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viernes, 21 de noviembre de 2014

Horacio Quiroga - Las moscas

Al rozar el monte, los hombres tumbaron el año anterior este árbol, cuyo tronco yace en toda su extensión aplastado contra el suelo. Mientras sus compañeros han perdido gran parte de la corteza en el incendio del rozado, aquél conserva la suya casi intacta. Apenas si a todo lo largo una franja carbonizada habla muy claro de la acción del fuego.
Esto era el invierno pasado. Han transcurrido cuatro meses. En medio del rozado perdido por la sequía, el árbol tronchado yace siempre en un páramo de cenizas. Sentado contra el tronco, el dorso apoyado en él, me hallo también inmóvil. En algún punto de la espalda tengo la columna vertebral rota. He caído allí mismo, después de tropezar sin suerte contra un raigón. Tal como he caído, permanezco sentado -quebrado, mejor dicho- contra el árbol.
Desde hace un instante siento un zumbido fijo -el zumbido de la lesión medular- que lo inunda todo, y en el que mi aliento parece defluirse. No puedo ya mover las manos, y apenas si uno que otro dedo alcanza a remover la ceniza.
Clarísima y capital, adquiero desde este instante mismo la certidumbre de que a ras del suelo mi vida está aguardando la instantaneidad de unos segundos para extinguirse de una vez.
Esta es la verdad. Como ella, jamás se ha presentado a mi mente una más rotunda. Todas las otras flotan, danzan en una como reverberación lejanísima de otro yo, en un pasado que tampoco me pertenece. La única percepción de mi existir, pero flagrante como un gran golpe asestado en silencio, es que de aquí a un instante voy a morir.
¿Pero cuándo? ¿Qué segundos y qué instantes son éstos en que esta exasperada conciencia de vivir todavía dejará paso a un sosegado cadáver?
Nadie se acerca en este rozado: ningún pique de monte lleva hasta él desde propiedad alguna. Para el hombre allí sentado, como para el tronco que lo sostiene, las lluvias se sucederán mojando corteza y ropa, y los soles secarán líquenes y cabellos, hasta que el monte rebrote y unifique árboles y potasa, huesos y cuero de calzado.
¡Y nada, nada en la serenidad del ambiente que denuncie y grite tal acontecimiento! Antes bien, a través de los troncos y negros gajos del rozado, desde aquí o allá, sea cual fuere el punto de observación, cualquiera puede contemplar con perfecta nitidez al hombre cuya vida está a punto de detenerse sobre la ceniza, atraída como un péndulo por ingente gravedad: tan pequeño es el lugar que ocupa en el rozado y tan clara su situación: se muere.
Esta es la verdad. Mas para la oscura animalidad resistente, para el latir y el alentar amenazados de muerte, ¿qué vale ella ante la bárbara inquietud del instante preciso en que este resistir de la vida y esta tremenda tortura psicológica estallarán como un cohete, dejando por todo residuo un ex hombre con el rostro fijo para siempre adelante?
El zumbido aumenta cada vez más. Ciérnese ahora sobre mis ojos un velo de densa tiniebla en que se destacan rombos verdes. Y en seguida veo la puerta amurallada de un zoco marroquí, por una de cuyas hojas sale a escape una tropilla de potros blancos, mientras por la otra entra corriendo una teoría de hombres decapitados.
Quiero cerrar los ojos, y no lo consigo ya. Veo ahora un cuartito de hospital, donde cuatro médicos amigos se empeñan en convencerme de que no voy a morir. Yo los observo en silencio, y ellos se echan a reír, pues siguen mi pensamiento.
-Entonces -dice uno de aquéllos -no le queda más prueba de convicción que la jaulita de moscas. Yo tengo una.
-¿Moscas?…
-Sí -responde-, moscas verdes de rastreo. Usted no ignora que las moscas verdes olfatean la descomposición de la carne mucho antes de producirse la defunción del sujeto. Vivo aún el paciente, ellas acuden, seguras de su presa. Vuelan sobre ella sin prisa mas sin perderla de vista, pues ya han olido su muerte. Es el medio más eficaz de pronóstico que se conozca. Por eso yo tengo algunas de olfato afinadísimo por la selección, que alquilo a precio módico. Donde ellas entran, presa segura. Puedo colocarlas en el corredor cuando usted quede solo, y abrir la puerta de la jaulita que, dicho sea de paso, es un pequeño ataúd. A usted no le queda más tarea que atisbar el ojo de la cerradura. Si una mosca entra y la oye usted zumbar, esté seguro de que las otras hallarán también el camino hasta usted. Las alquilo a precio módico.
¿Hospital…? Súbitamente el cuartito blanqueado, el botiquín, los médicos y su risa se desvanecen en un zumbido…
Y bruscamente, también, se hace en mí la revelación. ¡Las moscas!
Son ellas las que zumban. Desde que he caído han acudido sin demora. Amodorradas en el monte por el ámbito de fuego, las moscas han tenido, no sé cómo, conocimiento de una presa segura en la vecindad. Han olido ya la próxima descomposición del hombre sentado, por caracteres inapreciables para nosotros, tal vez en la exhalación a través de la carne de la médula espinal cortada. Han acudido sin demora y revolotean sin prisa, midiendo con los ojos las proporciones del nido que la suerte acaba de deparar a sus huevos.
El médico tenía razón. No puede ser su oficio más lucrativo.
Mas he aquí que esta ansia desesperada de resistir se aplaca y cede el paso a una beata imponderabilidad. No me siento ya un punto fijo en la tierra, arraigado a ella por gravísima tortura. Siento que fluye de mí como la vida misma, la ligereza del vaho ambiente, la luz del sol, la fecundidad de la hora. Libre del espacio y el tiempo, puedo ir aquí, allá, a este árbol, a aquella liana. Puedo ver, lejanísimo ya, como un recuerdo de remoto existir, puedo todavía ver, al pie de un tronco, un muñeco de ojos sin parpadeo, un espantapájaros de mirar vidrioso y piernas rígidas. Del seno de esta expansión, que el sol dilata desmenuzando mi conciencia en un billón de partículas, puedo alzarme y volar, volar…
Y vuelo, y me poso con mis compañeras sobre el tronco caído, a los rayos del sol que prestan su fuego a nuestra obra de renovación vital.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Horacio Quiroga - Manual del perfecto cuentista

Una larga frecuentación de personas dedicadas entre nosotros a escribir cuentos, y alguna experiencia personal al respecto, me han sugerido más de una vez la sospecha de si no hay, en el arte de escribir cuentos, algunos trucos de oficio, algunas recetas de cómodo uso y efecto seguro, y si no podrían ellos ser formulados para pasatiempo de las muchas personas cuyas ocupaciones serias no les permiten perfeccionarse en una profesión mal retribuida por lo general y no siempre bien vista.
Esta frecuentación de los cuentistas, los comentarios oídos, el haber sido confidente de sus luchas, inquietudes y desesperanzas, han traído a mi ánimo la convicción de que, salvo contadas excepciones en que un cuento sale bien sin recurso alguno, todos los restantes se realizan por medio de recetas o trucos de procedimiento al alcance de todos, siempre, claro está, que se conozcan su ubicación y su fin.
Varios amigos me han alentado a emprender este trabajo, que podríamos llamar de divulgación literaria, si lo de literario no fuera un término muy avanzado para una anagnosia elemental.
Un día, pues, emprenderé esta obra altruista, por cualquiera de sus lados, y piadosa, desde otros puntos de vista.
Hoy apuntaré algunos de los trucos que me han parecido hallarse más a flor de ojo. Hubiera sido mi deseo citar los cuentos nacionales cuyos párrafos extracto más adelante. Otra vez será. Contentémonos por ahora con exponer tres o cuatro recetas de las más usuales y seguras, convencidos de que ellas facilitarán la práctica cómoda y casera de lo que se ha venido a llamar el más difícil de los géneros literarios.
Comenzaremos por el final. Me he convencido de que, del mismo modo que en el soneto, el cuento empieza por el fin. Nada en el mundo parecería más fácil que hallar la frase final para una historia que, precisamente, acaba de concluir. Nada, sin embargo, es más difícil.
Encontré una vez a un amigo mío, excelente cuentista, llorando, de codos sobre un cuento que no podía terminar. Faltábale sólo la frase final. Pero no la veía, sollozaba, sin lograr verla así tampoco.
He observado que el llanto sirve por lo general en literatura para vivir el cuento, al modo ruso; pero no para escribirlo. Podría asegurarse a ojos cerrados que toda historia que hace sollozar a su autor al escribirla, admite matemáticamente esta frase final:
"¡Estaba muerta!"
Por no recordarla a tiempo su autor, hemos visto fracasar más de un cuento de gran fuerza. El artista muy sensible debe tener siempre listos, cómo lágrimas en la punta de su lápiz, los admirativos.
Las frases breves son indispensables para finalizar los cuentos de emoción recóndita o contenida. Una de ellas es:
"Nunca volvieron a verse".
Puede ser más contenida aun:
"Sólo ella volvió el rostro".
Y cuando la amargura y un cierto desdén superior priman en el autor, cabe esta sencilla frase:
"Y así continuaron viviendo".
Otra frase de espíritu semejante a la anterior, aunque más cortante de estilo:
"Fue lo que hicieron".
Y ésta, por fin, que por demostrar gran dominio de sí e irónica suficiencia en el género, no recomendaría a los principiantes:
"El cuento concluye aquí. Lo demás, apenas si tiene importancia para los personajes".
Esto no obstante, existe un truco para finalizar un cuento, que no es precisamente final, de gran efecto siempre y muy grato a los prosistas que escriben también en verso. Es este el truco del "leitmotiv".
Final: "Allá a lo lejos, tras el negro páramo calcinado, el fuego apagaba sus últimas llamas..."
Comienzo del cuento: "Silbando entre las pajas, el fuego invadía el campo, levantando grandes llamaradas. La criatura dormía..."
De mis muchas y prolijas observaciones, he deducido que el comienzo del cuento no es, como muchos desean creerlo, una tarea elemental. "Todo es comenzar". Nada más cierto, pero hay que hacerlo. Para comenzar se necesita, en el noventa y nueve por ciento de los casos, saber a dónde se va. "La primera palabra de un cuento -se ha dicho- debe ya estar escrita con miras al final".
De acuerdo con este canon, he notado que el comienzo exabrupto, como si ya el lector conociera parte de la historia que le vamos a narrar, proporciona al cuento insólito vigor. Y he notado asimismo que la iniciación con oraciones complementarias favorece grandemente estos comienzos. Un ejemplo:
"Como Elena no estaba dispuesta a concederlo, él, después de observarla fríamente, fue a coger su sombrero. Ella, por todo comentario, se encogió de hombros".
Yo tuve siempre la impresión de que un cuento comenzado así tiene grandes posibilidades de triunfar. ¿Quién era Elena? Y él, ¿cómo se llamaba? ¿Qué cosa no le concedió Elena? ¿Qué motivos tenía él para pedírselo? ¿Y por qué observó fríamente a Elena, en vez de hacerlo furiosamente, como era lógico de esperar?
Véase todo lo que del cuento se ignora. Nadie lo sabe. Pero la atención del lector ya ha sido cogida por sorpresa, y esto constituye un desiderátum, en el arte de contar.
He anotado algunas variantes a este truco de las frases secundarias. De óptimo efecto suele ser el comienzo condicional:
"De haberla conocido a tiempo, el diputado hubiera ganado un saludo, y la reelección. Pero perdió ambas cosas".
A semejanza del ejemplo anterior, nada sabemos de estos personajes presentados como ya conocidos nuestros, ni de quién fuera tan influyente dama a quien el diputado no reconoció. El truco del interés está, precisamente, en ello.
"Como acababa de llover, el agua goteaba aún por los cristales. Y el seguir las líneas con el dedo fue la diversión mayor que desde su matrimonio hubiera tenido la recién casada".
Nadie supone que la luna de miel pueda mostrarse tan parca de dulzura al punto de hallarla por fin a lo largo de un vidrio en una tarde de lluvia.
De estas pequeñas diabluras está constituido el arte de contar. En un tiempo se acudió a menudo, como a un procedimiento eficacísimo, al comienzo del cuento en diálogo. Hoy el misterio del diálogo se ha desvanecido del todo. Tal vez dos o tres frases agudas arrastren todavía; pero si pasan de cuatro el lector salta en seguida. "No cansar". Tal es, a mi modo de ver, el apotegma inicial del perfecto cuentista. El tiempo es demasiado breve en esta miserable vida para perdérselo de un modo más miserable aún.
De acuerdo con mis impresiones tomadas aquí y allá, deduzco que el truco más eficaz (o eficiente, como se dice en la Escuela Normal), se lo halla en el uso de dos viejas fórmulas abandonadas, y a las que en un tiempo, sin embargo, se entregaron con toda su buena fe los viejos cuentistas. Ellas son:
"Era una hermosa noche de primavera" y "Había una vez..."
¿Qué intriga nos anuncian estos comienzos? ¿Qué evocaciones más insípidas, a fuerza de ingenuas, que las que despiertan estas dos sencillas y calmas frases? Nada en nuestro interior se violenta con ellas. Nada prometen ni nada sugieren a nuestro instinto adivinatorio. Puédese, sin embargo, confiar en su éxito... si el resto vale. Después de meditarlo mucho, no he hallado a ambas recetas más que un inconveniente: el de despertar terriblemente la malicia de los cultores del cuento. Esta malicia profesional es la misma con que se acogería el anuncio de un hombre al que se dispusiera a revelar la belleza de una dama vulgarmente encubierta: "¡Cuidado! ¡Es hermosísima!"
Existe un truco singular, poco practicado, y, sin embargo, lleno de frescura cuando se lo usa con mala fe.
Este truco es el del lugar común. Nadie ignora lo que es en literatura el lugar común. "Pálido como la muerte" y "Dar la mano derecha por obtener algo" son dos bien característicos.
Llamamos lugar común de buena fe al que se comete arrastrado inconscientemente por el más puro sentimiento artístico; esta pureza de arte que nos lleva a loar en verso el encanto de las grietas de los ladrillos del andén de la estación del pueblecito de Cucullú, y la impresión sufrida por estos mismos ladrillos el día que la novia de nuestro amigo, a la que sólo conocíamos de vista, por casualidad los pisó.
Esta es la buena fe. La mala fe se reconoce en la falta de correlación entre la frase hecha y el sentimiento o circunstancia que la inspiran.
Ponerse pálido como la muerte ante el cadáver de la novia es un lugar común. Deja de serlo cuando al ver perfectamente viva a la novia de nuestro amigo, palidecemos hasta la muerte.
"Yo insistía en quitarle el lodo de los zapatos. Ella, riendo, se negaba. Y, con un breve saludo, saltó al tren, enfangada hasta el tobillo. Era la primera vez que yo la veía; no me había seducido, ni interesado, ni he vuelto más a verla. Pero lo que ella ignora es que, en aquel momento, yo hubiera dado con gusto la mano derecha por quitarle el barro de los zapatos".
Es natural y propio de un varón perder su mano por un amor, una vida o un beso. No lo es ya tanto darla por ver de cerca los zapatos de una desconocida. Sorprende la frase fuera de su ubicación psicológica habitual; y aquí está la mala fe.
El tiempo es breve. No son pocos los trucos que quedan por examinar. Creo firmemente que si añadimos a los ya estudiados el truco de la contraposición de adjetivos, el del color local, el truco de las ciencias técnicas, el del estilista sobrio, el del folklore, y algunos más que no escapan a la malicia de los colegas, facilitarán todos ellos en gran medida la confección casera, rápida y sin fallas, de nuestros mejores cuentos nacionales...

