Fundación de Roma
Los orígenes remotos de la ciudad de Roma, se pierden en la leyenda; siendo seguramente anteriores al año 754 a.C. en que ulteriormente las autoridades romanas fecharon su fundación.
Del mismo modo, siendo improbable que su fundación haya surgido de una acción explícita y deliberada, las tradiciones romanas posteriores adornaron su surgimiento con diversas leyendas, recogidas especialmente por el historiador romano Tito Livio, que vinculan el origen de Roma a un linaje de dioses y héroes.
Roma y la loba del Capitolio
Según la leyenda de los orígenes de Roma, un hijo del héroe troyano Eneas, (hijo de Marte, el dios de la guerra y de una princesa latina), Ascanio, había fundado sobre la orilla derecha del río Tíber la ciudad de Alba Longa; ciudad latina sobre la cual reinaron numerosos de sus descendientes, hasta llegar a Numitor y su hermano Amulio. Este último destronó a Numitor; y para evitar que tuviera descendencia que pudiera disputarle el trono, condenó a su hija Rea Silvia a permanecer virgen como vestal, sacerdotisa de la diosa Vesta.
Sin embargo, Marte, el dios de la guerra, engendró en Rea Silvia a los mellizos Remo y Rómulo. Por ese motivo, al nacer los mellizos fueron arrojados al Tíber dentro de una canasta, la cual encalló en la zona de las siete colinas situadas cerca de la desembocadura del Tiber en el mar; siendo recogidos por una loba que se acercó a beber, y que los amamantó en su guarida del Monte Palatino, hasta que fueron hallados y rescatados por un pastor cuya mujer los crió.
Cuando fueron mayores, los mellizos restituyeron a Numitor en el trono de Alba Longa, y decidieron fundar, como colonia de Alba Longa, una ciudad en la ribera derecha del Tíber, en donde habían sido amamantados por la loba; y ser sus Reyes.
Cerca de la desembocadura del Tíber existían las siete colinas: los montes Capitolio, Quirinal, Viminal, Aventino, Palatino, Esquilino y Celio. Rómulo y Remo discutieron acerca del lugar donde fundar la ciudad; y resolvieron la cuestión consultando el vuelo de las aves, a la usanza etrusca. Mientras sobre el Palatino Rómulo divisó doce buitres volando, su hermano en otra de las colinas sólo vió seis. Entonces, Rómulo, con un arado trazó un recuadro en lo alto del monte Palatino, delimitando la nueva ciudad, y juró que mataría a quien lo traspasara. Despechado, su hermano Remo cruzó despectivamente la línea, ante lo cual su hermano le dió muerte, quedando entonces como el único y primer Rey de Roma. Según la versión de la historia oficial de Roma antigua, eso había ocurrido en el año 754 a.C.
Se considera que los mellizos fueron agregados a la escultura
varios siglos después. La imagen de la llamada loba capitolina - en referencia al otro Monte cercano, el Capitolio - amamantando a los mellizos, es el símbolo de la ciudad de Roma. Se trata de una escultura en bronce, que se considera de origen etrusco, datada alrededor del año 470 a.C., que se conserva en el Museo Capitolino de Roma; y a la cual Dante alude en su “Divina Comedia”.
En el monte Capitolio se encuentra lo que se considera el centro de la moderna ciudad de Roma, donde está el monumento al Rey Vittorio Emmanuele (llamado popularmente “Il Vittorino“); y alberga la Piazza del Campidoglio (campo de olivos), a la cual se llega por una escalera muy peculiar, obra de Miguel Angel y donde se encuentra la estatua ecuestre del Emperador filósofo de la Roma antigua, Marco Aurelio.
Sobre la colina del Quirinal, se encuentra actualmente el palacio sede del Gobierno italiano, conocido como Palacio del Quirinal.
Otra leyenda ligada a la fundación de Roma, es la del rapto de las sabinas. Según ella, los primeros pobladores de Roma deseaban casarse con unas jóvenes de la tribu de los Sabinos, que habitaban sobre la cercana colina del Quirinal; pero sus padres se opusieron. Remo invitó a las familias sabinas a una fiesta religiosa en Roma, en cuya oportunidad las jóvenes sabinas fueron raptadas; lo que determinó a los sabinos a desafiar a los romanos a una guerra, que no pudo llevarse a cabo porque las sabinas se interpusieron entre ambos bandos.
