La antropología filosófica
La antropología filosófica, es aquella rama de la filosofía que tiene por objeto el estudio del hombre en sí mismo; que toma al ser humano como objeto a la vez que sujeto del conocimiento filosófico.
Las interrogantes que se plantean apuntan a determinar qué es el hombre, qué diferencia al hombre de las demás entidades que existen en la realidad, cuáles son los componentes fundamentales de su ser; no en el sentido material o funcional físico con que pueden estudiarlo sea la anatomía o la fisiología, sino con referencia a lo que constituye lo más diferencial y personal de su ser, los determinantes de su condición espiritual y racional.
En este sentido, la antropología (del griego: ántropos=hombre), es aquella disciplina que procura el conocimiento del hombre no en sentido físico sino especialmente respecto de su comportamiento tanto en lo individual como en lo colectivo; aunque distinguiéndose de la sociología como disciplina que analiza las cuestiones de las sociedades humanas desde un punto de vista más general y objetivo, que subjetivo.
En la realidad, es fácil percibir que entre los seres vivos, fundamentalmente en el reino animal, ocurren fenómenos de conducta individual. La etología, en particular, es la disciplina que se ocupa de analizar las conductas de los animales de todos los niveles zoológicos. Sin embargo, es también facilmente perceptible que las conductas de los animales son explicables primariamente en función de factores de carácter instintivo; como comportamientos que están impulsados por determinantes que pueden considerarse automáticos o “programados” en relación a determinadas circunstancias.
En el hombre, en cambio, si bien se reconocen ciertos comportamientos impulsados por factores de índole biológica y también instintiva, existen conductas - que a medida que progresa en su evolución y civilización resultan ser las predominantes - que no pueden explicarse como originadas en una tendencia instintiva. En la mayor parte de los comportamientos humanos, no se da la motivación a través de la manifestación activa y automática de un instinto o de un deseo; sino que surge claramente que existen otros impulsos, sobre todo los de caráter racional o emocional, que responden a un ser del hombre, que es su signo diferencial específicamente característico respecto del resto de los seres vivos.
Puede decirse que alcanzar el conocimiento del hombre acerca de sí mismo ha sido tal vez el objeto primario y principal de la investigación filosófica. La propia constatación de la existencia del pensamiento filosófico, constituyó el aliciente de los filósofos para procurar un auténtico conocimiento de la esencia del hombre; incluso como un medio de liberarse de los condicionamientos que le impone el mundo exterior y alcanzar una verdadera libertad.
El conocimiento.
La facultad humana del conocimiento, ha sido indudablemente uno de los primeros temas suscitados en el ámbito de la filosofía; no solamente en cuanto a plantearse la cuestión de si el hombre es capaz de conocer, sino también aquella del grado de verdad de lo que se conoce.
La llamada fenomenología del conocimiento, procura exponer el proceso por el cual el conocimiento se produce, pero intenta hacerlo desde un enfoque puramente filosófico, atendiendo al significado de ser objeto o sujeto del conocimiento. En ese fenómeno filosófico del conocimiento se trasunta una especie de fusión del objeto conocido con el sujeto cognoscente, que obviamente no sería posible en ausencia de cualquiera de ellos.
Pero esa suerte de fusión ocurrente en el conocimiento humano, no tiene lugar en sentido físico y material sino abstracto. El hombre conoce a través de su intelecto, y lo que se incorpora a él no es el objeto mismo, sino su representación; que puede ser una exacta reproducción del objeto conocido - en cuyo caso el conocimiento será verdadero - o no serlo, por lo menos parcialmente - en cuyo caso el conocimiento será falso.
La primera de las cuestiones se suscitan, es la de la posibilidad del conocimiento, para lo cual los filósofos han dado diversos tipos de respuestas:
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Para el escepticismo, el conocimiento no es posible; lo cual encierra en sí una contradicción, ya que si realmente el conocimiento no fuera posible, tampoco el conocimiento de ello sería posible. En ese sentido, se destaca el planteo de Renato Descartes en su célebre expresión “pienso, luego existo”, conforme a la cual la sola circunstancia de tener dudas implica la apertura de la inteligencia hacia la realidad: no nos es posible dudar de que estamos dudando, y ello constituye algo verdadero tanto como lo es que si estoy dudando es porque existo.
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Para el dogmatismo, no solamente el conocimiento es posible, sino que las cosas son conocidas tal como ellas son.