Horacio Quiroga - La retórica del cuento

En estas mismas columnas, solicitado cierta vez por algunos amigos de la infancia que deseaban escribir cuentos sin las dificultades inherentes por común a su composición, expuse unas cuantas reglas y trucos, que, por haberme servido satisfactoriamente en más de una ocasión, sospeché podrían prestar servicios de verdad a aquellos amigos de la niñez.Animado por el silencio -en literatura el silencio es siempre animador- en que había caído mi elemental anagnosia del oficio, completéla con una nueva serie de trucos eficaces y seguros, convencido de que uno por lo menos de los infinitos aspirantes al arte de escribir, debía de estar gestando en las sombras un cuento revelador.
Ha pasado el tiempo. Ignoro todavía si mis normas literarias prestaron servicios. Una y otra serie de trucos anotados con más humor que solemnidad llevaban el título común deManual del perfecto cuentista.
Hoy se me solicita de nuevo, pero esta vez con mucha más seriedad que buen humor. Se me pide primeramente una declaración firme y explícita acerca del cuento. Y luego, una fórmula eficaz para evitar precisamente escribirlos en la forma ya desusada que con tan pobre éxito absorbió nuestras viejas horas.
Como se ve, cuanto era de desenfadada y segura mi posición al divulgar los trucos del perfecto cuentista, es de inestable mi situación presente. Cuanto sabía yo del cuento era un error. Mi conocimiento indudable del oficio, mis pequeñas trampas más o menos claras, sólo han servido para colocarme de pie, desnudo y aterido como una criatura, ante la gesta de una nueva retórica del cuento que nos debe amamantar.
“Una nueva retórica...” No soy el primero en expresar así los flamantes cánones. No está en juego con ellos nuestra vieja estética, sino una nueva nomenclatura. Para orientarnos en su hallazgo, nada más útil que recordar lo que la literatura de ayer, la de hace diez siglos y la de los primeros balbuceos de la civilización, han entendido por cuento.
El cuento literario, nos dice aquélla, consta de los mismos elementos sucintos que el cuento oral, y es como éste el relato de una historia bastante interesante y suficientemente breve para que absorba toda nuestra atención.
Pero no es indispensable, adviértenos la retórica, que el tema a contra constituya una historia con principio, medio y fin. Una escena trunca, un incidente, una simple situación sentimental, moral o espiritual, poseen elementos de sobra para realizar con ellos un cuento.
Tal vez en ciertas épocas la historia total -lo que podríamos llamar argumento- fue inherente al cuento mismo. “¡Pobre argumento! -decíase-. ¡Pobre cuento!” Más tarde, con la historia breve, enérgica y aguda de un simple estado de ánimo, los grandes maestros del género han creado relatos inmortales.
En la extensión sin límites del tema y del procedimiento en el cuento, dos calidades se han exigido siempre: en el autor, el poder de transmitir vivamente y sin demoras sus impresiones; y en la obra, la soltura, la energía y la brevedad del relato, que la definen.
Tan específicas son estas cualidades, que desde las remotas edades del hombre, y a través de las más hondas convulsiones literarias, el concepto del cuento no ha variado. Cuando el de los otros géneros sufría según las modas del momento, el cuento permaneció firme en su esencia integral. Y mientras la lengua humana sea nuestro preferido vehículo de expresión, el hombre contará siempre, por ser el cuento la forma natural, normal e irreemplazable de contar.
Extendido hasta la novela, el relato puede sufrir en su estructura. Constreñido en su enérgica brevedad, el cuento es y no puede ser otra cosa que lo que todos, cultos e ignorantes, entendemos por tal.
Los cuentos chinos y persas, los grecolatinos, los árabes de las Mil y una noches, los del Renacimiento italiano, los de Perrault, de Hoffmann, de Poe, de Merimée de Bret-Harte, de Verga, de Chejov, de Maupassant, de Kipling, todos ellos son una sola y misma cosa en su realización. Pueden diferenciarse unos de otros como el sol y la luna. Pero el concepto, el coraje para contar, la intensidad, la brevedad, son los mismos en todos los cuentistas de todas las edades.
Todos ellos poseen en grado máximo la característica de entrar vivamente en materia. Nada más imposible que aplicarles las palabras: “Al grano, al grano...” con que se hostiga a un mal contador verbal. El cuentista que “no dice algo”, que nos hace perder el tiempo, que lo pierde él mismo en divagaciones superfluas, puede verse a uno y otro lado buscando otra vocación. Ese hombre no ha nacido cuentista.
Pero ¿si esas divagaciones, digresiones y ornatos sutiles, poseen en sí mismos elementos de gran belleza? ¿Si ellos solos, mucho más que el cuento sofocado, realizan una excelsa obra de arte?
Enhorabuena, responde la retórica. Pero no constituyen un cuento. Esas divagaciones admirables pueden lucir en un artículo, en una fantasía, en un cuadro, en un ensayo, y con seguridad en una novela. En el cuento no tienen cabida, ni mucho menos pueden constituirlo por sí solas.
Mientras no se cree una nueva retórica, concluye la vieja dama, con nuevas formas de la poesía épica, el cuento es y será lo que todos, grandes y chicos, jóvenes y viejos, muertos y vivos, hemos comprendido por tal. Puede el futuro nuevo género ser superior, por sus caracteres y sus cultores, al viejo y sólido afán de contar que acucia al ser humano. Pero busquémosle otro nombre.
Tal es la cuestión. Queda así evacuada, por boca de la tradición retórica, la consulta que se me ha hecho.
En cuanto a mí, a mi desventajosa manía de entender el relato, creo sinceramente que es tarde ya para perderla. Pero haré cuanto esté en mí para no hacerlo peor.