En los hechos, las colinas cercanas a la desembocadura del Tíber habrían contado con diversas aldeas latinas desde bastante tiempo antes de la época en que la leyenda ubica la fundación de Roma; las cuales probablemente terminaron creciendo hasta integrarse en una única ciudad. Hacia el siglo VII a.C., la expansión etrusca en la zona del Lacio las colocó bajo una dominación no demasiado opresiva, lo cual queda de manifiesto por la presencia de los reges etruscos, pero que impulsó el predominio de las costumbres, la cultura y la economía de los etruscos.
A pesar de que conforme a la leyenda Roma habría sido fundada como una colonia de la latina Alba Longa, la originaria población latina fue integrada rapidamente con muchas personas de origen etrusco; lo que llevó a que rapidamente se haya convertido en una importante plaza industrial y comercial cuyo trazado, arquitectura, monumentos y otros elementos, tuvieran afinidad con la cultura etrusca.
La época de los reges y la expansión romana en el Lacio.
Siguiendo el modelo de todas las primitivas ciudades itálicas, la forma política inicial en la Roma antigua, fue la de una república de base aristocrática, gobernada por un rex vitalicio, pero electivo. La tradición le adjudica haber tenido siete, los cuatro primeros latinos, y los tres últimos etruscos: Rómulo, Numa Pompilio, Tulo Hostilio, Anco Marcio, Tarquino el Antiguo, Servio Tulio y Tarquino el Soberbio.
Bajo los reinados de Tulio Hostilio y de Anco Marcio los romanos conquistaron su ciudad madre de Alba, y fundaron la ciudad-puerto de Ostia en la desembocadura del Tíber; que actualmente continúa siendo la puerta marítima de Roma.
La conquista de Alba también fue presentada bajo la forma de una leyenda, conforme a la cual, en vez de ir a la guerra, los pobladores de Roma y de Alba decidieron que la rivalidad entre ambas ciudades fuera resuelta mediante un combate entre tres guerreros por cada bando. Por Alba pelearon tres hermanos llamados los Curiacios, y por Roma otros tres hermanos llamados los Horacios. Los Curiacios dieron muerte a dos de los Horacios; pero el tercero, simulando huir, logró separarlos y matarlos uno a uno. Lo cierto es que la ciudad de Alba fue arrasada totalmente por los romanos, que incorporaron a sus habitantes como ciudadanos de Roma.
Bajo el régimen de los reges Roma alcanzó un importante desarrollo. Habitada por campesinos latinos que cultivaban tierras en sus proximidades, pronto fueron asimilados e integrados en la ciudad los pueblos vecinos, principalmente sabinos; y seguramente la población latina originaria quedó posteriormente bajo la hegemonía de etruscos a consecuencia de su expansión en el centro de la península italiana; los cuales aportaron otras actividades, especialmente en la industria y la artesanía, y en el comercio y la navegación, así como costumbres más refinadas.
La incorporación de esos habitantes influyó de manera muy importante en la propia fisonomía de la ciudad; que comenzó a tener casas de mejores materiales y con mayores comodidades y decoraciones. Sin embargo, mientras los nuevos pobladores cumplían actividades cada vez más intensas y productivas en el comercio a través del puerto o del mercado, y prosperaban los talleres en que se trabajaban el hierro y el cobre, o las maderas, los originales habitantes latinos de la nobleza terrateniente, continuaban apegados a sus actividades agrícolas; aunque seguramente participaban del auge económico vendiendo sus productos a precios crecientes.
Durante los reinados de sus tres últimos reges, que fueron de origen etrusco, Roma consolidó su dominio sobre la zona del Lacio. Luego que Roma hubiera ido abarcando las colinas cercanas, ocupando el Capitolio donde se construyeron los principales templos, y el Quirinal que habitaran los sabinos, el rex Servio Tulio rodeó todo el territorio de las colinas con una muralla de piedra, dando origen a que Roma fuera designada como “la ciudad de las siete colinas”.