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Las posiciones intermedias, que de alguna manera participan en cierta medida de cada una de las anteriores, admiten que el conocimiento es posible cuando son cumplidas determinadas condiciones; las que se refieren a tomar en consideración las características del sujeto cognoscente, las deformaciones provenientes de los sentidos, o de los preconceptos personales o sociales.
Acto seguido, se plantea la cuestión del fundamento del conocimiento:
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Para el empirismo, el fundamento del conocimiento radica en la realidad inteligible, considerando incluso como parte de ella las propias ideas en cuanto existen en la conciencia; de tal manera que la experiencia, sea sensible, histórica o interior, es el fundamento del conocimiento.
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Para el racionalismo, el fundamento del conocimiento reside en la razón, ya no como una realidad inteligible existente en la conciencia, sino como un conjunto de evidencias o verdades eternas.
Por otro lado, también en cuanto a la cuestión del fundamento del conocimiento se plantean las concepciones del realismo y del idealismo.
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El realismo sustenta que el conocimiento es posible sin necesidad de suponer que la conciencia impone a la realidad determinados conceptos o categorías. Desde el enfoque metafísico, el realismo considera que las cosas existen realmente y con independencia de la conciencia y del sujeto que las conoce. El realismo ingenuo, supone que el conocimiento es una reproducción exacta de la realidad; mientras que el realismo científico - también designado crítico o empírico - indica que no es posible equiparar directamente lo percibido con lo realmente conocido, sino que previamente hay que someterlo a un análisis racional.
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El idealismo gnoseológico (ya que existen diversas otras acepciones aplicables al idealismo) ha sido una corriente filosófica moderna, sustentada por filósofos como Descartes y sobre todo la corriente denominada del idealismo alemán (entre los que se encuentran Kant, Fichte, Schelling y Hegel). Este idealismo no significa negar la existencia del mundo exterior, sino sostener que la existencia de esos objetos del mundo exterior no es cognoscible mediante la percepción inmediata; y que por lo tanto lo conocido no es el mundo sino una representación del mundo. El idealismo ha sido profesado por muchos filósofos modernos; no obstante lo cual ha perdido mucha fuerza en la filosofía contemporánea.
La inteligencia.
Planteado en términos filosóficos el problema del hombre y su principal interrogante de determinar qué es el hombre, qué diferencia al hombre de las demás entidades que existen en la realidad, y cuáles son los componentes fundamentales de su ser; la cuestión reside en inquirirse acerca de la esencia más definitiva del ser humano. Se trata de identificar aquello que constituye su característica más propia y más determinante de su distinción respecto del resto de los seres, especialmente de los seres vivos; una característica que sólo los seres humanos posean por el solo hecho de ser humanos.
Prácticamente todos los filósofos que se han planteado esta interrogante, desde los primeros orígenes, identificaron como tal elemento la posesión de la facultad de raciocinio, la razón. Ello se sintetiza habitualmente en la expresión de Aristóteles conforme a la cual “el hombre es un animal racional”; por oposición a los animales, aún los más evolucionados en la escala zoológica, que actúan en base al instinto.
Reconocido y aceptado, por otra parte, que también los seres humanos están sometidos a necesidades vitales y a instintos; es asimismo una idea que aparece siempre en el pensamiento filosófico, expresada de una u otra manera y con uno otro alcance, la de que justamente la superación del individuo humano resulta de alcanzar una capacidad de obrar, por lo menos en algunos aspectos, por encima y a pesar de sus impulsos instintivos. Y, en consecuencia, lograr que sean sus facultades intelectuales las que determinan su conducta, tanto en función de su conocimiento o “ciencia”, como en función de ciertos criterios valorativos frente a sí mismo, “conciencia”.
La investigación y la experimentación biológica, ha conducido a determinar en muchos casos, conductas de los animales que aparentemente responden a un raciocinio, por lo menos en un enfoque práctico. Especialmente, existen numerosos ejemplos demostrativos de lo que se denominan “los reflejos condicionados” de diversas especies animales: monos, perros, delfines, focas, osos, elefantes, etc. Incluso, existen conocidos estudios acerca de comportamientos bastante complejos de seres como las hormigas o las abejas, algunos pájaros, etc.
Sin embargo, la resultante final de esos estudios, conduce a advertir que esos comportamientos - aunque en muchos aspectos resultan ser consecuencia de determinaciones acerca de cuyo origen no se ha alcanzado un conocimiento cabal desde el punto de vista científico - constituyen un tipo de respuestas automáticas, esencialmente resultantes de vinculaciones “aprendidas” entre una acción y un resultado (como la foca que recibe un pescado luego de obedecer un estímulo de su entrenador).