Horacio Quiroga - La insolación

El cachorro Old salió por la puerta y atravesó el patio con paso recto y perezoso. Se detuvo en la linde del pasto, estiró al monte, entrecerrando los ojos, la nariz vibrátil, y se sentó tranquilo. Veía la monótona llanura del Chaco, con sus alternativas de campo y monte, monte y campo, sin más color que el crema del pasto y el negro del monte. Éste cerraba el horizonte, a doscientos metros, por tres lados de la chacra. Hacia el Oeste el campo se ensanchaba y extendía en abra, pero que la ineludible línea sombría enmarcaba a lo lejos.
A esa hora temprana, el confín, ofuscante de luz a mediodía, adquiría reposada nitidez. No había una nube ni un soplo de viento. Bajo la calma del cielo plateado el campo emanaba tónica frescura que traía al alma pensativa, ante la certeza de otro día de seca, melancolías de mejor compensado trabajo.
Milk, el padre del cachorro, cruzó a la vez el patio y se sentó al lado de aquél, con perezoso quejido de bienestar. Ambos permanecían inmóviles, pues aún no había moscas.
Old, que miraba hacía rato a la vera del monte, observó:
-La mañana es fresca.
Milk siguió la mirada del cachorro y quedó con la vista fija, parpadeando distraído. Después de un rato dijo:
-En aquel árbol hay dos halcones.
Volvieron la vista indiferente a un buey que pasaba y continuaron mirando por costumbre las cosas.
Entretanto, el Oriente comenzaba a empurpurarse en abanico, y el horizonte había perdido ya su matinal precisión. Milk cruzó las patas delanteras y al hacerlo sintió un leve dolor. Miró sus dedos sin moverse, decidiéndose por fin a olfatearlos. El día anterior se había sacado un pique, y en recuerdo de lo que había sufrido lamió extensamente el dedo enfermo.
-No podía caminar -exclamó en conclusión.
Old no comprendió a qué se refería. Milk agregó:
-Hay muchos piques.
Esta vez el cachorro comprendió. Y repuso por su cuenta, después de largo rato:
-Hay muchos piques.
Uno y otro callaron de nuevo, convencidos.
El sol salió, y en el primer baño de su luz, las pavas del monte lanzaron al aire puro el tumultuoso trompeteo de su charanga. Los perros, dorados al sol oblicuo, entornaron los ojos, dulcificando su molicie en beato pestañeo. Poco a poco la pareja aumentó con la llegada de los otros compañeros: Dick, el taciturno preferido; Prince, cuyo labio superior, partido por un coatí, dejaba ver los dientes, e Isondú, de nombre indígena. Los cinco foxterriers, tendidos y beatos de bienestar, durmieron.
Al cabo de una hora irguieron la cabeza; por el lado opuesto del bizarro rancho de dos pisos -el inferior de barro y el alto de madera, con corredores y baranda de chalet-, habían sentido los pasos de su dueño, que bajaba la escalera. Míster Jones, la toalla al hombro, se detuvo un momento en la esquina del rancho y miró el sol, alto ya. Tenía aún la mirada muerta y el labio pendiente tras su solitaria velada de whisky, más prolongada que las habituales.
Mientras se lavaba, los perros se acercaron y le olfatearon las botas, meneando con pereza el rabo. Como las fieras amaestradas, los perros conocen el menor indicio de borrachera en su amo. Alejáronse con lentitud a echarse de nuevo al sol. Pero el calor creciente les hizo presto abandonar aquél por la sombra de los corredores.
El día avanzaba igual a los precedentes de todo ese mes: seco, límpido, con catorce horas de sol calcinante que parecía mantener el cielo en fusión, y que en un instante resquebrajaba la tierra mojada en costras blanquecinas. Míster Jones fue a la chacra, miró el trabajo del día anterior y retornó al rancho. En toda esa mañana no hizo nada. Almorzó y subió a dormir la siesta.
Los peones volvieron a las dos a la carpición, no obstante la hora de fuego, pues los yuyos no dejaban el algodonal. Tras ellos fueron los perros, muy amigos del cultivo desde el invierno pasado, cuando aprendieron a disputar a los halcones los gusanos blancos que levantaba el arado. Cada perro se echó bajo un algodonero, acompañando con su jadeo los golpes sordos de la azada.
Entretanto el calor crecía. En el paisaje silencioso y encegueciente de sol, el aire vibraba a todos lados, dañando la vista. La tierra removida exhalaba vaho de horno, que los peones soportaban sobre la cabeza, envuelta hasta las orejas en el flotante pañuelo, con el mutismo de sus trabajos de chacra. Los perros cambiaban a cada rato de planta, en procura de más fresca sombra. Tendíanse a lo largo, pero la fatiga los obligaba a sentarse sobre las patas traseras, para respirar mejor.
Reverberaba ahora adelante de ellos un pequeño páramo de greda que ni siquiera se había intentado arar. Allí, el cachorro vio de pronto a Míster Jones que lo miraba fijamente, sentado sobre un tronco. Old se puso en pie meneando el rabo. Los otros levantáronse también, pero erizados.
-Es el patrón -dijo el cachorro, sorprendido de la actitud de aquéllos.
-No, no es él -replicó Dick.
Los cuatro perros estaban apiñados gruñendo sordamente, sin apartar los ojos de míster Jones, que continuaba inmóvil, mirándolos. El cachorro, incrédulo, fue a avanzar, pero Prince le mostró los dientes:
-No es él, es la Muerte.
El cachorro se erizó de miedo y retrocedió al grupo.
-¿Es el patrón muerto? -preguntó ansiosamente. Los otros, sin responderle, rompieron a ladrar con furia, siempre en actitud temerosa. Pero míster Jones se desvanecía ya en el aire ondulante.
Al oír los ladridos, los peones habían levantado la vista, sin distinguir nada. Giraron la cabeza para ver si había entrado algún caballo en la chacra, y se doblaron de nuevo.
Los foxterriers volvieron al paso al rancho. El cachorro, erizado aún, se adelantaba y retrocedía con cortos trotes nerviosos, y supo de la experiencia de sus compañeros que cuando una cosa va a morir, aparece antes.
-¿Y cómo saben que ése que vimos no era el patrón vivo? -preguntó.
-Porque no era él -le respondieron displicentes.
¡Luego la Muerte, y con ella el cambio de dueño, las miserias, las patadas, estaba sobre ellos! Pasaron el resto de la tarde al lado de su patrón, sombríos y alerta. Al menor ruido gruñían, sin saber hacia dónde.
Por fin el sol se hundió tras el negro palmar del arroyo, y en la calma de la noche plateada los perros se estacionaron alrededor del rancho, en cuyo piso alto míster Jones recomenzaba su velada de whisky. A media noche oyeron sus pasos, luego la caída de las botas en el piso de tablas, y la luz se apagó. Los perros, entonces, sintieron más el próximo cambio de dueño, y solos al pie de la casa dormida, comenzaron a llorar. Lloraban en coro, volcando sus sollozos convulsivos y secos, como masticados, en un aullido de desolación, que la voz cazadora de Prince sostenía, mientras los otros tomaban el sollozo de nuevo. El cachorro sólo podía ladrar. La noche avanzaba, y los cuatro perros de edad, agrupados a la luz de la luna, el hocico extendido e hinchado de lamentos -bien alimentados y acariciados por el dueño que iban a perder-, continuaban llorando a lo alto su doméstica miseria.
A la mañana siguiente míster Jones fue él mismo a buscar las mulas y las unció a la carpidora, trabajando hasta las nueve. No estaba satisfecho, sin embargo. Fuera de que la tierra no había sido nunca bien rastreada, las cuchillas no tenían filo, y con el paso rápido de las mulas, la carpidora saltaba. Volvió con ésta y afiló sus rejas; pero un tornillo en que ya al comprar la máquina había notado una falla, se rompió al armarla. Mandó un peón al obraje próximo, recomendándole cuidara del caballo, un buen animal, pero asoleado. Alzó la cabeza al sol fundente de mediodía, e insistió en que no galopara ni un momento. Almorzó en seguida y subió. Los perros, que en la mañana no habían dejado un segundo a su patrón, se quedaron en los corredores.
La siesta pesaba, agobiada de luz y silencio. Todo el contorno estaba brumoso por las quemazones. Alrededor del rancho la tierra blanquizca del patio, deslumbraba por el sol a plomo, parecía deformarse en trémulo hervor, que adormecía los ojos parpadeantes de los foxterriers.
-No ha aparecido más -dijo Milk.
Old, al oír aparecido, levantó vivamente las orejas. Incitado por la evocación el cachorro se puso en pie y ladró, buscando a qué. Al rato calló, entregándose con sus compañeros a su defensiva cacería de moscas.
-No vino más -agregó Isondú.
-Había una lagartija bajo el raigón -recordó por primera vez Prince.
Una gallina, el pico abierto y las alas apartadas del cuerpo, cruzó el patio incandescente con su pesado trote de calor. Prince la siguió perezosamente con la vista y saltó de golpe.
-¡Viene otra vez! -gritó.
Por el norte del patio avanzaba solo el caballo en que había ido el peón. Los perros se arquearon sobre las patas, ladrando con furia a la Muerte, que se acercaba. El caballo caminaba con la cabeza baja, aparentemente indeciso sobre el rumbo que debía seguir. Al pasar frente al rancho dio unos cuantos pasos en dirección al pozo, y se desvaneció progresivamente en la cruda luz.
Míster Jones bajó; no tenía sueño. Disponíase a proseguir el montaje de la carpidora, cuando vio llegar inesperadamente al peón a caballo. A pesar de su orden, tenía que haber galopado para volver a esa hora. Apenas libre y concluida su misión, el pobre caballo, en cuyos ijares era imposible contar los latidos, tembló agachando la cabeza, y cayó de costado. Míster Jones mandó a la chacra, todavía de sombrero y rebenque, al peón para no echarlo si continuaba oyendo sus jesuísticas disculpas.
Pero los perros estaban contentos. La Muerte, que buscaba a su patrón, se había conformado con el caballo. Sentíanse alegres, libres de preocupación, y en consecuencia disponíanse a ir a la chacra tras el peón, cuando oyeron a míster Jones que le gritaba pidiéndole el tornillo. No había tornillo: el almacén estaba cerrado, el encargado dormía, etc. Míster Jones, sin replicar, descolgó su casco y salió él mismo en busca del utensilio. Resistía el sol como un peón, y el paseo era maravilloso contra su mal humor.
Los perros salieron con él, pero se detuvieron a la sombra del primer algarrobo; hacía demasiado calor. Desde allí, firmes en las patas, el ceño contraído y atento, veían alejarse a su patrón. Al fin el temor a la soledad pudo más, y con agobiado trote siguieron tras él.
Míster Jones obtuvo su tornillo y volvió. Para acortar distancia, desde luego, evitando la polvorienta curva del camino, marchó en línea recta a su chacra. Llegó al riacho y se internó en el pajonal, el diluviano pajonal del Saladito, que ha crecido, secado y retoñado desde que hay paja en el mundo, sin conocer fuego. Las matas, arqueadas en bóveda a la altura del pecho, se entrelazan en bloques macizos. La tarea de cruzarlo, sería ya con día fresco, era muy dura a esa hora. Míster Jones lo atravesó, sin embargo, braceando entre la paja restallante y polvorienta por el barro que dejaban las crecientes, ahogado de fatiga y acres vahos de nitrato.
Salió por fin y se detuvo en la linde; pero era imposible permanecer quieto bajo ese sol y ese cansancio. Marchó de nuevo. Al calor quemante que crecía sin cesar desde tres días atrás, agregábase ahora el sofocamiento del tiempo descompuesto. El cielo estaba blanco y no se sentía un soplo de viento. El aire faltaba, con angustia cardíaca, que no permitía concluir la respiración.
Míster Jones adquirió el convencimiento de que había traspasado su límite de resistencia. Desde hacía rato le golpeaba en los oídos el latido de las carótidas. Sentíase en el aire, como si de dentro de la cabeza le empujaran el cráneo hacia arriba. Se mareaba mirando el pasto. Apresuró la marcha para acabar con eso de una vez... Y de pronto volvió en sí y se halló en distinto paraje: había caminado media cuadra sin darse cuenta de nada. Miró atrás, y la cabeza se le fue en un nuevo vértigo.
Entretanto, los perros seguían tras él, trotando con toda la lengua afuera. A veces, asfixiados, deteníanse en la sombra de un espartillo; se sentaban, precipitando su jadeo, para volver en seguida al tormento del sol. A1 fin, como la casa estaba ya próxima, apuraron el trote.
Fue en ese momento cuando Old, que iba adelante, vio tras el alambrado de la chacra a míster Jones, vestido de blanco, que caminaba hacia ellos. El cachorro, con súbito recuerdo, volvió la cabeza a su patrón, y confrontó.
-¡La Muerte, la Muerte! -aulló.
Los otros lo habían visto también, y ladraban erizados, y por un instante creyeron que se iba a equivocar; pero al llegar a cien metros se detuvo, miró el grupo con sus ojos celestes, y marchó adelante.
-¡Que no camine ligero el patrón! -exclamó Prince.
-¡Va a tropezar con él! -aullaron todos.
En efecto, el otro, tras breve hesitación, había avanzado, pero no directamente sobre ellos como antes, sino en línea oblicua y en apariencia errónea, pero que debía llevarlo justo al encuentro de míster Jones. Los perros comprendieron que esta vez todo concluía, porque su patrón continuaba caminando a igual paso como un autómata, sin darse cuenta de nada. El otro llegaba ya. Los perros hundieron el rabo y corrieron de costado, aullando. Pasó un segundo y el encuentro se produjo. Míster Jones se detuvo, giró sobre sí mismo y se desplomó.
Los peones, que lo vieron caer, lo llevaron a prisa al rancho, pero fue inútil toda el agua; murió sin volver en sí. Míster Moore, su hermano materno, fue allá desde Buenos Aires, estuvo una hora en la chacra, y en cuatro días liquidó todo, volviéndose en seguida al Sur. Los indios se repartieron los perros, que vivieron en adelante flacos y sarnosos, e iban todas las noches con hambriento sigilo a robar espigas de maíz en las chacras ajenas.