El período etrusco de Roma se destacó además por la realización de grandes obras públicas, especialmente la construcción de la cloaca máxima, que drenando los pantanos existentes en los valles situados entre las colinas, permitió rellenarlos y hacerlos habitables. También en esta época fueron construídos numerosos templos en la zona del monte Capitolio, cercano al valle que más tarde sería la sede del Foro romano cuyas ruinas se encuentran actualmente a sus pies.
De cualquier manera, con el paso del tiempo se fue acentuando la influencia política y económica de los “extranjeros”, sobre todo etruscos; suscitándose un creciente antagonismo con los patricios latinos.
Según las crónicas de historiadores antiguos, como Dionisio de Halicarnaso y Tito Livio, cuando su muerte puso fin al reinado de Anco Marcio, fue elegido como su sucesor un etrusco que había alcanzado gran prestigio y éxito, que asumió su reinado con el nombre de Tarquino el Soberbio. Según las mismas crónicas, Tarquino impulsó la conquista romana de las comarcas del Lacio; con lo cual incorporó un territorio de importante riqueza, convirtiéndose Roma en un gran centro comercial de industrial, incluso en el comercio marítimo ya que sus naves transportaban mercaderías a Córcega, Sicilia, e inclusive Cartago y a las ciudades de Grecia. Aunque en realidad, el reinado de Tarquino el Soberbio transcurrió seguramente en forma contemporánea con la declinación del poder etrusco; de donde resultó el surgimiento de la influencia romana en los territorios antes dominados por ellos.
Ello aportó a Roma grandes riquezas. Los reges comenzaron a emplear en sus actividades costumbres de gran ceremonial; en Roma se levantaron palacios y se ejecutaron importantes obras públicas. El área comprendida entre los montes Palatino y Capitolio, en que se habían instalado preferentemente los etruscos, se convirtió en un gran centro de comercio e industria.
Hacia los fines del siglo VI a.C., la dominación etrusca sobre Roma comenzó a declinar, como consecuencia del debilitamiento del poder etrusco a causa de los ataques e invasiones de los pueblos de la galia cisalpina en el valle del Pó.
Según la leyenda, no obstante la expansión que Tarquino el Soberbio aportó a Roma, su gobierno despertó gran descontento entre las familias patricias de la ciudad, cuya influencia política ignoró. Hacia el año 509 a.C., un episodio originado en la pretensión amorosa de un hijo de Tarquino contra Lucrecia — una mujer casada que por tal motivo se suicidó frente a su esposo — desencadenó una revuelta que culminó con la expulsión de Tarquino y la modificación del sistema de gobierno de la ciudad. En vez de un rex vitalicio, los romanos decidieron nombrar dos magistrados de gobierno, los cónsules, y otorgarles autoridad temporal, solamente por un año.
Lo cierto es que, probablemente a consecuencia del debilitamiento del poder etrusco, en el 509 a.C. los jefes de las gens latinas de Roma lograron expulsar la dinastía etrusca; y establecieron lo que se denomina como la república patricia.
Estructura social, política y religiosa de Roma antigua.
La estructura social y política de la ciudad romana a partir de la época de los reges, estaba compuesta por una reunión de gens (la unidad social inmediatamente superior a la tribu), cuyos jefes integraban un Senado que dirigía el nombramiento del rex; el cual a su vez procedía a designar los integrantes del Senado cuando surgía una vacante.
Cada una de las gentes estaba encabezada por una familia de antiguo origen latino, en torno a la cual se agrupaban numerosas otras familias más recientes, todas las cuales se consideraban ligadas por los lazos de provenir de un antepasado común, lo que implicaba una comunidad de religión familiar; y se colocaban bajo la protección de la gens, que asumía el nombre de quien se consideraba el primero de sus ancestros, el pater.
Las gentes conformaban el grupo de los patricios (aquellos que descienden de un mismo pater); únicos a los cuales estaba permitido rendir culto a Júpiter, cuyo jefe integraba el Senado, y entre cuyos miembros el rex escogía los funcionarios del Estado.