Lo que esencialmente diferencia esos comportamientos “programados” de los animales adiestrados - o los que puedan haber adquirido incluso en la vida en su hábitat propio - respecto de los comportamientos racionales de los seres humanos, reside en que el hombre emplea a esos fines otras facultades, que le son absolutamente propias y exclusivas: la inteligencia y la voluntad.
La facultad de la inteligencia, que caracteriza a los seres humanos, está constituída fundamentalmente por la capacidad de interpretar la realidad no solamente en sí misma - como se la percibe a través de los sentidos - sino bastante más allá.
El origen etimológico latino de la palabra inteligencia, se compone de sus raíces “intus” y “legit”, que respectivamente significan interiorizar y captar o leer; es decir que “inteligere” es equivalente a leer o captar lo que hay en el interior de las cosas, y sobre todo, en el interior de las relaciones de la realidad.
La inteligencia humana posee ciertas características que le son específicas y la diferencian de todas las restantes facultades de los seres vivos:
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Posee la capacidad de abstracción — mediante la cual puede captar no solamente un objeto real, sino el modo de ser en sí mismo del objeto, integrándolo en su género; es decir, que su percepción va más allá de lo concreto en cuanto percibe el modo de existir en abstracto, de los elementos individuales existentes en la realidad.
En ese sentido, cabe hacer la distinción entre una inteligencia práctica, que se aplica directamente a encontrar los medios adecuados para llegar a un fin (como construir una herramienta para ampliar la capacidad manual); y la inteligencia contemplativa, que analizando la realidad extrae de ella relaciones y trata de obtener un conocimiento sobre el ser mismo de las cosas.
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Posee la capacidad de interpretación — En su sentido más preciso, la inteligencia es por sobre todo entendimiento. Si por una parte la inteligencia, al menos respecto del mundo de la realidad, depende de la información que proviene del conocimiento sensible; lo que en definitiva es su producto esencial está conformado por un resultado final de entendimiento de esa realidad, la capacidad de interpretar todas las relaciones extraídas de la información obtenida, para alcanzar el conocimiento del nivel más superior.
Se trata, por tanto, de un conocimiento que permite tener una representación coordinada, coherente, armónica de la realidad o de una concepción intelectual; de tal modo que la razón encuentra que ha logrado conocer la totalidad del objeto de su análisis, comprender sus orígenes causales, sus pautas de funcionamiento, sus finalidades, anticipar todas las posibilidades de ocurrencia. Como consecuencia de la interpretación inteligente de la realidad, es que el hombre adquiere la verdadera posibilidad de poner en actuación todas sus restantes facultades , especialmente la voluntad, para obrar en la forma adecuada.
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Tiene la capacidad de captar su propia existencia — de conocerse y “entenderse” a sí misma. Los órganos sensoriales, los sentidos pueden percibir todos ellos sensaciones externas, pero nunca pueden percibirse a sí mismos. Por otra parte, un sentido sólo puede percibir las sensaciones actuales; en tanto que la inteligencia, auxiliada con la memoria, puede volver repetidamente sobre sus propias percepciones y volver a procesarlas una y otra vez; lo que le permite revisar los propios entendimientos y raciocinios previos, ya sea para ratificarlos o modificarlos.
Este proceso, que los filósofos designaron como reflexión, no tiene sin embargo equiparación posible con los fenómenos físicos de ese tipo; porque no opera sobre ningún elemento que tenga una existencia material, sino que su existencia es absoluta y puramente intelectual.
La conciencia de la propia existencia es asimismo un resultado racional, en la medida en que, desde un punto de vista lógico, la propia acción de dudar de la existencia está confirmando esa existencia, porque la duda no podría existir si no existiera el que duda.
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La inteligencia no es un objeto corpóreo — No reside definidamente en un órgano del cuerpo, como ocurre con la vista, el oído, el olfato, el tacto, etc. Los más modernos avances de la tecnología - incluso filosóficamente fundados en la lógica de la diversidad falso/verdadero como lo está la informática - evidencian que aunque es posible predeterminar procesos sumamente complejos (tales como las computadoras gigantes que juegan al ajedrez); la inteligencia humana siempre supera todas las posibilidades mecánicas de procesamiento del conocimiento de la realidad.