Horacio Quiroga - El hijo

Es un poderoso día de verano en Misiones, con todo el sol, el calor y la calma que puede deparar la estación. La naturaleza, plenamente abierta, se siente satisfecha de sí.
Como el sol, el calor y la calma ambiente, el padre abre también su corazón a la naturaleza.
-Ten cuidado, chiquito -dice a su hijo, abreviando en esa frase todas las observaciones del caso y que su hijo comprende perfectamente.
-Si, papá -responde la criatura mientras coge la escopeta y carga de cartuchos los bolsillos de su camisa, que cierra con cuidado.
-Vuelve a la hora de almorzar -observa aún el padre.
-Sí, papá -repite el chico.
Equilibra la escopeta en la mano, sonríe a su padre, lo besa en la cabeza y parte. Su padre lo sigue un rato con los ojos y vuelve a su quehacer de ese día, feliz con la alegría de su pequeño.
Sabe que su hijo es educado desde su más tierna infancia en el hábito y la precaución del peligro, puede manejar un fusil y cazar no importa qué. Aunque es muy alto para su edad, no tiene sino trece años. Y parecía tener menos, a juzgar por la pureza de sus ojos azules, frescos aún de sorpresa infantil. No necesita el padre levantar los ojos de su quehacer para seguir con la mente la marcha de su hijo.
Ha cruzado la picada roja y se encamina rectamente al monte a través del abra de espartillo.
Para cazar en el monte -caza de pelo- se requiere más paciencia de la que su cachorro puede rendir. Después de atravesar esa isla de monte, su hijo costeará la linde de cactus hasta el bañado, en procura de palomas, tucanes o tal cual casal de garzas, como las que su amigo Juan ha descubierto días anteriores. Sólo ahora, el padre esboza una sonrisa al recuerdo de la pasión cinegética de las dos criaturas. Cazan sólo a veces un yacútoro, un surucuá -menos aún- y regresan triunfales, Juan a su rancho con el fusil de nueve milímetros que él le ha regalado, y su hijo a la meseta con la gran escopeta Saint-Étienne, calibre 16, cuádruple cierre y pólvora blanca.
Él fue lo mismo. A los trece años hubiera dado la vida por poseer una escopeta. Su hijo, de aquella edad, la posee ahora y el padre sonríe...
No es fácil, sin embargo, para un padre viudo, sin otra fe ni esperanza que la vida de su hijo, educarlo como lo ha hecho él, libre en su corto radio de acción, seguro de sus pequeños pies y manos desde que tenía cuatro años, consciente de la inmensidad de ciertos peligros y de la escasez de sus propias fuerzas.
Ese padre ha debido luchar fuertemente contra lo que él considera su egoísmo. ¡Tan fácilmente una criatura calcula mal, sienta un pie en el vacío y se pierde un hijo!
El peligro subsiste siempre para el hombre en cualquier edad; pero su amenaza amengua si desde pequeño se acostumbra a no contar sino con sus propias fuerzas.
De este modo ha educado el padre a su hijo. Y para conseguirlo ha debido resistir no sólo a su corazón, sino a sus tormentos morales; porque ese padre, de estómago y vista débiles, sufre desde hace un tiempo de alucinaciones.
Ha visto, concretados en dolorosísima ilusión, recuerdos de una felicidad que no debía surgir más de la nada en que se recluyó. La imagen de su propio hijo no ha escapado a este tormento. Lo ha visto una vez rodar envuelto en sangre cuando el chico percutía en la morsa del taller una bala de parabellum, siendo así que lo que hacía era limar la hebilla de su cinturón de caza.
Horrible caso... Pero hoy, con el ardiente y vital día de verano, cuyo amor a su hijo parece haber heredado, el padre se siente feliz, tranquilo y seguro del porvenir.
En ese instante, no muy lejos, suena un estampido.
-La Saint-Étienne... -piensa el padre al reconocer la detonación. Dos palomas de menos en el monte...
Sin prestar más atención al nimio acontecimiento, el hombre se abstrae de nuevo en su tarea.
El sol, ya muy alto, continúa ascendiendo. Adónde quiera que se mire -piedras, tierra, árboles-, el aire enrarecido como en un horno, vibra con el calor. Un profundo zumbido que llena el ser entero e impregna el ámbito hasta donde la vista alcanza, concentra a esa hora toda la vida tropical.
El padre echa una ojeada a su muñeca: las doce. Y levanta los ojos al monte. Su hijo debía estar ya de vuelta. En la mutua confianza que depositan el uno en el otro -el padre de sienes plateadas y la criatura de trece años-, no se engañan jamás. Cuando su hijo responde: "Sí, papá", hará lo que dice. Dijo que volvería antes de las doce, y el padre ha sonreído al verlo partir. Y no ha vuelto.
El hombre torna a su quehacer, esforzándose en concentrar la atención en su tarea. ¿Es tan fácil, tan fácil perder la noción de la hora dentro del monte, y sentarse un rato en el suelo mientras se descansa inmóvil?
El tiempo ha pasado; son las doce y media. El padre sale de su taller, y al apoyar la mano en el banco de mecánica sube del fondo de su memoria el estallido de una bala de parabellum, e instantáneamente, por primera vez en las tres transcurridas, piensa que tras el estampido de la Saint-Étienne no ha oído nada más. No ha oído rodar el pedregullo bajo un paso conocido. Su hijo no ha vuelto y la naturaleza se halla detenida a la vera del bosque, esperándolo.
¡Oh! no son suficientes un carácter templado y una ciega confianza en la educación de un hijo para ahuyentar el espectro de la fatalidad que un padre de vista enferma ve alzarse desde la línea del monte. Distracción, olvido, demora fortuita: ninguno de estos nimios motivos que pueden retardar la llegada de su hijo halla cabida en aquel corazón.
Un tiro, un solo tiro ha sonado, y hace mucho. Tras él, el padre no ha oído un ruido, no ha visto un pájaro, no ha cruzado el abra una sola persona a anunciarle que al cruzar un alambrado, una gran desgracia...
La cabeza al aire y sin machete, el padre va. Corta el abra de espartillo, entra en el monte, costea la línea de cactus sin hallar el menor rastro de su hijo.
Pero la naturaleza prosigue detenida. Y cuando el padre ha recorrido las sendas de caza conocidas y ha explorado el bañado en vano, adquiere la seguridad de que cada paso que da en adelante lo lleva, fatal e inexorablemente, al cadáver de su hijo.
Ni un reproche que hacerse, es lamentable. Sólo la realidad fría, terrible y consumada: ha muerto su hijo al cruzar un... ¡Pero dónde, en qué parte! ¡Hay tantos alambrados allí, y es tan, tan sucio el monte! ¡Oh, muy sucio ! Por poco que no se tenga cuidado al cruzar los hilos con la escopeta en la mano...
El padre sofoca un grito. Ha visto levantarse en el aire... ¡Oh, no es su hijo, no! Y vuelve a otro lado, y a otro y a otro...
Nada se ganaría con ver el color de su tez y la angustia de sus ojos. Ese hombre aún no ha llamado a su hijo. Aunque su corazón clama por él a gritos, su boca continúa muda. Sabe bien que el solo acto de pronunciar su nombre, de llamarlo en voz alta, será la confesión de su muerte.
-¡Chiquito! -se le escapa de pronto. Y si la voz de un hombre de carácter es capaz de llorar, tapémonos de misericordia los oídos ante la angustia que clama en aquella voz.
Nadie ni nada ha respondido. Por las picadas rojas de sol, envejecido en diez años, va el padre buscando a su hijo que acaba de morir.
-¡Hijito mío..! ¡Chiquito mío..! -clama en un diminutivo que se alza del fondo de sus entrañas.
Ya antes, en plena dicha y paz, ese padre ha sufrido la alucinación de su hijo rodando con la frente abierta por una bala al cromo níquel. Ahora, en cada rincón sombrío del bosque, ve centellos de alambre; y al pie de un poste, con la escopeta descargada al lado, ve a su...
-¡Chiquito...! ¡Mi hijo!
Las fuerzas que permiten entregar un pobre padre alucinado a la más atroz pesadilla tienen también un límite. Y el nuestro siente que las suyas se le escapan, cuando ve bruscamente desembocar de un pique lateral a su hijo.
A un chico de trece años bástale ver desde cincuenta metros la expresión de su padre sin machete dentro del monte para apresurar el paso con los ojos húmedos.
-Chiquito... -murmura el hombre. Y, exhausto, se deja caer sentado en la arena albeante, rodeando con los brazos las piernas de su hijo.
La criatura, así ceñida, queda de pie; y como comprende el dolor de su padre, le acaricia despacio la cabeza:
-Pobre papá...
En fin, el tiempo ha pasado. Ya van a ser las tres...
Juntos ahora, padre e hijo emprenden el regreso a la casa.
-¿Cómo no te fijaste en el sol para saber la hora...? -murmura aún el primero.
-Me fijé, papá... Pero cuando iba a volver vi las garzas de Juan y las seguí...
-¡Lo que me has hecho pasar, chiquito!
-Piapiá... -murmura también el chico.
Después de un largo silencio:
-Y las garzas, ¿las mataste? -pregunta el padre.
-No.
Nimio detalle, después de todo. Bajo el cielo y el aire candentes, a la descubierta por el abra de espartillo, el hombre vuelve a casa con su hijo, sobre cuyos hombros, casi del alto de los suyos, lleva pasado su feliz brazo de padre. Regresa empapado de sudor, y aunque quebrantado de cuerpo y alma, sonríe de felicidad.
Sonríe de alucinada felicidad... Pues ese padre va solo.
A nadie ha encontrado, y su brazo se apoya en el vacío. Porque tras él, al pie de un poste y con las piernas en alto, enredadas en el alambre de púa, su hijo bienamado yace al sol, muerto desde las diez de la mañana.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Comentario de "A la deriva" - Horacio Quiroga

Comentario de "A la deriva" - Horacio Quiroga

  • Tema: la lucha por sobrevivir. Cabe considerar que la lucha contra la muerte es un tema universal, a lo largo del tiempo muchos autores trataron y continúan tratando el mismo tema, la diferencia entre ellos es la forma en como lo plantearon. Quiroga lo hace desde la soledad de la selva donde el hombre se enfrenta a la grandeza y a los peligros de la naturaleza.

  • Título: según la clasificación de títulos podemos afirmar que el mismo esemblemático y simbólico, pues a la vez que nos permite entrever el argumento del cuento (hay un hombre que realmente está a la deriva), también simboliza al hombre que lucha contra su destino (en este caso la posibilidad de la muerte).