El fundador del linaje de la gens era un personaje tradicional, tenido como un héroe, al que se designaba como el genio; cuyo nombre se integraba al nombre de las personas. En Roma, cada persona tenía un nombre compuesto de tres términos, como Cayo Julio César: el primero era su nombre personal individual, el segundo el de la gens a que pertenecía, y el tercero el de su familia directa.
Además de los miembros patricios o nobles de la gens, ésta se integraba con los clientes; quienes dependían de los patricios aunque tenían la condición de hombres libres, estaban bajo su protección, y tenían la obligación de servirles, acompañarlos a la guerra y prestarles obediencia, a cambio de lo cual los nobles debían proveer a su subsistencia y defenderlos. De tal manera, el poderío y prestigio de cada familia noble estaba en función de la mayor cantidad de clientes con que contara.
Desde un punto de vista jurídico, los nobles y sus clientes integraban el populus romano como ciudadanos; es decir, poseían el derecho a tener bienes, y a contraer matrimonio, engendrando en consecuencia hijos legítimos que les sucedieran y heredaran esos bienes y derechos.
La estructura de las gentes perduró en Roma mucho más allá de la época de los reges, existiendo algunas muy importantes - como la gens Julia - de la cual salieron grandes personajes de la historia romana.
Los pobladores provenientes de los territorios conquistados no integraban el patriciado, sino que constituían la plebe o plebs; carecían de derechos jurídicos, no podían tener patrimonio, no podían rendir el culto religioso exclusivo de las gentes, y quedaban obviamente excluídos de todo derecho político dentro del sistema institucional de la civitas romana.
Esta situación, característica de la inicial organización de la sociedad romana en la época de los reges, fue evolucionando en el transcurso de los cinco siglos de la República; dando lugar a la aparición de nuevas instituciones y funcionarios del Estado, que poco a poco fueron permitiendo a los miembros de la plebe ingresar en algunos elementos propios de la civitas o ciudadanía romana.
La autoridad política en que residía la suma del poder constitucional del Estado romano, como representante del populus era el Senatus o Senado. Por tal motivo, tradicionalmente las leyes romanas eran encabezadas con las letras S.P.Q.R., iniciales de “Senatus populus que romanus”, expresión latina traducible por “El Senado y el pueblo romano”. El término senatus alude a la edad avanzada, la senectud, de sus integrantes.
El Senado estaba integrado en forma vitalicia por los jefes de las familias patricias, alrededor de 300, por lo cual era la máxima expresión, a la vez, del poder político y económico de la aristocracia de Roma.
En el Senado se discutían todos los asuntos importantes para el Estado romano; y de hecho era el que gobernaba, ya que si bien las leyes debían se aprobadas por los comicios éstos solamente podían aceptar o rechazar lo que proponía el Senado; y su influencia sobre los cónsules era manifiesta.
En los hechos, todas las grandes cuestiones y decisiones de la historia de Roma, fueron tratadas y resueltas por el Senado; de manera que los grandes lineamientos de la política romana fueron determinados generalmente por el patriciado.
Cuando el régimen constitucional de los reges fue sustituído en la república patricia por el de los cónsules, estos funcionarios recibieron el mismo grado de autoridad suprema que aquellos tenían: el “imperium”, aunque delimitado por la duración anual de su mandato y por el hecho de ser compartido entre los dos magistrados.
En principio, la idea de asignar igual autoridad en las mismas materias a dos magistrados no parece que fuera acertada; ya que la exigencia de que ambos coincidieran facilmente resultaría en una inoperancia no compatible con los intereses de gobierno del Estado, ni tampoco la posibilidad de que cualquiera de ellos dejara sin efecto lo que el otro decidiera. Los cónsules ejercían autoridad fundamentalmente en materia judicial y militar; con lo cual, en los hechos, normalmente actuaban cada uno por su lado, de manera que la potestad de cada cónsul de oponerse a lo resuelto por el otro raramente era ejercida.
Las dificultades inherentes al régimen constitucional romano para obtener un desempeño adecuado de sus magistraturas, se resolvían acudiendo a la institución de la dictadura. El dictator era designado en sustitución de los magistrados normales, cuando así resultaba necesario para afrontar circunstancias extraordinarias que significaban un peligro para la supervivencia del Estado. Las autoridades normales quedaban en suspenso, y el dictador ejercía temporariamente la suma de los poderes del Estado; determinando una especie de restablecimiento de la autoridad monárquica con carácter extraordinario y delimitado generalmente en el plazo de seis meses.
