
veloz embarcación, nada podrías llevarte tomándolo contra mi voluntad. Y si no, ea,
inténtalo, para que éstos se enteren también; y presto tu negruzca sangre brotará en torno
de mi lanza.
304 Después de altercar así con encontradas razones, se levantaron y disolvieron el
ágora que cerca de las naves aqueas se celebraba. Fuese el Pelida hacia sus tiendas y sus
bien proporcionados bajeles con el Menecíada y otros amigos; y el Atrida echó al mar
una velera nave, escogió veinte remeros, cargó las víctimas de la hecatombe para el dios,
y, conduciendo a Criseide, la de hermosas mejillas, la embarcó también; fue capitán el
ingenioso Ulises.
312 Así que se hubieron embarcado, empezaron a navegar por líquidos caminos. El
Atrida mandó que los hombres se purificaran, y ellos hicieron lustraciones, echando al
mar las impurezas, y sacrificaron junto a la orilla del estéril mar hecatombes perfectas de
toros y de cabras en honor de Apolo. El vapor de la grasa llegaba al cielo, enroscándose
alrededor del humo.
318 En tales cosas ocupábanse éstos en el ejército. Agamenón no olvidó la amenaza
que en la contienda había hecho a Aquiles, y dijo a Taltibio y Euríbates, sus heraldos y
diligentes servidores:
322 -Id a la tienda del Pelida Aquiles, y asiendo de la mano a Briseide, la de hermosas
mejillas, traedla acá, y, si no os la diere, ire yo mismo a quitársela, con más gente, y
todavía le será más duro.
326 Hablándoles de tal suerte y con altaneras voces, los despidió. Contra su voluntad
fuéronse los heraldos por la orilla del estéril mar, llegaron a las tiendas y naves de los
mirmidones, y hallaron al rey cerca de su tienda y de su negra nave. Aquiles, al verlos, no
se alegró. Ellos se turbaron, y, habiendo hecho una reverencia, paráronse sin decir ni
preguntar nada. Pero el héroe lo comprendió todo y dijo:
334 -¡Salud, heraldos, mensajeros de Zeus y de los hombres! Acercaos; pues para mí no
sois vosotros los culpables sino Agamenón, que os envía por la joven Briseide. ¡Ea, Patroclo,
del linaje de Zeus! Saca la joven y entrégasela para que se la lleven. Sed ambos
testigos ante los bienaventurados dioses, ante los mortales hombres y ante ese rey cruel,
si alguna vez tienen los demás necesidad de mí para librarse de funestas calamidades
porque él tiene el corazón poseído de furor y no sabe pensar a la vez en lo futuro y en lo
pasado, a fin de que los aqueos se salven combatiendo junto a las naves.
345 Así dijo. Patroclo, obedeciendo a su amigo, sacó de la tienda a Briseide, la de
hermosas mejillas, y la entregó para que se la llevaran. Partieron los heraldos hacia las
naves aqueas, y la mujer iba con ellos de mala gana. Aquiles rompió en llanto, alejóse de
los compañeros, y, sentándose a orillas del blanquecino mar con los ojos clavados en el
ponto inmenso y las manos extendidas, dirigió a su madre muchos ruegos:
352 -¡Madre! Ya que me pariste de corta vida, el olímpico Zeus altitonante debía
honrarme y no lo hace en modo alguno. El poderoso Agamenón Atrida me ha ultrajado,
pues tiene mi recompensa, que él mismo me arrebató.
357 Así dijo derramando lágrimas. Oyóle la veneranda madre desde el fondo del mar,
donde se hallaba junto al padre anciano, a inmediatamente emergió de las blanquecinas
ondas como niebla, sentóse delante de aquél, que derramaba lágrimas, acariciólo con la
mano y le habló de esta manera:
362 -¡Hijo! ¿Por qué lloras? ¿Qué pesar te ha llegado al alma? Habla; no me ocultes lo
que piensas, para que ambos lo sepamos.
364 Dando profundos suspiros, contestó Aquiles, el de los pies ligeros:
365 -Lo sabes. ¿A qué referirte lo que ya conoces? Fuimos a Teba, la sagrada ciudad de
Eetión; la saqueamos, y el botín que trajimos se lo distribuyeron equitativamente los
aqueos, separando para el Atrida a Criseide, la de hermosas mejillas. Luego Crises,
sacerdote de Apolo, el que hiere de lejos, deseando redimir a su hija, se presentó en las
veleras naves aqueas con un inmenso rescate y las ínfulas de Apolo, el que hiere de lejos,
que pendían de áureo cetro, en la mano; y suplicó a todos los aqueos, y particularmente a
los dos Atridas, caudillos de pueblos. Todos los aqueos aprobaron a voces que se
respetase al sacerdote y se admitiera el espléndido rescate; mas el Atrida Agamenón, a
quien no plugo el acuerdo, to despidió de mal modo y con altaneras voces. El anciano se
fue irritado; y Apolo, accediendo a sus ruegos, pues le era muy querido, tiró a los argivos
funesta saeta: morían los hombres unos en pos de otros, y las flechas del dios volaban por
todas partes en el vasto campamento de los aqueos. Un adivino bien enterado nos explicó
el vaticinio del que hiere de lejos, y yo fui el primero en aconsejar que se aplacara al dios.