  • Narrador: si tratamos según la terminología de Barthes, el narrador es omnisciente, su principal característica es que es capaz de conocer lo que hacen, piensan y sienten los personajes, además de narrar en tercera persona. Para identificar al narrador siempre debemos recurrir al texto, como por ej.:
  1. “...de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas...”
  2. “Quiso llamar a su mujer...”
  3. “...se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves...”
                                                                                                       En los tres ejemplos podemos observar que el narrador conoce lo que siente e incluso lo que piensa el protagonista, por lo cual reafirmamos la condición de narrador omnisciente.

  • Tiempo y espacio: no se menciona en el texto ninguna fecha que nos pueda orientar respecto a un tiempo determinado, siquiera la hora es mencionada. La única mención que realiza el autor es al atardecer debido al simbolismo que éste adquiere, la proximidad del fin de la vida. En lo que se refiere al espacio, Quiroga deja percibir algunos aspectos que podrían indicarnos la región en la cual se desarrolla el cuento (puesto que nunca nos dice exactamente cuál es el lugar dónde vive el personaje principal):
  1. “Sentóse en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná.Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.”
  2. “La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar.”
  3. “Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.”
  4. “Al recibidor de maderas de mister Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza...”
                                                                                                                         Puerto Esperanza está ubicado en Misiones, Argentina. Tacurú-Pucú se ubica en el Alto Paraná (Paraguay). Además menciona la costa brasileña, todo unido por el río Paraná, por lo cual se deduce que la región que se describe en el cuento pertenece a la triple frontera integrada por Argentina, Brasil y Paraguay, lugar donde se encuentran las famosas cataratas del Iguazú. Específicamente, indica el texto mediante los lugares mencionados, que su casa se ubica en el lado argentino (en Misiones).


  • Estructura: todo cuento puede dividirse en partes para su mejor análisis. Por lo general se dividen de acuerdo a la acción. En este caso dividiremos el texto en cuatro partes:

    1. La mordedura y la llegada al rancho;
    2. Primera incursión al río Paraná;
    3. Pedido de auxilio al compadre Alves;
    4. Segunda incursión al río Paraná.


      La mordedura y la llegada al rancho

      El comienzo es abrupto, la acción que determinará el final surge en las primeras palabras “El hombre pisó algo blanduzco, y de repente sintió la mordedura en el pie.” No hay una introducción, directamente hay una acción, la mordedura de la víbora y enseguida la reacción del protagonista, la mata. Todo lo demás es consecuencia de ese primer momento.

      Las dos “gotitas” de sangre revelan el ingreso del veneno al cuerpo, el protagonista las contempla por algunos segundos, como todo hombre que vive en la selva y es consciente de sus peligros, sabe el riesgo mortal que conlleva esa herida. El efecto del veneno es inmediato.

      Luego de ligarse el tobillo se dirige a su casa, al llegar necesita apoyarse en algo, su cuerpo comienza a debilitarse. Intenta llamar a su mujer pero la voz se “quebró” en un “ronco arrastre de garganta reseca”, la reiteración de un sonido (el de la “r” en este caso) para otorgarle cierto efecto al texto es conocido como aliteración (recurso muy utilizado en los trabalenguas), cuando logra hacerlo le dice que le traiga caña, luego de tomar tres vasos con caña sin sentirle el gusto percibe lo grave de su situación. 

      Lo curioso de este momento es el papel de su esposa, Dorotea, Paulino no le pide caña, le ordena que le traiga caña y ella cumple con el mandato. Se percibe un ordenamiento jerárquico en el cual el hombre manda y la mujer obedece. Él no se digna por un solo instante a pedirle ayuda, lo cual podría cambiar el desenlace del cuento. 

      El autor logra una precisa y perfecta comparación, “Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla”. La terrible hinchazón asociada a un fuerte vómito lo decidieron a ir, solo, a Tapurú-Pucú.


      Primera incursión al río Paraná

      “Pero el hombre no quería morir...”, en la búsqueda por salvarse ingresa al río Paraná para alcanzar la localidad de Tacurú-Pucú en la cual recibiría atención médica.

      Estando en la canoa los síntomas del envenenamiento se intensifican cada vez más:

      “El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito -de sangre esta vez- dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.
      La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso.”

      La importancia de este momento reside en que el protagonista percibe su impotencia para sobrellevar la situación, comprende que no puede lograr salvarse solo, pierde el sentido de “omnipotencia” que posee todo hombre que está acostumbrado a trabajar en un medio rudo que exige mucho esfuerzo físico y resistencia mental para soportar las inclemencias del tiempo y los peligros de la selva.


      Pedido de auxilio al compadre Alves

      Desesperado busca la ayuda de su compadre, pero he aquí que el autor introduce una aclaración que en realidad termina por levantar dudas, dice el texto que Paulino y Alves estaban disgustados hacia un tiempo, afirmar tal hecho puede llevarnos a suponer que existe la posibilidad que Alves no quiera ayudarlo.

      Al pisar tierra es evidente el estado del cuerpo por el envenenamiento, no le quedan fuerzas para caminar, logra arrastrarse por veinte metros y luego cae vencido por el cansancio. 

      “-¡Alves! -gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano.
      -¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! -clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor.”

      Loa voz no encontró respuesta, no sabemos si Alves realmente no estaba o estaba y no quiso prestar ayuda, en ambos casos la ausencia (intencional o no) de este personaje influye directamente en el final del cuento.


      Segunda incursión al río Paraná

      El paisaje que se describe en este cuarto momento se relaciona directamente con la situación del personaje, a esto se le llama paralelismo psicocósmico, el nombre puede parecer algo complicado pero en realidad es algo muy sencillo, la naturaleza refleja el estado físico y mental del protagonista. Imagínate una película donde el personaje se siente muy pero muy feliz, generalmente el ambiente refleja esa felicidad, flores, sol, arco iris, etc. En este cuento Paulino está muriendo y Quiroga refleja de esta manera la naturaleza:

      “El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte.”

      Luego de esta descripción, oscura y “pesada”, el ambiente y sus colores cambian completamente, los tonos del atardecer que mezclan dorados y rojos con un aroma a miel silvestre cubriendo el río otorgan una sensación de paz y tranquilidad. El autor muestra una etapa previa a la muerte, la sensación de bienestar y el delirio.
      Desde tiempos inmemoriales el ser humano ha asociado las etapas del día con las etapas de la vida de la siguiente forma:
    1. Mañana – nacimiento, surgir de la vida. Infancia.
    2. Tarde – representa la etapa adulta.
    3. Noche – vejez y consecuentemente muerte.

      Quiroga trabaja el cuento de tal forma que el hombre muere cuando se plantea la puesta del sol, no lo hace inconscientemente sino propositalmente. 

      Aunque el personaje sufre muchísimo por el dolor a causa del veneno, no podemos olvidarnos que murió en paz y sin sufrimiento en sus últimos minutos de vida, luchando por sobrevivir.

    Horacio Quiroga - Acercamiento literario a La gallina degollada, El almohadón de plumas, A la deriva, Anaconda, y El desierto

    Acercamiento a: La gallina degollada, El almohadón de plumas, A la deriva, Anaconda, y El desierto. 

    FICHA BIBLIOGRÁFICA 

    ESTRUCTURA DE LA OBRA. 

    El libro es una selección de 18 cuentos de Horacio Quiroga escritos a lo largo de sus distintas etapas como escritor, muchos de ellos publicados, por primera vez, en periódicos y revistas. El orden de la selección respeta el cronológico en el que fueron escritos por Quiroga. 

    LOCALIZACIÓN DE LA OBRA. INFLUENCIA DE LA VIDA DEL AUTOR. 

    Los cuentos que configuran esta obra fueron escritos por Horacio Quiroga a principios del siglo XX, entre 1919 fecha en la que se publicó “Cuentos de Amor, de locura y de muerte” y 1935 año en el que se publicó “Más allá””. 

    Quiroga se vio influenciado por autores como Kipling y Edgar Allan Poe. A éste último lo descubrió en su juventud, en la temporada que pasó en París 

    Según algunos críticos literarios, la etapa más brillante y decisiva en su carrera como escritor se inicia con su libro “Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte”, Esta obra es una colección de 15 relatos de los que vienen siete en el libro que estoy comentando. En todos ellos la tragedia, la enfermedad, las obsesiones, el vicio y la locura son los temas a través de los cuales el autor muestra la debilidad del ser humano ante su propio destino. Cuentos en los que queda reflejada la influencia de Edgar Allan Poe. Más tarde escribió “Cuentos de la selva” y Los desterrados” (de los que aparecen 6 cuentos en este libro), en los que, de alguna manera, el autor da cuenta de su propia vida en la selva, donde se instaló a vivir en 1908 hasta 1916. En estos cuentos el autor se acercó al trabajador de la selva, al peón de las plantaciones y su vida de jornales de hambre y miseria. En unos cuentos describe el ambiente y en otros deja muy clara su denuncia contra el hombre que “ha sido y será el más cruel enemigo de la selva”. 

    Finalmente, en esta selección de cuentos, está su última publicación de 1935, “Más allá”, en la que predomina el pesimismo y la angustia, la muerte y el misterio. 

    Hablar de la obra de Horacio Quiroga no parece posible sin comentar su propia vida. La muerte, la soledad, la decadencia, el fracaso y la lucha por evitarlos son constantes en la vida del autor y en la de sus personajes. La muerte, personaje central en la mayoría de sus cuentos, fue también protagonista en su historia personal: A los dos meses de edad murió su padre accidentalmente por disparársele una escopeta. Más tarde. mueren dos hermanas suyas de fiebre tifoidea. Su padrastro, paralítico, se suicidó con una escopeta cuando Quiroga era adolescente. En 1902, cuando examinaba una pistola se le escapó un tiro que mató a su mejor amigo y en 1915 se suicidó su esposa. Él mismo, cuando descubrió que tenía cáncer, optó por el cianuro para quitarse la vida. 

    La trágica vida de Horacio Quiroga, llena de suicidios y muertes, llegó a obsesionarlo de tal manera que todos sus cuentos y novelas tienen un contenido macabro y morboso. Su estancia en Misiones hace que todo este contenido se base en características de animales y su contacto con la muerte. Podemos apreciar también en sus obras que el contacto con la naturaleza, con los animales de la selva y con la vida primitiva también dejaron huellas en su obra literaria. 

    LA GALLINA DEGOLLADA” 

    1. ARGUMENTO. 

    Es la historia de un matrimonio acomodado, Manzini-Ferraz, que tiene cuatro hijos deficientes, que pasan todo el día sentados en un banco del jardín de su casas. El mayor tenía 12 años y el menor 8 años. A los catorce meses de matrimonio tuvieron el primer hijo que nació normal hasta que al año y medio, en el vigésimo mes, sufre una meningitis y se queda deficiente sin posibilidad de rehabilitación. El segundo hijo también nació pleno de salud pero a los dieciocho meses le ocurrió lo mismo que a su hermano mayor. Los padres pensaron que estaban malditos, e intentaron volver a tener un hijo con el deseo de que éste fuera normal. Tuvieron entonces dos mellizos y les ocurrió lo mismo que a los otros hermanos mayores. Poco a poco se fueron deteriorando las relaciones entre el matrimonio, pues de una manera u otra cada uno culpabilizaba al otro de lo que había ocurrido. Pero a las continuas riñas les sucedían nuevas reconciliaciones y tuvieron otro hijo, esta vez una niña. Estaban continuamente pendiente de ella por temor a perderla y cada vez con mayor frecuencia y amargura el uno le reprochaba al otro lo que les había ocurrido a los hermanos mayores, atribuyéndose cada uno a sí mismo el éxito de haber tenido una hija normal. Poco a poco fueron haciendo cada vez menos caso a los cuatro hijos deficientes, de los que se ocupaba prácticamente solo la criada. Una noche la niña se sintió indispuesta y los padres, temerosos que la ocurriera lo que a sus hermanos, llegaron a insultarse mutuamente. Ella echando la culpa a él de una enfermedad hereditaria y él echando la culpa de lo sucedido a ella por su endeble estado de salud, pues estaba enferma de tuberculosis. El día siguiente amaneció con un sol radiante, la niña se había recuperado y, felices, ordenan a la criada que mate una gallina para la comida. Accidentalmente, los cuatro hermanos presencian como la sirvienta degüella a la gallina y quedan impresionados al ver tanta sangre. Después de comer, la criada y el matrimonio con la hija se van a dar un paseo. De regreso, los padres se entretienen con unas vecinas y la hija se escapa y decide ir a ver a sus hermanos. Trepa como puede el muro del jardín y cuando está en lo alto los cuatro hermanos tiran de ella a pesar de sus gritos de auxilio... Uno de los cuatro hermanos se abalanza sobre ella y la estrangula y los otros tiran de ella hasta llevarla a la cocina, donde vieron por la mañana degollar a la gallina. Cuando los padres regresan a casa, creyendo haber oído que les llamaba su hija, se encuentran con que los cuatro hermanos han matado a su hermana. 