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La inteligencia no es medible ni es divisible — Sin duda, la capacidad de intelección del hombre se incrementa enormemente a partir del conocimiento; pero de todos modos la capacidad de “entendimiento” de la realidad, la inteligencia de una persona, no guarda una relación matemática de proporcionalidad con el volumen del conocimiento que haya adquirido.
La intuición.
La intuición, que constituye un modo de adquirir conocimiento, es al mismo tiempo uno de los conceptos que más dificultad presenta para su exposición; al punto de que algunos han expresado que es un concepto que sólo puede adquirirse intuitivamente.
Por lo general, se expresa que la intuición es la vía por la cual se adquiere un conocimiento por directa apreciación racional; un conocimiento que se impone al intelecto en forma inmediata. Alguien sostuvo, gráficamente, que “la intuición es la avanzada del genio”.
Los filósofos han distinguido entre:
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La intuición sensible — que es la denominación dada por Kant a aquella forma de intuición en la cual el conocimiento directo es adquirido respecto de las llamadas cualidades primeras de los objetos sensibles, también llamadas percepciones simples.
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la intuición intelectual — ya señalada por Platón - que aporta el conocimiento de las ideas innatas cuya consideración como verdades resulta axiomática, en el sentido de que no existe ni necesitan demostración; como el principio de contradicción conforme al cual una cosa no puede al mismo tiempo ser, y no-ser.
El conocimiento intuitivo debe distinguirse de aquel que, aunque parece tener un contenido axiomático y totalmente apriorístico, en realidad es resultado de procesos de razonamiento.
Del mismo modo, debe distinguirse el conocimiento racionalmente axiomático de ciertas afirmaciones que en realidad son dogmáticas , en cuanto se parte de ellas como datos inamovibles - sobre todo en las construcciones ideológicas - sin que en realidad se justifique hacerlo así.
Otro concepto que no debe confundirse con la intuición en sentido filosófico, es el concepto a veces utilizado del término “intuición”para referirse a ciertas “anticipaciones” o “revelaciones” o “inspiraciones” que ocurren en el estudio o la investigación; en que surgen hipótesis o eventuales conclusiones respecto de un tema enfocado en la atención, que en algunos casos podrán ser ulteriormente verificadas por métodos científicos.
En estos casos, lo que existe es sin duda un proceso no totalmente consciente del raciocinio, por cuanto necesariamente son resultado no de una aprehensión directa del conocimiento, sino de la elaboración de conocimientos previos.
El alma.
En el hombre existe una dimensión evidentemente no material, que da a su ser una condición no reductible a lo material, que la filosofía y la religión denominan espiritualidad. En particular ante el fenómeno de la muerte, aparece claro que existe una diferenciación entre lo físico y lo espiritual.
La ciencia enseña cuál es la constitución material del ser humano, a partir de su composición química conformada por los átomos de los distintos elementos, su combinación en moléculas, su integración en células su diferenciación en tejidos. La fisiología expone la dinámica de los procesos vitales; aunque en definitiva no haya logrado establecer precisamente en qué consiste en sí mismo el fenómeno llamado vida. Extinguida la vida por la muerte, la ciencia ha permitido conocer incluso los procesos por los cuales el cuerpo material desintegra sus componentes, y de acuerdo con la Ley de Lavoisier seguramente sus sustancias materiales se transforman en otras.
Pero a todos parece evidente que, mucho más que su cuerpo fisicamente considerado - cuya integración material, incluso, es sabido que es cambiante y se renueva en forma casi total durante su existencia - la identidad propia del hombre resulta de ciertas dimensiones no materiales, psíquicas, morales, culturales, afectivas; algunas de las cuales también suelen ser cambiantes a lo largo de su vida, pero que de todos modos conforman una unidad esencial de su ser, que mantiene su propia identidad a pesar de esos cambios.
Cada ser humano conforma una totalidad individual y propia, que permanece idéntica a sí misma durante toda su vida, no obstante todos los cambios que puedan afectarle en todos los órdenes.
El reconocimiento de esa dimensión no material del ser humano, ha llevado a sustentar la concepción de la existencia del alma, no solamente en su enfoque religioso sino también desde el punto de vista filosófico; al punto de que han existido y existen muchas concepciones para la cuales el hombre es principalmente su espíritu y que su cuerpo es un mero instrumento de él.
Una vez admitida la existencia del alma, surgen de inmediato las cuestiones relativas a cuál es su naturaleza y cuáles sus relaciones con el cuerpo.
