Bendición
Cuando por un decreto de las fuerzas supremas,
El poeta aparece en el mundo aburrido,
Espantada su madre y llena de blasfemias
Crispa el puño hacia Dios, que le tiene piedad:
- “¡Ah! Que no haya parido un nudo de serpientes,
Antes que alimentar esta pobre irrisión!
Maldita sea la noche de placeres efímeros
En que engendró mi vientre mi propia expiación!
“Puesto que me elegiste de todas las mujeres
Para ser el disgusto de mi triste marido,
Y que yo ya no puedo arrojar a las llamas,
Como carta de amor, a este monstruo encogido,
lograré que se vierta tu inquina que me abruma
Sobre el maldito objeto de tus malignidades,
Retorceré también este árbol miserable,
Que no podrán brotar sus yemas apestadas!”
Ella tragase así la espuma de su odio,
Y sin comprender nunca los designios eternos,
Al fondo del Infierno ella misma prepara
Las piras consagradas a crímenes maternos.
Mientras, bajo tutela invisible de un Ángel,
Desheredado el Niño embriagase de sol,
Y en todo lo que bebe y en todo lo que come
Reencuentra la ambrosía y néctares bermejos.
Conversa con la nube, diviértese en el viento,
Y embriagase cantando en su senda de cruz;
Siguiéndolo el Espíritu en su peregrinaje,
Llora de verlo alegre como un ave del bosque.
Y los que quiere amar lo observan con temor,
O bien, enardecidos por su tranquilidad,
Buscan a quien sabrá arrancarle una queja,
Y en él hacen ensayo de su ferocidad.
En el pan y en el vino destinado a su boca,
Le mezclan con ceniza impuros salivazos,
Y con hipocresía arrojan lo que él toca,
Se acusan de poner los pies sobre sus pasos.
Su mujer va gritando por las públicas plazas:
- “Ya que para adorarme me encuentra tan hermosa,
Repetiré el oficio de los antiguos ídolos,
Y a semejanza de ellos, quiero hacerme dorar;
Y yo me embriagaré de nardo, incienso y mirra,
Y de genuflexiones, de carnes y de vinos,
Para saber si puedo en pecho que me admira
Usurpar, mientras río, homenajes divinos!
Y una vez aburrida de esas farsas impías
Posaré sobre él mi fuerte y frágil mano;
Mis uñas, parecidas a uñas de una arpía,
Hasta su corazón sabrán abrir camino.
Como un pájaro joven que tiembla y que palpita,
Le arrancaré del pecho su rojo corazón;
Para satisfacer mi bestia favorita,
Lo arrojaré por tierra con gesto de desdén!”
Al cielo, donde ve un espléndido trono,
El Poeta con sus brazos piadosos,
Y los vastos relámpagos de su espíritu lúcido
Le ocultan el aspecto de los pueblos furiosos.
- “Bendito seas, mi Dios, que das el sufrimiento
Cual remedio divino de nuestras impurezas,
Y como la mejor y la más pura esencia
Que a los fuertes da santas voluptuosidades!
Yo sé que vos guardáis un lugar al Poeta
En las filas felices de las Santas Legiones,
Y que vos lo invitáis para la eterna fiesta
De Tronos, de Virtudes y de Dominaciones.
Yo sé que el sufrimiento es la nobleza única
Que jamás morderán la tierra ni el infierno,
Y que para trenzar mi mística corona
Debo vencer los tiempos y todo el universo.
Mas las joyas perdidas de la antigua Palmira,
Los metales ignotos y las perlas del mar,
Ni por vos engarzados, suficientes serían
A esa bella diadema resplandeciente y clara;
Pues sólo estará hecha de purísima luz
Tomada al hogar santo de rayos primitivos,
Y los ojos mortales en su esplendor entero,
No son ya más que espejos, empañados y tristes!”
Cuando por un decreto de las fuerzas supremas,
El poeta aparece en el mundo aburrido,
Espantada su madre y llena de blasfemias
Crispa el puño hacia Dios, que le tiene piedad:
- “¡Ah! Que no haya parido un nudo de serpientes,
Antes que alimentar esta pobre irrisión!
Maldita sea la noche de placeres efímeros
En que engendró mi vientre mi propia expiación!
“Puesto que me elegiste de todas las mujeres
Para ser el disgusto de mi triste marido,
Y que yo ya no puedo arrojar a las llamas,
Como carta de amor, a este monstruo encogido,
lograré que se vierta tu inquina que me abruma
Sobre el maldito objeto de tus malignidades,
Retorceré también este árbol miserable,
Que no podrán brotar sus yemas apestadas!”
Ella tragase así la espuma de su odio,
Y sin comprender nunca los designios eternos,
Al fondo del Infierno ella misma prepara
Las piras consagradas a crímenes maternos.
Mientras, bajo tutela invisible de un Ángel,
Desheredado el Niño embriagase de sol,
Y en todo lo que bebe y en todo lo que come
Reencuentra la ambrosía y néctares bermejos.
Conversa con la nube, diviértese en el viento,
Y embriagase cantando en su senda de cruz;
Siguiéndolo el Espíritu en su peregrinaje,
Llora de verlo alegre como un ave del bosque.
Y los que quiere amar lo observan con temor,
O bien, enardecidos por su tranquilidad,
Buscan a quien sabrá arrancarle una queja,
Y en él hacen ensayo de su ferocidad.
En el pan y en el vino destinado a su boca,
Le mezclan con ceniza impuros salivazos,
Y con hipocresía arrojan lo que él toca,
Se acusan de poner los pies sobre sus pasos.
Su mujer va gritando por las públicas plazas:
- “Ya que para adorarme me encuentra tan hermosa,
Repetiré el oficio de los antiguos ídolos,
Y a semejanza de ellos, quiero hacerme dorar;
Y yo me embriagaré de nardo, incienso y mirra,
Y de genuflexiones, de carnes y de vinos,
Para saber si puedo en pecho que me admira
Usurpar, mientras río, homenajes divinos!
Y una vez aburrida de esas farsas impías
Posaré sobre él mi fuerte y frágil mano;
Mis uñas, parecidas a uñas de una arpía,
Hasta su corazón sabrán abrir camino.
Como un pájaro joven que tiembla y que palpita,
Le arrancaré del pecho su rojo corazón;
Para satisfacer mi bestia favorita,
Lo arrojaré por tierra con gesto de desdén!”
Al cielo, donde ve un espléndido trono,
El Poeta con sus brazos piadosos,
Y los vastos relámpagos de su espíritu lúcido
Le ocultan el aspecto de los pueblos furiosos.
- “Bendito seas, mi Dios, que das el sufrimiento
Cual remedio divino de nuestras impurezas,
Y como la mejor y la más pura esencia
Que a los fuertes da santas voluptuosidades!
Yo sé que vos guardáis un lugar al Poeta
En las filas felices de las Santas Legiones,
Y que vos lo invitáis para la eterna fiesta
De Tronos, de Virtudes y de Dominaciones.
Yo sé que el sufrimiento es la nobleza única
Que jamás morderán la tierra ni el infierno,
Y que para trenzar mi mística corona
Debo vencer los tiempos y todo el universo.
Mas las joyas perdidas de la antigua Palmira,
Los metales ignotos y las perlas del mar,
Ni por vos engarzados, suficientes serían
A esa bella diadema resplandeciente y clara;
Pues sólo estará hecha de purísima luz
Tomada al hogar santo de rayos primitivos,
Y los ojos mortales en su esplendor entero,
No son ya más que espejos, empañados y tristes!”
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