Literatura Bíblica
El pensamiento religioso del pueblo hebreo constituye el contenido principal de la Biblia, por lo tanto conviene esclarecer sus líneas fundamentales.
Cuatro notas caracterizan esta concepción religiosa:
a) monoteísmo;
b) alianza;
c) moral; y
d) mesianismo.
Monoteísmo: en torno a este punto se plantea el primer problema. Los partidarios del evolucionismo religioso juzgan que el pueblo hebreo fue, durante siglos, monolátrico pero no monoteísta. Yahvé no habría sido el único Dios, sino el Dios al que se adoraba con exclusión de los demás; la divinidad nacional a la que se rendía culto, pero no el solo Dios. Según esta teoría, el pueblo hebreo fue primero idólatra y politeísta, luego enólatra (culto al dios del pueblo, religión nacional) y, por último monoteísta. La historia de las religiones en su estado actual, considera el monoteísmo como forma primordial; el politeísmo y la idolatría serían degradaciones de un concepto religioso superior y más antiguo.
Mientras el evolucionismo supone un sucederse de etapas de progresivo perfeccionamiento, la crítica religiosa moderna considera que, aún las más avanzadas ideas religiosas se encuentran, como en germen, comprendidas en los más antiguos planteamientos. La voz de los Profetas y de los conductores de Israel fue, en el transcurso de la historia, desentrañando ese contenido, poniéndolo en evidencia y esclareciéndolo según las necesidades del pueblo de acuerdo a la guía de Yahvé. El advenimiento de Jesús habría sido la suprema revelación a cuya luz se iluminaría el cuadro entero, la clave para comprender el mensaje.
Alianza: si puede haber discrepancias en torno al alcance de la expresión "Yahvé, Dios de Israel", no las hay en la interpretación de la otra que le es simétrica y correspondiente: "Israel es el pueblo de Yahvé". Esta identificación descansa en la idea de pacto o alianza entre la Divinidad y el pueblo elegido por ella, cuya primera formulación encontramos en el libro del Génesis, en la historia de Abraham.
Las ideas fundamentales que este pacto encierra son:
a) de parte de Yahvé: protección y ayuda constantes, simbolizadas en la bendición, la concesión de la tierra prometida, una descendencia numerosa como las arenas del mar y las estrellas del cielo, y el señorío sobre las demás naciones;
b) de parte de Abraham: la fidelidad y el acatamiento a la voluntad de Yahvé. El rito de la circuncisión, que vierte la sangre del varón, sería la señal externa del pacto por la que cada descendiente de Abraham entra a tomar parte de su herencia y acepta su obligación frente a Yahvé. Este pacto fue formulado por segunda vez en Egipto y es la reiteración de la alianza con Abraham, que luego se explicita y ratifica solemnemente en el monte Sinaí. La sangre vertida del Cordero Pascual, con la que se tiñera el dintel de la puerta de los hebreos, fue la señal externa de la Alianza. En el correr de la historia, las grandes figuras y los más importantes acontecimientos de Israel dieron realce al pacto, esclarecieron los deberes que imponía, y afirmaron su esperanza en la fidelidad de Yahvé. Los profetas fueron los defensores de la Alianza y los campeones de los derechos de Dios. La tercera manifestación del pacto, también llamada "Nueva Alianza" porque innova sobre la Antigua, extiende los privilegios de Israel a los hombres de todos los pueblos, y se encuentra narrada en los Evangelios. Esta nueva formulación se realiza en la persona de Jesús y también se sella con la efusión de sangre, en el monte Calvario.
Moral: la moral del pueblo hebreo no es una consecuencia de la religiosidad, sino uno de sus elementos constitutivos. Yahvé es el autor del hombre y tiene derechos sobre él; además, y en virtud del pacto, los tiene especiales sobre Israel. Por eso es legislador, y su ley es santa y ordenada a la salud y la felicidad del individuo y la sociedad. No es una antojadiza y caprichosa serie de prohibiciones y amenazas; por el contrario, Dios, único conocedor de "la ciencia del bien y del mal", es decir, de la esencia de los mismos, prohibe lo que daña u obstaculiza la perfección del hombre y la felicidad del pueblo.
La ley es solemnemente proclamada en el Sinaí y consta de varios mandamientos. A través de los textos se deduce que dicha Ley no es sino una formulación ordenada de preceptos religiosos y morales conocidos desde antiguo por el pueblo, aunque no siempre respetados. Los primeros conciernen a la conducta frente a la Divinidad; los otros, a la que debe regir las relaciones del hombre consigo mismo y en la colectividad.