Indudablemente, todas las cuestiones referentes al ser y a la naturaleza y relaciones del alma, son cuestiones esencialmente filosóficas, en la medida en que su propio planteo tiene su origen en la reflexión intelectual. Admitido que lo que caracteriza al hombre en su esencialidad es su trascendencia respecto de lo meramente físico - su reflexividad, su voluntad, su libertad, su moralidad, capaz de haber producido entre otras muchas, realidades abstractas como lo son el arte, la política, la religión, el lenguaje - todo lo que en definitiva constituye su espiritualidad; necesariamente ha de asignarse al alma humana una naturaleza espiritual, ajena a la materialidad del hombre mismo, una forma de vida interior que opera subjetivamente en cada individuo a lo largo de toda su existencia.
Percibido el problema del alma como una de las principales cuestiones filosóficas desde la remota antigüedad, han sido expuestas a su respecto numerosas concepciones.
Existen dos posturas generales básicas en torno a la cuestión del alma; aquella que la considera un ser único e individual - y por lo tanto propia y exclusiva de cada persona, por lo cual la unión del alma y el cuerpo es de índole sustancial; y aquella que le atribuye una existencia trascendente y eterna, por lo cual es anterior a la existencia del cuerpo - con el cual su unión es accidental.
Naturalmente, se trata asimismo de un tema fuertemente ligado a las concepciones religiosas; por lo cual, dentro de la cultura occidental, está intensamente comprendido en las doctrinas religiosas y también filosóficas del cristianismo; a pesar de que en realidad es anterior a él.
Platón desarrolló la primer concepción estructurada acerca de las cuestiones del alma, que haya llegado hasta nosotros. Sustentó que el cuerpo humano es una realidad siempre extraña al alma, con el cual ella tiene una unión accidental. Unión que constituye para el alma una limitante de su desenvolvimiento, por lo cual ella debe domeñar al cuerpo, tratando de gobernarlo adecuadamente, como el jinete a su cabalgadura. El ser propio del hombre es su alma, que necesita y utiliza el cuerpo; pero que en definitiva habrá de liberarse de él para poder realizarse plenamente. (Ver Platón).
Aristóteles sostuvo la concepción sustancial de la unión del cuerpo y el alma, como una única sustancia verdaderamente existente que es el hombre. (Ver Aristóteles).
Sus concepciones influyeron decisivamente en los principales filósofos cristianos, especialmente Santo Tomás de Aquino y Renato Descartes; cuya doctrina ha sustentado terminantemente el concepto de la inmortalidad individual del alma humana. Para ellos, el alma es la verdadera sustancia; que si bien es incompleta en cuanto necesita del cuerpo para concretar sus potencialidades, se proyecta por sobre el cuerpo en sus actividades espirituales.
La expresión persona rememora el nombre dado a las máscaras que en el teatro griego se colocaban los actores para “personificar” a los “personajes” de las tragedias; y que por lo tanto exterioriza no solamente su aspecto físico sino también las características íntimas de cada personaje. El hombre como persona, tiene esencialmente una naturaleza racional. Es el componente espiritual - llámesele alma y téngase de ella la concepción que se tenga - lo que realmente hace de cada persona humana un individuo; en el sentido de un ser propio, distinto y subjetivamente único a lo largo del tiempo y de las variaciones de sus elementos vitales, tanto los materiales como los incorporales.
La voluntad.
En los estudios filosóficos, el tema de la voluntad ha sido encarado tanto como un componente psicológico del hombre, como muy especialmente vinculado a las cuestiones morales o religiosas; y aún desde el punto de vista metafísico, como un motor de los cambios.
La voluntad se presenta como una actividad abstracta, intelectual, del hombre, que se concreta esencialmente en la toma de una decisión, que constituye su fase más propia.
Existe un proceso de la voluntad, en el cual generalmente se reconocen cuatro etapas:
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El surgimiento o la incorporación en la conciencia, de los motivos, que constituyen determinantes de naturaleza intelectual, representaciones de ideas; de los móviles, que constituyen determinantes de orden emocional o afectivo, representaciones de sensaciones placenteras o de temor al sufrimiento. Lo frecuente, es que los motivos y los móviles, como determinantes de la voluntad, no se presenten en una forma claramente distinguida; sino que por lo común operan de forma entremezclada.