El Atrida encendióse en ira; y, levantándose, me dirigió una amenaza que ya se ha
cumplido. A aquélla los aqueos de ojos vivos la conducen a Crisa en velera nave con
presentes para el dios; y a la hija de Briseo, que los aqueos me dieron, unos heraldos se la
han llevado ahora mismo de mi tienda. Tú, si puedes, socorre a tu buen hijo; ve al Olimpo
y ruega a Zeus, si alguna vez llevaste consuelo a su corazón con palabras o con obras.
Muchas veces, hallándonos en el palacio de mi padre, oí que te gloriabas de haber
evitado, tú sola entre los inmortales, una afrentosa desgracia al Cronida, el de las
sombrías pubes, cuando quisieron atarlo otros dioses olímpicos, Hera, Posidón y Palas
Atenea. Tú, oh diosa, acudiste y lo libraste de las ataduras, llamando en seguida al
espacioso Olimpo al centímano a quien los dioses nombran Briareo y todos los hombres
Egeón, el cual es superior en fuerza a su mismo padre, y se sentó entonces al lado de
Zeus, ufano de su gloria; temiéronlo los bienaventurados dioses y desistieron del
atamiento. Recuérdaselo, siéntate a su lado y abraza sus rodillas: quizás decida favorecer
a los troyanos y acorralar a los aqueos, que serán muertos entre las popas, cerca del mar;
para que todos disfruten de su rey y comprenda el poderoso Agamenón Atrida la falta que
ha cometido no honrando al mejor de los aqueos.
413 Respondióle en seguida Tetis, derramando lágrimas:
414 -¡Ay, hijo mío! ¿Por qué te he criado, si en hora aciaga te di a luz? ¡Ojalá
estuvieras en las naves sin llanto ni pena, ya que tu vida ha de ser corta, de no larga
duración! Ahora eres juntamente de breve vida y el más infortunado de todos. Con hado
funesto te parí en el palacio. Yo misma iré al nevado Olimpo y hablaré a Zeus, que se
complace en lanzar rayos, por si se deja convencer. Tú quédate en las naves de ligero
andar, conserva la cólera contra los aqueos y abstente por entero de combatir. Ayer se
marchó Zeus al Océano, al país de los probos etíopes, para asistir a un banquete, y todos
los dioses lo siguieron. De aquí a doce días volverá al Olimpo. Entonces acudiré a la
morada de Zeus, sustentada en bronce; le abrazaré las rodillas, y espero que lograré
persuadirlo.
428 Dichas estas palabras partió, dejando a Aquiles con el corazón irritado a causa de la
mujer de bella cintura que violentamente y contra su voluntad le habían arrebatado.
430 En tanto, Ulises llegaba a Crisa con las víctimas para la sagrada hecatombe.
Cuando arribaron al profundo puerto, amainaron las velas, guardándolas en la negra nave;
abatieron rápidamente por medio de cuerdas el mástil hasta la crujía, y llevaron la nave, a
fuerza de remos, al fondeadero. Echaron anclas y ataron las amarras, saltaron a la playa,
desembarcaron las víctimas de la hecatombe para Apolo, el que hiere de lejos, y Criseide
salió de la nave surcadora del ponto. El ingenioso Ulises llevó la doncella al altar y,
poniéndola en manos de su padre, dijo:
442 -¡Oh Crises! Envíame al rey de hombres, Agamenón, a traerte la hija y ofrecer en
favor de los dánaos una sagrada hecatombe a Febo, para que aplaquemos a este dios que
tan deplorables males ha causado a los argivos.
446 Habiendo hablado así, puso en sus manos la hija amada, que aquél recibió con
alegría. Acto continuo, ordenaron la sagrada hecatombe en torno del bien construido
altar, laváronse las manos y tomaron la mola. Y Crises oró en alta voz y con las manos
levantadas:
451 -¡Óyeme, tú que llevas arco de plata, proteges a Crisa y a la divina Cila a imperas
en Ténedos poderosamente! Me escuchaste cuando te supliqué, y, para honrarme, oprimiste
duramente al ejército aqueo; pues ahora cúmpleme este voto: ¡Aleja ya de los
dánaos la abominable peste!