    2. PERSONAJES. 

    El cuento tiene dos personajes principales, Manzini y Berta. Es un matrimonio acomodado, joven. El resto de los personajes el cuento son Bertita, la hija sana; los cuatro hijos deficientes y la sirvienta. 

    Berta es una mujer joven, que había sido feliz hasta que el primer hijo sufre una meningitis. Está enferma de un pulmón y poco a poco va siendo cada vez más infeliz y amargada por las enfermedades de sus hijos, llegando a despreciarles y abandonarles y a reprochar a su marido que la culpa de lo que les ha pasado es suya por pensar que es una enfermedad genética. 

    Manzini es un hombre joven, acomodado. Como su esposa, al comienzo de su matrimonio es feliz, pero poco a poco se va haciendo cada vez más irascible hasta que llega a echar en cara que la enfermedad de su esposa es la causante de lo que les ha pasado a sus hijos. Ambos tienen un fuerte deseo en la vida: Tener hijos normales, lo que se convierte en una obsesión. 

    Bertita es una niña, que los padres la tienen entre algodones, por lo que da la sensación de ser una niña consentida. 

    La criada, es la que al final se encarga del cuidado de los hermanos. 

    Los cuatro hermanos deficientes, en torno a los cuales gira todo el cuento, ya que son los culpables del deterioro del matrimonio y de la obsesión de sus padres por tener hijos normales. Los cuatro son niños sanos y guapos al nacer, pero por culpa de la meningitis se quedan deficientes, hasta el punto de no ser capaces de valerse por sí mismos. Están continuamente solos en un banco del jardín de su casa. 

    3. TIEMPO Y ESPACIO. 

    La acción se desarrolla en las afueras de Buenos Aires, pues el autor nos da una pista para su localización: “Después de almorzar, salieron todo. La sirvienta fue a Buenos Aires y el matrimonio a pasear por las quintas”. Aunque no hay referencias directas de la época, por el contexto y los personajes se puede decir que es contemporáneo del autor. Es un cuento que se desarrolla en un ambiente burgués, por la forma de ser de los personajes y por detalles como que viven en una casa con jardín en un barrio rico a las afueras de Buenos Aires, tienen un medico familiar que acude a la casa y la criada se encarga de la atención y cuidado de los niños. 

    4. TEMA. 

    Las relaciones personales entre una pareja y su deterioro ante las adversidades, llegando ha hacerse acusaciones que jamás se hubieran hecho, hiriendo profundamente a la otra persona. También el autor trata el tema de cómo algo que se desea tanto se convierte en una obsesión y una vez conseguido por más que se cuide, se puede perder en cualquier momento. 

    5. ESTRUTURA DEL CUENTO. 

    Es un relato corto (7 páginas), narrado por un narrador externo, que conoce la historia, pero que no tiene nada que ver con ella. Narra los hechos sin meterse en los pensamientos de los personajes. El narrador va contando la historia intercalando diálogos, fundamentalmente entre los dos personajes principales, Berta y Manzini. 

    Comienza narrando la historia en pasado, presentando a los 4 hermanos deficientes, su deficiencia y el lugar donde viven (planteamiento), para pasar a narrar lo que había sucedido en aquel hogar desde que nació el primer niño hasta que nace la niña (desarrollo) y casi sin darnos cuenta nos lleva al final del cuento que es el momento en que los hermanos devoran a la niña (desenlace). 

    6. LENGUAJE. 

    Predomina la descripción de los personajes y la narración de los hechos sin entrar en detalles de la descripción de los lugares., Como he dicho antes, se entremezclan diálogos breves entre los personajes, a través de los cuales podemos detectar su nivel cultural y situación social pues emplean un lenguaje culto, guardando la compostura incluso cuando se recriminan el uno al otro el hecho de que los 4 hijos hayan enfermado. 

    Al ser un autor uruguayo, emplea numerosos americanismos, de los que, a pie de página, aparece en esta edición su significado. Por ejemplo: 

    - Quinta.- Casa de recreo en las afueras de las ciudades., por lo general con huertas, árboles frutales y jardines. 

    - Soltáme, dejáme.- Formas verbales del voseo propio de Río de la Plata, con acentuación innecesaria que se corresponden con soltadme, dejadme. 

    El autor emplea en la narración un lenguaje culto: “… y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han amado intensamente una vez siquiera, la reconciliación llegó, tanto más efusiva cuanto hirientes fueran los agravios”. También usa figuras literarias como la comparación: “…apartando los bucles como si fueran plumas”, comparación. 

    EL ALMOHADON DE PLUMAS” 

    1. ARGUMENTO. 

    Es la historia de un matrimonio joven formado por Alicia, una joven angelical, y Jordan. Ambos están enamorados. Viven en una casa escalofriante y majestuosa en la que Alicia pasaba el tiempo sola hasta que llegaba su marido. Así empezó a adelgazar hasta el punto de que un día tuvo que salir al jardín apoyada en el brazo su marido. Fue el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente el médico la examinó con mucha atención sin encontrar enfermedad alguna y ordenándola calma y reposo. Al día siguiente Alicia siguió empeorando, se veía que iba hacia la muerte, sin que el médico supiera de qué enfermedad se trataba. Por el día su enfermedad no avanzaba, pero cuando se levantaba aparecía cada vez más lívida. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz hasta que por fin murió. 

    Cuando la sirvienta estaba arreglando la habitación, al hacer la cama se fijó en el almohadón, llamó al señor por haber observado pequeñas manchas de sangre. Jordan se acercó y descubre que su mujer había muerto porque dentro del almohadón había un animal monstruoso que le chupaba la sangre todas las noches a Alicia. En cinco días, había vaciado a Alicia. 

    2. PERSONAJES 

    El cuento solo tiene a dos personajes principales, Jordan y Alicia. También aparecen como personaje secundario la criada y como personaje antagonista el monstruo que llega a matar a Alicia. 

    Jordan, es el marido de Alicia. Es un hombre joven, pero que a pesar de que estaba profundamente enamorado de ella, no era capaz de expresárselo por su rigidez. 

    Alicia es una mujer joven, rubia, angelical y tímida que está profundamente enamorada de su marido hasta el punto de llegar a asumir vivir sola en una gran mansión, alejada del mundo que había soñado. 

    La sirvienta, es un personaje secundario que aparece para el desenlace final del cuento. 

    3. TIEMPO Y ESPACIO. 

    No hay referencias temporales externas, pero se sobreentiende que es contemporáneo al autor por los personajes que aparecen en él. Todo el cuento se desarrolla en cinco días (tiempo interno), los días que tarda el bicho en devorar a Alicia, sin que haya saltos temporales salvo al principio del cuento que comienza haciendo una breve referencia al matrimonio y su luna de miel. 

    Tampoco hay referencias espaciales exteriores. El espacio es interior, ya que toda la acción transcurre en la mansión en la que viven Jordan y Alicia, que hacen percibir que los personajes son de una clase acomodada: “La blancura del patio silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro el brillo glacial del estuco, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco […]”. Esta sensación de familia aburguesada se reafirma cuando varios médicos acuden a visitar a la joven o cuando la criada arregla la habitación. 

    4. TEMA. 

    El amor y la muerte son los dos temas centrales del cuento. El autor narra un cuento de miedo en el que se refleja la angustia de un enamorado que ve como pierde poco a poco a su mujer sin poder hacer nada y sin poderla expresar lo mucho que la quiere. El desenlace que el autor da al cuento con la presencia de un “bicho” 

    5. PUNTO DE VISTA Y ACTITUD NARRATIVA. 

    Es un cuento corto. Está narrado por un narrador externo que utiliza la tercera persona del singular, que actúa de observador externo. Entremezcla descripción de personajes y sus sentimientos: “Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia”, con la descripción de ambientes: “Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala”.Ç 

    Con la descripción de los hechos se entremezclan breves diálogos entre los personajes: 

    - ¿Qué hay?- murmuró con la voz ronca. 

    - Pesa mucho - articuló la sirvienta sin dejar de temblar. 

    En el planteamiento el autor nos presenta al matrimonio en la casa en la que viven y la relación de enamoramiento que hay entre ellos. El nudo es todo el proceso de la enfermedad extraña que sufre Alicia y los cambios que sufren los personajes ante este problema, que termina con el desenlace de la muerte de Alicia y el descubrimiento de la causa que lo ha producido. 

    6. LENGUAJE. 

    El autor utiliza un lenguaje culto con escasos recursos literarios. Los personajes también emplean un lenguaje de acuerdo con su condición social. Utiliza expresiones no propias del castellano como “tuvo un ataque de influenza”, refiriéndose a la gripe o el término bandó para referirse a que la criada se hecho las manos a la cabeza. 

    Por lo demás es un lenguaje directo, que se entiende con cierta facilidad, no exento de palabras cultas y precisas. 

    A LA DERIVA” 

    1. ARGUMENTO. 

    El argumento de esta obra trata sobre un hombre que vive en la selva y sin querer pisa una víbora mortífera, llamada “yararacusú”. En el cuento se relata con todo detalle como poco a poco este hombre se va muriendo a pesar de todos los esfuerzos que hace por intentar llegar a un lugar donde puedan curarle. Finalmente muere. 

    2. PERSONAJES. 

    Sólo aparecen dos personajes en el cuento: Paulino y Dorotea, su mujer. Paulino es el personaje principal. Es el hombre al que le pica la víbora, del que sabemos que es un hombre que, por su forma de actuar y desenvolverse es rudo y conoce perfectamente la selva, en la que siempre ha debido vivir. Lucha con todas sus fuerzas para mantenerse vivo. 

    Dorotea es un personaje secundario. Tiene una relación distante con el marido, que la trata con autoritarismo y servilismo. Así, se pone de manifiesto la relación prototipo entre los matrimonios de entornos rurales en los que el marido sale al campo a trabajar y la mujer se queda con las tareas del hogar, habiendo entre ellos una relación poco amorosa y distante, de mutua aceptación. 

    Se puede considerar como un personaje antagonista a la víbora que pica al hombre, su picadura es la que permite desarrollar todo el cuento. 

    3. TIEMPO Y ESPACIO 

    El cuento se desarrolla en la selva. Este cuento pertenece a una colección de cuentos que el autor escribió durante su permanencia en Misiones. La selva fue su mayor inspiración y su refugio. Gran parte de sus cuentos los escribió mientras vivía en ella y son el reflejo de sus propias experiencias en este medio de vida. 