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La deliberación, considerada como un análisis racional, que en algunos desarrollos acerca de los métodos de la adecuada toma de decisiones se presenta como un estudio cuidadoso y prudente a partir de una enunciación de las opciones planteadas y una evaluación de los factores a favor o en contra, a partir de una representación de las consecuencias de uno u otro tipo que puedan derivarse. Sin embargo, en la práctica, la mayor parte de las decisiones son tomadas de una manera sumamente rápida; sea por prescindir de una detenida evaluación racional a causa de la intensa influencia de factores emocionales, sea porque la previa experiencia - y aún la rutina - elimina una gran parte del proceso racional a su respecto.
De todos modos, debe distinguirse claramente el acto volitivo de la acción ideomotriz. El primero corresponde en alguna medida a un proceso en que participa alguna forma de raciocinio; en tanto que la segunda designa acciones que si bien corresponden fisiológicamente a los fenómenos voluntarios (como caminar, etc.) en realidad se realizan sin un análisis racional específicamente referido a esas acciones, aun que ellas puedan ser instrumentos de cumplimiento de decisiones voluntarias de otro nivel.
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La decisión, que consiste esencialmente en la formulación de un juicio conclusivo, que cierra el proceso deliberativo con una representación imperativa de una acción futura; aunque en muchos casos se trata de un futuro tan inmediato que practicamente se confunde con el momento mismo de la decisión.
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La ejecución, que por lo general no está constituída por componentes abstractos o ideales sino por acciones materiales; y que asimismo tiene primariamente un lugar en el tiempo futuro, ya sea que la ejecución esté constituída por la realización instantánea o muy breve de un acto, o que se configure como una sucesión coherente de actos en distintos momentos del futuro. Esta es una etapa que, normalmente, carece de interés desde el punto de vista filosófico; aunque como elemento de la realidad experimental pueda repercutir en algunos aspectos, especialmente en el enfoque moral o ético.
Desde el punto de vista de la psicología, se formulan diversas observaciones en cuanto a que la voluntad, en último análisis, no constituye en sí misma un estado de la conciencia; como pueden serlo las sensaciones, las imágenes, las ideas, e inclusive los deseos o los estados afectivos. Para algunos filósofos y psicólogos - sobre todo modernos - la voluntad no constituye un aspecto irreductible de la conciencia, sino que es meramente una combinación de juicios y, en consecuencia, una resultante de la inteligencia.
Esta posición ilustra la polémica antigua, respecto de la voluntad, entre la corriente “intelectualista” - que evidentemente hace predominar los factores del análisis racional previo como constitutivos de la voluntad - y la corriente “voluntarista” que apunta a estudiar el concepto de la voluntad como un elemento irreductible, como una capacidad abstracta del hombre, considerada en sí misma, cuyo producto son las voliciones, consideradas casi como un objeto.
La cuestión de las relaciones de la voluntad con la inteligencia, el deseo, los impulsos, se origina ya en los albores de la filosofía.
Platón incluyó la voluntad entre las potencias o poderes del alma; considerándola como una facultad intermedia, en su división tripartita del alma y de la sociedad y el Estado (Ver Platón). La consideró ubicada por debajo de la razón que rige o debe regir al hombre, y por encima de los apetitos sensibles o simples deseos. No la consideró en sí misma como una facultad racional, pero tampoco como una facultad totalmente irracional. Para Platón, el mero seguimiento de los deseos no significa ejercicio de la voluntad; el deseo pertenece al ámbito del alma sensible o concupiscible, pero la voluntad pertenece al orden de lo inteligible .
Para Aristóteles, la voluntad debe tener un carácter conforme a lo racional. Conjuntamente con el deseo, para Aristóteles la voluntad es un motor, cuya función es la de mover al alma; sin embargo, ella no se mueve como el deseo, ajena a toda condicionante del intelecto.
En la filosofía medieval, el tema de la relación que debe establecerse entre la voluntad, la inteligencia, y la razón, se encontró sumamente afectado por los enfoques de la teología; aunque de todos modos los filósofos cristianos estuvieron guiados muy fuertemente por las ideas de Platón y sobre todo de Aristóteles.
Las concepciones de Santo Tomás de Aquino acerca de la voluntad se asentaron sobre las de Aristóteles; sosteniendo que la voluntad del hombre es una facultad estrictamente ajena a la necesidad, y que ella es una manifestación del libre albedrío (Ver La libertad ), y que la voluntad es en el hombre una potencia superior a las potencias irascibles y concupiscibles. La inteligencia es motora de la voluntad por medio de objetos, y la voluntad es motora de sí misma en consideración al fin propuesto; por lo que la denomina apetito intelectual.