Después de una introducción en la que se proclama el derecho de Yahvé a legislar, se prohibe el politeísmo, la idolatría y la vana invocación del nombre de Dios en el juramento falso, y se ordena la observancia del sábado. Se impone honrar a los padres, se prohibe matar, fornicar, robar, mentir y calumniar y, por último, codiciar los bienes ajenos, incluyendo entre estos la mujer del prójimo. Del cotejo de ambas fórmulas se ha deducido el Decálogo, los diez mandamientos o preceptos que son la base de la moral de hebreos y cristianos.
Junto con esta síntesis de los preceptos fundamentales, el pueblo recibió a través de Moisés, un completísimo código, en muchos aspectos superior al de Hammurabí, que regula todo lo referente a la vida colectiva, nacional y familiar, a la organización política y al culto religioso.
En lo que se refiere a las disposiciones atinentes a la moral, sucesivas generaciones fueron desentrañando de los antiguos preceptos un alcance de mayor perfección y desplazando las obligaciones y responsabilidades desde el plano social y al plano personal. El pecado es un delito que perjudica al pueblo, y a todo el pueblo interesa su castigo y la purificación condigna, pero cada vez se ve con mayor claridad, que religión y moral no son solamente el nexo que une a Israel con Yahvé, sino también el que une a cada hombre con Dios; así, el Pacto o Alianza se transforma en un pacto de persona a persona. Los Profetas y los Salmos, traducen claramente este concepto más elevado y perfecto del sentido moral; juzgan los actos por su valor interior, y exigen la caridad, el amor a Dios y al prójimo, como base de la conducta. La doctrina de Jesús, manifestada en el Sermón de la montaña, lleva esta moral a su más alto grado de desarrollo y perfección.
En lo concerniente a los preceptos de alcance social, político, penal, contractual, etc., el código mosaico refleja el grado de civilización y de cultura de los pueblos de la época; muchas veces, frente a mandamientos que nos parecen de despiadada barbarie, debemos recordar que ellos significaban, sin embargo, un mejoramiento, una superación de costumbres aún más bárbaras y despiadadas.
El Yahvé del Antiguo Testamento es el mismo Padre de las Misericordias del Nuevo Testamento; pero el pueblo, inmerso en la dureza y en la crueldad de los tiempos antiguos, lo fue descubriendo muy lentamente, aunque ya las más antiguas tradiciones recogidas en el Génesis, así lo mostraran.
Mesianismo: el mesianismo comprende dos creencias fundamentales:
a) la del futuro advenimiento de un Mesías;
b) el papel rector de Israel sobre los demás pueblos.
Desde muy antiguo, en las primeras formulaciones de la Alianza, se atribuye a la descendencia de Abraham ese papel mesiánico, en su doble alcance de un salvador personal y de un privilegio colectivo. Aún antes, en el tercer capítulo del Génesis, se pone en boca del Yahvé que castiga, la esperanza, la promesa de un vencedor del espíritu del mal encarnado en la serpiente.
A través de los siglos, son más abundantes y más concretos los textos, hasta el punto de mostrar que el Mesías y su advenimiento no son una consecuencia de la elección de Israel y del pacto, sino su misma finalidad, su razón de ser. La voz de los profetas perfila, desarrolla y esclarece, en etapas sucesivas, la figura del Salvador y su misión redentora que, mediante Israel, llegará a todas las naciones.
En torno a dos condiciones se agrupan los vaticinios: la de rey invencible, dominador de pueblos, y la de sacerdote y víctima, redentor de hombres. Según las vicisitudes de la historia, el acento de los profetas y de los intérpretes destacará uno u otro de esos aspectos, y el pueblo, doblegado y oprimido por fuerzas extranjeras, se forjará su propio Mesías con aquellos rasgos que más fácilmente halaguen su deseo y colmen su esperanza.
En el Nuevo Testamento, el cántico del anciano Simeón resume la esperanza mesiánica de Israel y vaticina su cumplimiento en el niño que María y José presentan en el Templo de Jerusalem. Este niño, Jesús de Nazareth, luego dividirá definitivamente a los hebreos, pues si unos lo condenan y crucifican por blasfemo, otros lo siguen y lo adoran como al anunciado Mesías.
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