457 Así dijo rogando, y Febo Apolo lo oyó. Hecha la rogativa y esparcida la mola,
cogieron las víctimas por la cabeza, que tiraron hacia atrás, y las degollaron y desollaron;
en seguida cortaron los muslos, y, después de pringarlos con gordura por uno y otro lado
y de cubrirlos con trozos de carne, el anciano los puso sobre la leña encendida y los roció
de vino tinto. Cerca de él, unos jóvenes tenían en las manos asadores de cinco puntas.
Quemados los muslos, probaron las entrañas, y, dividiendo lo restante en pedazos muy
pequeños, lo atravesaron con pinchos, lo asaron cuidadosamente y lo retiraron del fuego.
Terminada la faena y dispuesto el banquete, comieron, y nadie careció de su respectiva
porción. Cuando hubieron satisfecho el deseo de beber y de comer, los mancebos
coronaron de vino las crateras y lo distribuyeron a todos los presentes después de haber
ofrecido en copas las primicias. Y durante todo el día los aqueos aplacaron al dios con el
canto, entonando un hermoso peán a Apolo, el que hiere de lejos, que los oía con el
corazón complacido.
475 Cuando el sol se puso y sobrevino la noche, durmieron cerca de las amarras de la
nave. Mas, así que apareció la hija de la mañana, la Aurora de rosados dedos, hiciéronse a
la mar para volver al espacioso campamento aqueo, y Apolo, el que hiere de lejos, les
envió próspero viento. Izaron el mástil, descogieron las velas, que hinchó el viento, y las
purpúreas olas resonaban en torno de la quilla mientras la nave corría siguiendo su
rumbo. Una vez llegados al vasto campamento de los aqueos, sacaron la negra nave a sierra
firme y la pusieron en alto sobre la arena, sosteniéndola con grandes maderos. Y
luego se dispersaron por las tiendas y los bajeles.
488 El hijo de Peleo y descendiente de Zeus, Aquiles, el de los pies ligeros, seguía
irritado en las veleras naves, y ni frecuentaba el ágora donde los varones cobran fama, ni
cooperaba a la guerra; sino que consumía su corazón, permaneciendo en las naves, y
echaba de menos la gritería y el combate.
493 Cuando, después de aquel día, apareció la duodécima aurora, los sempiternos
dioses volvieron al Olimpo con Zeus a la cabeza. Tetis no olvidó entonces el encargo de
su hijo: saliendo de entre las olas del mar, subió muy de mañana al gran cielo y al
Olimpo, y halló al largovidente Cronida sentado aparte de los demás dioses en la más alta
de las muchas cumbres del monte. Acomodóse ante él, abrazó sus rodillas con la mano
izquierda, tocóle la barba con la derecha y dirigió esta súplica al soberano Zeus Cronión:
503 -¡Padre Zeus! Si alguna vez te fui útil entre los inmortales con palabras a obras,
cúmpleme este voto: Honra a mi hijo, el héroe de más breve vida, pues el rey de hombres,
Agamenón, lo ha ultrajado, arrebatándole la recompensa que todavía retiene. Véngalo tú,
próvido Zeus Olímpico, concediendo la victoria a los troyanos hasta que los aqueos den
satisfacción a mi hijo y lo colmen de honores.
511 Así dijo. Zeus, que amontona las nubes, nada contestó guardando silencio un buen
rato. Pero Tetis, que seguía como cuando abrazó sus rodillas, le suplicó de nuevo:
514 -Prométemelo claramente, asintiendo, o niégamelo -pues en ti no cabe el temorpara
que sepa cuán despreciada soy entre todas las deidades.
517 Zeus, que amontona las nubes, díjole afligidísimo:
518-¡Funestas acciones! Pues harás que me malquiste con Hera, cuando me zahiera con
injuriosas palabras. Sin motivo me riñe siempre ante los inmortales dioses, porque dice
que en las batallas favorezco a los troyanos. Pero ahora vete, no sea que Hera advierta
algo; yo me cuidaré de que esto se cumpla. Y si lo deseas, te haré con la cabeza la señal
de asentimiento para que tengas confianza. Éste es el signo más seguro, irrevocable y
veraz para los inmortales; y no deja de efectuarse aquello a que asiento con la cabeza.
528 Dijo el Cronida, y bajó las negras cejas en señal de asentimiento; los divinos
cabellos se agitaron en la cabeza del soberano inmortal, y a su intlujo estremecióse el
dilatado Olimpo.