En la filosofía moderna, existen en cuanto al tema de la voluntad una tendencia racionalista cuyos principales representantes son Renato Descartes (1596-1650) y Gottfried Wilhelm Leibnitz (1646-1716); y una tendencia empirista cuyos más destacados representantes son Thomas Hobbes (1588-1679) y David Hume (1711-1766).
Para Descartes, decididamente voluntarista, la voluntad es la facultad de asentir o de negar el juicio de modo que todo acto intelectual es un acto de voluntad . Leibnitz se opone a ese concepto, y considera que la voluntad tiende a lo reconocido como bueno por el pensamiento, por lo cual solamente puede quererse lo que se percibe por el intelecto. En ese sentido, algunos señalan que el acto de voluntad quiere lo que es juzgado como bueno por el entendimiento, independientemente de que en un plano externo al sujeto volitivo su volición sea moralmente negativa.
Para los empiristas, no hay un apetito racional, sino que la voluntad vale en sí misma como inicio de la acción. Para ellos, los actos voluntarios no son racionales ni intelectuales, sino acción pura ; no encuentran sentido en pensar que hay un acto de voluntad independiente de la existencia empírica de la acción correspondiente.
Emmanuel Kant (1724-1804) resaltó el contenido moral de la voluntad, mencionando el concepto de la buena voluntad que posee en sí un valor absoluto, en forma independiente de sus resultados.
La afectividad.
El área de la afectividad comprende un grupo de estados de conciencia en los que se suscita una inclinación de atracción o de rechazo - de placer o de sufrimiento - hacia diversas sensaciones, ya sean provenientes del mismo sujeto consciente o del exterior; y respecto de las cuales esa inclinación no es resultante de una evaluación intelectiva, sino que representa una reacción espontánea y subjetiva respecto de una situación en la que el sujeto consciente asume un papel pasivo.
Los estados afectivos son variados y resulta dificultoso clasificarlos. A menudo las reacciones afectivas no son unívocas; y frente a ciertas situaciones la conciencia experimenta tendencias contradictorias en las cuales no resulta fácil delimitar sus fronteras.
Entre las principales manifestaciones de la afectividad, se enumeran:
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Las emociones. Son estados afectivos de la conciencia que surgen de manera súbita, produciendo una alteración del equilibrio. Se caracterizan porque frecuentemente el estado de la conciencia tiene una inmediata y concordante repercusión somática, generándose reacciones fisológicas variadas, algunas de ellas detectables exteriormente (como la vasodilatación que produce el sonrojo ante emociones de vergüenza) o no apreciables (como el incremento en la producción de adrenalina en las emociones de ira o de miedo, aumento del ritmo cardíaco, sudoraciones, contracción estomacal, etc.)
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Los sentimientos. Son estados afectivos que se diferencian de las emociones en que, a la vez que surgen de manera más gradual, y por lo mismo sin una intensidad de alta concentración momentánea, afectan el conjunto de la vida psíquica de manera estable y duradera, y afectan diversos órdenes de las abstracciones mentales, tales como convicciones de valor, convicciones de ideas, y similares.
Suelen diferenciarse sentimientos de alto nivel o superiores, y sentimientos de nivel menor o inferiores. Entre los primeros, se sitúan los sentimientos de la afectividad duradera como el amor familiar, los sentimientos éticos, las convicciones estéticas, religiosas o políticas. Entre los sentimientos menores, se ubican estados espirituales de menor intensidad, como el placer que se experimenta con la comida o la bebida, con la música, con el disfrute de un viaje, etc.
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Las pasiones. Son estados de la conciencia que participan en cierto grado de la intensidad de las emociones y de la durabilidad de los sentimientos; de tal manera que asumen un sentido muy dominante en la conducta del individuo y conducen a comportamientos frecuentemente poco racionales y extremados. Se mencionan de tal modo el enamoramiento exacerbado, el fanatismo político o religioso, la desmedida ambición de riquezas o de poder. Muchas pasiones asumen naturaleza obsesiva y cercanamente patológicas, tales como los celos o los juegos de azar. Puede decirse que respecto de las pasiones, existe una regla de proporcionalidad en cuanto a sus componentes; en el sentido de que a mayor intensidad existe un menor respaldo de racionalidad en el comportamiento; y o por consiguiente una menor capacidad de percepción válida de la realidad y sus condicionamientos.
El amor.