Desde los inicios de la organización de las instituciones de gobierno en Roma, la fuente última de legitimidad de sus magistraturas residía en las asambleas llamadas comicios.
Inicialmente, existieron los comicios curiados. Estaban integrados exclusivamente por los patricios; únicos que, por revestir la titularidad de la civitas, ser ciudadanos, tenían derecho a intervenir en la resolución de los asuntos de la ciudad y del Estado.
La totalidad de los integrantes de la ciudad — los ciudadanos — se organizaba en 30 curias; que eran en sí mismas unidades de votación, es decir que primero debía alcanzarse una decisión dentro de cada curia, y luego se computaban los 30 votos del conjunto de las curias. Tradicionalmente, los comicios curiados eran los electores del rex, los que aprobaban las leyes propuestas por los magistrados, los que declaraban la guerra, y los que actuaban como tribunal de justicia en los casos más trascendentales.
Las curias eran una circunscripción militar, a la vez que territorial. Cada curia debía proveer al ejércido 100 soldados de infantería y 10 a caballo. El ejército se componía, en consecuencia, de 3000 soldados infantes y 300 caballeros, organizados en legiones; a partir del cual Roma comenzó su prolongada historia de acciones guerreras.
De acuerdo con los preceptos religiosos, los comicios curiados solamente podían reunirse en los dias fastos señalados por los cónsules, cuando los augures determinaban que podrían inaugurarse.
Los comicios centuriados surgieron a consecuencia del proceso constitucional que llevó a la caída de los reges; para cuando la participación de la plebe en el ejército había llevado a que constituyera una asamblea en que participaban tanto patricios como plebeyos. Su nombre derivó, consecuentemente, de que el ejército se componía de centurias, a cada una de las cuales se asignó un voto.
La crónica histórica romana atribuyó el establecimiento de los comicios centuriados a reformas efectuadas por el sucesor de Tarquino el antiguo, Servio Tulio en las instituciones políticas de la constitución de Roma; pero lo más probable es que hayan sido resultado de un proceso evolutivo bastante extenso.
Los comicios centuriados — que no estaban condicionados a reunirse conforme a los preceptos religiosos — paulatinamente asumieron las atribuciones más acordes con su integración militar; especialmente lo relativo a la guerra y la paz, y a la aprobación de leyes de importancia para el Estado; en tanto que los comicios curiados fueron quedando solamente a cargo de los temas de índole religiosa.
En la época de Servio Tulio se introdujo en los comicios centuriados una reforma, estableciendo el llamado voto censitario; mediante el cual el número de votos se ajustaba según la riqueza. De modo que a partir de ello - y durante alrededor de 700 años - los comicios curiados, que constituían el fundamento de la legitimidad de las autoridades romanas, fueron dominados por los económicamente más dotados.
La reforma se hizo extensiva también al sistema de reclutamiento del ejército. En contrapartida de su mayor influencia en los comicios, quienes contaban con más medios económicos debieron prestar servicios más extensos en las legiones del ejército; así como pagar más impuestos para sustentarlo. Los carentes de recursos fueron eximidos del servicio militar, como de los tributos fiscales.
La reforma de Servio Tulio apuntó a debilitar el poder político de la antigua nobleza formada por el patriciado de origen latino y agrícola, otorgando preeminencia a los nuevos pobladores de origen “extranjero”, mayoritariamente comerciantes e industriales de origen etrusco; pero al mismo tiempo excluía a los plebeyos no pudientes de toda incidencia en las decisiones de los comicios centuriados.
La estructura social y religiosa del patriciado romano se basaba en la jerarquía familiar absoluta del pater familias, investido de la autoridad de la patria potestas. En base a ella, ejercía una autoridad ilimitada sobre su esposa, hijos, demás descendientes y clientes, que le debían total obediencia; al punto que podía juzgar su conducta y castigarlos hasta con la esclavitud o la muerte.