531 Después de deliberar así, se separaron: ella saltó al profundo mar desde el
resplandeciente Olimpo, y Zeus volvió a su palacio. Todos los dioses se levantaron al ver
a su padre, y ninguno aguardó que llegara, sino que todos salieron a su encuentro.
Sentóse Zeus en el trono; y Hera, que, por haberlo visto, no ignoraba que Tetis, la de
argénteos pies, hija del anciano del mar, con él había departido, dirigió al momento
injuriosas palabras a Zeus Cronida:
540 -¿Cuál de las deidades, oh doloso, ha conversado contigo? Siempre te es grato,
cuando estás lejos de mí, pensar y resolver algo secretamente, y jamás te has dignado
decirme una sola palabra de to que acuerdas.
544 Respondióle el padre de los hombres y de los dioses:
545 -¡Hera! No esperes conocer todas mis decisiones, pues te resultará difícil aun
siendo mi esposa. Lo que pueda decirse, ningún dios ni hombre lo sabrá antes que tú;
pero lo que quiera resolver sin contar con los dioses, no lo preguntes ni procures
averiguarlo.
551 Replicó en seguida Hera veneranda, la de ojos de novilla:
552 -¡Terribilísimo Cronida, qué palabras proferiste! No será mucho lo que te haya
preguntado o querido averiguar, puesto que muy tranquilo meditas cuanto te place. Mas
ahora mucho recela mi corazón que te haya seducido Tetis, la de argénteos pies, hija del
anciano del mar. A1 amanecer el día sentóse cerca de ti y abrazó tus rodillas; y pienso
que le habrás prometido, asintiendo, honrar a Aquiles y causar gran matanza junto a las
naves aqueas.
560 Y contestándole, Zeus, que amontona las nubes, le dijo:
561 -¡Ah, desdichada! Siempre sospechas y de ti no me oculto. Nada, empero, podrás
conseguir sino alejarte de mi corazón; lo cual todavía te será más duro. Si es cierto lo que
sospechas, así debe de serme grato. Pero siéntate en silencio y obedece mis palabras. No
sea que no te valgan cuantos dioses hay en el Olimpo, acercándose a ti, cuando te ponga
encima mis invictas manos.
569 Así dijo. Temió Hera veneranda, la de ojos de novilla, y, refrenando el coraje,
sentóse en silencio. Indignáronse en el palacio de Zeus los dioses celestiales. Y Hefesto,
el ilustre artífice, comenzó a arengarlos para consolar a su madre Hera, la de los níveos
brazos:
573 -Funesto a insoportable será lo que ocurra, si vosotros disputáis así por los mortales
y promovéis alborotos entre los dioses; ni siquiera en el banquete se hallará placer
alguno, porque prevalece lo peor. Yo aconsejo a mi madre, aunque ya ella tiene juicio,
que obsequie al padre querido, a Zeus, para que no vuelva a reñirla y a turbarnos el festín.
Pues, si el Olímpico fulminador quiere echarnos del asiento... nos aventaja mucho en
poder. Pero halágalo con palabras cariñosas y en seguida el Olímpico nos será propicio.
584 De este modo habló y, tomando una copa de doble asa, ofrecióla a su madre,
diciendo:
586 -Sufre, madre mía, y sopórtalo todo, aunque estés afligida; que a ti, tan querida, no
lo vean mis ojos apaleada sin que pueda socorrerte, porque es difícil contrarrestar al
Olímpico. Ya otra vez que quise defenderte me asió por el pie y me arrojó de los divinos
umbrales. Todo el día fui rodando y a la puesta del sol caí en Lemnos. Un poco de vida
me quedaba y los sinties me recogieron tan pronto como hube caído.
595 Así dijo. Sonrióse Hera, la diosa de los níveos brazos; y, sonriente aún, tomó la
copa que su hijo le presentaba. Hefesto se puso a escanciar dulce néctar para las otras
deidades, sacándolo de la cratera; y una risa inextinguible se alzó entre los
bienaventurados dioses viendo con qué afán los servía en el palacio.
601 Todo el día, hasta la puesta del sol, celebraron el festín; y nadie careció de su
respectiva porción, ni faltó la hermosa cítara que tañía Apolo, ni las Musas que con linda
voz cantaban alternando.
605 Mas, cuando la fúlgida luz del sol llegó al ocaso, los dioses fueron a recogerse a
sus respectivos palacios, que había construido Hefesto, el ilustre cojo de ambos pies, con
sabia inteligencia. Zeus olímpico, fulminador, se encaminó al lecho donde acostumbraba
dormir cuando el dulce sueño le vencía. Subió y acostóse; y a su lado descansó Hera, la
de áureo trono.