El amor constituye un tema de índole filosófica; tanto desde el punto de vista de su existencia como un objeto abstracto de la conciencia humana, como desde el punto de vista de su abstracción como un concepto propio, independiente de la persona humana.
En casi todos los filósofos griegos existen referencias al amor, entendiéndolo como el principio cósmico que gobierna la unión de los elementos naturales. Entre los antiguos griegos, fue Empédocles el primero que hizo referencia al amor, considerándolo como uno de los principios que batallaban en el cosmos y que propendía a la unión de lo elementos integrantes del Universo.
Platón distinguía tres clases de amor, el del cuerpo, el del alma, y un tercero que reunía a ambos. Consideraba que el amor es una oscilación entre poseer y no poseer; y que el amor hacia las cosas concretas es un reflejo del amor a la belleza absoluta, la idea de lo bello. El amor verdadero permitía al alma ascender hacia la contemplación de lo ideal y eterno. Concepto del cual emana la expresión coloquial amor platónico para referirse al amor idealizante del ser amado.
Naturalmente, en la filosofía de los escolásticos cristianos - especialmente en San Agustín y Santo Tomás de Aquino - el tema del amor fue tratado en un enfoque fuertemente teológico; identificado con la caridad e incorporado con la fé y la esperanza, en las tres virtudes teologales.
El amor humano, analizado como una manifestación de la espiritualidad, fue analizado desde el punto de vista filosófico especialmente a partir del Renacimiento; por filósofos que lo consideraron una de las pasiones del alma, suscitándose tres cuestiones:
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Si el amor es puramente subjetivo, en cuanto a si se trata simplemente de un proceso cumplido en quien ama; o si en él participan las cualidades y valores del ser amado.
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Si es resultante exclusivamente de una estructura psicológica - basada en procesos fisiológicos - o tiene una autonomía respecto de ellos.
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Si constituye un proceso inalterable y alcanza un estado permanente; o si es una mera invención humana y fundamentalmente una creación literaria.
Filósofos modernos - como von Brentano - se han ocupado del tema del amor desde el punto de vista filosófico, sustentando que es un proceso intencional, que trasciende del amador al amado, que es amado en cuanto se le valora en forma positiva. Distingue el amor de la compasión y la piedad, porque en cuanto acto intencional tiene leyes propias, que no son psicológicas sino axiológicas; es decir, relativas a la teoría de los valores. El amor es un acto personal, que se manifiesta eligiendo o rechazando valores; siendo en este último caso, el odio. En definitiva, el amor no es arbitrario sino selectivo.
La conciencia.
El término no es empleado en este punto en su sentido de percepción del ser de sí mismo y de la circunstancia de que es en la propia mente que ocurren diversos procesos abstractos; sino con una connotación predominantemente ética, con referencia a la función particular que existe en el hombre, de auto-evaluar su propio ser y su propio comportamiento, en el alcance a que se alude frecuentemente designándola como conciencia moral.
Se trata, sin duda, de una actividad interior del individuo, que puede tener mayor o menor intensidad generalmente en relación al grado de desarrollo cultural de cada sujeto, pero que en alguna medida existe siempre.
La conciencia reflexiva constituye, por una parte, una derivación de la capacidad humana de raciocinio, y es por tanto una manifestación de la inteligencia, consistente en retornar a aplica la capacidad racional esencialmente en forma retrospectiva.
Filósofos modernos, como Spinoza y Schopenhauer, han señalado acentuadamente el carácter de la conciencia de conformar un referente hacia el pasado. Descartes aludía al remordimiento como “un recuerdo triste” emanado de la duda acerca de si la conducta que se ha ejecutado ha sido correcta o no; agregando de que no haber existido duda de que era malo se habría abstenido de ejecutarlo, o de no haberlo percibido así pero tener ahora certeza, existiría arrepentimiento.
Tanto Sócrates como Aristóteles señalaron la conexión moral de la conciencia; el primero considerando que formaba parte del “demonio” que interviene en la existencia humana, el segundo señalándolo como expresión del sentido moral.
Se han realizado algunas distinticiones acerca de la conciencia:
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Desde el punto de vista de su origen, se ha hablado de una conciencia innata (de fuente divina) y de una conciencia adquirida, basada en los valores provenientes de fuentes humanas, como originadoras de los conceptos morales contrastados por la conciencia con la propia conducta.
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Desde el punto de vista de los principios y valores morales; se distingue una conciencia pseudomoral o egoísta basada en el eudemonismo individual; y una conciencia auténtica que se atiene a principios éticos de validez objetiva y universal.
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