Además de una unidad económica — puesto que el pater familias disponía de todo el patrimonio familiar a su exclusivo arbitrio — la familia romana era igualmente una unidad religiosa, fundada en el culto a los antepasados, los manes. El fuego sagrado que simbolizaba la tradición religiosa familiar, debía arder permanentemente en el altar de los dioses donde se ofrendaba el pan y el vino durante los cultos domésticos.
Adicionalmente a los manes, la familia romana rendía culto a los lares y a los penates; espíritus guardianes de los campos cultivados y de las despensas.
La religión doméstica era la que determinaba el vínculo familiar, haciendo que la mujer al casarse debiera abandonar la de su familia, para adoptar la de la familia de su marido, dejando de pertenecer a la familia de sus padres y hermanos.
Aparte de las religiones familiares y de las gentes, exisía la religión oficial del Estado romano, que era común para todos los ciudadanos. Era una religión politeísta y antropomórfica, en cuanto contaba con diversos dioses a los que se asignaba forma humana.
La religión originaria de los pueblos itálicos era sumamente primitiva; por lo cual, además de la importante influencia etrusca, la religión romana recibió una gran influencia griega por medio del contacto con la civilización de las ciudades de la Magna Grecia; dando lugar a la adaptación de sus mitos y leyendas.
Los dioses romanos más importantes eran:
• Júpiter — el equivalente romano del Zeus griego, que siendo dios del cielo, del aire y del trueno, ocupaba en nivel superior entre todos los dioses.
• Juno — esposa de Júpiter con quien compartía el reinado sobre los dioses; equivalente por tanto a la Hera de los griegos.
• Marte — dios de la guerra que, según la leyenda romana, había sido el padre de los mellizos Rómulo y Remo; por lo cual se le consideraba protector de la ciudad y origen de las virtudes guerreras y viriles de los romanos.
• Vesta — diosa del hogar ciudadano, y por tanto protectora del espíritu tradicional de las familias, por lo cual cada familia tenía en su casa un santuario de Vesta con un fuego sagrado siempre encendido (de donde proviene, precisamente, la palabra “hogar”). Seis sacerdotizas vírgenes tenían a su cargo preservar el culto de Vesta y conservar en su templo principal el fuego siempre encendido. Estas sacerdotisas eran elegidas entre las hijas de las familias romanas más ilustres, debiendo servir como tales durante 30 años en que debían guardar castidad; por cuanto de violar ese voto o descuidar el fuego sagrado, eran condenadas a ser enterradas vivas.
• Juno — dios que tenía la facultad de conocer tanto el pasado como el porvenir, por lo cual era representado con una cabeza de dos caras; guardián de las puertas de la ciudad y de aquellas de las casas de los romanos. En su templo las puertas se abrían en tiempo de guerra y se cerraban en tiempo de paz, a causa de una leyenda conforme a la cual el dios podría salir del templo que habitaba si era necesario para proteger las puertas de la fortaleza romana. El nombre de Jano es origen de la designación del mes de Enero, en latín Januarium, trasuntado en muchos idiomas como en January y Janeiro; porque se le atribuía también ser el dios de todo lo que se iniciaba.
• Saturno — dios de la vegetación y de la agricultura al cual los campesinos rendían culto en unas fiestas anuales llamadas “saturnales”.
• Neptuno — dios de las aguas y el mar, representado portando un tridente con el cual pescar.
• Vulcano — dios del fuego.
• Plutón — dios de los dominios de los muertos.
• Mercurio — dios del comercio, representado con los pies sobre una rueda alada.
• Venus — diosa de la belleza femenina.
• Minerva — diosa de la inteligencia.
• Ceres — diosa de las cosechas.
La religiosidad de los romanos tenía importantes componentes de índole superticiosa, en su gran parte provenientes de la influencia etrusca; como la de practicar la adivinación mediante la búsqueda de indicios de la voluntad de los dioses.
Los procedimientos de adivinación se basaban en el examen de las vísceras de los animales sacrificados en el altar de los dioses, y en la interpretación del vuelo de las aves. Los especialistas en la adivinación mediante el estudio de las vísceras se denominaban arúspices; en tanto que los augures realizaban los “augurios” mediante la interpretación del vuelo de las aves.