    Todos los espacios en los que se desarrolla el cuento son exteriores es decir, son abiertos, sin límites. Hay referencias a lugares geográficos reales: “Sentase en la popa y comenzó a palear hasta el centro de Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Igazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú”. Pananá es un importante río de la cuenca del Plata, el mayor de América del Sur después del Amazonas. El Igazú es un afluente del Pananá, en el que desemboca después de formar las renombradas cataratas. Marca el límite norte de la provincia Misiones de Argentina con Brasil. 

    Aunque no hay referencias explicitas temporales externas se sobreentiende que es un cuento contemporáneo al autor. En cuanto al tiempo interno, toda la acción del cuento se desarrolla de forma continua en unas horas, lo que tarda en morir el personaje principal desde que le pica una víbora: Le muerde la víbora: “Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hasta su rancho”; cuando llega al rancho ve que no se le calma, coge una canoa para llegar a una ciudad, y “decidió pedir ayuda a su compadre, Alves, al que hacía mucho tiempo que estaban disgustados (…).Como no lo encuentra decide continuar el viaje: El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndole de nuevo, lo llevó velozmente a la deriva (…) El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío (…) calculó que en tres horas estaría en Tacurú- PUCE (…) La canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma(…) el hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor (…) cesó de respirar.”. No hay pues saltos temporales. 

    4. TEMA. 

    El tema central del cuento es una vez más la muerte y la lucha por la supervivencia en un lugar tan duro para el hombre como lo es la selva. De nuevo la fatalidad lleva al personaje central del cuento a la muerte de manera irremediable, sin que pueda salvar su vida por mucho que luche por ello. 

    5. PUNTO DE VISTA Y ACTITUD NARRATIVA. 

    Es un cuento muy corto. El planteamiento es la picadura de la víbora y presenta al personaje principal, el nudo es todos los esfuerzos que hace el personaje para sobrevivir y su viaje por el río en canoa y el desenlace es su muerte. 

    El narrador es un narrador externo, que nos cuenta una historia como si hubiese sido real. El lugar donde se desarrolla la acción es real y los personajes no son fantásticos, aunque sean imaginarios están sacados de la realidad, de la gente que vive en la cuenca del Amazonas. Narra la historia desde un punto de vista externo, en 3ª persona. A veces intercala diálogos, para reforzar el realismo de la historia: 

    - ¡Dorotea! - Alcanzó a lanzar en un estertor- ¡Dame caña! 

    Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno. 

    - ¡Te pedí caña, no agua! - Rugió de nuevo- ¡Dame caña! 

    - ¡Pero es caña, Paulino! -Protestó la mujer espantada- 

    - ¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo! 

    A veces el narrador es omniscente, describiendo el pensamiento y los sentimientos del personaje: “El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto en tiempo justo que había pasado sin ver a su expatrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses?, acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente…De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué sería? Y la respiración también… 

    Mientras que apenas se describe físicamente a los personajes, en este cuento el autor describe con todo detalle los lugares y ambientes: “El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo y reina en él un silencio de muerte (…)”. 

    6, LENGUAJE. 

    Como he expuesto anteriormente, predomina la narración aunque hay un diálogo y algunos monólogos pequeños. Predomina fundamentalmente la descripción del paisaje, empleando recursos literarios, como la metáfora: “El Parna corre allí en el fondo de una inmensa hoya (…)” o la personificación: “En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor”. El autor emplea un lenguaje culto, pero en los diálogos intenta reflejar la forma ruda de hablar de las personas que habitan en la selva. 

    También utiliza muchos americanismos y la toponimia del lugar, consiguiendo mayor realismo: 

    - Caña: Aguardiente obtenido de la destilación de las melazas de las cañas de azúcar, con una riqueza alcohólica máxima legar de 75 grados. 

    - Yaracusú: Voz guaraní, víbora mortífera. 

    - Picada: Trocha, camino abierto en la selva virgen. 

    ANACONDA” 

    1. ARGUMENTO. 

    Este cuento trata, sobre la historia de un grupo de serpientes que quieren luchar contra unos hombres, cuyo fin es quitarles o “robarles” su veneno para realizar vacunas inmunizadoras. 

    La historia comienza cuando una yarará (víbora), se acerca a una casa, que hasta no hace mucho tiempo había estado deshabitada, y ahora se encuentran en ella cuatro seres humanos, un perro y unos cuantos caballos. 

    Un día, Lanceolada, que así era como se llamaba esta yarará, asustada por la llegada del hombre a esta casa, convoca al Congreso de Víboras en una caverna, que era el refugio de la serpiente más vieja y una de las más venenosas, la cascabel, que entre ellas recibía el nombre de Terrífica. En este congreso se reunieron casi todas las especies de yararás de la zona, y discuten que plan deben seguir ante el posible peligro que las acecha. Finalmente, a propuesta de Cruzada, se decide pedir ayuda a algunas de sus primas las culebras. Cruzada se ofrece para hablar con Ñacaniná (culebra que se caracteriza por su enorme velocidad al desplazarse) para convencerla de que se acerque hasta la casa para espiar que está pasando y cual es la intención de los hombres. Ñacaniná se acercó a ver lo que decían, y tuvo suerte de que no la mataran al ser vista por un ser humano, que la reconoció y no la cogió ni la mató por ser una culebra. Ésta, alarmada, fue corriendo al Congreso de las Víboras, y les advirtió de lo que querían hacer los seres humanos era cazar a todas las víboras de la región y sustraerles el veneno para hacer un antídoto de inmunización y montar así un Instituto Seroterápico. Todas las serpientes quedaron atónitas de lo que la Ñacaniná les contaba. Cruzada se levanta en el Congreso y decide empezar por si sola la lucha contra el hombre acudiendo a la casa. La Ñacaniná le advierte del peligro que supone ir a la casa a cualquier serpiente venenosa, sobre todo porque disponen de un perro inmunizado que olfatea y pone al descubierto a cualquier víbora que se acerque. A pesar de todo Cruzada decide ir. 

    Al día siguiente Cruzada fue a la casa. Allí se encontró con el perro negro, a quien mordió en el hocico y creyó haberlo matado, pero uno de los hombres la coge con un palo y la mete en el serpentario. Allí conoce a otra serpiente procedente de la India, cuyo nombre es Hamadrías o cobra real. Ésta le dice que el perro que creía haber matado, no está muerto pues estaba inmunizado contra las picaduras de serpiente. Hamadrías propone un plan a Cruzada para escaparse. Cruzada se deja morder por Hamadrías para hacer creer a los hombres que está muerta. En efecto, los seres humanos, al encontrarse a Cruzada tendida en el suelo piensan que ha sido atacada por Hamadrías y la arrojan por la ventana. Luego, cogen a Hamadrías para sacarle el poco veneno que le tenía que quedar. En ese momento Cruzada aprovecha para morder al hombre que tenía cogida a Hamadrías, dejandolaí caer al suelo, la cual a su vez muerde al que era el director del Instituto. De esta manera logran escapar.. 

    Al llegar al Congreso de las Víboras, se planifica desde allí un ataque a los humanos. Se hacen dos propuestas. Una la hace Hamadrías, según ella debían atacar a los caballos. La otra propuesta la hace Ñacaniná, que según ella debían atacar primero al perro. Hamadrías deseosa de ostentar el poder consigue convencer a las demás que su plan es mucho mejor. La única que apoya a Ñacaniná es otra serpiente no venenosa, Anaconda, a la cual tampoco hacen caso por considerarla extranjera, ya que no es una especie de esa región y que ha llegado hasta allí de forma accidental. 

    El ataque que realizan pone de manifiesto que realmente la razón la tenía Ñacaniná, ya que al atacar a los caballos realmente lo que hacen es salvarlos ya que por estar inmunizados contra las picaduras de víboras lo que realmente necesitan es inyectarles diariamente una dosis de veneno. Además en el ataque son descubiertas por el perro y los hombres matan a un montón de víboras que habían participado en el ataque. Finalmente, viéndose perdedoras, las víboras deciden retirarse y se vuelve a dar un nuevo enfrentamiento entre Hamadrías y Ñacaniná. Hamadrías propone refugiarse todas juntas en la cueva y Ñacaniná que haya una desbandada para que a los hombres les sea más difícil perseguirlas. De nuevo Hamadrías es capaz de convencer a las víboras que quedan y deciden refugiarse en la cueva. 

    Los humanos enfadados por lo ocurrido, ven en busca de las víboras. Cuando estas ya se sienten acorraladas Anaconda mantiene una lucha a muerte con Hamadrías, pues da por concluido el Congreso y por tanto ya no se siente obligada a respetar la Ley de las víboras que obliga a que no haya peleas entre ellas mientras dura un congreso. De la pelea sale vencedora Anaconda que queda malherida. El cuento finaliza matando los hombres a todas las víboras y llevándose capturada a la Anaconda. 

    2. PERSONAJES 

    Este cuento es una aproximación a una fábula porque sus protagonistas son distintas especies de víboras y culebras de la selva. Cada una aparece caracterizada por una cualidad. 

    *Cruzada es una yarará emprendedora, muy audaz y muy valiente, capaz de arriesga su vida por salvar a las demás. 
    *La Ñacaniná es la más valiente y veloz. Es la que tiene las ideas más certeras y sensatas pero nadie la hace caso, por considerarla una serpiente sin veneno. 
    *Terrífica la más mayor, que ejerce, por su edad, el reinado de las víboras. Es vigorosa y tenaz. 
    * Lanceolada, hermosa y temerosa, convoca al congreso al detectar el peligro que conlleva la presencia del hombre. 
    *Hamadrías o cobra real, es una serpiente de origen asiático que utilizan los humanos para extraer su veneno. Tiene grandes ansias de poder y ejerce como líder, aunque sus ideas estén equivocadas. Quiere imponer su criterio y es muy soberbia. Desempeña el papel de protagonista antagónico. 
    *Anaconda es la serpiente buena, que intenta poner las cosas en su sitio, razonadamente, pero nadie la hace caso. Finalmente es la que se enfrenta a Hamadrías y la vence en un combate a muerte. 

    Los personajes secundarios son los hombres, el perro, caballo y resto de las serpientes. Estas últimas serian los aliados, pues ayudan a las protagonistas a conseguir sus fines. 

    TIEMPO Y ESPACIO 

    El lugar donde se desarrolla la acción es la selva concretamente en la zona cercana al río Paraná. El autor da referencias concretas: “Anaconda no es, sin embargo, hija de la región. Vagabundeando en las aguas espumosas del Paraná había llegado hasta allí…” Paraná es un río de la cuenca de la Plata, en Argentina. Todas las especies de víboras son de esta región, salvo las que el autor identifica que han venido de otras zonas. Esta obra se desarrolla en espacios exteriores, es decir, en zonas más o menos extensas y sin límites fijos. En este caso es la selva. Algunas partes de la obra se desarrollan en espacios interiores ( la casa ). 

    El tiempo en el que se desarrolla la obra seguramente sea contemporáneo al autor, igual que los cuentos anteriores. Tiene un tiempo interno, puesto que los acontecimientos van ocurriendo uno de tras de otro. No hay saltos temporales en la obra. Todo el cuento se desarrolla desde la aparición de los seres humanos en la casa deshabilitada, hasta la muerte de todas las serpientes. 