A los arúspices correspondía lo relativo a los prodigios; hechos de producción excepcional como los terremotos y los desastres climáticos. Los augures se ocupaban preferentemente de escrutar el futuro en relación a los hechos políticos y especialmente militares, con particular referencia a los momentos previos a las grandes batallas; de manera que casi ninguna decisión importante de gobierno era tomada sin consultarlos previamente. Los augures determinaban los días fastus en los cuales las actividades públicas serían beneficiosas, y los días nec fastus en los cuales esas actividades quedaban interdictas.
El culto religioso se expresaba en ceremonias de ofrendas consistentes en presentar a los dioses alimentos u objetos valiosos; y también mediante las libaciones. El sacrificio de animales como cerdos, ovejas o toros, precedía al acto de la adivinación mediante el estudio de sus vísceras.
La dirección del ceremonial eligioso estaba a cargo de sacerdotes, que salvo en casos especiales como el de las vestales eran simples ciudadanos. Los sacerdotes se agrupaban en colegia, de los cuales el de los Pontífices, encabezado por el “Pontífice máximo”, tenía el cometido de velar por la conservación de la pureza de la religión.
La República consular.
Aunque no existen casi elementos documentales que permitan establecer con cierta objetividad el proceso que determinó la caída de la reyecía en la Roma primitiva; ocurrida aproximadamente hacia fines del siglo VI a.C., luego de haber conducido el surgimiento y la expansión de Roma durante un siglo y medio; cabe suponer que ello haya sido resultado del enfrentamiento político de la antigua nobleza patricia y agraria de origen latino, con los ascendientes sectores más modernos, de origen principalmente etrusco.
El régimen de los reges fue sustituído por la república de los Cónsules, igualmente electos en los comicios, pero cuyo mandato solamente duraba un año; pero aunque este sistema republicano rigió durante cinco siglos, hasta que Augusto inauguró el Imperio, su sistema constitucional tuvo un evolución marcada por numerosas reformas en gran medida resultantes de importantes luchas civiles.
La nueva República Consular romana, que aparentemente había sustituído un rex por dos cónsules, en realidad lo sustituyó por el Senado. En términos constitucionales modernos, se debilitó enormemente el “poder ejecutivo”, para otorgar la autoridad al Senado.
El Senado, integrado por los jefes de las antiguas gentes, era representativo de la oligarquía patricia. Pero se evidenció incapaz de gobernar eficazmente, y sobre todo, de defender la ciudad contra sus numerosos enemigos. La ciudad que los siete reges habían hecho crecer, expandirse y enriquecerse durante un siglo y medio, ya ni figuraba como centro económico de trascendencia en el área del mar Mediterráneo, medio siglo después de implantarse el consulado y el predominio senaturial.
El historiador romano Polibio, recogió el texto de un Tratado entre Roma y Cartago, suscrito en el primer año de la República Consular, por el cual Roma renunciaba a navegar y comerciar en todo el Mediterráneo oriental en beneficio de la colonia de origen fenicio; tan sólo a cambio del compromiso cartaginés de no interferir en la zona del Lacio. Un Tratado que evidenciaba la necesidad de Roma de renunciar a sus ambiciones de desarrollo marítimo, ante la urgencia de atender las rebeliones en sus territorios próximos, comprometiendo a los cartagineses a no intervenir. Aunque la Historia determinaría que llegado su momento, Roma volvería a ocuparse de Cartago.
Al debilitamiento político y militar de Roma, sucedió de inmediato una rebelión de los pueblos etruscos, que invirtió los términos del dominio, quedando Roma bajo el dominio etrusco durante algunos años; aunque a principios del siglo V a.C. Roma había recuperado su independencia.
La vida política en la Roma consular.
La República consular tuvo una vida política interna pautada por la oposición entre la oligarquía patricia de origen latino, y los llamados “plebeyos” — es decir, los que no pertenecían a las gentes tradicionales — mayoritariamente de origen etrusco. Ello fue agravándose a medida que se sucedían las guerras infructuosas.
Se formó una conjunción entre los plebeyos adinerados y los más desposeídos; sobre la base de postular leyes que aliviaran la situación de los deudores (que por las normas vigentes caían en la esclavitud) y para restablecer el poder político de los antiguos comicios, debilitados frente al Senado.
El poder de los plebeyos se incrementó a consecuencia de la reforma realizada en el año 495 a.C., determinando la división de la población de la ciudad en 21 tribus que debían percibir los impuestos de guerra y levantar las tropas. Los jefes de estas tribus adquirieron así un cierto poder político, lo que en el transcurso de algunos años les permitió imponer al patriciado la creación de nuevos magistrados, llamados tribunos de la plebe, originariamente 4 que en el año 471 a.C. fueron aumentados a 5.
La elección de los tribunos de la plebe era realizada por una asamblea distinta de los comicios curiados y de los comicios centuriados, los comicios por tribus o comicios tribados; donde no pesaba el voto censitario ni la necesidad de autorización ni de rituales religiosos para reunirse.
Esas modificaciones institucionales se vieron reforzadas progresivamente. Primero, se crearon otros magistrados llamados ediles, especie de asistentes de los tribunos. Luego, se otorgó a los tribunos un derecho de veto respecto de las decisiones del gobierno; y finalmente se les permitió proceder a la convocatoria de los comicios tribales toda vez que lo creyeran conveniente.
El decenvirato.
El continuo incremento de poder político de los plebeyos frente a los patricios romanos, permitió que en el año 462 a.C., el tribuno Terentilio Arsa propusiera una ley limitando los poderes de los cónsules; lo cual desató una grave crisis política que se prolongó por más de una década.
Como conclusión de los conflictos institucionales, finalmente se suprimieron todas las magistraturas y asambleas, y se estableció una especie de Consejo de diez magistrados, los decenviros; a los cuales que encargó a la vez ejercer el gobierno y preparar una nueva constitución.
Los primeros decenviros cumplieron su misión en un año; formulando lo que se conoce como la Ley de la X Tablas. Sin embargo, el espíritu componedor de su propuesta terminó por desagradar a todos los bandos; tanto por la eliminación de los poderes del patriciado como por la de las magistraturas plebeyas.
Se incorporaron entonces, en el año siguiente, 3 nuevos decenviros, originarios del sector plebeyo; lo cual llevó a los patricios, temerosos de perder posiciones, a aprobar leyes que adicionaron dos tablas más, prohibiendo los matrimonios entre patricios y plebeyos, originándose así la célebre Ley de las XII Tablas, que constituye un antecedente esencial del Derecho Romano.
Descontentos patricios y plebeyos con la labor de las decenviros, aunque persistiendo sus diferencias, acordaron abolir el decenvirato; aprovechando la circunstancia de la derrota de los 8 decenviros que comandaban a las legiones romanas en la guerra contra los sabinosy ecuos, en el año 449 a.C. Dando comienzo a una práctica que Roma volvería a presenciar, las legiones se sublevaron, marcharon sobre Roma y abolieron el decenvirato restableciendo la constitución anterior.
De todas maneras, la obra legislativa civil y penal realizada por el decenvirato perduró en Roma durante siglos; pasando a constituir el fundamento de su ordenamiento jurídico y social que constituye la esencia del legado de Roma a la civilización occidental.
Mientras los ataques externos se atenuaron y casi desaparecieron en la segunda mitad del siglo V a.C., las disidencias políticas internas siguieron pautando la historia de Roma.
En el 444 a.C., el tribuno Canuleyo propuso derogar la ley que prohibía el matrimonio entre patricios y plebeyos; al tiempo que otros reclamaban que los plebeyos también pudieran ser nombrados cónsules.
El patriciado, que dominaba en Senado, prestó aprobación a la lex canuleya, que por otra parte permitía a los patricios acceder a las riquezas de muchos plebeyos mediante el matrimonio. Se esperaba que esa concesión llevara a retirar la pretensión plebeya de acceder al consulado; pero no fue así. De modo que, en algunas oportunidades, el Senado permitió que en vez de dos cónsules se eligieran tres tribunos militares, investidos de consulari potestate (potestad consular); pero los plebeyos insistían en designarlos todos los años.
Finalmente, Roma debió atender los acuciantes problemas militares, al estallar una sucesión de guerras, que incluse llevaron a la destrucción de la ciudad; aunque culminaron en su total predominio sobre el territorio peninsular italiano.
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