    4. TEMA 

    El autor se vale de las víboras para tratar una las debilidades humanas: las luchas internas por el poder, que termina como casi todos sus cuentos con la muerte. Las serpientes se unen en su lucha contra el hombre, pero entre ellas existe gran rivalidad por razones incluso de raza, víboras y serpientes se enfrentan unas a otras por considerarse distintas, unas son capaces de matar con su veneno y las otras con su fuerza, solo el objetivo común de luchar contra el hombre las une, pero entre ellas sigue habiendo luchas internas, jerarquías, discriminaciones, envidias, …debilidades todas ellas propias del género humano. 

    También en este cuento aparece otro de los temas fundamentales de la obra de Quiroga, poner de manifiesto que el hombre se ha convertido en el peor enemigo de la naturaleza: 

    “Al día siguiente la preocupación de Lanceolada fue el peligro que con la llegada del hombre se cernía sobre la Familia entera. Hombre y Devastación son sinónimos desde tiempo inmemorial en el Pueblo entero de los Animales. Para las Víboras, en particular, el desastre se personificaba en dos horrores: el machete escudriñado, revolviendo el vientre mismo de la selva, y el fuego aniquilando el bosque enseguida, y con él los recónditos cubiles…” 

    5. PUNTO DE DE VISTA Y ACTITUD NARRATIVA. 

    Es un cuento dividido en XI episodios. El primero de ellos se corresponde con el planteamiento: Lanceolada descubre que en la casa se ha instalado un grupo de hombres lo que puede representar una amenaza. En los episodios del II al X se desarrolla el nudo, en cada uno de ellos sucede algo nuevo, la reunión del congreso, la visita de Ñacaniná a la casa para espiar a los hombres, su vuelta al Congreso para contar lo que ha visto,…Finalmente el en último episodio, se produce el desenlace fina, la lucha de los dos personajes antagonistas y la matanza de todas las víboras. 

    Hay un narrador que va contando la historia en 3ª persona. Pero en este cuento también tienen vital importancia los diálogos entre las víboras, a través de los cuales se pone de manifiesto las intenciones y personalidad de cada uno de los personajes. 

    El narrador además de ir contando los acontecimientos que van sucediendo, también nos describe lugares : “La casa a que hacía referencia Lanceolada era un viejo edificio de tablas rodeado de corredores y todo blanqueado. En torno se levantaba dos o tres galpones, desde tiempo inmemorial el edificio había estado deshabitado, ahora se sentían ruidos insólitos, golpes de fierro, relinchos de caballo, conjunto de cosas en que trascendía a la legua la presencia del hombre….” 

    Los personajes son descritos con todo detalle, demostrando el autor sus conocimientos sobre las especies animales que elegía como protagonistas: “ Era una hermosísima yarará, de un metro cincuenta, con los negros ángulos de su flanco bien cortados en sierra, escama por escama. Avanzaba tanteando la seguridad del terreno con la lengua, que en los ofidios reemplaza perfectamente a los dedos…”. Diferencia perfectamente con sus descripciones unas especies de otras. 

    6. LENGUAJE. 

    Como en el resto de los cuentos el autor emplea un lenguaje bastante directo, utilizando algunos recursos literarios pero sin abusar de ellos. No es difícil encontrar personificaciones pues sus personajes son víboras que hablan entre ellas y que tienen comportamientos humanos. En este cuento los diálogos tienen una importancia mayor, ya que a través de ellos el autor pone de manifiesto el carácter de cada personaje y su forma de ser según el papel que desempeñan. Son diálogos sencillos, de frases cortas: 

    - ¿Cómo te llamas? 

    - Hamadrías... o cobra capelo real. 

    - Yo soy Cruzada. 

    - Sí, no necesitas decirlo. He vistos muchas hermanas tuyas ya… ¿Cuándo te cazarón? 

    - Hace un rato… No puede matar. 

    - Mejor hubiera sido para ti que te hubieran muerto…. 

    - Pero maté al perro. 

    - ¿Qué perro? ¿El de aquí? 

    - Sí. 

    Como en el resto de los cuentos el autor emplea numerosos americanismos. El propio nombre de pila de las víboras y serpientes son cómo se llama en esa zona a especies de ofidios, por ejemplo: 

    - Ñacaniná. Voz guaraní, culebra de arroyo. En Argentina, Bolivia y Paraguay, culebra oscura de más de un metro que se desplaza levantando la cabeza y a una gran velocidad. 

    - Yarará. Voz guarní, víbora muy venenosa que alcanza hasta metro y medio de largo, de color pardo oscuro con manchas blancas en la cabeza que forman un cruz. Habita en la selva de Bolivia, Argentina y Paraguay. 

    EL DESIERTO” 

    1. ARGUMENTO. 

    El cuento narra la historia de un hombre viudo que vive en la selva con sus dos hijos. Desde que enviudó se quedó él solo al cuidado de los dos hijos, por lo que tenía que compaginar su trabajo diario en la selva con el trabajo de la casa y la educación y atención de sus dos hijos. Él los quiere mucho, los trata con mucho cariño y se preocupa por ellos, al igual que ellos quieren y confían mucho en su padre. Al principio de morir la madre tuvieron algunas criadas que ayudaban al padre a realizar las tareas de la casa y a ocuparse de los niños mientras él iba a la selva, pero desde hacía algún tiempo ninguna criada quería ya trabajar para ellos porque vivían en medio de la selva alejados y aislados. Eso le obligó a aprender a realizar tareas que nunca antes había realizado: Hacer la comida, fregar los cacharros, coser las camisas, limpiar la casa. 

    Él, como hombre de la selva, iba educando a sus hijos a su manera y ellos habían aprendido a desenvolverse en la selva sin tenerla miedo, sin embargo no hubieran sabido que hacer sin la compañía de su padre. El hombre era pues muy feliz y los niños se sentían muy ligados a él. Jugaba mucho con ellos y se preocupaba por enseñarles a leer. Además. sus hijos aprendían muchas cosas de ver los distintos trabajos de su padre: disecar animales, extraer caucho para impermeables, fabricar creolina, fabricar vino de naranja, teñir camisas, …Hasta llegó a enseñarles a trabajar el barro y hacer cerámicas Hasta que un día le pica una especie de pulga minúscula que anida bajo la piel y en una pequeña bolsita depositan sus huevos. Normalmente estas picaduras no son peligrosas y es fácil extraer tanto al animal como a su nidada, pero, de vez en cuando, la picadura se infecta y entonces se produce una infección que lleva hasta la muerte. Precisamente eso es lo que le pasa al protagonista del cuento, que se le infecta una de estas picaduras. Al principio no le da importancia, pero poco a poco va empeorando. Cuando ya se siente muy mal, decide bajar con sus hijos a la ciudad a intentar buscar a una muchacha que quiera irse con ellos de sirvienta, pues piensa que con un poco de reposo, sin tener que levantarse para cuidar de los niños, se va a curar. Emprenden el viaje en canoa pero las condiciones climáticas les obligan a remontar el río y regresar a su casa. De vuelta a casa sigue empeorando, pero él sigue aferrándose a la vida pensando que con un poco de descanso se curará. Ya es incapaz de resistirse a la tentación de quedarse tumbado en la cama y empieza a tener pesadillas y alucinaciones, solo le reconforta el pensamiento de que ha llegado una criada a la casa y que no tiene que levantarse a cuidar de sus hijos, por lo que pronto se recuperará y estará sano. Este sueño se ve interrumpido por las voces de sus hijos que, ajenos a la enfermedad de su padres, le despiertan reclamándole que se levante. El cuento termina cuando el hombre ya se encuentra muy mal y haciendo un esfuerzo por recuperar la lucidez reúne a sus dos hijos y les dice que se va a morir y se despide de ellos aconsejándoles, con todas sus fuerzas, que no se aflijan. . Finalmente el hombre muere y los dos niños se quedan solos, sollozando. 

    2. PERSONAJES. 

    El cuento tiene un protagonista principal, Subercasaux, el hombre que cuida de sus dos hijos. 

    Subercasaux es un hombre rudo, que ha vivido siempre en la selva y de ella por lo que está perfectamente adaptado a la dureza de la vida en ella. Pero también es un hombre tierno, con un gran corazón que quiere a sus hijos con todas sus fuerzas y que se preocupa por cuidarlos y educarlos. Tiene una gran fuerza de voluntad y siempre lucha con todas sus fuerzas contra todas las fatalidades. 

    Los personajes secundarios son los hijos, los cuales tratan a su padre con máximo respeto y cariño Ellos van aprendiendo lo que les va enseñando su padre y procuran en todo momento no ser un estorbo para él. Conocen los peligros de la selva pero se sienten seguros junto a su padre y no la tienen ningún miedo. 

    3. TIEMPO Y ESPACIO. 

    El cuento se desarrolla en la selva, en la provincia de Misiones, donde el autor, como ya se ha comentado anteriormente, pasó varios años de su vida: “Surbecaux había ya oído en sus noches de insomnio el tronido lejano del bosque, abatido por la lluvia. La primavera suele ser seca en Misiones, y muy lluvioso el invierno…”. También hace referencia a localidades concretas de la zona_ “ … abandonaba todos sus trabajos y por tres días no bajaba del caballo, galopando por las picadas desde Apariciocué a San Ignacio…. 

    No hay referencias temporales. El cuento comienza narrando el regreso a casa de Surbecaux y sus dos hijos después de paseo por la la selva y de manera retrospectiva cuenta que este hombre se había quedado viudo y se había hecho cargo de sus dos hijos, para continuar narrando lo que sucedió tres días después del paseo con el que comienza el autor el cuento. A partir de este momento el tiempo se ajusta a la narración de los acontecimientos. 

    4. TEMA 

    La muerte vuelve a ser el tema central de la obra. Quizá este cuento, como se comenta en la obra a pie de página, tenga cierta identificación con el autor, pues puede que refleje, la época en la que muere su primera mujer y él se tiene que hacer cargo de sus dos hijos. Por eso el otro tema que trata Quiroga en este cuento es la relación entre un padre y sus hijos a los que quiere educar en un ambiente de libertad como la selva pero lleno de peligros: “Las critaturas, en efecto, no temían la obscuridad, ni a la soledad, ni a nada de lo que constituye el terror de los bebés criados entre las polleras de la madre… No temían a nada, sino a lo que su padre les advertía debían temer…” . El propio protagonista se plantea esta cuestión: “-Un día se me mata un chico- decíase. Y por el resto de mis días pasaré preguntándome si tenía razón en educarlos así” 

    5. PUNTO DE VISTA Y ACTITUD NARRATIVA. 

    La historia la cuenta un narrador en tercera persona, A veces actúa como observador externo narrando los acontecimientos como sucede, pero otras veces es un narrador omniscente, que nos cuenta las intenciones de los personajes y sus pensamientos: “Esto no puede continuar así - acabó por decirse Subercaux- Tengo que conseguir a toda costa una muchacha. ¿Pero cómo?” 

    Hay escasez de diálogos, solo unos pocos para mostrarnos la relación de carió y ternura entre el padre y los dos hijos: 

    - ¡Buen día piapiá! 

    - Buen día, mi hijito querido. 

    - Buen día, piapiacito adorado. 

    - Buen día, corderito sin mancha. 

    - Buen día, ratoncito sin cola. 

    - ¡Coaticito mío! 

    - ¡ Piapiá tatucito! 

    - ¡Carita de gato! 

    - ¡Colita de víbora! 

    6. LENGUAJE 

    Cómo se puede ver en el ejemplo anterior en los diálogos entre el padre y los hijos son quizás un poco cursis, para intentar dejar clara la relación de cariño, de protección, de respeto,… que hay entre ellos. 

    Por lo demás, como en el resto de los cuentos el autor emplea un lenguaje fácil de entender con numerosos americanismos, sobre todo en los diálogos y en los monólogos para identificar más a los personajes con el lugar en el que viven.